Criminal

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Capítulo dieciocho

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Evelyn rezongó al levantarse de la silla. Meció al niño mientras lo llevaba a la cuna. Se desplomó sobre el colchón como una muñeca de trapo. Evelyn tiró de las sábanas y las plegó sobre sus estrechos hombros. Le echó el pelo hacia atrás con los dedos. Se inclinó y le besó en la mejilla antes de hacerle a ella una señal para marcharse.

En lugar de dirigirse hacia la cocina, Evelyn la llevó a la habitación de al lado. Llevaba un traje de crinolina azul que parecía susurrar cuando caminaba. Encendió la luz de arriba y vio que estaban en un despacho. Había dos escritorios en las paredes opuestas, ambos muy ordenados. Amanda dedujo que el de metal negro sería el de Bill Mitchell, pues dudaba que utilizase el escritorio blanco y elegante de estilo rococó con los tiradores de cristal color rosa.

La libreta de Evelyn estaba colocada justo en el borde. Había una lista de la compra a su lado. Lo que destacaba por encima de todo es que el rompecabezas estaba desplegado en la pared. Había utilizado chinchetas para sujetar los diferentes papeles kraft de colores.

—Pensé que así sería más fácil —dijo acercando la silla de Bill para que Amanda se sentase. Evelyn tomó asiento frente a su escritorio y abrió el cajón de arriba—. He encontrado esto en Five Points.

Amanda cogió los carnés: Lucy Anne Bennett, Kathryn Elizabeth Treadwell, Mary Louise Eitel, Donna Mary Halston y Mary Abigail Ellis.

Observó las fotos cuidadosamente y apartó las que pertenecían a las dos Marys y se quedó con la de Donna Mary Halston.

—Esta se parece a Kitty y a Lucy.

—Eso es lo que pensé.

—Por lo que se ve él tenía un tipo de chica.

Amanda no había pensado en eso, pero tenía sentido. Todos los hombres tienen un determinado tipo de mujeres que les atraen. ¿Por qué iba a ser diferente el asesino?

—Todas parecen chicas muy normales. Nunca sabría a qué se dedicaban.

Amanda miró las fotografías. Parecían normales. Nada indicaba que fuesen prostitutas, nada mostraba que hubiesen caído hasta los niveles más bajos de la depravación para pagarse una adicción.

Sin embargo, lo más sorprendente era su parecido. Tenían el pelo rubio y los ojos azules. Eran altas y delgadas, con los labios carnosos y exuberantes, y una mirada expresiva. No solo eran guapas, sino hermosas.

—Todas tenían la misma dirección —señaló Amanda—. Techwood Homes. Volveré a llamar a Pam Canale y ver si puede localizar el apartamento por el número. Me parece que pertenecía a Kitty, pero no creo que nos sirva de mucho saberlo. —Se le ocurrió una idea—. Podemos llevar mañana las fotos de carné a Techwood. Como dijiste, el noventa por ciento de los que viven allí son negros. Todo el mundo conocería a tres chicas blancas.

—De acuerdo. Quédate con ellas. —Evelyn cogió la libreta del escritorio, pero no la abrió—. Comprobé todos los archivos de personas desaparecidas. No había nada de Lucy o Jane, pero encontré uno de Mary Halston. Tiene una hermana en Virginia que lleva buscándola más de un año.

—Podemos llamarla —dijo Amanda guardando las fotos en su bolso—. Seguro que hablará con nosotras.

—Tenemos que hacerlo desde aquí. Si ponemos una conferencia desde la comisaría, nos despellejarán.

Su pellejo ya estaba en peligro.

—¿Hay algo más que te haya llamado la atención?

—Comprobé el archivo de negros muertos —dijo mirando la libreta—. Ninguno parece cuadrar con nuestro caso. Pero todas esas chicas desaparecidas…, al menos veinte, y a nadie se le ha ocurrido hacer nada más que meterlas en un archivo.

Movió la cabeza con lentitud. Amanda se sintió avergonzada por haberle hablado de eso. Evelyn prosiguió:

—Están muertas, secuestradas o les han hecho daño, y nadie se preocupa, o al menos eso parece. Deben de tener familias que las están buscando, pero apenas hay expedientes de mujeres negras desaparecidas. Imagino que sus familias saben que eso no importa. Al menos no… —Su voz se apagó mientras abría el cuaderno—. Anoté todos sus nombres. No sé por qué. Pensé que alguien debería saber que han desaparecido.

Amanda miró la larga lista de nombres. Todas muertas. Y todas habían acabado en un archivo que nadie miraba.

Evelyn soltó un prolongado suspiro. Volvió a poner el cuaderno encima de la mesa.

—¿Cómo te fue en la cárcel?

—Fue repugnante. —Amanda buscó en su bolso, aunque apenas necesitaba consultar sus notas—. Juice confesó haber matado a Lucy Bennett, pero solo para evitar la pena de muerte.

—¿No le ha explicado nadie que ya no hay pena de muerte?

—Le dijeron que la impondrían de nuevo por él.

—Entonces supongo que ha sido muy inteligente por su parte.

—Si no te importa pasar el resto de tu vida en prisión. —Amanda abrió el cuaderno—. Me confirmó que Kitty es la hija de Andrew Treadwell.

—Bien —dijo Evelyn con una sonrisa de suficiencia—. Nuestra teoría de la oveja negra era correcta.

—Yo no esperaría una medalla por eso —le aconsejó Amanda—. Aquí viene la mejor parte: Juice me dijo que Hank Bennett fue a verle, más o menos una semana antes de que Lucy desapareciese.

Evelyn soltó un gruñido.

—Joder, ese tío miente más que habla.

Cogió el bolígrafo de su mesa y se levantó para escribir en el rompecabezas que había en la pared. «Vio a su hermana una semana antes de su desaparición», dijo en voz alta mientras ponía esas palabras debajo del nombre de Hank Bennett.

—¿Qué más te dijo Juice?

—Que Hank Bennett le pidió que no le diese más heroína a Kitty.

—¿Querrás decir a Lucy?

—No, a Kitty.

Evelyn se giró.

—¿Y por qué iba a querer Hank Bennett que Juice no le diese más heroína a Kitty?

Amanda imitó al sargento Hodge.

—Esa es una buena pregunta.

Evelyn gruñó mientras miraba el rompecabezas.

—Puede que Andrew Treadwell enviase a Hank Bennett para desintoxicar a Kitty.

—Es posible.

Evelyn no parecía muy convencida.

—De acuerdo, probemos una cosa: Trey Callahan de la Union Mission dijo que Kitty sobresalía por encima de las demás chicas. Obviamente, pertenecía a la clase alta. No sería difícil averiguar quién era su familia. A lo mejor Juice intentó chantajear a Treadwell, y este envió a Hank Bennett para que le hiciera el trabajo sucio. —Consultó sus notas—. Juice me dijo que Bennett le ofreció dinero para que no le diese caballo a Kitty.

Evelyn soltó un prolongado suspiro.

—Entonces, ¿es que Bennett fue a sobornar a Juice por Kitty y se encontró con que su hermana estaba allí?

—Juice me dijo que Bennett no llegó a ver a Lucy, pero ¿quién sabe? Todos mienten.

—Así es. —Evelyn se inclinó y estudió la hoja amarilla donde había dibujado el cronograma—. Tenemos que actualizar esto. Yo me encargo.

—Gracias por quedarte con lo más difícil. —Amanda revisó sus notas mientras Evelyn esperaba—. Veamos. La carta para Lucy Bennett llegó a la Union Mission. Tanto Trey Callahan como Juice lo han confirmado.

Evelyn cogió una nueva hoja azul, la pegó en la pared y escribió LA CARTA en el centro.

—¿Juice sabe lo que decía la carta?

—Sí. Que quería ver a su hermana, que la echaba de menos. Juice pensó que se trataba de una sarta de estupideces.

—Vaya, por una vez estoy de acuerdo con ese chulo.

Amanda continuó:

—Hank Bennett se presentó en la Mission pocos días después y habló con Trey Callahan. Luego, al poco, va a ver a Juice en su esquina, pero, en su lugar, ve a Kitty. Le dice a Juice que deje de pasarle caballo a Kitty, pero no pregunta por su hermana. —Entrecerró los ojos para leer sus notas—. Juice me comentó que le dijo a Bennett que esperase unos minutos porque Lucy estaba a punto de llegar, pero él no la esperó.

—Quizá ver a Kitty hizo que buscar a Lucy pasara a un segundo plano.

—Eso parece —señaló Amanda—. Dos semanas después, Lucy desaparece. Y una semana después, también Kitty. Y, posteriormente, Mary. —Amanda levantó la vista del cuaderno—. Tres chicas en cuestión de pocos meses. Pero ¿por qué?

—Dímelo y así puedo dejar de escribir.

Evelyn sacudió la mano antes de terminar la actualización. Al final, se echó hacia atrás y miró el cronograma. Ambas lo hicieron. El rompecabezas se estaba haciendo más grande por los retazos de información que no parecían tener conexión alguna.

—Me da la impresión de que se nos escapa algo.

—Veamos —dijo Amanda levantándose. A veces, moverse la ayudaba a reflexionar—. Mirémoslo de esta forma: Bennett intentaba ponerse en contacto con su hermana. Su padre había fallecido. Su madre quería ver a su hija para decirle lo ocurrido. Hank sale en busca de Lucy, pero encuentra a Kitty Treadwell.

—Vale.

—Bennett dijo que le envió la carta a Lucy en agosto. Lo recuerda porque acababa de graduarse en la Facultad de Derecho y su padre acababa de fallecer. Luego nos dijo que era su primer año como asociado en Treadwell-Price.

Vaaaya —soltó Evelyn alargando la palabra. Cogió el bolígrafo y escribió las fechas aproximadas—. ¿Vio Bennett a Kitty trabajando de prostituta en la calle y se valió de ello para obtener un trabajo en Treadwell-Price? —Sonrió—. Es uno de los mejores bufetes. Y un trabajo así te soluciona la vida. Puedo imaginar fácilmente a esa comadreja tratando de aprovecharse de la tragedia de su hermana.

—Por supuesto.

Evelyn se echó sobre el respaldo de la silla.

—Pero ¿qué tiene que ver eso con Jane Delray? ¿Y por qué ha mentido Bennett sobre su identificación? ¿Qué gana con la muerte de Lucy? ¡Sí! —Agitó el bolígrafo en el aire—. Un seguro. Lo estaba viendo desde una perspectiva equivocada. Obviamente, no hay una póliza a nombre de Lucy. El propio Bennett nos lo dijo; su padre muere, su madre también, por lo que los inmuebles y cualquier póliza pasan a nombre de los hijos. —Se irguió en la silla—. Quizá Bennett quería ver a Lucy para que renunciase a los inmuebles. Vi algo parecido con uno de los clientes de Bill el año pasado. El anciano estaba loco de remate. Sus hijos consiguieron que renunciase a todos sus inmuebles.

—A mí, desde luego, Hank Bennett me parece todo un oportunista.

—Además, ¿cuál sería la otra alternativa? —preguntó Evelyn—. ¿Que Bennett mató a Jane Delray? Lo vimos hace dos días, y sus manos estaban completamente limpias. No tenía los cortes ni los moratones típicos de haber atacado a alguien.

Amanda recordó el trozo de piel que encontraron en las uñas de Jane Delray.

—Ella arañó a su atacante. Tendría alguna marca en el reverso de sus manos, en el cuello o en la cara.

—A no ser que le arañase en el brazo o en el pecho. Llevaba un traje de tres piezas. ¿Quién sabe lo que hay debajo? —Evelyn resopló—. No me imagino a Hank Bennett estrangulando a una prostituta y tirándola luego del tejado de una casa en Techwood Homes.

Amanda, sin embargo, no sabía de lo que era capaz ese hombre.

—A mí ese hombre me da mala espina.

—Y a mí también.

Ambas miraron a la pared. Amanda dejó que sus ojos deambularan por los diferentes nombres.

—Juice me dijo que Kitty alquilaba su apartamento a otras chicas.

—Imagino que heredó el espíritu empresarial de su padre.

—El próximo paso y el más lógico sería interrogar a Andrew Treadwell y a Hank Bennett.

—O agitar las manos y salir volando.

—Tenemos que hablar otra vez con Trey Callahan en la Union Mission. Juice me dijo que es amigo del que dirige el comedor social.

Evelyn se quedó boquiabierta por la sorpresa.

—¿Es mi impresión o todo el mundo nos está mintiendo?

—También engañaron a los hombres. Nadie te dice la verdad si llevas una placa.

—Bueno, entonces debemos decirle a Betty Friedan[12] que por fin hemos logrado cierta igualdad.

Amanda sonrió.

—También deberíamos hablar con el hombre del comedor social.

—Aún no sabemos quién es el confidente de Butch. Alguien de Techwood identificó a Jane Delray como Lucy Bennett.

Evelyn cogió un papel en blanco del cajón de su escritorio.

—De acuerdo. Lo primero que debemos hacer mañana es ir a la Union Mission, luego al comedor social y después a Techwood para enseñar las fotografías de las chicas. ¿Crees que podemos incluir una foto de Hank Bennett? —Dio golpecitos con el bolígrafo en la mesa—. Conozco a una chica en la oficina de permisos de conducir. Seguro que allí podremos conseguir una foto suya.

Amanda miró a su amiga. Mostraba esa mezcla de excitación y determinación que ella misma había sentido durante toda la semana. Trabajar en ese caso les hacía olvidarse del peligro que corrían.

—Hoy dos personas han tratado de disuadirme.

—¿Landry?

—Bueno, con él son tres. Me refería a Holly Scott y a Deena Coolidge. Ambas me dijeron que era una locura hacer esto.

Evelyn se mordió el labio. No necesitó añadir que pensaba que ambas tenían razón.

—¿Vamos a seguir con esto? —preguntó Amanda.

Evelyn le devolvió la mirada, en lugar de responderle. Ambas sabían que debían poner fin a sus investigaciones, y lo que se jugaban: no solo sus trabajos, sino sus vidas y su futuro. Si las expulsaban del cuerpo de policía, nadie las volvería a contratar. Serían unas parias.

—¡Chicas! —gritó Bill Mitchell—. La cena está lista.

Evelyn se levantó. Apretó la mano de Amanda.

—Simula que está deliciosa, sea lo que sea.

Amanda no sabía si se refería a la cena de Bill o al embrollo en que se estaban metiendo. En cualquier caso, solo pudo sentir admiración por ella mientras la seguía por el pasillo. Evelyn era, o bien la persona más optimista que había conocido, o bien la más delirante.

—Señoritas —dijo Kenny, que estaba de pie, al lado del tocadiscos, con un LP en la mano—. ¿Qué os apetece escuchar?

Evelyn sonrió a Amanda mientras se dirigían a la cocina y dejó que ella respondiera a la pregunta.

Kenny sugirió:

—¿Skynyrd? ¿Allman Brothers? ¿Clapton?

Amanda pensó que era mejor quitarse ese dilema de encima diciendo:

—Lamento decir que yo soy más de Sinatra.

—¿Sabes que fui a verlo el año pasado al Madison Square Garden? —Kenny sonrió al ver su expresión de sorpresa—. Fui hasta Nueva York solo para verle. Me senté en la tercera fila. Subió al cuadrilátero como un campeón y cantó a pleno pulmón durante horas. —Rebuscó entre los discos y añadió—: Aquí está. Se lo dejé a Bill hace seis meses, aunque dudo que lo haya escuchado. —Le mostró a Amanda la funda del disco: The Main Event. Live.

—La cena se está enfriando —dijo Bill.

Amanda esperó hasta que Kenny puso el disco. Los primeros compases sonaron suavemente por los altavoces. Kenny alargó el brazo y la escoltó hasta el comedor. Evelyn estaba sentada en el regazo de su marido. Él le dio unas palmaditas en el trasero y ella le besó antes de levantarse.

—Amanda, el vino está delicioso —dijo dando un buen sorbo a la copa—. No hacía falta que trajeras nada.

—Me alegro de que te guste. Tuve la impresión de que el hombre de la tienda me estaba engañando.

—Estoy seguro de que eres una excelente sumiller —dijo Kenny acercándole una silla.

Amanda se sentó y dejó que el bolso se deslizara hasta el suelo. Kenny le pasó la mano por el hombro antes de sentarse enfrente de su hermano.

Amanda se llevó la copa a la boca y exhaló.

—¿Qué estáis tramando? —preguntó Bill—. ¿Debo preocuparme porque vayáis a empapelar la casa con cartulinas de colores?

—Puede —respondió Evelyn enarcando una ceja y dando otro sorbo a la copa de vino—. Estamos llevando un caso que probablemente hará que nos despidan.

—Entonces tendré más tiempo para estar con mi chica —exclamó Bill. Apenas parecía preocupado mientras ponía un trozo de asado con aspecto de estar seco en el plato de Evelyn—. ¿Os habéis estado quejando o causando problemas? —Cogió otro trozo de asado para Amanda—. ¿O ambas cosas?

—Probablemente, vamos a sacar a un negro de la cárcel —dijo Evelyn.

Kenny se rio.

—Vaya. Veo que hacéis amigos por todas partes.

—No lo digo en broma —respondió Evelyn terminándose la copa de vino—. Ese tipo se llama Juice.

—¿Cómo el jugador de fútbol americano? —Bill llenó el vaso de Amanda y luego el de Evelyn—. Corrió mil setecientas yardas en el 68.

—Mil setecientas nueve —corrigió Kenny—. Corrió ciento setenta y una contra el Ohio State en la Rose Bowl.

—Por el fútbol americano —dijo Bill levantando la copa.

—Eso, eso —añadió Kenny haciendo otro tanto. Todos brindaron. Amanda notó una ola de calor recorrerle el cuerpo. No se había percatado de lo tensa que estaba hasta que el vino empezó a relajarla.

—Bueno, el Juice que no es jugador de fútbol americano se ha enamorado de Amanda —dijo Evelyn guiñando un ojo desde el otro lado de la mesa—. Dice que es una mujer muy guapa.

—Vaya, un tipo astuto —dijo Kenny haciéndole un gesto a Amanda.

Ella le dio un buen sorbo al vino para ocultar su vergüenza.

—Es un chulo —añadió Evelyn—. Le conocimos la semana pasada en Techwood Homes.

Amanda notó cómo le palpitaba el corazón, pero Evelyn continuó hablando.

—Sus prostitutas son todas mujeres blancas.

—Mis favoritas —añadió Bill, volviendo a llenar el vaso de Amanda.

No se había dado cuenta de que ya se había tomado la primera copa. Amanda miró la comida que tenía en el plato. Obviamente, las verduras eran congeladas y la carne estaba demasiado hecha, incluso quemada un poco por los bordes.

—Jane, la prostituta —prosiguió Evelyn poniendo los ojos en blanco—, no era lo que se puede decir una persona ordenada. Al entrar, ¿qué es lo que dijiste, Amanda? Ah, sí: «Buscaré ediciones pasadas de Good Housekeeping».

Los hombres se echaron a reír. Evelyn prosiguió contando su historia.

—Era una completa pesadilla.

Amanda le dio un sorbo al vino y mantuvo la copa pegada a su pecho mientras Evelyn hablaba del apartamento en Techwood y de aquella respondona prostituta. Todos se rieron cuando imitó el acento sureño de Jane Delray. Había algo en su forma de contar lo sucedido que lo hacía parecer gracioso en lugar de aterrador. Parecía estar describiendo el argumento de una comedia de televisión en la que dos chicas valientes meten las narices donde no deben, pero terminan saliendo del embrollo con humor e ingenio.

—Venga, déjalo ya —dijo Amanda.

Todos se echaron a reír, aunque la sonrisa de Evelyn no era del todo sincera. Se tiró del pelo hacia atrás.

Bill alargó el brazo y le apartó la mano cariñosamente.

—Te vas a quedar calva.

—¿Te dolió tener que cortarte el pelo? —preguntó Amanda.

Evelyn se encogió de hombros. Obviamente, sí, pero respondió:

—Después de tener a Zeke, no tenía tiempo para ocuparme del pelo.

El vino había hecho que Amanda se desinhibiera.

—¿Te importó? —le preguntó a Bill.

Cogió la mano de Evelyn y respondió:

—Cualquier cosa que contente a mi chica.

—Lloré durante una hora —prosiguió Evelyn riéndose, aunque obviamente no le había hecho ninguna gracia.

—Yo creo que fueron seis —la corrigió Bill—. Pero me gusta.

—Te queda muy bien —añadió Kenny—. Aunque también te sienta bien el pelo largo.

Amanda acarició la parte de atrás de su cabello. El suyo era mucho peor que el de Evelyn.

—¿Por qué no te lo sueltas? —pregunto Kenny.

Amanda se quedó sorprendida y avergonzada. También estaba a punto de estar completamente ebria, razón por la que accedió.

Se quitó las horquillas. Cinco, seis, siete, ocho en total, además de la laca que le dejó los dedos pegajosos al soltarse el pelo. Su melena cayó hasta la mitad de la espalda. Se cortaba las puntas una vez al año, y solo se lo soltaba en invierno o por la noche, cuando estaba sola.

Evelyn suspiró.

—Estás guapísima.

Amanda se terminó el vino. Se sentía mareada. Al menos debería comer un poco de carne para que absorbiera el alcohol, pero no quería oír el sonido de la masticación. La habitación estaba en silencio, salvo por la música de Sinatra cantando Autumn in New York.

Bill cogió la botella y les llenó la copa a todos. Amanda pensó en tapar la suya con la mano, pero no pudo moverse.

El teléfono sonó en la cocina. Evelyn se sobresaltó.

—Dios santo, ¿quién puede llamar a estas horas?

Amanda no podía quedarse en la habitación sola y la siguió hasta la cocina.

—Residencia de los Mitchell.

Amanda se echó el pelo hacia atrás y se hizo un moño en la coronilla. Volvió a ponerse las horquillas. Se movía con torpeza. Había bebido demasiado vino y había acaparado demasiada atención.

—¿Dónde? —preguntó Evelyn. Tiró del cable del teléfono para coger un papel y un lápiz de uno de los cajones—. Repita —dijo mientras anotaba—. ¿Cuándo ha sucedido? —Hizo algunos ruidos para meterle prisa a la persona que hablaba. Finalmente, dijo—: Vamos para allá.

—¿Adónde vamos? —preguntó Amanda, con la mano apoyada en la encimera. El vino se le había subido a la cabeza—. ¿Quién era?

—Deena Coolidge. —Evelyn dobló el papel por la mitad—. Acaban de encontrar otro cadáver.

Amanda notó que recuperaba la concentración.

—¿Quién?

—Aún no lo saben, pero es rubia, delgada y guapa.

—Vaya, eso me resulta familiar.

—La han encontrado en Techwood Homes. —Evelyn abrió la puerta del comedor—. Lo siento, muchachos, pero tenemos que irnos.

Bill sonrió.

—Lo que pasa es que no quieres lavar los platos.

—Los lavaré por la mañana.

Intercambiaron una mirada. Amanda se percató de que Bill Mitchell no era tan ingenuo como ella había pensado.

Al igual que Amanda, no se dejaba engañar por las historias graciosas de su mujer. Levantó la copa como si fuese a brindar y dijo:

—Te estaré esperando, amor mío.

Evelyn cogió el bolso de Amanda antes de dejar que la puerta se cerrase.

—Estoy borracha como una cuba —murmuró—. Espero que no acabemos dándonos un tortazo con el coche.

—Yo conduciré —dijo Amanda siguiéndola fuera de la cocina.

En lugar de dirigirse al coche, Evelyn entró en el cobertizo. Los hombres habían terminado, solo quedaba pintarlo. Pasó la mano por el borde superior de la puerta y cogió la llave. Tiró de la cadena para encender la luz. Había una caja fuerte en el suelo. Intentó la combinación tres veces antes de poder abrirla.

—Creo que nos hemos bebido la botella entera entre las dos.

—¿Por qué te ha llamado Deena?

—Le dije que lo hiciera si algo sucedía.

Evelyn sacó el revólver. Comprobó si tenía munición en el tambor y luego lo volvió a poner en su sitio. Sacó el cargador rápido y cerró la caja de seguridad.

—Vámonos.

—¿Crees que vamos a necesitar eso?

Evelyn guardó el revólver en su bolso.

—No pienso ir a ningún sitio sin él —dijo agarrándose a la estantería para levantarse. Cerró los ojos mientras se orientaba—. Probablemente, nos arrestarán por conducir bajo la influencia del alcohol.

—Bueno, eso no nos hará destacar.

Evelyn apagó la luz y cerró la puerta. Amanda respiró profundamente mientras se dirigía al coche, intentando despejar la cabeza.

—Ya sabes que esto implica que Juice no lo hizo.

—¿Hemos creído alguna vez que lo hiciera?

—No, pero ahora los demás también lo sabrán.

Amanda se subió al coche. Echó el bolso al asiento trasero mientras esperaba a que Evelyn entrase. El trayecto hasta Techwood no era muy largo, especialmente a las ocho de la noche. No había tráfico en la carretera. Las únicas personas que se quedaban en Atlanta después de anochecer eran los que no tenían nada que hacer allí. Eso resultaba muy positivo, dado el estado de embriaguez de Amanda. Si atropellaba a un peatón accidentalmente, no le importaría a nadie.

Los semáforos estaban en color ámbar mientras subieron por Piedmont Road. Amanda tomó la curva que las llevaba a Fourteenth Street, y luego redujo al ver la luz parpadeante antes de torcer a la izquierda en Peachtree. Giró de nuevo a la derecha en North, siguiendo el mismo recorrido de la semana pasada: pasar el Varsity, cruzar la interestatal, torcer a la izquierda en Techwood Drive e ir directamente a los suburbios.

Había varios coches patrulla bloqueando el camino. Amanda aparcó detrás de un Plymouth Fury que le resultó conocido. Miró en el interior del coche al pasar. Había paquetes de cigarrillos arrugados, media botella de Johnnie Walker y latas aplastadas de cerveza. Siguió a Evelyn hasta el edificio. Una vez más, Rick Landry estaba de pie en el centro del patio. Tenía las manos en las caderas. Esbozó una mueca de rabia al ver a Amanda y a Evelyn.

—¿Qué tengo que hacer? ¿Pegaros una patada en el coño?

Parecía dispuesto a hacerlo, pero Deena Coolidge le detuvo.

—¿Estáis listas?

Landry la miró.

—A ti nadie te ha dado vela en este entierro, negrita.

Ella sacó pecho.

—Más vale que apartes tu jodido culo antes de que te ponga a trabajar para Reggie.

Landry trató de mirarla con desprecio, pero Deena, que era mucho más baja que él, se mantuvo firme. Finalmente, Landry retrocedió, pero antes de marcharse dijo:

—Putas de mierda.

—Imagino que os preguntaréis qué hacen aquí Butch y Landry, cuando trabajan en el turno de día. Yo me he preguntado lo mismo.

Amanda miró a Evelyn, que asintió. Era extraño.

—Pete está en la parte de atrás con el cuerpo —dijo Deena—, pero antes hay alguien que quiere hablar con vosotras.

Ninguna de las dos dijo nada mientras seguían a Deena hasta el interior del edificio. El vestíbulo estaba repleto de mujeres y niños vestidos con sus pijamas y sus batas. Tenían una expresión de miedo y cautela en el rostro. Probablemente, estaban preparándose para pasar la noche cuando habían aparecido los coches de policía. Todos habían dejado la puerta principal de sus casas abierta. Las luces de los coches patrulla iluminaban los apartamentos. Amanda era más que consciente de que Evelyn y ella eran las únicas blancas en el interior del edificio.

Solamente la puerta de un apartamento estaba cerrada. Deena llamó. Esperaron a que quitasen la cadena y le dieran la vuelta al cerrojo. La anciana que abrió la puerta llevaba una falda y una chaqueta negras. La blusa blanca estaba almidonada. Vestía un elegante sombrero negro con un velo corto que le caía hasta las cejas.

—¿Qué hace vestida para ir a la iglesia, señorita Lula? —preguntó Deena—. Ya le he dicho que estas chicas solo quieren hablar. No la van a llevar a prisión.

La anciana miró al suelo. Su presencia la intimidaba, eso era evidente. Incluso cuando retrocedió para que pudiesen entrar, lo hizo a regañadientes. Amanda se sintió muy avergonzada al pasar a su apartamento.

—¿Por qué no nos prepara una taza de té, cariño? —sugirió Deena.

La señorita Lula asintió mientras fue hacia la otra habitación. Deena les señaló el sofá, que era de color amarillo claro y estaba inmaculado. De hecho, el salón estaba sumamente ordenado. La única silla que había delante del pequeño televisor tenía una falda y un tapete. Encima de la mesa había una serie de revistas ordenadas. La alfombra del suelo estaba muy limpia. Había fotografías de Martin Luther King, Jr y de Jack Kennedy colgadas en la pared, una frente a otra. No se veían telarañas por ningún lado. Ni siquiera el hedor del edificio había podido colarse allí.

Aun así, ni Amanda ni Evelyn se sentaron. Eran muy conscientes de dónde estaban. Por muy limpio que pareciese el apartamento de aquella mujer, estaba rodeado de mugre. No se puede pasar una manta limpia por un charco de barro y esperar que no se manche.

Oyeron cómo el agua de la tetera hervía.

Deena habló con firmeza.

—Más vale que tengáis vuestro culito blanco sobre el sofá cuando regrese.

Deena se sentó en la silla que había al lado del televisor. Evelyn, de mala gana, tomó asiento en el sofá. Amanda hizo lo mismo, con el bolso pegado al regazo. Ambas estaban sentadas en el borde, pero no por miedo a contaminarse, sino porque estaban de servicio. Después de tantos años de llevar cargando todas esas cosas en el cinturón, les resultaba imposible recostarse en un sofá.

—¿Quién llamó? —preguntó Amanda.

Deena señaló la cocina.

—La señorita Lula. Vive aquí desde que reformaron el lugar. La trasladaron desde Buttermilk.

—¿Por qué cree que la vamos a arrestar?

—Porque sois blancas y lleváis una placa.

—Eso no ha impresionado a nadie hasta ahora —farfulló Evelyn.

La señorita Lula regresó. Se había quitado el sombrero y mostraba una mata de pelo blanco. Las tazas chinas y los platillos que había sobre la bandeja tintinearon mientras los llevaba hasta el salón. Instintivamente, Amanda se levantó para ayudarla. La bandeja pesaba y la colocó sobre la mesilla de café. Deena cedió su lugar a la anciana. Bien pensado. Deena se alisó la parte trasera de sus pantalones, probablemente para comprobar si se le había pegado algún insecto. Una cucaracha andaba por la pared que había a su espalda. Se estremeció.

—¿Quieren algunas pastas? —ofreció la señorita Lula con una voz inesperadamente refinada. Habló con cierto acento inglés, como el de Lena Horne[13].

—Gracias —respondió Evelyn—, pero acabamos de cenar. —Alargó la mano para asir la tetera y añadió—: ¿Puedo servirme?

La señorita Lula asintió. Amanda observó cómo Evelyn servía cuatro tazas de té. Se sentía de lo más extraña. Jamás había estado en casa de una persona negra como invitada. Normalmente, procuraba entrar y salir lo antes posible. Se sentía como si estuviera en uno de esos sketches de Carol Burnett más dedicados a las crónicas sociales que al humor.

—La señorita Lula fue profesora en la escuela para negros de Benson —comentó Deena.

—Mi madre también fue profesora de una escuela primaria —añadió Amanda.

—Yo también —respondió la señorita Lula. Cogió la taza y el platillo que le ofreció Evelyn. Tenía las manos viejas, los nudillos inflamados, con un ligero color ceniza. Juntó los labios y sopló para enfriar el té.

Evelyn sirvió a Deena y luego a Amanda.

—Gracias —dijo Amanda, notando el calor a través de la porcelana. No obstante, se bebió el té hirviendo, esperando que la cafeína la ayudase a eliminar los efectos del vino.

Miró las fotos de Kennedy y Martin Luther King mientras observaba de nuevo el ordenado apartamento que la señorita Lula consideraba su hogar.

Cuando Amanda trabajaba como agente patrulla, muchos hombres se entretenían aterrorizando a esos ancianos. Se colocaban detrás de ellos en sus coches patrulla y hacían petardear el coche. A los ancianos se les caían las bolsas de la compra, levantaban los brazos sobresaltados y muchos de ellos incluso se tiraban al suelo, ya que las detonaciones del tubo de escape sonaban como el tiro de una escopeta.

Deena esperó hasta que todas tomaron un poco de té.

—Señorita Lula, ¿puede contarles a estas mujeres lo que me ha dicho?

La mujer bajó la mirada de nuevo. Obviamente, estaba asustada.

—Oí un alboroto en la parte de atrás.

Amanda se dio cuenta de que el apartamento daba a la parte trasera del complejo. Era la misma zona donde habían encontrado a Jane Delray tres días antes.

—Miré por la ventana y vi a una chica tendida. Estaba muerta. —Movió la cabeza—. Fue algo horrible. No importa los pecados que haya cometido, nadie merece morir así.

—¿Había alguien más en la parte de atrás? —preguntó Evelyn.

—No que yo sepa.

—¿Cómo era el ruido que oyó, el que le hizo mirar por la ventana?

—¿Quizá fue la puerta trasera al abrirse de golpe?

No parecía segura, pero asintió como si fuese la única explicación posible.

—¿Ha visto a algún extraño merodeando por los alrededores? —preguntó Amanda.

—Como de costumbre. La mayoría de esas chicas reciben visitas nocturnas y entran por la puerta de atrás.

Era lógico. Probablemente, los hombres que las visitaban no querían que nadie los viese.

—¿Reconoció a la chica? —preguntó Amanda.

—Vive en la planta de arriba. No sé su nombre. Pero, desde el principio, dije que no deberían haberles permitido vivir aquí.

—Porque son prostitutas, no porque sean blancas —añadió Deena.

—Ejercían su oficio en el apartamento —dijo la señorita Lula—, y eso va contra la ley de Vivienda.

Evelyn dejó la taza de té sobre la mesa.

—¿Vio a alguno de sus clientes?

—Alguna que otra vez. Como ya le he dicho, la mayoría de ellos utilizaban la puerta de atrás. Especialmente, los blancos.

—¿Veían a hombres blancos y negros?

—Con frecuencia a uno después del otro.

Todas guardaron silencio mientras reflexionaban sobre lo que acababa de decir.

—¿Cuántas mujeres vivían en ese apartamento? —preguntó Evelyn.

—Al principio, la más joven. Dijo que se llamaba Kitty. Parecía una chica agradable. Les daba caramelos a los niños, algo que le permitimos hasta que supimos a qué se dedicaba.

—¿Y después? —preguntó Amanda.

—Después se trasladó otra mujer. Eso fue hace un año y medio, aproximadamente. La segunda chica también era blanca, y se parecía mucho a Kitty. Nunca supe su nombre. Sus visitantes no eran tan discretos.

—¿Era Kitty la mujer que vio por la ventana esta noche?

—No, era una tercera. No he visto a Kitty desde hace tiempo. Ni tampoco a la segunda. Estas chicas van y vienen. —Se detuvo y luego añadió—: Que el Señor las ayude. Han escogido un camino muy difícil.

Amanda recordó los carnés que tenía en el bolso. Los sacó.

—¿Reconoce a algunas de estas chicas?

La anciana cogió los carnés. Tenía sus gafas bien plegadas a un lado de la mesa, apoyadas sobre una Biblia muy usada. Todas la observaron mientras se las colocaba. La señorita Lula examinó detenidamente los carnés, prestándole a cada chica la misma atención.

—Esta es Kitty —dijo dándole el carné de Kathryn Treadwell—, aunque imagino que ustedes la conocerán por su nombre.

—Nos han dicho que le alquilaba el apartamento a otras chicas —dijo Amanda.

—Sí, es posible.

—¿Habló alguna vez con ella?

—En una ocasión. Parecía tener un concepto muy alto de sí misma. Al parecer, su padre tenía mucha influencia política.

—¿Eso le dijo ella? —preguntó Evelyn—. ¿Le dijo Kitty quién era su padre?

—No con esas palabras, pero me dejó muy claro que no pertenecía a este lugar. ¿Acaso alguno de nosotros pertenece a este lugar?

Amanda no pudo responder a esa pregunta.

—¿Conoce a alguna de las otras chicas?

La mujer examinó los carnés de nuevo. Cogió el de Jane Delray.

—Los hombres que visitaban a esta eran muy diferentes. Ella no era tan selectiva como… —Levantó la foto de Mary Halston—. Esta tenía muchos clientes asiduos; no los llamaría caballeros. Es la chica que hay atrás. —Leyó el nombre—. Donna Mary Halston. Bonito nombre, teniendo en cuenta lo que hacía.

Amanda notó que Evelyn se quedaba sin habla. Ambas pensaban hacerle la misma pregunta.

—¿Ha dicho usted que Mary tenía clientes asiduos?

—Así es.

—¿Vio alguna vez a un hombre blanco de casi uno noventa, con el pelo rubio, patillas largas y un traje hecho a medida, probablemente de color azul?

La señorita Lula miró a Deena. Cuando le devolvió los carnés a Amanda, su rostro carecía de expresión.

—Tendré que pensar sobre eso. Mañana se lo digo.

Amanda frunció el ceño. O el efecto del vino se le estaba pasando, o el té funcionaba. El apartamento de la señorita Lula estaba al final del pasillo. Había al menos diez pasos desde las escaleras, y más desde la puerta de atrás. A menos que la anciana se pasase el día sentada detrás del edificio, no había forma de que se diera cuenta de las entradas y salidas de las chicas o de sus visitantes.

Amanda abrió la boca para hablar, pero Deena la interrumpió.

—Señorita Lula —dijo—, le agradecemos el tiempo que nos ha dedicado. Tiene mi número. Llámeme para hablarme de ese asunto. —Dejó el platillo sobre la bandeja. Al ver que ni Evelyn ni Amanda se movían, cogió sus tazas y las colocó al lado de la suya—. Es hora de que nos vayamos —dijo tajante. Solo le faltó dar una palmada para hacer que se movieran.

Amanda se adelantó la primera, con el bolso pegado al pecho. Pensó en darse la vuelta para despedirse, pero Deena la empujó hacia la puerta.

El vestíbulo estaba vacío, pero, aun así, Amanda habló en voz baja.

—¿Cómo es posible que…?

—Espera hasta mañana —dijo Deena—. Averiguará si tu hombre misterioso estuvo aquí o no.

—Pero ¿cómo puede…?

—Es la reina de las abejas —dijo Deena mientras las conducía por el vestíbulo. No se detuvo hasta llegar a la puerta de salida. Estaban en el mismo lugar donde Rick Landry había amenazado a Evelyn—. Lo que os ha dicho la señorita Lula no es lo que vio, sino lo que oyó.

—Pero ella no…

—Regla número uno del gueto: busca a la mujer más vieja y que lleve más tiempo. Ella es la dueña del lugar.

—Vale —dijo Evelyn—. Me gustaría saber por qué tenía una escopeta debajo del sofá.

—¿Cómo dices? —preguntó Amanda.

—Y además estaba cargada —señaló Deena abriendo la puerta.

La escena del crimen estaba acordonada con cinta amarilla. No había luces en la parte de atrás, o al menos que funcionasen. Las bombillas de las farolas estaban rotas, probablemente a pedradas. Había seis agentes patrulla ocupándose del problema. Estaban de pie, rodeando el cuerpo, con sus linternas sobre el hombro para iluminar la zona.

Los terrenos que había detrás del edificio eran tan yermos como los de la parte delantera. La arcilla roja de Georgia estaba compactada por el constante pisar de los pies descalzos. No había ninguna flor, ni hierba, tan solo un árbol con sus caídas ramas colgando. Justo debajo se encontraba el cuerpo. Pete Hanson impedía su visión con su amplia constitución. A su lado había un joven de la misma altura y complexión. Al igual que él, llevaba una bata blanca de laboratorio. Le dio un golpe a Pete en el hombro y le hizo un gesto para indicarle la presencia de las mujeres.

Pete se levantó y esbozó una sonrisa.

—Detectives. Me alegro de que estén aquí, aunque lo digo con reservas, dadas las circunstancias. —Señaló al joven y añadió—: Este es mi alumno, el doctor Ned Taylor.

Taylor las saludó de forma adusta. A pesar de la escasa luz, Amanda percibió el tono verdoso de su piel. Parecía como si estuviese enfermo. Evelyn tenía un aspecto parecido.

—Pete, ¿por qué no le describes a Amanda lo que ha pasado? —dijo Deena.

Amanda supuso que debía sentirse orgullosa de su falta de escrúpulos, pero empezaba a pensar que debía guardarlo como uno más de sus secretos.

—Yo iré a ver el apartamento —dijo Evelyn—. Puede que a Butch y a Landry se les haya pasado algo por alto.

—De eso no me cabe la menor duda —replicó Deena refunfuñando.

—Por aquí, cariño —dijo Pete poniendo su mano debajo del codo de Amanda para dirigirla hacia el cadáver.

Los seis oficiales que sostenían las linternas parecían sorprendidos de que Amanda estuviese allí, aunque ninguno de ellos preguntó nada, quizá por deferencia a Pete.

—¿Te importaría? —dijo Pete, que se apoyó sobre una rodilla y ayudó a que Amanda hiciera lo mismo.

Ella se bajó la falda para no mancharse las rodillas. Probablemente, le saldrían ampollas en los talones; no iba vestida de forma adecuada para eso.

—Dime qué ves —dijo Pete.

La víctima estaba bocabajo. El pelo rubio le caía por los hombros y la espalda. Llevaba una minifalda negra y una camiseta roja. Su mano descansaba sobre el suelo, a escasos centímetros de su cara. Sus uñas estaban pintadas de rojo brillante.

—Igual que la otra víctima. Le han hecho la manicura.

—Así es. —Pete echó el pelo rubio de la chica hacia atrás—. Cardenales en el cuello, aunque no puedo decir que le hayan fracturado el hioides.

—¿No la estrangularon?

—Creo que hay algo más. —Levantó la camiseta roja. La chica tenía una línea de marcas en el costado, parecidas a un descosido—. Tiene esas laceraciones por todo el cuerpo.

Amanda vio el patrón duplicado en la pierna de la chica. Lo había confundido con una carrera en las medias. Igualmente, la parte externa de sus brazos mostraba las mismas marcas. Era como un patrón de McCall, en el cual alguien había intentado desgarrar la costura uniendo la parte delantera a la trasera del cuerpo.

—¿Qué o quién pudo hacer algo así? —preguntó Amanda.

—Dos buenas preguntas. Por desgracia, no sé cómo responderte a ninguna de ellas.

Más que preguntarle, parecía hablar en voz alta.

—Le dijiste a Deena que nos llamase y nos hiciera venir.

—Sí. La manicura de sus uñas es muy similar. El lugar también. Pensé que había algo más, pero después de un examen más minucioso… —Empezó a levantarle la minifalda, pero luego cambió de idea—. Tengo que advertírtelo, incluso yo me he sorprendido. No he visto nunca una cosa así.

Amanda movió la cabeza.

—¿A qué te refieres?

Levantó la falda. Había una aguja de hacer punto entre las piernas de la chica.

Amanda no necesitó los consejos de nadie en esa ocasión. De forma automática, empezó a respirar profundamente, llenándose los pulmones y soltando el aire poco a poco.

Pete movió la cabeza.

—No hay motivo en el mundo para hacerle a una chica una cosa como esta.

—No hay sangre —observó Amanda.

Pete se apoyó en los talones.

—No.

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