Criminal

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Capítulo tres

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Lucy Bennett

15 de octubre de 1974

Lucy perdió la noción del tiempo cuando los síntomas disminuyeron. Sabía que la heroína tardaba tres días en eliminarse por completo de la sangre, y que los sudores y el malestar duraban una semana o más, en función de lo enganchada que estuviese. Los calambres en el estómago, el intenso dolor en las piernas, el estreñimiento o la diarrea, la sangre color rojo brillante de los pulmones eliminando el veneno de rata, la leche en polvo o cualquier cosa que hubieran utilizado para cortar el caballo.

Muchas personas habían muerto intentando quitarse ellas solas de la heroína. La droga era rencorosa. Te poseía. Te clavaba las garras en la piel y no te dejaba marchar tan fácilmente. Lucy había visto a muchos parias muertos en las habitaciones traseras o en los aparcamientos vacíos, con la piel disecada y los dedos de los pies y de las manos agarrotados mientras sus uñas y su pelo seguían creciendo. Parecían brujas momificadas.

¿Semanas? ¿Meses? ¿Años?

El sofocante calor de agosto se había interrumpido por lo que solo podía ser la llegada del otoño. Mañanas agradables, pero noches frías. ¿Se estaba acercando el invierno? ¿Seguía siendo 1974 o se había perdido el día de Acción de Gracias, la Navidad, su cumpleaños?

Nadie podía detener el paso del tiempo.

¿Importaba eso acaso?

Todos los días, Lucy deseaba estar muerta. La heroína había desaparecido de su cuerpo, pero no pasaba ni un segundo sin pensar en el subidón, en la trascendencia, en la erradicación, en el adormecimiento de la mente, en el éxtasis que le producía la aguja al pincharle la vena, en ese brote de calor que le recorría los sentidos. Durante esos primeros días, aún podía notar el sabor de la heroína en sus vómitos. Había intentado comérselos, pero el hombre se lo había impedido.

El hombre.

El monstruo.

¿Quién haría algo así? Iba contra toda lógica. No encontraba nada en su vida que explicara lo que estaba sucediendo. Por muy malos que fuesen los chulos con los que había tratado, siempre terminaban por dejarla marchar. Una vez que habían conseguido lo que querían, la tiraban de nuevo a la calle. No querían volver a verla nunca más. Odiaban su mera presencia. La pateaban si no se marchaba lo bastante rápido. La echaban de sus coches y salían pitando.

Pero él no. Ese hombre no. Ese diablo no.

Lucy quería que la violase, que le pegase, que le hiciera cualquier cosa, salvo someterla a aquella detestable rutina que tenía que soportar a diario. La forma en que le cepillaba el pelo y los dientes. El modo en que la lavaba. La manera tan pudorosa que tenía de quedarse mirando a la pared mientras le pasaba el trapo entre las piernas. Los cuidadosos golpecitos que le daba con la toalla cuando la secaba. La mirada de pena que ponía cada vez que ella abría o cerraba los ojos. Y los rezos. Los constantes rezos.

«Lava tus pecados. Lava tus pecados». Ese era su mantra. Nunca le hablaba directamente. Solo le hablaba a Dios, como si él pudiese escuchar a una bestia como él. Lucy se preguntaba por qué la había escogido a ella, por qué le hacía todo aquello. Le gritaba, le suplicaba, le ofrecía cualquier cosa, pero él solo respondía: «Lava tus pecados».

Lucy se había educado en la religión. Durante años, había encontrado consuelo en ella. El olor de una vela encendida o el sabor del vino podían hacer que rememorase los momentos vividos en el banco de la iglesia, donde se había sentado felizmente entre sus padres. Su hermano, Henry, de lo aburrido que estaba, garabateaba dibujos vulgares en la hoja parroquial, pero a ella le encantaba escuchar al predicador hablando de las enormes recompensas que se obtenían si se llevaba una vida piadosa. Cuando estaba en las calles, la reconfortaba recordar aquellos sermones del pasado. Incluso cuando empezó a pecar, pensó que su alma no estaba perdida. La crucifixión no significaba nada si no se redimía el alma de Lucy Bennett.

Pero no de esa forma. Ni de esa manera. Y no con agua y jabón. Ni con sangre y vino. Ni con aguja e hilo.

Primero venía la penitencia; luego, la tortura.

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