Cristina

Cristina


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–Los he reunido aquí hoy porque ayer paso algo muy desagradable. Me puse a discutir con Ali y con Paul por tonterías y me enfadé muchísimo. Ustedes también se enojaron y salimos sin despedirnos ni hablarnos. Lo peor que uno puede hacer en la vida es irse a la cama enfadado con alguien, pues si mueres durante el sueño mataras también a la persona con quien te enfadaste. El asunto es que todos nosotros, estamos agotados mentalmente. Hemos querido hacer mucho en poco tiempo y se nos ha desbordado el cansancio haciéndonos decir y hacer cosas que normalmente no haríamos. Por mi parte, quiero disculparme con Ali y con Paul por haberme portado tan grosera, a veces herimos a las personas que más queremos sin darnos cuenta de lo que estamos haciendo. También con Lucas y Winona que se pasaron la noche en vela cuidándome; ustedes tienen suficientes problemas como para tener que cargar con los míos también, por favor acepten mis disculpas. Yo quisiera dejar el incidente atrás, por favor; ustedes dirán.

–Yo soy el culpable de todo. Por favor, déjame hablar.–Dijo Paul mirando a Ali que estaba a punto de empezar. –Desde que nos conocemos me he creído dueño de Cristina, como si fuera mi muñeca. Puesto que nos conocimos juntos, me refiero a Ali y a Will, no me molesta tanto cuando ella les presta atención a ellos, sin embargo desde que llegamos aquí Cristy se ha buscado unos nuevos amigos, muy razonablemente de su edad, y yo me he puesto celoso por estúpido que soy, eso es todo. Cristina– Le dijo mirándola seriamente a la cara–Por favor perdóname por haberte hecho pasar tan mal rato, no fue mi intensión herirte, puedes estar segura, y te prometo nunca más hacerte daño, por favor, perdóname.

–De acuerdo, yo te perdono a ti, tú me perdonas a mí. Lucas y Winona quiero pedirles disculpas porque ayer les hice pasar un mal rato, los preocupé y hasta los asusté con mi conducta, por favor, discúlpenme. Yo creo que ustedes más que nadie saben lo que es estar mentalmente hecho trizas, y lo fácil que es decir cosas indebidas después de una jornada de trabajo larga donde las neuronas se resisten a seguir funcionando. Por último a mi nana, que por poco le da un infarto cuando me vio con los ojos hinchados y toda temblorosa. Rosi, por favor perdóname, yo no quise preocuparte ni asustarte, por eso me quedé en casa de Lucas y Winona. Te prometo que nunca más lo haré.

Rosi no respondió nada, solo se quedó recostada en el marco de la puerta de la cocina mirándola intensamente como queriendo arrancarle la verdad que había detrás de tan preparadas palabras. La niña fue la única que entendió el significado de aquella mirada y pensó que era mejor dejarlo así, había que apagar un fuego antes de enfrentarse con el próximo.

–Yo también quiero pedirte disculpas Cristy. Yo creo que ayer por la tarde experimenté más dolor y vergüenza que nunca. Yo como mujer he debido entenderte mejor y ayudarte más. Por favor perdóname, tú sabes que eres mi hermanita del alma, mi amiguita, mi paño de lágrimas cuando no tengo nadie más con quien hablar, y por supuesto la mejor profesora que he tenido en mi vida. Perdóname Cristy, te lo suplico.

–De acuerdo, yo te perdono a ti y tú me perdonas a mí.

Cristina sabía que Lucas y Winona querían decir algo pero este no era el momento más adecuado, ya luego tendría que oírles todas las objeciones que siempre tuvieron en cuando a su amistad con los muchachos mayores y que nunca habían verbalizado. Se hizo un silencio que todos agradecieron. Las palabras que flotaban en el aire tenían demasiado peso para tratar de absorberlas de prisa. El fuego se había apagado pero quedaban brazas que seguramente dejarían cicatrices.

–Yo todavía no entiendo muy bien lo que pasó. Solo sé que Ali paso la noche llorando, que Paul respondió al primer timbre cuando Ali lo llamó y que nunca los había visto a ninguno de los dos tan moquicaidos como en las últimas horas. No sé qué hicieron ni que hiciste, ni que tienen que ver los geniecitos en todo esto pero me parece que lo que están intentando hacer es seguir adelante y tratar de olvidar el mal rato. ¿Entendí bien o no? ¿Tengo que pedirle perdón a alguien? Díganmelo porque este parece ser el día de los perdones. En cuanto a Madame Curie y Albert Einstein –dijo dirigiéndose a Winona y Lucas– Disculpen el poco caso, la verdad es que como Paul, siempre he estado un poco celoso de ustedes pero eso cambiará, se los prometo.

No había nada más que decir, todos lo sabían, sin embargo sentían la necesidad de seguir hablando, ya fuera disculpándose o lamentándose, pero nadie hablaba. El silencio a veces dice mucho más que cientos de palabras y eso era exactamente lo que estaba pasando en este momento. Cada uno con sus remordimientos, sus dudas y sus errores pero todos callados.

–Yo voy a cocinar porque tanto perdón y tanta disculpa me ha dejado hambrienta. ¿Quién se apunta?

–Yo.

–Y yo también.

–Yo me muero del hambre.

–Según lo que cocines.

–Para mí cualquier cosa es buena…

Ese fue el final de aquel episodio de mal gusto que todos prometieron dejar en el olvido. ¿Podrían? El destino les daría la respuesta. Esa noche ya en su cama, Cristina pudo tocar con su amor la cicatriz que le había quedado ya para siempre en el alma. La primera de muchas, diría su papá, solo puede amar de veras quien ha sufrido y llorado por amor.

 

La Adolecente

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

11

New York, la única ciudad que nunca duerme, se levantaba queriendo tocar el firmamento sobre la noble roca que permitía ser socavada en lo más profundo de sus entrañas a la vez que sostenía los rascacielos que la adornaban y que le daban el nombre con que se conocía a través del mundo entero. Posada donde se albergaba el Mercado de Valores más importante del planeta, era a su vez cumbre de la moda, del deporte, de las ciencias y de las artes. Madre de los Yankees, de los Mets, de los Knicks, de los Rangers, de Broadway, de Time Square, de múltiples y fastuosos museos, cuna de la publicidad y corazón de doce millones de almas que palpitaban al compás de su extraordinaria existencia. New York, la capital del mundo, era el sueño del viajero y la esperanza del emigrante que venía a buscar una mejor vida en esa gran manzana.

Pero no todos sabían apreciar su hidalguía y sus encantos, para Gavina Malpaso de Robledo, New York era una caverna donde se escondía para ocultar su desdicha y su pobre subsistencia. El matrimonio con Pepe Robledo no había salido de la manera que ella esperaba. Había dejado de trabajar para meterse en un mundo cuadrado y viejo, donde cada pared se vestía con suaves desniveles acumulados por los años y las historias de otros pobres diablos que escribieron sus vidas con pinturas baratas y adornos olvidados.

Gavina nunca tuvo el lujoso apartamento que merecía como esposa de un alto ejecutivo de la aerolínea Iberia, nunca se codeó con las esposas de los demás jefes que siempre la vieron como una arrimada–arribista sin clase, que solo un bruto como Pepe Robledo podía haber recogido. Nunca asistió a una obra de teatro en Broadway, ni oyó a su coterráneo Placido Domingo cantar en la Casa de la Opera Metropolitana. Nunca visitó ningún museo ni asistió a ningún juego de nada; lo de Pepe era solo "comer, joder y cagar" como diría Camilo José Cela. Cuan caro había pagado Gavina por un plato de comida, un techo y algunos trapos viejos comprados de rebajas en las tiendas por departamento más baratas de la ciudad. Nunca tuvo ni una sola tarjeta de crédito porque Pepe no creía en crédito; uno solo debe comprar lo que puede pagar, le respondía a Gavina cuando ella insistía en la necesidad de poseer aunque fuera una de ellas.

Podría haber dejado todo esto y volver a Madrid, pensó Gavina, sabía que los estúpidos de sus padres, como siempre, la perdonarían y la recogerían, pero la idea de reaparecer como una perdedora no la podía soportar. Vivía rodeada por cuatro paredes rancias, con huecos que simulaban ser ventanas pero que no eran más que basureros por donde entraban los ruidos y los olores acumulados a lo largo del tiempo en aquel rincón de la urbe olvidado por sus habitantes. Las ventanas del dormitorio daban a las ventanas de los dormitorios de los edificios vecinos y las ventanas del pequeño salón de estar daban a una de las tantas calles ruidosas del West Side., donde vivían otras almas que como ella soñaban con algún día mudarse para el East Side.

Siempre le mintió a su madre con quien hablaba esporádicamente, sobre todo cuando la soledad la oprimía y no tenía con quien pelear ni discutir. Con Pepe no podía hacerlo a menudo porque corría el riesgo de que la botara como un traste viejo.

–Cuanto me alegro de que me llames y me cuentes de todas la cosas que haces Gavi. Que maravillosa debe de ser tu vida viviendo en New York, por algo le dicen la capital del mundo.

Mi madre es tan imbécil, no la resisto, como puede ser tan idiota de creerse todo cuanto le cuento, pensaba Gavina.

–Y cuando piensan encargar un bebé. A mí me encantaría ser abuela.

–Mamá, no hables sandeces. Yo nunca voy a tener hijos, los muy idiotas me dan repulsión.

–Hija no hables así, los niños son una bendición, y hablando de niños Gavi, que me cuentas de tu hijastra, Cristina creo que se llama.

–La muy maldita mocosa sigue viviendo en Cambridge con la estúpida de la criada.

–Ya debe de estar terminando su carrera, ¿qué estudió por fin?

–Ni lo sé ni me importa, como si se convierte en payaso de circo, no pienso verla más nunca en mi vida. Desde que me casé y me quitaron la miseria que me daban como viuda de Juan Francisco no he sabido más de ella.

–¿Pero tú sigues siendo su único familiar, verdad?

–Eso es solo en papeles mamá. La muy sabandija lo arregló todo para que todas esas compañías con las que colabora, le pagaran sus estudios y sus gasto, pero no hay nada en efectivo que yo pueda quitarle.

–Bueno, ya sé que tú no lo necesitas pero yo me imagino que con lo inteligente que es seguro ha hecho una carrera que le dará dinero, y si tú tienes la custodia legal de ella pues sería tu trabajo el administrar ese dinero.

–¿De qué hablas?

–Gavi, quiéralo o no, ella tendrá que contar contigo para trabajar y manejar su dinero cuando comience a ganarlo. Qué edad tiene ahora, 16 años o algo así, con esa edad no puede ni abrir una cuenta en el banco y mucho menos tener una licencia de conducir. Para todo lo que haga te necesita a ti.

–No mamá, no seas estúpida, ella tiene a la tal Rosi, la criaducha esa que le hace todo.

Ignacia estaba tan acostumbrada a que su hija la llamara estúpida o imbécil que ya ni se daba cuenta que era un insulto, para ella era solo la forma de ser de Gavi.

–Se lo hace todo porque tú quieres, porque tú se la diste, pero eres tú quien tiene el poder legal sobre esa niña, al menos hasta que cumpla la mayoría de edad. Digo, así es en España, me imagino que allá será igual.

Su madre tenía razón, como no se había dado cuenta antes. La chiquilla debería de estar terminando cualquier cosa que hubiera estudiado, que más daba, y pronto empezaría a trabajar; ¿Quién se iba a hacer cargo del dinero? Ella, por supuesto. No sabía cómo pero iba a buscar la forma de volver a tener el control sobre la mocosa. Llamaría a la Embajada Española en Washington; no esos eran otros perros que nunca la aceptaron. Le preguntaría a Pepe, el sabia de todas esas cosas legales. No, mejor no le preguntaba nada, si había dinero de por medio no pensaba compartirlo con él, sobre todo después de haberla metido en la pocilga en que vivía. Tal vez esta era la oportunidad para salirse del sucio y depravado de su marido. No quería admitir ante su madre que esta tenía razón, eran tan pocas las veces que decía algo razonable que no valía la pena aceptarlo cuando de vez en cuando sucedía.

–No, las cosas aquí no son iguales que allá, ustedes siguen viviendo en la época del Generalísimo, tú no sabes nada de cómo son aquí la cosas.

–Bueno era solo una sugerencia, tú sabes más que yo de esas cosas. Y dime hija. ¿Has ido a ver a Plácido Domingo otra vez?

–Ya te lo he dicho mil veces que si mamá, que pesada eres.

Nunca permitiría que sus padres conocieran la verdad de su mediocre existencia ni que conocieran al viejo gordo, sucio y calvo de su marido, primero muerta.

–En fin, te dejo que tengo muchos compromisos que atender.

–Adiós hija y que la virgen te acompañe.

Gavina no llegó a oír lo último que le dijera su madre, colgó el teléfono rápidamente y se quedó pensando. Tenía que averiguar rápido cómo era eso de que Cristina se iba a graduar e iba a empezar a trabajar, y si era verdad que ella manejaría el dinero. Quizás todo no estuviera perdido. Le iba a preguntar a Pepe como si fuera una mera curiosidad, quitándole importancia, a ver si el muy animal sabía algo de ese asunto.

Hablando de animales, oyó la puerta delantera que se abría.

–Gavina, vengo con un hambre de caballo, me he pasado el día lidiando con los del gremio de los pilotos. Que gente más jodida oye, cuando no es una cosa es la otra. Ninguno de ellos trabaja tanto como yo y se creen que porque saben volar los jodidos aviones son dioses. Que se vayan todos a la mierda, por mí los ponía a todos de patadas en la calle. ¡Gavina!

–Ya voy, estaba en el baño.

–Sírveme.

–¿Que te sirva qué?

–Pues joder que va a ser. ¿Eres gilipoyas o qué? La comida mujer.

–No tenía nada para cocinar así que pensé que podíamos bajar a comer algo en algún restaurante de por aquí cerca, la verdad es que vivo metida en este apartamento como una presidiaria, nunca salimos a ningún lugar, te pasas el día trabajando y cuando llegas solo quieres comer y dormir…

–Y joder.

–Que grosero eres.

–Mira te dejas de remilgos y de finuras conmigo que yo te conozco mucho mejor que los gilipollas a quienes engatusaste antes que a mí, ahora mismo baja y busca algo para que me lo prepares y déjate de hablar porquería, hoy no estoy para tus pleitos.

–Voy a pedir una pizza.

–Ni pizza ni ocho cuartos, que bajes y busques algo para que lo cocines ahora mismo. Este no es el palacio de la Zarzuela y tú no eres la reina de España, así que arriba que tengo hambre.

Dios mío cuanto lo odiaba, si pudiera matarlo y quedarse con todo lo que tenía, pero ni eso podía hacer, el muy maldito la hizo firmar un documento pre–matrimonial donde decía que en caso de divorcio ella no cogería nada. ¿A quién se lo habría dejado el muy perro? ¿A los hijos? No, ni los veía ni hablaba de ellos nunca.

–GAVINA.

–No grites, ya me voy.

–No quiero comida china, ni cubana, ni dominicana, ni italiana, quiero comida española así que vete a ver qué traes.

Esto no podía seguir así, se dijo Gavina, tengo que buscarle una salida a este infierno. Ella todavía era joven y bonita, aunque ya no le quedaba mucho tiempo para usar estos atributos, podría buscarse otro hombre y dejar a Pepe. Eso era, tenía que buscarse un amante que la sacara de aquella cueva de ratas. También tendría que averiguar lo que le había dicho su madre a cerca de Cristina, por mucho que no aguantara ni a la criada ni a la mocosa, si había dinero de por medio lo soportaría, lo que no soportaría mucho más era la situación actual con el cerdo de su marido.

 

♣♣♣

 

Los años no habían sido generosos con Agnes Gallagher, por mucha pintura que se pusiera y muchos tratamientos de belleza que se aplicara, seguía luciendo vieja, flaca, y fea. La cirugía plástica que se hizo le desfiguró la cara y la hizo lucir peor, pero la única que nunca lo vio fue ella, que se creía preciosa.

Cuando Paul empezó la universidad sus se mudaron para New York. El empleo the Lobbyist que le consiguiera el viejo a Anthony se había perdido en su pasado como lo hizo su dignidad y su hombría.

–Tony, tengo una lista de las posibles candidatas que podría invitar para la fiesta de graduación de Paul. Todas de muy buena familia, del club por su puesto, y todas con grandes herencias. El problema ahora es decidir cual tiene más. Que tal los Hilton o los Vanderville, los dos tienen hijas de la edad de Paul y aunque un poco locas, los millones lo perdonan todo. Tony, te estoy hablando, respóndeme por favor, esto es algo muy importante, estamos hablando del futuro de Paul.

–Por el futuro de Paul no tienes que preocuparte.

–También en esto va el futuro nuestro.

No por favor, otra vez la cantaleta del dinero y de Paul y de mi padre y de los millones y de la herencia. Estaban desayunando en la terraza del Pent– house en Park Avenue, y como todas la mañana anteriores a esta se había prometido no tomar alcohol hasta la noche, pero como todas las mañanas Agnes saboteaba sus buenas intenciones y no tenía más remedio que empezar a beber temprano para poder aguantar un día más a la serpiente que tenía por esposa. Por qué no se habría divorciado cuando pudo, ahora era muy tarde. Su vida había sido un fracaso total y aunque a él no le importara ya nada, la vergüenza que sentía ante su padre y su hijo era el castigo que se merecía por haberse casado con esta arpía y por haberla aguantado por tanto tiempo. Nunca la quiso, si se casó con ella fue porque Agnes salió embarazada y su padre insistió en que naciera el bebé. Su hijo, su único hijo, nunca fue suyo, su padre lo había rescatado de manos de Agnes y de él, gracias a Dios, y lo había hecho un hombre a su imagen y semejanza.

Paul no lo quería, estaba convencido de ello, y a su madre mucho menos. Los toleraba porque no tenía que verlos tan a menudo pero en sus ojos no había nada de amor cuando los miraba, ¿Desprecio quizás? No, eso tampoco lo había visto en la mirada de su hijo, pero si algo de reproche por su cobardía. Sin embargo cuando miraba a su abuelo la cosa era muy distinta, ellos eran él uno para él otro. Cuanto hubiese dado él porque su padre lo hubiese querido aunque fuera la mitad de lo que quería a Paul. Pero no, en aquellos tiempos su padre estaba muy ocupado levantando la gran fortuna de los Gallagher y su madre; tenía pocos recuerdos de ella. Se acordaba que lloraba a menudo pero nunca protestaba por nada; era servil y complaciente con su padre pero nada más, allí tampoco hubo amor. Su padre nunca la maltrató ni le levantó la voz pero tampoco recordaba haberlos visto besándose o simplemente tomados de la mano. En aquellos tiempos la soledad era la eterna compañera de su madre cuando su padre se iba por días y a veces por semanas, y entonces él la oía llorar de noche, desde su cuarto. En aquellas ocasiones se decía que cuando él fuera padre seria todo lo contrario al suyo, que se casaría por amor y que siempre estaría al lado de su familia. Él sabía que el llanto de su madre era producto de su soledad. Su madre siempre se sentía tan sola. ¿Pero por qué nunca se lo hizo saber a su padre? ¿Por qué no protestó y peleó y le dijo que lo necesitaba? Porque fue más fácil para ella coger una botella de ginebra y tomarse dos o tres vasos hasta quedarse dormida; lo mismo que hacia él ahora. Su cobardía le venía por la rama materna.

–Tony, me escuchas.

La voz de Agnes lo volvió a la realidad. No le contestó, solo la miró para que supiera que la estaba oyendo; ella le siguió hablando como si no hubiera interrumpido su discurso.

–Es muy importante que Paul se case con la mujer adecuada, que tenga clase y dinero.

–Así como tú.

A estas alturas del juego esto era lo único que podía hacer para tener un poco de satisfacción, mortificarla recordándole quien era y de donde venía.

–No seas estúpido, eran otros tiempos, la depresión le afectó mucho a mi familia que prácticamente lo perdió todo, y en cuanto a clase, te recuerdo que te conocí borracho en la casa de tu fraternidad.

–¿Y por qué te acostaste conmigo en aquella misma casa y aquel mismo día?

–Porque me enamoré de ti como una tonta.

La carcajada irónica y maléfica de su esposo fue mucho más fuerte que su voz.

–Ja, ja, ja. Perdóname Agnes, es que hacía tiempo que no oía una sandez tan grande, y mira que tú las dices constantemente pero con esta sí que te pasaste de tus límites, ja, ja, ja.

–Puedes reírte todo lo que quieras, pero es verdad, en fin ya eso quedó en el pasado, y si a ti no te importa el futuro a mi sí. La esposa de Paul la escogeré yo y con eso tendré mi futuro asegurado. Yo que tú hacia lo mismo porque de tu padre creo que no cogeremos nada, sobre todo con tu conducta. Yo hago lo que puedo por llevarme bien con él y hacer lo que él quiera pero tú no te tomas esa molestia.

–Ya verás que tu molestia será una pérdida de tiempo. Mi padre no te puede ver ni en pintura.

–Que dices insolente, y como tengo una chequera con una interminable cuenta de banco a mi disposición y todas las tarjetas de crédito que quiero. Como vivimos en este palacio y tenemos muchos más por todo el mundo.

–Este palacio, como tú le llamas, al igual que los otros que están regados por el mundo, no son nuestros, son de él.

–En papel, pero quienes vivimos aquí somos nosotros. Además desde que Paul se fue a Harvard no has hecho nada más que beber y gastar dinero y tu papá nunca te ha dicho nada.

–No seas estúpida, no vez que todo lo que tenemos no los da para que no le molestemos, para que estemos fuera de su vista. Las pocas ocasiones en que nos reunimos parece como si le fuera a dar un ataque de apoplejía; sobre todo cuando tú empiezas a hablar en la mesa y no te callas y él se pone rojo como una langosta.

–Se pone rojo porque toma mucho vino. De eso te viene a ti lo de borracho.

Nunca conociste a mi madre, pensó Anthony; fue mejor así

–Haz lo que quieras y suerte. Ahora déjame leer el periódico tranquilo.

Nunca tendría el valor de enfrentarse a su patética realidad, pensó Anthony. Moriría uno de estos días con cáncer de hígado o con una cirrosis fulminante y nadie extrañaría su ausencia, pero pensaba llegar a la muerte completamente ebrio, él no necesitaría morfina ni drogas extrañas, solo alcohol, con eso sería suficiente. Quizás su padre y su hijo serian al fin, felices sin él.

–Que te parecen los Smith, son multimillonarios y tienen tres hijas, alguna de ellas debemos agarrar para Paul, no tienen clase pero tienen mucho dinero y están locos por entrar en la alta sociedad. Llamaré a Jesica para invitarla a la graduación. Solo faltan unos días así que tengo que arreglarlo rápido.

–Buena suerte.

–La tendré, tengo que decirle a tu padre cuantos son ellos para que reserve las mesas que sean necesarias. Tú podrías ayudarme en eso.

–Cuantas veces tengo que repetirte que yo a mi padre no le pido nada. Cada día eres más bruta.

12

La primavera llegó a Boston llena de color y claridad, los arboles vestidos de distintos matices de verde y las flores de mil colores adornaban el campo de la universidad para hacer más llevadera la espera del verano cuando podrían irse a descansar unos y a trabajar otros. Cristina, Winona y Lucas habían crecido y se habían convertido en jóvenes adultos a la velocidad de la luz. Entre viejas paredes, libros antiguos, y modernas computadoras, los años volaron para estos niños que nunca aprendieron lo que era perder el tiempo. Winona se convirtió en una linda jovencita con su piel blanca y delicada, su pelo negro y su mirada sencilla y silenciosa parecía una figurita de porcelana. Lucas creció tanto que ahora todos tenían que mirar hacia arriba para hablar con él, seguía teniendo la mirada juguetona, alegre y despistada del inconfundible científico. Tenía cuanto juego electrónico había en el mercado y pasaba horas jugando solo mientras Winona lo sermoneaba por gastar tiempo en algo tan fútil.

Cristina también se convirtió en una joven adolecente preciosa, con su pelo negro y largo como las noches de invierno, donde se enmarcaba una cara de rasgos perfectos. Sus ojos parecían luceros sentados sobre los altos pómulos, y sus labios gruesos y sensuales le servían de base a una naricita alegre y juguetona con perfil fuerte y provocador. La piel morena y suave de su hermoso rostro mostraba un alma libre y apasionada que salía al galope a través de sus inmensos ojos azabaches que yacían protegidos por las tupidas cejas y las amplias pestañas. Su figura estilizada y flexible la mantenía con un régimen de ejercicios que practicaba rigurosamente a diario, corría, nadaba, bailaba. De dónde sacaba tiempo para hacer todo eso ni ella misma lo sabía, pero lo hacía. Que mujer tan hermosa albergaba aquel cuerpo joven y esbelto. Se había convertido es una bella mujer, de esas que posaban para pintores de museos.

Todo ese conjunto de provocativa belleza que formaba su persona, Cristina debía transformar en algo simple y escueto que pasara inadvertido a los ojos del mundo, pues como bien dijera su padre, la sociedad nunca aceptaría una mujer que reuniera tanta inteligencia y belleza a la vez. Se acostumbró a las bromas pesadas de los que la creían un ente anormal por el solo hecho de tener un alto coeficiente intelectual, pero esos mismos la toleraban porque la creían una niña de apariencia simpática y amable, algo estrafalaria y rara, pero que no molestaba a nadie. Si hubieran sabido que debajo de aquel disfraz se escondía una mujer bella las cosas hubiesen sido mucho más difíciles.

Con la ayuda de Rosi, Cristina diseñó un disfraz que aunque humilde y sencillo ocultaba sus encantos sin provocar sospechas. El pelo se lo encapuchaba con algún tipo de gorro o sombrero que siempre traía puesto, los ojos los escondía detrás de unas horribles gafas de marco grueso y negro que no se podían sostener sobre la diminuta nariz y se rodaban constantemente dándole un aire de científico excéntrico y despreocupado. Vestía siempre un overol que durante el invierno era de corduroy y durante el verano de mezclilla. Llevaba constantemente un grueso pulóver debajo del overol y una camisa holgada por encima de todo aquello para resguardar la forma de su busto erguido y el mínimo circulo de su cintura. Sus zapatos eran los más feos del mercado, pero eran también los más cómodos y baratos que había. Ni sus más íntimos amigos como Will, Paul y Alice sabían quién se escondía detrás de aquel disfraz por el cual la conocían ya todos en la universidad. Se habían acostumbrado poco a poco a su aspecto desaliñado y gradualmente pasó a ser algo normal. Solo Rosi sabía la verdad, y por supuesto Winona y Lucas porque ellos también se vestían de una manera algo especial por la misma razón que Cristina.

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