Criminal

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Capítulo veintidós

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Capítulo veintidós

15 de julio de 1975

Amanda se sentó en el reservado que había en la parte de atrás del Majestic Diner en Ponce de León. Se contuvo para no bostezar. Después de marcharse la noche anterior de Techwood, se sentía demasiado inquieta como para poder dormir. Ni siquiera Mary Wollstonecraft fue capaz de adormecerla. Dio vueltas y más vueltas en la cama, pero no podía apartar algunas imágenes del rompecabezas que habían hecho con los papeles de colores. Añadió mentalmente nuevos detalles: Hank Bennett era un mentiroso; y Trey Callahan, otro.

Y Ofelia. ¿Qué hacer con Ofelia?

La camarera volvió a llenarle la taza. Miró el reloj. Evelyn debería haber llegado hacía quince minutos. Resultaba un tanto inquietante, pues no solía retrasarse. Había utilizado la cabina que había en la parte de atrás para llamar al Model City, pero nadie respondió al teléfono. Su recuento había terminado media hora antes. Le habían asignado como compañera a Vanessa, cosa que les venía muy bien a las dos, ya que había decidido dedicar el día a ir de compras. La nueva tarjeta de crédito le quemaba los bolsillos.

La puerta se abrió. Evelyn entró a toda prisa.

—Lo siento —dijo—. Pero he recibido una llamada muy extraña de Hodge.

—¿De mi Hodge?

Evelyn le hizo un gesto a la camarera para que se acercara a tomar nota.

—Me ordenó que me presentara en la Zona Uno.

—¿Alguien te ha visto?

—No. La comisaría estaba vacía. Solo estábamos yo, Hodge y su puerta abierta. —Se echó sobre el respaldo del asiento. Estaba muy nerviosa—. Me pidió que le contase lo que hemos hecho.

Amanda notó que el pánico empezaba a invadirla.

—No pasa nada. No estaba molesto. Al menos eso creo, pues nunca se sabe con ese hombre. Tenías razón sobre su hermetismo. Es desquiciante.

—¿Te dijo algo?

—Nada. No me hizo preguntas ni comentarios. Se limitó a asentir, y luego me dijo que continuase haciendo mi trabajo.

—Lo mismo que me dijo a mí ayer. Que hiciera mi trabajo. ¿Crees que estaba comparando nuestras historias?

—Es posible.

—¿No te has guardado nada?

—No he mencionado a Deena ni a la señorita Lula. No quiero meterlas en problemas.

—¿Le has hablado de Ofelia?

—No. Le dije que íbamos a volver a ver a Trey Callahan, pero no le dije el porqué. No creo que Luther Hodge sea un devoto de William Shakespeare.

—Yo tampoco entiendo mucho lo que pasa, Evelyn. Puede que estemos sacando conclusiones precipitadas. Trey Callahan citó una frase de Hamlet. Y, al ver la víctima anoche, quizás hayamos puesto algo de nuestra cosecha. Me parece demasiada coincidencia.

—¿Existen las coincidencias en una investigación policial?

Amanda no supo qué responder.

—¿Crees que Hodge nos meterá en problemas?

—¿Quién sabe? —Levantó las manos—. Debemos ir otra vez a la Mission. Repasar las cosas con Hodge me ha hecho pensar en algo.

Amanda se levantó del asiento. Dejó el dinero del café y una propina generosa.

—¿En qué?

—En todo. —Evelyn esperó hasta que salieron para seguir hablando—. En la situación de Hank Bennett. Creo que tienes razón. Es un aprovechado y utilizó la información que tenía acerca de Kitty Treadwell para conseguir un trabajo con su padre.

Se subieron al coche de Amanda.

—¿Cómo descubriría Bennett que había una relación? —preguntó.

—Su nombre estaba en la puerta del apartamento —le recordó Evelyn—. Además, Kitty hablaba mucho de su padre. Hasta la señorita Lula sabía que su padre tenía contactos. Y Juice también. Incluso mencionó a otra hermana, que era la favorita. Todo el mundo lo sabía.

—Pero no los altos cargos —dedujo Amanda—. Andrew Treadwell se graduó en Georgia. Recuerdo que lo leí en el periódico.

Evelyn sonrió.

—Hank Bennett llevaba un anillo de la UGA.

—Georgia Bulldogs, clase de 1974. —Una vez más, Amanda se dirigió hacia Ponce de León Avenue—. Puede que se conocieran en un baile o en un evento social. Todos esos estudiantes son amigos íntimos. —Ella los había entrevistado para su unidad de delitos sexuales. Eran todos unos mentirosos.

—¿Qué sucede allí? —dijo Evelyn señalando la Union Mission.

Un coche patrulla del Departamento de Policía de Atlanta bloqueaba la entrada.

—Ni idea.

Amanda se subió a la acera y se bajó del auto. Reconoció al agente que salía del edificio, aunque no sabía su nombre. Él, sin duda, las conocía a las dos. Aligeró el paso cuando se dirigió hacia su coche.

—Disculpe…

Amanda intentó detenerle, pero era demasiado tarde. El hombre se subió y se marchó a toda velocidad, haciendo derrapar las ruedas.

—Otro igual —dijo Evelyn.

No parecía demasiado intimidada mientras caminaba hasta la entrada. En lugar de encontrarse con Trey Callahan, vieron a un hombre regordete con un alzacuellos de sacerdote. La ventana de delante estaba rota; había un ladrillo entre los cristales.

—¿Desean algo? —preguntó.

Evelyn fue la que habló.

—Estamos con el Departamento de Policía de Atlanta. Buscamos a Trey Callahan.

El hombre parecía confuso.

—Yo también.

Amanda dedujo que algo se les escapaba.

—¿No está aquí?

—¿Quién cree que causó este estropicio? —preguntó el tipo señalando la ventana rota—. Se suponía que abriría el albergue anoche, pero no apareció y una de las chicas le tiró un ladrillo a la ventana. —Se apoyó en el cepillo—. Lo siento. Nunca he tratado con la policía. ¿Son ustedes secretarias? El agente que acaba de marcharse dijo que necesitaría una declaración por escrito.

Amanda reprimió un gruñido. El agente le había dado largas.

—No somos secretarias. Somos agentes secretos.

—Detectives —interrumpió Evelyn, muy segura de sí misma—. Y no mecanografiamos declaraciones. ¿Cómo se llama, señor?

—Soy el padre Bailey. Trabajo en el comedor social que hay al bajar la calle.

No encajaba con la descripción que le habían dado. Apenas era unos centímetros más alto que Amanda.

—¿Usted es el único que trabaja en el comedor?

—No, mi compañero prepara la comida. Yo ayudo con la limpieza, pero mi obligación principal es proporcionar apoyo espiritual. —Miró el reloj que había en la pared—. De hecho, ya llego tarde, así que si no les importa.

—Si trabaja en el comedor, ¿qué hace aquí? —preguntó Evelyn.

—Había quedado con Trey esta mañana. Nos reunimos una vez al mes para coordinarnos, para hablar de las chicas, de las que pueden tener problemas y de las que debemos vigilar.

—¿Y entró y vio la ventana rota?

—Y a un montón de chicas durmiendo, cuando deben dejar el edificio por la mañana. —Señaló la habitación trasera—. Han robado en la oficina de Trey. Probablemente, habrá sido alguna de las chicas.

—¿Alguna vio algo?

—Lo que voy a decir suena un poco duro, pero ninguna de ellas ayuda a nadie a no ser que obtenga algún beneficio.

—¿Y la novia de Callahan? —preguntó Amanda—. Está estudiando Enfermería en Georgia Baptist.

El hombre se la quedó mirando unos instantes.

—Sí, la he llamado. Eileen Sapperson. Me dijeron que tampoco se presentó al turno de noche.

—¿Tiene su número?

—No tiene teléfono en casa.

—Le importa si nosotras… —Amanda señaló la oficina de Callahan.

El sacerdote se encogió de hombros. Continuó barriendo mientras aquellas dos agentes iban a la habitación trasera.

Era obvio que habían puesto la oficina patas arriba, pero Amanda no estaba segura de si el que lo había hecho era una yonqui buscando dinero o un hombre tratando de salir de la ciudad a toda prisa. En el escritorio de Callahan no había ninguno de sus objetos personales. Ni la foto de su novia y su perro, ni el muelle de juguete, ni los pósteres de música funk, ni la radio. En el cenicero vio los restos de unos cuantos porros que se habían fumado hasta el último centímetro. Los cajones estaban abiertos. Y lo más importante, el montón de papeles había desaparecido.

Evelyn también se percató.

—¿Dónde está su manuscrito?

—No creo que a una puta le sirva para nada, salvo para limpiarse el trasero.

—Callahan se ha marchado a toda prisa. Y su novia se habrá ido con él.

—La misma noche en que encuentran muerta a Mary Halston en Techwood.

—¿Coincidencia?

Amanda no sabía qué decir.

—Vamos a hablar con el hombre del comedor.

—Al menos podremos preguntarle el nombre del párroco.

Regresaron a la sala principal, pero el sacerdote se había marchado.

—¿Hola? —gritó Evelyn, aunque podía ver toda la sala.

Amanda la siguió al exterior. La acera estaba vacía, y no había nadie en el aparcamiento. Miraron incluso detrás del edificio.

—Bueno, al menos no nos ha mentido.

—Que sepamos —dijo Amanda mientras se dirigía al Plymouth. El interior del coche ya estaba ardiendo. Encendió el contacto—. Estoy harta de estar en este coche.

—¿Nunca has visto el coche de Colombo?

—Prefiero el de Ironside.

—Me gustaría ver cómo reaccionarían en Techwood Homes si vieran a un paralítico bajarse de una camioneta del pan.

Amanda salió a la calle.

—Pepper Anderson aparece como por arte de magia cada vez que se la necesita.

—Una semana es enfermera de hospital, la siguiente participa en una carrera de lanchas, la otra se convierte en una bailarina y la siguiente es una azafata que flirtea con un piloto guapo y apuesto. Por cierto…

—Cállate.

Evelyn se rio mientras apoyaba el brazo en la puerta. Ambas guardaron silencio mientras Amanda avanzaba unas cuantas manzanas hasta Juniper Street.

—¿Izquierda o derecha? —preguntó.

—Escoge una.

Amanda giró a la izquierda. Redujo la marcha mientras miraba cada edificio de la izquierda. Evelyn observaba los de la derecha.

Habían llegado casi a Pine Street cuando Evelyn dijo:

—Creo que es ese.

El edificio estaba abandonado y no tenía nada que indicase que fuese una iglesia, salvo la cruz clavada que vieron en su pequeña entrada. Estaba pintada de negro. Alguien había dibujado unas uñas donde se suponía que Jesús tenía las manos y los pies. Había puntos de color rojo para mostrar su sufrimiento.

—Vaya ruina.

Evelyn tenía razón. La fachada de ladrillo estaba desmoronada y había enormes grietas en el cemento. La entrada, construida con bloques de hormigón, estaba cubierta de grafiti. Dos de las cuatro ventanas de la planta de abajo estaban entablilladas, pero las de arriba parecían intactas.

Ambas se bajaron del coche y se encaminaron hacia el edificio. Amanda notó una brisa al pasar un coche. Era un coche patrulla de la Policía de Atlanta. La luz azul se encendió para saludarlas, pero el conductor no se detuvo.

La puerta principal del comedor social estaba abierta. Nada más cruzar el umbral de la puerta, Amanda notó un olor intenso a hierbas y a especias. Había mesas de picnic por toda la sala. Todo estaba preparado: los platos, los cuencos, las servilletas y las cucharas.

—No hay objetos afilados —señaló Evelyn.

—Muy inteligente por su parte. —Amanda levantó la voz—. ¿Hay alguien?

—Un momento —respondió una voz áspera.

Oyeron el ruido de los platos, y luego unas fuertes pisadas cruzando la sala. El hombre salió de la cocina. Amanda se sintió sobrecogida. Había aprendido en la academia que una puerta normal mide uno noventa de altura y setenta y cinco centímetros de anchura. El hombre ocupaba toda la puerta. Sus espaldas eran tan anchas como el espacio entre las jambas. Su cabeza rozaba el travesaño superior.

Sonrió. Tenía torcido un diente de abajo. Los labios, llenos. Los ojos, almendrados.

—¿En qué puedo ayudarles, agentes?

Por un instante, las dos se quedaron paralizadas. Amanda buscó en su bolso y sacó la placa. Se la enseñó al hombre, aunque él ya sabía que eran policías. Sin embargo, ella quería pronunciar esas palabras.

—Soy la detective Wagner. Ella es la detective Mitchell.

—Por favor —dijo el hombre señalando una mesa—. Siéntense.

El hombre esperó educadamente a que lo hicieran, y luego ocupó el banco de enfrente. Amanda, una vez más, no pudo evitar hacer comparaciones. Aquel tipo era tan ancho como ellas dos juntas. Tan solo el tamaño de sus manos, que tenía entrelazadas sobre la mesa, daba miedo. No le costaría mucho envolverles las manos con ellas.

Evelyn sacó la libreta.

—¿Cómo se llama, señor?

—James Ulster.

—¿Conoce a Trey Callahan?

Soltó un suspiro. Su voz era tan roca que parecía un gruñido.

—¿Es sobre el dinero que robó?

—¿Le ha robado dinero? —preguntó Amanda, aunque resultaba evidente que lo había hecho.

—El padre Bailey se ocupa más de las relaciones públicas que yo —explicó Ulster—. Uno de los donantes observó en la junta que faltaban algunos fondos. Le pedimos a Trey que se presentara esta mañana a primera hora, pero, por lo que se ve, tenía otros planes.

Amanda recordó la llamada que había recibido Callahan el día anterior, cuando ellas estaban en su oficina. Dijo que un donante estaba al teléfono.

—¿Están seguros de que fue Trey quien se llevó el dinero?

—Sí.

Ulster puso las manos a ambos lados del banco. Tenía la espalda encorvada, probablemente un gesto habitual en él. Un hombre así de grande estaría acostumbrado a ver que la gente se intimidaba ante su presencia. No obstante, teniendo en cuenta que dirigía un comedor social para los más necesitados de Atlanta, su tamaño era más bien una ventaja.

—¿Tiene alguna idea de dónde puede haber ido Callahan? —preguntó Amanda.

Ulster negó con la cabeza.

—Creo que tiene una novia.

Tenían que ir después a Georgia Baptist, aunque Amanda estaba convencida de que no serviría de mucho.

—¿Es usted amigo del señor Callahan?

—¿Él le ha dicho eso?

Amanda mintió.

—Sí. ¿No es cierto?

—Hablábamos de teología y de otras muchas cosas.

—¿De Shakespeare?

Lo dijo al azar, pero funcionó.

—A veces —admitió Ulster—. Muchos autores del siglo XVII escribían en una lengua codificada. En esa época, los subversivos no estaban muy bien vistos.

—¿Como en Hamlet? —preguntó Evelyn.

—No es el mejor ejemplo, pero sí.

—¿Y Ofelia?

Ulster respondió con un tono tajante.

—Ella era una mentirosa y una prostituta.

Amanda notó que Evelyn se ponía rígida.

—Parece usted muy seguro de eso —dijo.

—Lo siento, pero me aburre ese tema. Trey estaba obsesionado con esa historia. No se podía mantener una conversación con él sin que te soltara una cita oscura.

Parecía decir la verdad.

—¿Sabe por qué?

—Bueno, todo el mundo sabía que estaba especialmente interesado en las mujeres perdidas, en la redención y la salvación. Estoy seguro de que les dio una de sus charlas sobre cómo se podían salvar esas chicas. Era bastante rígido al respecto, y se lo tomaba personalmente si ellas fracasaban. —Ulster movió la cabeza—. Y, por supuesto, fracasaban. Lo hacen siempre, porque forma parte de su naturaleza.

—¿Lo vio alguna vez comportarse de forma inapropiada con las chicas? —preguntó Evelyn.

—Yo no iba con mucha frecuencia a la Mission. Mi trabajo está aquí, pero no me extrañaría que se hubiera aprovechado. Robó dinero de una organización caritativa. ¿Por qué no iba a explotar a las prostitutas?

—¿Lo vio alguna vez enfadado?

—No con mis propios ojos, pero me han dicho que tiene un carácter muy fuerte. Algunas chicas comentaron que a veces se ponía violento.

Amanda miró la libreta de Evelyn. No estaba anotando nada de lo que decía Ulster. Puede que pensara lo mismo que Amanda. Trey Callahan probablemente se pasaba el día colgado, y resultaba difícil imaginar que se dejase llevar por la cólera. Y, por supuesto, tampoco lo habían tomado por un ladrón.

—Trey Callahan estaba escribiendo un libro —dijo Evelyn.

—Sí —respondió Ulster alargando la consonante—. Su obra. Pero no era muy buena.

—¿La ha leído?

—Unas cuantas páginas. A Callahan se le daba mejor el trabajo que desempeñaba que el que deseaba. —Esbozó una sonrisa—. Muchas personas encontrarían la paz si aceptasen los planes que Dios les ha encomendado.

Amanda tuvo la impresión de que les estaba lanzando una indirecta.

Evelyn debió de pensar lo mismo, pues empleó un tono cortante cuando le preguntó:

—¿Qué trabajo realizan ustedes aquí exactamente?

—Está claro: dar de comer a la gente. Servimos el desayuno a las seis de la mañana. La hora de comer empieza al mediodía, aunque verá que las mesas comienzan a llenarse mucho antes.

—¿Esas son las únicas comidas?

—No, también damos de cenar. Se empieza a las cinco y termina a las siete.

—¿Y luego toda la gente se marcha?

—La mayoría. Hay gente que se queda a pasar la noche. Hay veinte camas en la planta de arriba. Y una ducha, aunque no siempre hay agua caliente. Y solo aceptamos mujeres, por supuesto. —Hizo ademán de levantarse—. ¿Quieren que se lo muestre?

—No hace falta —respondió Amanda, que no quería quedarse atrapada en la planta de arriba con ese hombre—. ¿Usted se queda aquí por la noche?

—No. La parroquia del padre Bailey está al bajar la calle. Viene todas las noches a eso de las once para encerrarlas; luego las deja salir, a las seis de la mañana.

—¿Cuánto tiempo lleva trabajando aquí? —preguntó Amanda.

—En otoño hará dos años —respondió tras pensárselo un momento.

—¿A qué se dedicaba antes?

—Era capataz en la línea de ferrocarril.

Evelyn señaló el edificio.

—Disculpe que se lo diga, pero no creo que aquí reciba el mismo sueldo.

—No, por supuesto, y lo poco que cobro intento devolverlo.

—¿No recibe ningún salario por trabajar trece horas al día en este sitio? —preguntó Evelyn.

—Como le he dicho, me quedo con lo que necesito. Pero son dieciséis horas al día, siete días a la semana. —Se encogió de hombros—. ¿Para qué necesito riquezas terrenales si mi recompensa está en el Cielo?

Evelyn se agitó en el banco. Parecía tan incómoda como Amanda.

—¿Alguna vez conoció a una prostituta llamada Kitty Treadwell?

—No. —Se las quedó mirando sin comprender—. No que yo recuerde, pero por aquí vienen muchas prostitutas.

Amanda abrió el bolso y buscó el carné. Le mostró la fotografía de Kitty.

Ulster alargó la mano para cogerlo, pero tuvo mucho cuidado de no tocarle la mano. Estudió la fotografía y luego leyó el nombre y la dirección. Movía los labios, como si estuviera pronunciando las palabras. Finalmente, dijo:

—Tiene mucho mejor aspecto en esta foto. Supongo que se la tomaron antes de que cayera en la maldita droga.

—Entonces, ¿conoció a Kitty? —preguntó Evelyn.

—Sí.

—¿Cuándo la vio por última vez?

—Hace un mes. Puede que algo más.

Aquello no tenía sentido. Amanda sacó el carné de Lucy Bennett y luego el de Mary Halston.

—¿Conoce a estas chicas?

Se inclinó sobre la mesa y examinó las fotografías una a una. Se tomó su tiempo. Una vez más, sus labios se movieron mientras leía sus nombres. Amanda oía su respiración, el modo uniforme de inhalar y exhalar. Podía verle la coronilla. Su pelo castaño claro estaba cubierto de caspa.

—Sí —dijo levantando la cabeza—. Esta chica estuvo aquí algunas veces, aunque prefería la Mission. Puedo imaginarlo porque se traía algo con Trey. —Señalaba a Mary Halston, la víctima de asesinato de la noche anterior. Luego señaló a Lucy—. Sobre esta chica no estoy muy seguro. Se parecen mucho, y las dos son drogadictas. Es el azote de nuestra generación.

—¿Reconoce a Lucy Bennett y a Mary Halston como las chicas que venían al comedor social? —le preguntó Evelyn para asegurarse.

—Creo que sí.

Tomó nota.

—¿Y Mary como la favorita de Trey Callahan?

—Así es.

—¿Cuándo fue la última vez que vio a Lucy o Mary?

—Hace unas semanas. Quizás haga un mes. —Una vez más, examinó las fotografías—. Las dos tienen un aspecto mucho más saludable en estas fotos. —Levantó la cabeza. Miró a Evelyn y luego a Amanda—. Ustedes son agentes de policía, y estarán más acostumbradas a ver los estragos que causan las drogas. Pobres chicas. —Movió la cabeza con tristeza—.

Las drogas son un veneno, y no sé por qué el Señor las ha puesto en nuestro camino, pero hay cierto tipo de personas que sucumben a esa tentación. Tiemblan ante las drogas cuando deberían hacerlo ante el Señor.

Su voz retumbaba en aquella sala abierta. Amanda lo podía imaginar hablando desde un púlpito. O en las calles.

—Hay un proxeneta al que apodan Juice.

—Sí, conozco a ese pecador.

—Dice que usted sermonea a las chicas cuando están trabajando. ¿Es cierto?

—Yo hago el trabajo que el Señor me ha encomendado, no me importa lo peligroso que sea.

Amanda no podía imaginar que sintiera mucho miedo. A ninguna persona en su sano juicio le gustaría encontrarse con un hombre tan grande como James Ulster en un callejón oscuro.

—¿Ha estado alguna vez en Techwood Homes?

—Muchas veces. Les llevo sopa a los enfermos. Voy a Techwood Homes los lunes y viernes. Y a Grady Homes, los martes y jueves. Hay otro comedor que reparte en Perry Homes, Washington Heights…

—Gracias —interrumpió Evelyn—, pero solo nos interesa Techwood.

—Me han dicho que han ocurrido cosas horribles allí. —Juntó las manos—. Se te encoge el alma al ver cómo viven esas personas. Pero supongo que todos nos liberamos de nuestros problemas al morir.

Amanda notó que el corazón le daba un vuelco.

—Trey Callahan utilizó esa misma frase. Es de Shakespeare.

—¿De verdad? Quizá se me haya pegado su manera de hablar. Como les he dicho, estaba obsesionado con ese tema.

—¿Recuerda a una prostituta llamada Jane Delray?

—No. ¿Está en peligro?

—¿Y a Hank Bennett? ¿Le conoce? —Evelyn esperó, pero Ulster negó con la cabeza—. Tiene el pelo de su mismo color. Un metro ochenta de altura. Muy elegantemente vestido.

—No, hermana, lo siento.

La radio que tenía Evelyn en el bolso emitió un ruido. Se oyó una llamada amortiguada, seguida de varios clics. Metió la mano en el bolso para bajar el volumen, pero se detuvo al oír su nombre.

—¿Mitchell?

Amanda reconoció la voz de Butch Bonnie.

—Disculpe —dijo Evelyn, sacando la radio—. Mitchell, diez-cuatro.

—Veinte-cinco. Dígame dónde se encuentra. Ahora —ordenó Butch.

Se oyeron más clics en la radio; una respuesta colectiva de mofa. Butch les estaba diciendo a ambas que se reunieran con él fuera.

Evelyn se dirigió a Ulster.

—Gracias por hablar con nosotras. Espero que no le moleste si le llamamos para hacerle algunas preguntas más.

—Por supuesto que no. ¿Quieren que les dé mi número de teléfono?

El bolígrafo de Evelyn casi desaparece en la mano izquierda de Ulster. Lo aferró con su puño; no lo colocó entre el pulgar y el índice mientras escribía los siete dígitos. Encima de ellos, anotó su nombre. Tenía la escritura de un niño. Al escribir la última letra, rasgó el papel.

—Gracias —dijo Evelyn.

Parecía bastante reacia a coger de nuevo el bolígrafo. Le puso el capuchón y cerró la libreta. Ulster se levantó después de ellas. Les tendió la mano a las dos. Todos las tenían sudadas por el calor, pero la piel de Ulster estaba especialmente pegajosa. Él estrechó sus manos con delicadeza, pero solo sirvió para que Amanda recordase que podría romperle todos los huesos si se le antojaba.

Evelyn respiraba superficialmente cuando se dirigieron hacia la puerta.

—Dios santo —suspiró.

Por muy aliviadas que se sintieran al dejar a Ulster, al ver a Butch Bonnie sintieron deseos de volver a entrar. Estaba lívido.

—¿Qué coño hacéis aquí?

Cogió a Evelyn por el brazo y la arrastró por la escalera.

—No se te ocurra… —soltó Amanda.

—¡Tu cierra el pico! —La empujó contra la pared. Levantó el puño, pero no la golpeó—. ¿Cuántas veces tengo que decíroslo? —Retrocedió. Sus pies rasparon en la acera—. Maldita sea.

Amanda se llevó la mano sobre el pecho. Notó que el corazón le latía con fuerza. Vio que Evelyn se había caído y corrió a ayudarla.

—No —dijo Evelyn levantándose por sí misma.

Le golpeó a Butch en el pecho con ambas manos.

—¿Qué coño…? —exclamó él tambaleándose hacia atrás.

Evelyn volvió a golpearle, una y otra vez, hasta que lo tuvo arrinconado contra la pared.

—Si vuelves a tocarme, te pegó un tiro en la cabeza. ¿Me has oído?

Butch se quedó estupefacto.

—¿Qué narices te pasa?

Evelyn andaba de un lado para otro. Parecía un animal enjaulado.

—Estoy harta de ti, capullo.

—¿De mí? —Butch sacó sus cigarrillos—. ¿Y vosotras qué? ¿Cuántas veces hay que deciros que no os metáis en este asunto? —Metió el dedo en el paquete—. He intentado ser amable, advertiros de la mejor forma. Pero luego me entero de que estáis buscando a mi confidente y causando problemas. Así que se han acabado las amabilidades. ¿Qué se supone que debo hacer?

—¿Quién es tu confidente?

—Eso no es asunto vuestro.

Evelyn le tiró los cigarrillos de un manotazo. Estaba tan fuera de sí que le costaba hablar.

—Tú sabes que la mujer muerta es Jane Delray.

Apartó la mirada.

—Yo no sé nada de nada.

—¿Quién te ordenó que dijeras que era Lucy Bennett?

—A mí nadie me dice lo que tengo que hacer.

Evelyn no estaba dispuesta a rendirse.

—Juice no mató a Lucy Bennett.

—Más te valdría tener cuidado con proteger a un negro que está en la cárcel. —La miró con condescendencia mientras recogía el paquete de Marlboro—. Dios santo, Eve, ¿por qué no dejas de acosarme como si fueras un toro? —Miró a Amanda en busca de ayuda—. Vamos, Wag. Trata de que esta Annie Oakley recupere el sentido.

Amanda tenía un sabor amargo en la garganta. Soltó lo más horrible que se le pasó por la cabeza en ese momento.

—Que te jodan, mamón.

Butch soltó una sonora carcajada.

—¿Cómo dices? ¿Que me jodan? —Rebuscó en su bolsillo para coger el mechero—. ¿Sabes a quién van a joder? —Encendió el cigarrillo—. A ti —dijo señalando a Amanda—, por ir a la cárcel ayer, y a ti —señaló a Evelyn—, por meterla en todo esto.

—¿Por meterme en qué? —preguntó Amanda—. Ella no es mi madre.

Butch soltó una bocanada de humo.

—Mañana os trasladarán a las dos. Espero que tengáis vuestros guantes blancos porque os veo de agentes de tráfico, regulando la circulación.

—Y yo espero que a ti te pongan un pleito por discriminación sexual —replicó Evelyn—. A ti y a Landry.

Soltó el humo por la nariz.

—Estúpidas zorras, habéis tratado de joderme todo el tiempo, pero ¿sabéis una cosa? Conmigo no se acaba tan fácilmente. Espero que lo paséis bien dirigiendo el tráfico.

Hizo un gesto de despedida mientras se marchaba.

Evelyn se quedó observándole, mientras apretaba y aflojaba los puños. Por un instante, Amanda pensó que saldría detrás de él y saltaría sobre su espalda, pero no sabía lo que ocurriría si se dejaba llevar. Sus uñas no eran muy largas, pero sí fuertes. Trataría de arrancarle los ojos. Y, si no podía, le mordería cualquier cosa que le cupiera en la boca.

—Estoy harta de esto —dijo Evelyn empezando a deambular de un lado para otro—. Estoy harta de aguantar la mierda de esta gente, de que me mientan. —Le dio una patada al neumático del Plymouth—. Estoy harta de no tener un coche, de que la gente crea que soy una especie de secretaria. —Agarró el bolso—. ¿Por qué no le he pegado un tiro? Dios, cómo me gustaría pegárselo.

—Podemos pegárselo ahora. —Amanda nunca había estado tan dispuesta en su vida a hacer algo—. Vamos a buscarle y se lo pegamos ahora mismo.

Evelyn se colgó el bolso en el hombro y se cruzó de brazos.

—No pienso ir a la cárcel por ese… —Se detuvo—. ¿Cómo lo llamaste? ¿Mamón? —Soltó una risa de sorpresa—. No sabía ni que conocieras esa palabra.

Amanda se dio cuenta de que ella también tenía los puños cerrados. Estiró los dedos uno a uno.

—Supongo que una aprende esas cosas cuando se junta con putas y chulos.

—Agentes de tráfico —dijo Evelyn, enfadada—. Es verano. Tendremos que soportar a todos esos niños estúpidos que no estudiaron durante el resto del curso.

Amanda abrió la puerta del coche.

—Vamos a Georgia Baptist para ver si podemos encontrar a la novia de Trey Callahan.

—¿Estás de broma? Ya has visto lo que ha dicho Butch.

—Eso será mañana. Ahora preocupémonos de hoy.

Evelyn dio la vuelta al coche.

—¿Y después qué, Scarlett O’Hara?

—Luego iremos a Techwood para ver si la señorita Lula ha encontrado a alguien que recordase haber visto a Hank Bennett. —Amanda giró la llave del contacto—. Y luego le preguntaremos si alguna vez ha visto a un gigante repartiendo sopa a los enfermos.

Evelyn puso el bolso sobre su regazo.

—Ulster admitió que venía con frecuencia a Techwood Homes. Los lunes y los viernes. Los mismos días en que encontraron a nuestras víctimas.

—Nos mintió. —Amanda salió a la calle—. Cómo iba a leer la obra de Trey Callahan si apenas podía leer los nombres de los carnés.

—¿Tú también te diste cuenta? —preguntó Evelyn—. No parecía analfabeto.

—Puede que no sepa leer bien.

—Butch dijo que estábamos tratando con su confidente. ¿Quién crees que es? ¿Ulster? ¿El padre Bailey? Me pregunto dónde se metió esa comadreja. Cerrando a las chicas por la noche. Es una fábrica de costura.

—Ulster parecía muy dispuesto a poner a Trey Callahan en el centro de la diana. La frase de Ofelia. Sus comentarios sobre su carácter.

—Veo que también te diste cuenta. —Evelyn apoyó el codo en la puerta—. Sé que por aquí todos somos cristianos, pero no me gusta la forma en que lo usa Ulster. Se cree mejor que nadie. ¿Te has fijado?

Amanda solo sabía una cosa.

—Creo que James Ulster es el tipo más aterrador que he conocido en mi vida. Hay algo siniestro en él.

—Exacto —dijo Evelyn—. ¿Viste lo grandes que eran sus manos?

Amanda sintió que un escalofrío le recorría la espalda.

—Un alto cargo está trabajando en nuestra contra —dijo Evelyn.

—Lo sé —masculló Amanda.

—Butch tiene contactos, pero no los suficientes como para hacer que nos trasladen. Tiene que ser alguien que supiera que ayer estuviste hablando con Juice en la cárcel. Y que sabía que hoy íbamos a hablar con Ulster. Y con el padre Bailey y Trey Callahan. Puede que yo removiera algún asunto mientras comprobaba los expedientes de negros desaparecidos. —Se mordió el labio—. Hemos hecho algo que ha cabreado a alguien lo bastante para quitarnos de la calle y ponernos a dirigir el tráfico.

—Lo sé —repitió Amanda.

Esperó a que Evelyn continuase, pero probablemente había llegado a la misma conclusión que ella. Duke Wagner no había recuperado su cargo de forma oficial, pero ya estaba tirando de los hilos.

Amanda miró su reloj. Eran las ocho y cuarto de la noche. Al oscurecer no disminuía el calor del verano. Todo lo contrario, le daba a la humedad una razón para levantarse y hacerlo aún más sofocante. Amanda sintió como si su sudor estuviese sudando. Los mosquitos revoloteaban por su cabeza mientras permanecía al lado de la cabina que había en la esquina de Juniper y Pine. Dejó la puerta abierta para que la luz no se encendiera. La moneda parecía escurrirse entre sus dedos. La metió en la ranura y, lentamente, marcó el número de su padre.

Había salido de la casa de Duke hacía quince minutos. Le había preparado la cena. Había escuchado a medias cómo le repetía las noticias del día y le hablaba de los últimos pormenores sobre su caso. Era cuestión de tiempo que recuperase su puesto, y que ella tuviera que hacer lo que él le pidiese. Amanda se había limitado a asentir mientras le observaba comer, y había lavado los platos. Sintió una inmensa tristeza. Cada vez que abría la boca para decir algo, la cerraba para no echarse a llorar.

Duke respondió al primer timbre. Tenía la voz ronca, probablemente de haber fumado muchos cigarrillos después de cenar.

—¿Dígame?

—Soy yo, papá.

—¿Estás en casa?

—No.

Duke esperó, y luego preguntó.

—¿Se te ha averiado el coche?

—No, señor.

Oyó cómo chirriaba su mecedora.

—¿Qué sucede? Sé que te pasa algo. Has estado enfurruñada toda la noche.

Amanda vio su reflejo en el cromo de la cabina. Tenía veinticinco años. Había tocado un cadáver el pasado fin de semana. Había despreciado a un proxeneta el día anterior. La última noche había ayudado a examinar el cadáver de una chica. Se había enfrentado a Butch Bonnie en la calle. Debería poder tener una conversación sincera con su padre.

—¿Por qué has hecho que me trasladen a un servicio de tráfico?

—¿Cómo dices? —Parecía sorprendido—. Yo no te he trasladado. ¿Quién demonios lo ha hecho? —Oyó el ruido de papeles y el clic de un bolígrafo—. Dame el nombre de ese gilipollas. Ya le diré yo a quién debe trasladar.

—¿No has sido tú?

—¿Por qué iba a trasladarte cuando voy a estar con mi antigua brigada dentro de menos de un mes?

Tenía razón. Además, si Duke estaba descontento con alguien, normalmente se lo decía a la cara.

—Mañana estaré haciendo un servicio de tráfico. —Había telefoneado para verificar si era cierto—. Junto con Evelyn Mitchell.

—¿Mitchell? —preguntó cambiando de tono—. ¿Qué haces tú con esa zorra? Te dije que te apartases de ella.

—Lo sé, pero estamos trabajando juntas en un caso.

Duke gruñó.

—¿Qué tipo de caso?

—Han asesinado a dos chicas. Chicas blancas. Vivían en Techwood Homes.

—¿Prostitutas?

—Sí.

Duke guardó silencio. Estaba pensando.

—¿Tiene algo que ver con ese negro que ha asesinado a esa chica blanca?

—Sí, señor.

Oyó el chasquido de su mechero, y luego cómo soltaba el humo.

—¿Por eso fuiste a la cárcel ayer por la mañana?

Se le hizo un nudo en la garganta. Vio que su vida desaparecía antes sus ojos: su apartamento, su trabajo, su libertad.

—Me he enterado de que pusiste a raya a ese negro. Que estuviste sola con él en una habitación.

Amanda no respondió. Oír a Duke decir esas palabras hizo que se diera cuenta de lo loca y estúpida que había sido. Tenía suerte de haber salido sana y salva de una situación como esa.

—¿Tuviste miedo? —preguntó Duke.

Sabía que se daría cuenta si le mentía.

—Estaba aterrorizada.

—Pero no se lo dejaste ver.

—No, señor.

Oyó que le daba una larga calada al cigarrillo.

—¿Piensas quedarte hasta muy tarde esta noche?

—Yo… —Amanda no sabía qué decir. Miró hacia la calle. Una luna casi llena dominaba el cielo. La cruz negra de madera proyectaba una sombra en la acera, justo delante del comedor social—. Tenemos a un posible sospechoso.

—¿Tenéis?

Amanda no respondió.

—¿Hay pruebas?

—Nada —admitió. Buscó una mejor explicación, pero solo se le ocurrió una—: Es solo intuición femenina.

—No lo llames así —ordenó Duke—. Llámalo presentimiento. Es algo que se siente en las entrañas, no entre las piernas.

—De acuerdo. —Fue lo único que se le ocurrió responder.

Duke tosió varias veces.

—Estáis investigando el caso de Rick Landry, ¿verdad?

—Sí, señor.

—Ese idiota no sería capaz ni de encontrar su propio culo. —Su risa se transformó en una tos seca—. Si te quedas hasta muy tarde, vete luego a dormir. Yo me prepararé el desayuno.

El teléfono emitió un ruido seco. Amanda se quedó mirando el auricular, como si el micrófono pudiera explicarle lo que acababa de suceder. No levantó la cabeza hasta que un par de luces llamaron su atención.

La camioneta de Evelyn olía a caramelo y vino barato. Sonrió mientras Amanda ocupaba el asiento del pasajero.

—¿Te encuentras bien?

—Desconcertada.

Le contó a Evelyn la conversación telefónica que había mantenido con su padre.

—Bueno —respondió Evelyn con tono circunspecto—, ¿crees que está diciendo la verdad?

—Sí.

Duke podía ser muchas cosas, pero no era un mentiroso.

—Entonces debe de estar diciéndola.

Amanda sabía que Evelyn jamás confiaría en Duke. Y lo entendía. En su opinión, estaba cortado por el mismo patrón que Rick Landry y Butch Bonnie. Y puede que fuese cierto, pero era su padre.

Evelyn miró en dirección al comedor social.

—¿Aún está Ulster dentro?

—Está limpiando. —Amanda había pasado por allí antes y había visto a James Ulster levantando una enorme sopera de la mesa. Estaba de espaldas a ella, pero, aun así, aligeró el paso—. Hay una furgoneta verde detrás del edificio. He pedido que identificasen la matrícula y está registrada a nombre de la iglesia. Había algunos objetos religiosos en el asiento delantero y una Biblia en el salpicadero. Tiene cacharros de madera en la parte de atrás y un montón de cuerdas. Imagino que las utiliza para que no se derrame la sopa.

—Llevándole sopa a los necesitados. A mí me parece un asesino en serie.

—¿Cómo no? Tú solo piensas en eso.

Evelyn no estaba para bromas.

—Mientras conducía hacia aquí, una parte de mí tenía la sensación de que estaba yendo a mi propio funeral. —Cruzó los brazos a la altura de la cintura—. Nuestro último día de trabajo, o al menos de nuestro verdadero trabajo, del que queremos hacer. No creo que pueda ponerme mi uniforme de guardia de tráfico nunca más. Pensé que eso era cosa del pasado.

Amanda no quería hablar de eso.

—¿Has llamado a Georgia Baptist?

—La novia de Callahan se llama Eileen Sapperson. No se presentó al trabajo esta mañana. No saben su número de teléfono ni su dirección. Otra desaparición mágica de Doug Henning.

—Otro punto muerto —recalcó Amanda.

La señorita Lula tampoco había encontrado a ninguna persona que recordase haber visto a alguien con la descripción de Hank Bennett. Además, aunque muchos conocían al descomunal señor Ulster, jamás le habían visto causar el más mínimo problema. Era difícil tener enemigos si les llevas un plato de comida caliente.

—James Ulster va a Techwood los lunes y los viernes, justo los días en que se encontraron a las víctimas —dijo Evelyn.

—Va tantas veces que nadie lo nota —añadió Amanda—. Al menos conocía a Kitty, y conocía a Mary Halston lo bastante bien como para decir que Trey estaba encaprichado con ella. Probablemente, también conocía a Lucy Bennett.

—Es el único que dice haberlas visto con vida hace poco. Jane Delray, Hank Bennett, Trey Callahan y Juice afirmaron que habían desaparecido el año pasado.

—Puede que Ulster sea el confidente de Butch. Podría haber dicho que Lucy Bennett estaba muerta para que su hermano dejase de buscarla.

—¿Crees que la estaba buscando de verdad? Dejó de hacerlo cuando encontró a Kitty. Y nada de eso explica por qué Hodge nos envió allí. Ni quién nos ha trasladado, si no ha sido tu padre.

Amanda no podía soportar la idea de repasarlo todo de nuevo. No importaba las veces que hablasen de eso, nunca resolverían aquel rompecabezas. Evelyn tenía a su familia, y ella tenía que hacer sus trabajos de la facultad. Además, jamás les habían asignado ese caso. Por lo demás, no tendrían más autoridad que pegarles gritos a unos cuantos adolescentes en edad escolar.

—Me pregunto —dijo Evelyn— qué pasaría si presento una denuncia por discriminación sexual. —Puso las manos sobre el volante—. ¿Qué harían? La ley está de mi lado. Butch tiene razón. No vale la pena amenazar si no vamos a seguir adelante. Es una pérdida de tiempo.

—Nunca te ascenderán. Te trasladarán al aeropuerto, lo que es más humillante que hacer un servicio de tráfico. Pero yo testificaré en tu favor. Vi lo que te hicieron Rick y Butch, y no tienen derecho a hacer tal cosa.

—Mandy, qué buena amiga eres. —Alargó el brazo y le cogió la mano—. Haces que este estúpido trabajo sea más llevadero.

Amanda miró sus manos. Las de Evelyn eran mucho más elegantes que las suyas.

—Nunca antes me habías llamado Mandy.

—En realidad, no te pareces a alguien que se llame Mandy.

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