Criminal

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Capítulo veintisiete

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Capítulo veintisiete

15 de julio de 1975

—Amanda —repitió Evelyn.

Amanda miró a Ulster. Aún le tenía pisado el cuello con el pie. Si presionaba un poco más, podía romperle la tráquea.

—Amanda —dijo Evelyn—. La chica.

La chica.

Ella retrocedió. Se dirigió al agente patrulla y le dijo:

—Arréstele.

El hombre sacó sus esposas. Llamó a la comisaría a través del micrófono que tenía en el hombro. Parecía tan asustado como ella lo había estado diez minutos antes.

Pero ahora ya no estaba aterrorizada. Había recuperado su determinación, su rabia, su cólera. Fue hacia la casa.

—Espera —dijo Evelyn poniéndole la mano en el brazo. Tenía la mejilla hinchada. Obviamente, le dolía al hablar, pero susurró—: Puede haber alguien más.

No se refería a otra chica, sino a otro asesino.

Amanda cogió su pistola del suelo. La empuñadura de madera estaba rajada. Abrió el tambor. Le quedaba una bala. Miró a Evelyn, que comprobó su revólver y levantó cuatro dedos. Cinco balas entre las dos. Eso era todo lo que tenían. Y todo lo que necesitaban.

La puerta principal estaba abierta. Amanda metió la mano y encendió las luces. Una sola bombilla colgaba de un viejo casquillo. Era una casa de una sola planta, con una puerta principal alineada con la de detrás. Había dos sillas en la habitación de delante. En una de ellas, vio una Biblia abierta. También había un recipiente de plata con agua en el suelo, lo que le recordó los servicios religiosos del este. Las mujeres llevaban recipientes con agua y les lavaban los pies a los hombres. Ella había lavado los pies de Duke cada año desde que cumplió los diez años.

El ruido lejano de una sirena rompió el silencio. No era una sola sirena, sino dos, tres, más de las que pudo contar.

Evelyn se puso al lado de Amanda cuando entraron en el vestíbulo. La cocina estaba justo delante. Había dos puertas a la derecha y otra a la izquierda, todas cerradas.

Evelyn señaló la primera puerta. Aferró el revólver e hizo un gesto para decirle que estaba preparada.

De pie, cada una a un lado de la puerta cerrada. Amanda cogió el pomo y la abrió de golpe. Con suma rapidez entró y le dio al interruptor de la luz. Una lámpara de pie se encendió. Había una cama metálica en el centro de la habitación. El colchón estaba sucio. De él sobresalían hilos, hilos rotos. También había un lavabo, un fregadero, una silla y una mesita de noche.

Encima de la mesita había un cortaúñas, un bajapieles, un pulidor de uñas y tres tipos de limas metálicas. Una lima de esmeril, unos alicates para uñas y un frasco de pintura roja para las uñas marca Max Factor, con su puntiagudo tapón blanco. Un frasco de cristal contenía los recortes en forma de media luna de las uñas de las mujeres.

Jane Delray.

Mary Halston.

Kitty Treadwell.

Lucy Bennett.

Habitaciones sucias. Paredes desconchadas. Bombillas desnudas en el techo. Excrementos de animales en el suelo. El hedor de la sangre y el horror.

Las había retenido en esa casa.

Evelyn emitió un suave siseo para llamar su atención. Señaló la puerta siguiente. Amanda vio que el agente entraba por la puerta principal, pero no le esperó; no necesitaban su ayuda.

Se colocó a un lado de la puerta y giró el pomo. La luz estaba encendida. Había lo mismo que en la otra habitación: un lavabo, un fregadero, un kit de manicura, pintura roja y otro frasco de cristal con los recortes de las uñas.

Vio a la chica desplomada contra el cabecero de la cama. La sangre le caía hasta el abdomen y la espuma le salía por la boca. Su mano agarraba un enorme cuchillo que tenía clavado en el pecho.

—¡No! —Amanda corrió hacia ella y se puso de rodillas al lado de la cama. Le cogió la mano a la chica—. No te lo saques.

Evelyn le gritó al agente.

—¡Pida una ambulancia! ¡Aún está viva!

La garganta de la chica emitió un sonido absorbente. El aire penetraba alrededor de la mano de Amanda. La hoja estaba inclinada hacia la izquierda, dañando el pulmón y posiblemente el corazón. Era un cuchillo enorme, de los que usan los cazadores para despellejar a sus presas.

—Ha… —susurró la chica. Su cuerpo temblaba. Tenía hilos desgarrados colgándole de los agujeros que le había hecho en los labios—. Ha…

—Tranquila —dijo Amanda tratando de calmarla e intentando mantener el cuchillo recto mientras le quitaba los dedos de él.

—¿Está teniendo un ataque? —preguntó Evelyn.

—No lo sé.

La mano de la chica cayó a un lado, con los dedos contraídos contra el colchón. Tenía un aliento rancio, casi amargo. Los músculos de Amanda ardían mientras agarraba la empuñadura del cuchillo e intentaba desesperadamente que se mantuviera en su lugar. Sin embargo, por mucho que lo intentaba, la sangre no dejaba de brotar de la herida.

—Todo va a ir bien —murmuró—. Aguanta un poco más.

La chica intentó parpadear. Tenía trozos de párpado pegados a la ceja. Extendió el brazo, con los dedos flexionados, como si quisiera señalar hacia la puerta abierta.

—Tranquilízate —dijo Amanda, que notó que le caían las lágrimas por el rostro—. Te vamos a sacar de aquí. Ya no te hará más daño.

Ella emitió un ruido, algo entre un resuello y una palabra.

—Te sacaremos de aquí.

Una vez más, emitió el mismo ruido.

—¿Qué sucede? —preguntó Amanda.

—Aa… —La chica respiró—. Mah…

Amanda negó con la cabeza. No entendía nada.

Evelyn se puso a su lado.

—¿Qué sucede, cariño?

—Aa… —repitió—. Aa… Mah…

—¿Amante? —preguntó Amanda—. ¿Amor?

Asintió con su cabeza varias veces.

—Él…

Su respiración se detuvo. Su cuerpo se relajó a medida que perdía la vida. Amanda no la pudo sostener por más tiempo. Con sumo cuidado la dejó caer en la cama. Su mirada se ausentó. Amanda nunca había visto morir a una persona. La habitación se congeló. Una brisa le recorrió la columna. Fue como si una sombra se ciñera sobre ellas y luego, de repente, desapareciera.

Evelyn se sentó sobre sus rodillas.

—Lucy Bennett —dijo en voz baja.

—Lucy Bennett —repitió Amanda.

Miraron a aquella desvalida chica. Su rostro, su torso, sus piernas y sus brazos. Los horrores del último año estaban grabados en su cuerpo.

—¿Cómo podía quererle? —preguntó Amanda—. ¿Cómo podía…?

Evelyn se limpió las lágrimas con el dorso de la mano.

—No lo sé.

Amanda miró los ojos de la chica. La había visto hacía unos instantes. Las imágenes pasaban por su cabeza como las escenas de una película de terror. La chica en la cama, su mano en el pecho, sosteniendo un cuchillo. Se dio cuenta en ese momento.

El ruido de las sirenas se intensificó.

—La casa está despejada —dijo el agente detrás de ellas—. Qué… —Vio el cuerpo de la chica, se llevó la mano a la boca y salió corriendo de la habitación, dando arcadas.

—Al menos estuvimos con ella —dijo Evelyn.

Se oyeron algunos coches derrapar en la calle. Las luces azules centellearon.

—Quizá le dimos algo de… No sé. ¿Consuelo?

—Llegamos muy tarde para salvarla —dijo Amanda.

—La encontramos —añadió Evelyn—. Al menos la encontramos. Y, durante sus últimos minutos de vida, fue libre.

—Eso no basta.

—No —dijo Evelyn.

Las sirenas dejaron de sonar a medida que llegaban los coches patrulla. Oyeron a alguien hablar en el exterior; voces secas dando órdenes, el alboroto de costumbre cuando los hombres tomaban el mando.

Y algo más.

Evelyn también lo oyó.

—¿Qué es ese ruido? —preguntó Amanda.

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