Criminal

Criminal


Capítulo siete

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Capítulo siete

Viernes 11 de julio de 1975

Amanda leyó el libro de texto sobre estudios de mujeres, señalando los párrafos que necesitaba saber para su clase nocturna. Estaba sentada en el asiento del copiloto del Plymouth Fury de Kyle Peterson. La radio de policía estaba encendida, pero hacía mucho tiempo que había aprendido a desconectarse y prestar atención a las llamadas pertinentes. Le dio la vuelta a la página y empezó a leer la sección siguiente.

Para conocer los efectos de largo alcance del sistema de género/sexo, primero se debe desmantelar la hipótesis fálica en relación con el inconsciente.

—Vaya tela —suspiró. Cualquiera sabía lo que significaba aquello.

El coche se tambaleó cuando Peterson se dio la vuelta en el asiento trasero. Amanda miró por el retrovisor, deseando que no se despertase. Esa mañana ya había perdido casi una hora quitándose sus manos de encima, y luego otra media hora disculpándose para que dejara de refunfuñar. Gracias a Dios, la petaca que él llevaba en el bolsillo había bastado para dejarle noqueado, o no habría tenido tiempo para leer sus deberes.

Y no es que no entendiese lo que había escrito. Algunos de los párrafos eran claramente obscenos. Si esas mujeres tuvieran tantas ganas de saber cómo funcionaban sus vaginas, deberían empezar a depilarse las piernas y encontrar un marido.

La radio emitió un sonido seco. Amanda oyó la voz entrecortada de un hombre. En la ciudad había pocos sitios sin cobertura, pero ese no era el problema. Un agente negro estaba pidiendo refuerzos, cosa que significaba que los agentes blancos trataban de bloquear la transmisión presionando los botones de sus micrófonos. Una hora después, un agente blanco llamaría solicitando ayuda y los negros se comportarían igual.

Y luego alguien del Atlanta Journal o del Constitution escribiría un artículo preguntándose por qué recientemente habían repuntado los delitos.

Amanda miró a Peterson de nuevo. Había empezado a roncar. Tenía la boca abierta bajo su enmarañado y largo bigote.

Leyó el párrafo siguiente, pero nada más terminar se le olvidó lo que decía. Estaba tan cansada que se le nublaba la vista. O puede que fuese la irritación. Ojalá no volviese a leer las palabras «ginecocrático» y «patriarcado». Deberían enviar a Gloria Steinem[6] a Techwood Homes y ya veríamos si seguía pensando que las mujeres podían dirigir el mundo.

Techwood.

Amanda sintió que el miedo le subía como la bilis. Aún notaba las manos del chulo apretándole el cuello, su erección al estrecharla contra él, sus uñas cuando intentaba bajarle las medias.

Apretó los dientes, esperando que el corazón se calmara. Respiró profundamente. Inspiró y espiró, poco a poco. «Una…, dos…, tres…». Contó los segundos. Tardó algunos minutos en aflojar la mandíbula y respirar con normalidad.

Amanda no había visto a Evelyn Mitchell en los últimos cuatro días, desde que vivieron aquella horrible experiencia. No se había presentado al recuento y su nombre no aparecía en la lista. Ni siquiera Vanessa pudo encontrarla. Amanda esperaba que Evelyn hubiese recuperado la sensatez y hubiese regresado a su casa para cuidar de su familia. Para Amanda ya era bastante duro tener que levantarse de la cama todas las mañanas. No podía imaginar el miedo que habría sentido si tuviera que dejar a su familia, conociendo el mundo en el que se adentraba.

Sin embargo, Evelyn no fue la única agente que había desaparecido. Al nuevo sargento, Luther Hodge, también lo habían trasladado sumariamente. Lo sustituyó un hombre blanco llamado Hoyt Woody. Era del norte de Georgia; su acento campesino resultaba del todo ininteligible, en parte porque nunca se quitaba el palillo de dientes de la boca. Las tensiones en la brigada seguían allí, pero eran las habituales. Todo el mundo se sentía más cómodo con lo conocido.

Al menos la desaparición de Hodge no había sido total. Vanessa hizo algunas llamadas y averiguó que lo habían trasladado a uno de los distritos policiales de Model City. Eso no solo suponía un retroceso en su carrera, sino que además lo sacaba del círculo de Amanda. Por desgracia, no tenía el valor de visitarle en su nueva central y preguntarle por qué las había enviado a Techwood Homes para cumplir ese encargo tan estúpido.

Y no es que ella no pudiese hacer esos encargos tan inútiles. Los últimos días se había debatido entre sus ganas de olvidar todo lo que pasó en Techwood y su curiosidad, que no se lo permitía. Sus noches de insomnio no solo estaban llenas de temores, sino de preguntas.

Amanda quería relacionarlo con una curiosidad de policía, pero la verdad es que era más bien una cuestión de intuición femenina. La prostituta que había visto en el apartamento de Kitty Treadwell le había hecho ver que algo estaba sucediendo, que algo no iba bien. Lo podía sentir en sus entrañas.

Por eso había hecho algunas indagaciones que la exasperaron aún más. Estúpidas pesquisas que probablemente harían que volviese con su padre y se metiese en problemas, no con Duke, sino con los altos cargos del cuerpo de policía.

Cerró el libro de texto. No tenía estómago para leer la refutación de Phyllis Schlafly a la enmienda sobre la Igualdad de Derechos. Estaba cansada y harta de que mujeres que nunca tenían que pagar el alquiler de sus casas le dijesen cómo debía vivir su vida.

—¿Cómo te va?

Amanda se sobresaltó tanto que casi estrella el libro contra su cara. Primero mandó callar a Evelyn Mitchell, y luego se giró para mirar a Peterson.

—Lo siento —susurró Evelyn. Puso la mano en la manecilla de la puerta, pero Amanda bajó el seguro. Evelyn permaneció fuera del coche, inmóvil—. Sabes que la ventanilla está bajada, ¿verdad?

Vanessa Livingston, que estaba detrás de ella, soltó una risita.

Amanda, de mala gana, abrió la puerta y salió del coche.

—¿Qué quieres? —susurró.

—Estamos negociando. Tú por Nessa —respondió Evelyn también susurrando.

—De ninguna manera.

A los jefes no les importaría, pero Amanda no quería volver a tener nunca más de compañera a Evelyn Mitchell. Se giró para subirse de nuevo al coche, pero Evelyn la cogió del brazo y Vanessa se adelantó, ocupó el asiento y cerró cuidadosamente la puerta.

Amanda se quedó en el aparcamiento vacío, deseando darles una bofetada a las dos.

Evelyn se dirigió a Vanessa.

—Volveremos dentro de unas horas.

—Tarda lo que quieras —respondió Vanessa mirando a Peterson—. No creo que vaya a ningún sitio.

Evelyn utilizó el dedo para darse un golpecito en la nariz, al estilo de Robert Redford en El golpe. Vanessa hizo lo mismo.

—Esto es absurdo —masculló Amanda, que entró en el coche para coger el bolso y el libro.

—Vamos, anímate —dijo Evelyn—. Puede que encontremos algo divertido.

Evelyn condujo su Ford Falcon por North Avenue. La camioneta estaba vacía de cajas de embalar, pero tenía algunos artículos infantiles. Salvo por la radio que descansaba en el asiento entre ellas, no había nada que indicase que una agente de policía conducía aquel automóvil. Notó que el vinilo del asiento se le pegaba a las piernas, y, como era hija única, no tenía primos y apenas solía estar con niños, no pudo evitar pensar que Zeke Mitchell había segregado alguna sustancia repugnante en el asiento.

—Bonito día —dijo Evelyn.

Debía de estar de broma. El sol del mediodía era tan intenso que le lloraban los ojos y tuvo que protegérselos.

Evelyn cogió su bolso y se puso las gafas de sol.

—Creo que tengo otro par —dijo rebuscando en el bolso.

—No, gracias.

Amanda había visto el mismo tipo de gafas en Richway. Costaban al menos cinco dólares.

—Como quieras.

Evelyn cerró su bolso. Conducía como una anciana, parándose en los semáforos amarillos, dejando pasar a todo el mundo. Tenía un pie en el acelerador y el otro en el freno. Cuando llegaron a la entrada del Varsity, estaba a punto de coger el volante y echarla del coche.

—Tranquila.

Con gran concentración, metió el Falcon en un aparcamiento que estaba cerca de la entrada a North Avenue. Los frenos chirriaron cuando pisó el pedal, avanzando lentamente hasta que notó que las ruedas chocaban contra la barrera. Al final, echó el freno de mano. El motor traqueteó al apagar el contacto, y el coche se tambaleó.

Evelyn se giró y miró de frente a Amanda.

—¿Bien?

—¿Para qué me has traído aquí? Yo no tengo ganas de comer.

—Creo que prefiero que no me hables.

—Tus deseos son órdenes para mí —replicó Amanda. Pero no pudo contenerse—. Casi consigues que me violen.

Evelyn se apoyó contra la puerta.

—En mi defensa, diría que nos iban a violar a las dos.

Amanda sacudió la cabeza. Evelyn parecía incapaz de tomarse nada en serio.

—Pero salimos bien paradas —añadió.

—Ahórrate tu energía positiva.

Evelyn se quedó callada. Volvió a girarse. Tenía las manos en el regazo. Amanda observaba el tablero con los menús. Las palabras se entremezclaban sin sentido. Mentalmente, enumeró todas las cosas que tenía que hacer antes de acostarse. Cuanto más pensaba en ello, más trabajo le costaba. Estaba demasiado cansada para hacer nada. Incluso para estar allí.

—Joder, chica —dijo Evelyn con voz profunda, imitando el tono grave del chulo—. Estás muy buena.

Amanda apoyó el libro de texto en su regazo.

—Basta.

Evelyn, como era de esperar, hizo caso omiso.

—Estás para comerte.

Amanda apartó la vista y se llevó la mano a la barbilla.

—Por favor, cállate.

—Deja que te coja ese hermoso culo.

—Por el amor de Dios —farfulló de rabia Amanda—. ¡Él no dijo eso!

Le temblaban los labios, pero, por primera vez en cuatro días, no era porque estuviese conteniendo las lágrimas.

—Mmm-hmm —continuó Evelyn, provocándola y moviendo las caderas obscenamente en el asiento—. Estás muy buena.

Amanda no pudo evitar que sus labios se levantasen y, de pronto, se echó a reír. Por mucho que lo intentaba, no podía controlarse. Su boca se abrió de par en par. Notó que la presión disminuía, y no solo por el sonido, sino por el aire que había atrapado en sus pulmones como un veneno. Evelyn también se reía, lo que resultaba lo más gracioso de todo. No tardaron mucho en estar las dos dobladas sobre sus asientos con las lágrimas corriéndoles por las mejillas.

—Buenas tardes, señoritas. —El camarero apareció en la ventanilla de Evelyn. Tenía el gorro inclinado graciosamente a un lado. Colocó una tarjeta en el parabrisas y les sonrió como si participase de la broma—. ¿Qué van a tomar?

Amanda se secó las lágrimas de los ojos. Por primera vez desde hacía algunos días, tenía hambre.

—Tráeme un Glorified Steak y unos aros de cebolla. Y un batido.

—Yo tomaré lo mismo. Pero añade una empanadilla —dijo Evelyn.

—Espera. Tráeme a mí también otra.

Evelyn aún se estaba riendo cuando el camarero se fue.

—Dios santo. —Suspiró. Le dio un golpecito al espejo y utilizó la punta del meñique para arreglarse el delineador de ojos—. Dios santo. No he podido pensar en comer desde que… —No tuvo que terminar la frase. Ninguna de las dos tendría que terminar aquella frase nunca más.

—¿Qué te ha dicho tu marido? —preguntó Amanda.

—Hay cosas que no comparto con Bill. A él le gusta pensar que soy como la agente 99, siempre segura mientras Max Smart hace el verdadero trabajo. —Soltó una breve carcajada—. Y no anda desencaminado. En esa estúpida serie, ni siquiera dicen su nombre. Es solo un número.

Amanda no respondió. Parecía un capítulo de su libro sobre los estudios de las mujeres.

Evelyn esperó unos instantes.

—¿Y qué dijo tu padre?

—No estaría aquí si se lo hubiera contado. —Amanda cogió el borde del libro—. A Hodge lo han trasladado a Model City.

—¿Y dónde crees que he estado yo?

Amanda se quedó boquiabierta.

—¿Te han asignado a Model City?

—Hodge ni siquiera me dirige la palabra. Lo primero que hago todas las mañanas es ir a su oficina, preguntarle qué pasó, a quién hemos cabreado, por qué nos envió a Techwood, y todos los días me echa de su oficina.

Amanda no pudo evitar sentirse impresionada por el desparpajo de Evelyn.

—¿Crees que te han castigado? —preguntó—. No lo creo. Los jefes no me trasladaron, y yo estaba allí contigo.

Evelyn parecía tener su propia opinión sobre el asunto, pero prefirió guardársela para sí.

—Los muchachos se encargaron del chulo ese.

Amanda sintió que el corazón le daba un vuelco.

—¿No se lo has dicho a nadie?

—Por supuesto que no, pero no hace falta ser Colombo para saberlo: un chulo sangrando en el suelo con la picha fuera y nosotras dos a punto de sufrir un ataque al corazón.

Tenía razón. Evelyn las había salvado, al dejarlo noqueado a la espera de la llegada de la caballería.

—Lo dejaron salir con tiempo suficiente para poderlo arrestar de nuevo. Al parecer, se resistió a la autoridad. Le dieron un paseo por Ashby Street y acabó en el hospital.

—Me parece muy bien. Así aprenderá.

—Es posible —dijo Evelyn dubitativa—. Dijo que yo me quedé con los brazos cruzados mientras él te violaba, esperando mi turno.

—Probablemente, le haya ocurrido cientos de veces. Ya viste a Jane. Estaba aterrorizada.

Evelyn asintió poco a poco.

—Dwayne Mathison. Ese es su verdadero nombre. Ha sido acusado un par de veces por maltratar a sus chicas. Normalmente, chicas blancas; mujeres altas, rubias, que solían ser atractivas. Se hace llamar Juice.

—¿Cómo el jugador de fútbol americano?

—Sí, solo que uno ganó el trofeo Heisman y al otro le gusta pegar a las mujeres.

Evelyn le dio unos golpecitos al libro de texto de Amanda y añadió:

—Me sorprende.

Ella tapó el libro con ambas manos, avergonzada.

—Es un curso obligatorio.

—Aun así, no está mal saber lo que sucede en otros sitios.

Amanda se encogió de hombros.

—Eso no cambiaría las cosas.

—¿No crees que sea inevitable? Mira lo que ha pasado con los negros —dijo señalando el restaurante—. Nipsey Russell solía pasarse las horas tirado en la acera y ahora se le ve en televisión a todas horas.

Era cierto. Amanda no sabía lo que más cabreaba a su padre, si ver a Russell en todos los concursos o toparse con Monica Kaufman, la nueva presentadora negra en el Canal 2 todas las noches.

—El alcalde Jackson no lo está haciendo tan mal. Se puede decir lo que se quiera sobre Reggie, pero la ciudad no se ha derrumbado. De momento.

El camarero regresó con la comida. Pasó la bandeja por la ventanilla de Evelyn. Amanda cogió su bolso.

—Deja, yo pago —dijo Evelyn.

—No necesito que…

—Considéralo una forma de comprar tu perdón.

—Vas a necesitar algo más que eso.

Evelyn contó los billetes y dejó una generosa propina.

—¿Qué vas a hacer mañana?

Si iba a ser un sábado como otro cualquiera, lo pasaría limpiando la casa de su padre, luego su apartamento y después dando una vuelta con Mary Tyler Moore, Bob Newhart y Carol Burnett.

—Aún no lo he pensado.

Evelyn le pasó su comida.

—¿Por qué no vienes a casa? Vamos a hacer una barbacoa.

—Tengo que mirar mi agenda —respondió Amanda, aunque sabía que su padre no lo aprobaría. De hecho, ya le preocupaba que se enterase de algo. Deliberadamente, todas las mañanas de esa semana la había estado advirtiendo de que se mantuviera alejada de Evelyn Mitchell—. Pero gracias por la invitación.

—Bueno, ya me dirás. Me encantaría que conocieras a Bill. Es tan… —Su voz adquirió un tono romántico—. Es el mejor. Estoy segura de que te gustará.

Amanda asintió, sin saber qué decir.

—¿Tú sales mucho?

—Todo el tiempo —respondió ella en broma—. A los hombres les encanta cuando descubren que eres policía. —Lo dijo en tono sarcástico, dando a entender que salían pitando por la puerta. Luego añadió—: De todas formas, ahora estoy muy ocupada para salir. Estoy intentando acabar mi carrera. Tengo muchas cosas que hacer.

Evelyn entendió lo que quería decir.

—Cuando trabajas con gilipollas como Peterson, se te olvida lo que es un hombre amable y normal —dijo—. También los hay buenos. No dejes que los neandertales te hundan.

—Mmmm —dijo Amanda llevándose una patata frita a la boca, y luego otra, hasta que Evelyn hizo lo mismo.

Comieron en silencio, dejando los vasos sobre el salpicadero mientras sujetaban los envases en el regazo. Eso era justo lo que Amanda necesitaba: una hamburguesa y unas grasientas patatas fritas. El batido de chocolate estaba tan dulce como un postre, pero se comió la empanadilla. Cuando terminó, volvió a sentir unas ligeras náuseas, pero, en esa ocasión, era más por indulgencia que por miedo.

Evelyn colocó los envases vacíos en la ventanilla del restaurante. Luego se llevó la mano al estómago y gruñó:

Mamma mia, la carne estaba picante.

—Esta mañana he metido un bote nuevo de Alka-Seltzer en el bolso.

Evelyn le hizo un gesto al camarero y pidió dos vasos de agua.

—Empiezo a pensar que eres una mala influencia para mí…, y que yo lo soy para ti.

Amanda parpadeó prolongadamente.

—Es la primera vez que quisiera estar en el coche con Peterson, así me podría tender y echarme a dormir.

—Te despertarías con él encima —replicó Evelyn echándose el pelo hacia atrás. Luego guardó silencio durante unos segundos y preguntó—: ¿Por qué crees que Hodge nos envió a Techwood?

No era la primera vez que Amanda sentía el peligro que podía haber detrás de esa pregunta. Era obvio que algún jefazo estaba moviendo los hilos. Tanto Evelyn como Hodge habían sido trasladados, y ella no sabía lo que podría ocurrirle, especialmente si descubrían lo que había estado haciendo.

Evelyn le dio un codazo.

—Vamos, chica. Sé que has estado pensando en ello.

—Bueno —dijo. Luego consideró si debía callarse, pero continuó—: El hombre del traje azul me tiene intrigada. Y no porque sea abogado.

—Ya sé a qué te refieres. Entró en la comisaría como si fuese el jefe. Le gritó a Hodge. No se le puede hacer una cosa así a un policía, por mucho que seas blanco y luzcas un buen traje.

—Hodge le llamó por su apellido. Durante el recuento, le dijo: «Señor Treadwell, podemos hablar en mi oficina».

—Y luego se metieron en el despacho, y Treadwell empezó a darle órdenes nada más entrar.

—Evelyn, te estás olvidando de lo más importante. Piensa en lo que me has dicho antes. Andrew Treadwell, padre, tiene amigos en las altas esferas. Se hizo una foto con el alcalde Jackson. Trabajó en su campaña. ¿Por qué recurriría a un humilde sargento sin influencia alguna y que llevaba al mando menos de una hora?

—Tienes razón. Sigue.

—Treadwell-Price está especializada en derecho urbanístico. Treadwell Sénior está negociando todos esos contratos para la nueva línea de metro que nadie quiere.

—¿Cómo lo sabes?

—Fui al periódico y estuve mirando viejas ediciones.

—¿Te dejaron hacerlo?

—Mi padre estuvo trabajando el año pasado en ese caso de secuestro —dijo Amanda encogiéndose de hombros. Exigieron un rescate de un millón de dólares por un editor. Una de las últimas funciones oficiales de Duke fue llevar el dinero desde la cámara acorazada del C&S hasta el punto de intercambio—. Les dije quién era y me dejaron ver los archivos.

—¿Tu padre no sabe que estuviste allí?

—Por supuesto que no. —Duke se habría puesto furioso si supiera que no lo había consultado primero con él—. Me habría preguntado en qué estaba metida. No quise abrir esa caja de truenos.

—Vaya —exclamó Evelyn apoyando la cabeza en el respaldo—. Lo que has descubierto es muy interesante. ¿Algo más?

Amanda volvió a dudar.

—Vamos, cariño. No seas tan desconfiada.

Amanda suspiró para mostrar su reticencia. Sospechaba que estaba removiendo algo sucio.

—El hombre que estuvo hablando con Hodge no es Treadwell Júnior. Según el periódico, Treadwell Sénior solo tiene una hija.

Evelyn se irguió de nuevo.

—¿Se llama Kitty? ¿O Katherine? ¿O Kate?

—Eugenia Louise, y está en una escuela para chicas en Suiza.

—Entonces ¿no está metiéndose caballo en Techwood?

—¿Caballo?

—Así llaman los negros a la heroína. —El camarero regresó con los dos vasos de agua—. Gracias. —Amanda desenroscó el tapón del Alka-Seltzer y echó dos pastillas en cada vaso. El sonido del burbujeo resultó agradable.

—Entonces no hay Treadwell Júnior —dijo Evelyn—. Y, así pues, ¿quién era el hombre del traje azul? ¿Y por qué Hodge pensó que era Treadwell? —Sonrió—. Estoy segura de que piensa que todos los blancos somos iguales.

Amanda también sonrió.

—El del traje azul tiene que ser un abogado. Puede que trabaje en el bufete y que Hodge pensara que se llamaba Treadwell. Pero eso tampoco tiene mucho sentido.

Ya hemos concluido que Andrew Treadwell no enviaría a un subalterno para hablar con un capitán de zona recién nombrado. Se habría dirigido directamente al alcalde. Cuanto más delicada es una situación, menos personas quieres que la conozcan.

Evelyn estableció la obvia conexión.

—Lo que significa que el hombre del traje azul tomó la iniciativa para ayudar a su jefe o intentaba causar problemas.

Amanda no estaba muy segura a ese respecto, pero dijo:

—En cualquier caso, Hodge no le dijo lo que quería oír. El del traje azul estaba muy enfadado cuando se fue. Le gritó y salió muy cabreado de comisaría.

Evelyn volvió a su teoría inicial.

—El del traje azul presionó a Hodge para que nos enviase a ver a Kitty Treadwell. Treadwell no es un nombre muy común. Tiene que estar relacionada de alguna forma con Andrew Treadwell.

—No pude encontrar una conexión en los periódicos, pero no guardan todas las ediciones antiguas, y no les gusta que hagas una búsqueda muy intensa.

—Treadwell-Price está en ese edificio de oficinas nuevo que hay en Forsyth Street. Podríamos sentarnos durante la hora de la comida. Esos tipos no compran comida para llevar. El del traje azul tendrá que salir tarde o temprano.

—¿Y luego qué?

—Le enseñamos nuestra placa y le hacemos algunas preguntas.

Amanda no creía que fuera a funcionar. Lo más probable es que se riera en su cara.

—¿Y qué pasa si Hodge se entera de que estás indagando?

—No creo que le importe siempre que no esté en su oficina haciéndole preguntas. ¿Qué me dices de tu nuevo sargento?

—Es uno de los guardias antiguos, pero apenas sabe cómo me llamo.

—Probablemente esté borracho antes de la hora de comer —dijo Evelyn. Estaba en lo cierto. Una vez que los sargentos veteranos repartían las tareas de la mañana, era difícil ver a uno en su escritorio—. Podemos vernos el lunes después del recuento. A ellos no les importa lo que hagamos siempre y cuando estemos en la calle. Nessa se lleva bien con Peterson.

A Amanda le preocupó un poco lo bien que podía llevarse Vanessa con Peterson, pero lo dejó pasar.

—Jane no era la única chica que vivía en el apartamento. Había al menos otras dos.

—¿Cómo lo sabes?

—Había tres cepillos de dientes usados en el cuarto de baño.

—No es que Jane tuviera muchos dientes.

Amanda miró el vaso burbujeante. Tenía el estómago demasiado lleno para reírse de las bromas de Evelyn.

—Una parte de mí me dice que estoy loca por perder el tiempo tratando de localizar a una prostituta yonqui.

—No eres la única que ha estado perdiendo su tiempo —añadió Evelyn en tono de disculpa.

Amanda la miró con los ojos entrecerrados.

—Lo imaginaba. ¿Qué has descubierto?

—Hablé con una amiga que conozco en el Five. Cindy Murray. Es una buena chica. Le describí a Jane. Cindy dijo que recordaba haberla visto la semana pasada. Muchas chicas tratan de cobrar vales que no les pertenecen. Tienen que enseñar dos identificaciones: un carné, una tarjeta de donante de sangre, una factura de electricidad o algo con la foto y la dirección. Si Jane es la chica que recordaba Cindy, intentó utilizar el carné de otra. Cuando Jane vio que la habían pillado, perdió los estribos y empezó a chillar y a lanzar amenazas. Los de seguridad tuvieron que echarla a la calle.

—¿Qué pasó con el carné?

—Lo guardaron en una caja para ver si alguien lo reclama. Cindy me dijo que tienen cientos de ellos. A final de año los cortan por la mitad y los tiran.

—¿Están las listas de asistencia social ordenadas por nombres o por direcciones?

—Por números, por desgracia. Muchas tienen el mismo apellido o viven en el mismo domicilio, por eso les asignan un número.

—¿El número de la seguridad social?

—Por desgracia, no.

—Tienen que estar en los ordenadores, ¿no es verdad?

—Están cambiando el sistema de las tarjetas perforadas por el de las cintas magnéticas. Cindy me dijo que era un caos. Ella está trabajando a destajo mientras los hombres intentan resolverlo. Lo que significa que, aunque pudiesen acceder a la información, probablemente no nos la darían. Tenemos que hacerlo a mano: conseguir el número de la lista de asistencia social y luego contrastar el número con el nombre, verificarlo con la dirección, y luego volver a contrastar ambas cosas con el registro de subvenciones que comprueba si las chicas han cobrado sus vales en los últimos seis meses, lo cual podríamos utilizar para compararlos con los nombres que aparecen en los carnés. —Evelyn se detuvo para tomar aliento y concluyó—: Cindy me dijo que necesitaríamos una plantilla de cincuenta personas y veinte años.

—¿Cuánto tardarán en actualizar los ordenadores?

—No creo que eso importe —respondió Evelyn, que se encogió de hombros—. Son ordenadores, no varitas mágicas. De todas formas, tendríamos que hacerlo todo a mano, y eso asumiendo que nos proporcionasen acceso. ¿Tu padre conoce a alguien en el Five?

Duke le prendería fuego al Five si le dejasen.

—Eso no importa. No podemos empezar el proceso hasta que no encontremos el número de la asistencia social de Kitty Treadwell. —Amanda se quedó pensativa—. Jane dijo que habían desaparecido tres mujeres: Kitty Treadwell, Lucy y Mary.

—Yo ya he comprobado las personas desaparecidas en la Zona Tres y Cuatro. No aparece ninguna Kitty Treadwell, ni Jane Delray, a la que pensé en investigar mientras estuve allí. Lo que sí encontré fue una docena de Lucys y casi cien Marys. Jamás vacían los archivos. Algunas de ellas habrán muerto de viejas. Han estado desaparecidas desde la época de la Depresión. Puedo ir a las otras zonas la semana que viene. ¿Conoces al doctor Hanson?

Amanda negó con la cabeza.

—Pete. Dirige el depósito de cadáveres. —Miró la expresión de Amanda—. No pongas esa cara, es un buen tío. Lo que se espera de un forense, pero muy amable. Conozco a una chica que trabaja con él, Deena Coolidge. Me dijo que a veces le deja hacer algunas cosas.

—¿Qué cosas?

Evelyn puso los ojos en blanco.

—No es lo que piensas. Cosas del laboratorio. A Deena le encanta su trabajo, le gusta la química. Pete le está enseñando cómo hacer las pruebas y a trabajar sola en el laboratorio. También va a las clases nocturnas del Tech.

Amanda podía imaginar por qué el doctor Hanson le estaba dejando hacer esas cosas, y seguro que no era por generosidad.

—¿Comprobaste el DNF?

—¿El qué?

Se refería al archivo de negros muertos. Duke le había hablado de la lista de homicidios de negros que no se habían resuelto.

—Lo comprobaré —se ofreció Amanda.

—¿Comprobar el qué?

Cambió de tema.

—¿Sabemos si el apartamento está a nombre de Kitty?

—¡Vaya! —Evelyn parecía impresionada—. Buena pregunta. —Cogió una servilleta del salpicadero y anotó algo—. Me pregunto si el número que te asignan por las viviendas de la Sección Ocho es el mismo que se utiliza para recoger los vales de la asistencia social. ¿Conoces a alguien en la Autoridad de la Vivienda Pública?

—Sí. A Pam Canale. —Amanda miró el reloj—. Tengo que estudiar para mi clase nocturna, pero puedo llamarla el lunes a primera hora.

—Me puedes decir lo que has averiguado cuando vigilemos al del traje azul. —Anotó algo en la servilleta—. Aquí tienes el número de mi casa, por si te apetece venir mañana a la barbacoa.

—Gracias.

Amanda dobló la servilleta por la mitad y la guardó en el bolso. Resultaba difícil encontrar una mentira que pudiese justificar ante Duke una ausencia tan prolongada. Se pasaba el día llamándola al apartamento para asegurarse de que estaba en casa. Si no lo cogía después de que sonara por segunda vez, colgaba y se presentaba allí.

—¿Sabes? —dijo Evelyn—, leí un artículo en el periódico sobre ese chico del West que ha estado asesinando a estudiantes universitarios.

—Estas chicas no son universitarias.

—De todas formas, hay tres desaparecidas.

—Esto no es Hollywood, Evelyn. No hay asesinos en serie en Atlanta. —Amanda cambió de tema y buscó algo más plausible—. He estado pensando en el apartamento de Kitty. Había tres bolsas de basura llenas de ropa en el dormitorio. Ninguna mujer se puede permitir tanta ropa, especialmente si vive en los suburbios. —Amanda notó que le sonaban las tripas. Se había olvidado del vaso de papel que tenía en la mano. Se bebió el Alka-Seltzer de un trago y contuvo el eructo—. También había mucho maquillaje. Demasiado para una sola chica. Incluso para una prostituta.

—Jane no llevaba ningún maquillaje. Tampoco ninguna mascarilla debajo de los ojos. No me la puedo imaginar limpiándose con crema todas las noches.

—Había crema en el cuarto de baño —recordó Amanda—, pero no hace falta decir que estaba sin usar. Había compresas en el cubo de basura, pero una caja de Tampax en la estantería. Es obvio que había alguien allí que no se dedicaba a eso. Puede que una hermana pequeña. Puede que Kitty Treadwell.

Evelyn se llevó el vaso a los labios.

—¿Qué te hace pensar eso?

—No puedes ponerte un Tampax si eres virgen. Por eso…

Evelyn se atragantó. El agua le salió por la boca y la nariz. Cogió la servilleta del salpicadero y empezó a toser con tanta fuerza que parecía que se le iban a salir los pulmones por la boca.

Amanda le dio unos golpecitos en la espalda.

—¿Te encuentras bien?

Evelyn se llevó la mano a la boca y tosió de nuevo.

—Lo siento. Se me ha ido por el otro lado. —Tosió una tercera y una cuarta vez, y dijo—: ¿Qué pasa?

Amanda miró a la calle. Un coche de la policía de Atlanta pasó a toda velocidad, con las luces girando, pero sin la sirena. El siguiente pasó justo al revés: con la sirena sonando y las luces apagadas.

—¿Qué demonios…? —dijo Amanda.

Evelyn encendió la radio. Lo único que podía oír era el parloteo de costumbre, seguido de las interferencias de los micrófonos para que no se oyese a los que hablaban.

—Idiotas —murmuró Evelyn bajando el volumen.

Otro coche patrulla pasó con la sirena atronando.

Amanda estaba erguida en su asiento, tratando de ver qué sucedía. Luego se dio cuenta de que había una forma más sencilla. Tiró el vaso de papel por la ventana y abrió la puerta. Cuando llegó a la acera, otro coche pasó a toda velocidad; esta vez era un Plymouth Fury, como el suyo.

Evelyn llegó a su lado.

—Esos eran Rick y Butch, de Homicidios. Se dirigen a Techwood. Todos van hacia allí.

Ninguna de las dos dijo lo que pensaba. Regresaron a la camioneta. Amanda empujó a Evelyn para que se sentase en el asiento del acompañante.

—Yo conduzco.

Evelyn no protestó. Se acomodó en su asiento mientras Amanda daba marcha atrás, y luego subieron North Avenue. Giraron en Techwood Drive. Un coche patrulla les adelantó a toda velocidad por la izquierda cuando giraron en Pine.

Evelyn se agarró al salpicadero.

—Dios santo. ¿Por qué tienen tanta prisa?

—Lo sabremos muy pronto.

Amanda se subió a la acera. Había cinco coches patrulla y dos Plymouths sin distintivos. No había ningún niño jugando en el patio de Techwood Homes, aunque sus padres sí estaban. Hombres sin camiseta y vaqueros ajustados con una lata de cerveza en la mano. La mayoría de las mujeres también llevaban muy poca ropa, pero había algunas que parecían recién llegadas del trabajo. Amanda miró el reloj. Era la una en punto. Probablemente habían regresado a casa para comer.

—Amanda.

Evelyn habló con voz temblorosa. Amanda vio que miraba el segundo bloque de apartamentos situado a la izquierda. Había un grupo de agentes uniformados apiñados en la entrada. Butch Bonnie pasó a su lado cuando salió al patio. Se puso de rodillas y vomitó en el suelo.

—Vaya —dijo Amanda buscando un pañuelo en el bolso—. Le podemos dar un poco de agua de…

—Tú quédate quietecita —respondió Evelyn sujetándola con firmeza.

—Pero…

—Hablo en serio —dijo Evelyn con un tono desconocido para Amanda.

Rick Landry fue el siguiente en salir del edificio. Utilizó el pañuelo para limpiarse la boca, y luego se lo guardó en el bolsillo. De no haber sido porque su compañero aún estaba de rodillas y vomitando, probablemente no las habría visto. Se dirigió hacia ellas.

—¿Qué coño hacéis aquí?

Amanda abrió la boca, pero Evelyn fue quien respondió:

—Tuvimos un caso aquí esta semana. En la planta de arriba. Apartamento C. Una prostituta llamada Jane Delray.

Landry se pasó la lengua por las mejillas mientras miraba a Evelyn y Amanda.

—¿Y qué?

—Está claro que ha pasado algo.

—Estamos en Techwood, cariño. Aquí suceden cosas todos los días.

—¿En la planta de arriba? ¿En el apartamento C?

—Te equivocas —respondió Landry—. Ha ocurrido detrás del edificio. Ha sido un suicidio. Saltó desde el tejado y se aplastó contra el suelo.

—¡Joder!

Butch Bonnie dio una arcada que sonó como el gruñido de un jabalí. La mirada de Landry titubeó. No miraba a su compañero, pero tampoco a Amanda y Evelyn.

—Usted —dijo dirigiéndose a un agente uniformado—. Eche a estas personas de aquí. Ni que estuviéramos filmando una película de Tarzán.

El policía se apresuró a dispersar al grupo de curiosos, que respondieron con gritos y protestas.

—Puede que alguien viese… —dijo Evelyn.

—¿Qué viese el qué? —la interrumpió Landry—. Probablemente ni la conocían. Pero, si esperas un momento, verás cómo lloran, aúllan y dicen lo triste que ha sido. —Miró a Evelyn—. Ya deberías saberlo, Mitchell. No hay que dejarles que se agrupen o se pondrán muy emotivos y tendremos que llamar a un equipo de SWAT para echarlos.

Evelyn habló tan bajo que Amanda apenas pudo oírla.

—Queremos ver el cuerpo.

—¿Cómo dices? —exclamó Amanda.

—Parece que Ethel no está por la labor, Lucy[7] —dijo Landry sonriendo.

Evelyn no estaba dispuesta a desistir. Se aclaró la voz.

—Estamos investigando un caso, Landry. Lo mismo que tú.

—¿Lo mismo que yo? —repitió él con incredulidad. Miró de nuevo a Butch, que estaba sentado en cuclillas y jadeaba.

Amanda vio el brillo del revólver que llevaba en el tobillo.

—Lo que tenéis que hacer es volveros por…

—Ella tiene razón.

Amanda oyó claramente las palabras. Las había pronunciado con su voz. Habían salido de su boca.

Evelyn parecía tan sorprendida como la propia Amanda.

—Estamos investigando un caso —dijo Amanda dirigiéndose a Landry.

Eso era justo lo que estaban haciendo. Habían pasado la última media hora hablando de eso en el coche. Algo estaba ocurriendo con esas mujeres: Kitty, Lucy, Mary y ahora, posiblemente, Jane Delray. En aquel momento, Evelyn y Amanda eran las dos únicas agentes del cuerpo que sabían, o parecían saber, que habían desaparecido.

Landry encendió un cigarrillo. Soltó una bocanada de humo.

—¿Lo mismo que yo? —repitió, aunque esta vez riéndose—. ¿Desde cuándo las mujeres trabajan en un caso de homicidio?

—Tú acabas decir que ha sido un suicidio —replicó Evelyn—. Si es así, ¿qué haces aquí?

A Landry no le gustó la respuesta.

—Mitchell, si te gusta tocar los cojones, puedes tocarme los míos.

Amanda bajó la mirada para que su expresión no le delatase.

—Tengo bastante con los de mi marido, pero gracias. —Evelyn cogió el bolso y sacó su linterna—. Cuando tú digas.

Landry la ignoró y se dirigió a Amanda.

—Vamos, chicas. Este no es lugar para vosotras. El cuerpo está hecho un asco. Hay tripas por todos lados. Es muy desagradable. Demasiado desagradable para unas señoritas. —Levantó el mentón señalando a Butch, sin expresar lo que era obvio—. Venga, coged el coche y marchaos. Nadie dirá nada.

Amanda sintió que el estómago se le dejaba de encoger. Les estaba ofreciendo una salida, una salida airosa. Nadie sabría que habían querido ver el cuerpo. Podrían marcharse con la cabeza alta. Amanda estaba a punto de aceptar la oferta, pero Landry añadió:

—Además, no quiero que tu padre me persiga con una escopeta por haber asustado a su niñita.

A Amanda le recorrió un extraño cosquilleo por la espalda. Parecía como si cada vértebra hubiera ocupado de golpe su lugar. Habló con increíble seguridad.

—¿Has dicho que la víctima está detrás del edificio?

Evelyn parecía tan sorprendida como Landry cuando Amanda empezó a dirigirse hacia el edificio. Se puso a su lado y susurró:

—¿Qué haces?

—Tú sigue andando —le rogó Amanda—. Por favor.

—¿Has visto alguna vez un cadáver?

—De cerca, no —admitió—. A menos que cuentes a mi abuelo.

Evelyn soltó una maldición. Habló con voz seca.

—Sea como sea, no te marees. Ni grites. Y, por lo que más quieras, no te eches a llorar.

Amanda estaba dispuesta a hacer las tres cosas, y aún no había visto el cuerpo. ¿Qué estaba haciendo? Landry tenía razón. Si Butch Bonnie no había sido capaz de soportarlo, ellas tampoco podrían.

—Escucha —ordenó Evelyn—: si te derrumbas, no volverán a confiar en ti nunca más. Acabarás mecanografiando informes o cortándote las venas.

—Estoy bien —dijo. Luego, viendo que Evelyn también necesitaba escucharlo, añadió—: Y tú también.

Los tacones de Evelyn levantaban el polvo mientras caminaba al lado de Amanda.

—Yo estoy bien —repitió—. Tienes razón. Estoy bien.

—Las dos lo estamos.

Le corría tanto sudor por la espalda que tenía la ropa interior empapada. Se alegró de llevar una falda negra, de haberse tomado un Alka-Seltzer y de no estar sola cuando entró en el oscuro edificio.

El vestíbulo era más sombrío de lo que Amanda recordaba. Miró hacia las escaleras. Uno de los paneles del tragaluz estaba roto y habían colocado un trozo de madera en su lugar. Ambas se detuvieron en la puerta metálica al final del vestíbulo, esperando a Landry.

Él puso la mano en la puerta, pero no abrió.

—Escuchadme un momento. El juego se ha acabado. Volved a vuestros informes de pobres fulanillas que se juntaron con el tipo equivocado y armaron un alboroto por nada.

—Estamos investigando un caso —dijo Evelyn—. Puede que tenga algo que ver con…

—La puta se tiró al vacío. ¿No ves este basurero? No me extraña que alguien quiera saltar desde el tejado.

—Aun así.

—Venga, dejadlo. Esto ya ha ido demasiado lejos.

—Yo…

—¡Basta! —exclamó Landry dándole un golpe a la puerta con el puño—. ¡Cierra la puñetera boca! Os he dicho que os marchéis y más vale que lo hagáis.

Evelyn estaba visiblemente asustada, pero insistió.

—Solo queremos…

—¿Quieres cabrearme? —Cogió la linterna de Evelyn y se la clavó en el pecho—. ¿Te gusta? —La empujó una y otra vez hasta que la arrinconó contra la pared—. A que ahora no hablas tanto, ¿verdad que no?

—Rick… —dijo Amanda.

—¡Cállate! —Se vio un destello de piel blanca cuando puso la linterna entre las piernas de Evelyn—. Si no quieres que te la meta de verdad, más vale que hagas lo que te he dicho. ¿Comprendes?

Evelyn no dijo nada, solo podía asentir. Levantó las manos en señal de rendición.

—A mí no me jodas —advirtió Landry—. ¿Lo entiendes?

—Lo siente mucho —intervino Amanda—. Las dos lo sentimos mucho. Rick, por favor.

Lentamente, Landry sacó la linterna de debajo de la falda de Evelyn. Con una mano, le dio la vuelta y se la dio a Amanda.

—Llévatela de aquí.

Amanda obedeció.

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