Criminal

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Capítulo siete

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Viernes 11 de julio de 1975

Amanda leyó el libro de texto sobre estudios de mujeres, señalando los párrafos que necesitaba saber para su clase nocturna. Estaba sentada en el asiento del copiloto del Plymouth Fury de Kyle Peterson. La radio de policía estaba encendida, pero hacía mucho tiempo que había aprendido a desconectarse y prestar atención a las llamadas pertinentes. Le dio la vuelta a la página y empezó a leer la sección siguiente.

Para conocer los efectos de largo alcance del sistema de género/sexo, primero se debe desmantelar la hipótesis fálica en relación con el inconsciente.

—Vaya tela —suspiró. Cualquiera sabía lo que significaba aquello.

El coche se tambaleó cuando Peterson se dio la vuelta en el asiento trasero. Amanda miró por el retrovisor, deseando que no se despertase. Esa mañana ya había perdido casi una hora quitándose sus manos de encima, y luego otra media hora disculpándose para que dejara de refunfuñar. Gracias a Dios, la petaca que él llevaba en el bolsillo había bastado para dejarle noqueado, o no habría tenido tiempo para leer sus deberes.

Y no es que no entendiese lo que había escrito. Algunos de los párrafos eran claramente obscenos. Si esas mujeres tuvieran tantas ganas de saber cómo funcionaban sus vaginas, deberían empezar a depilarse las piernas y encontrar un marido.

La radio emitió un sonido seco. Amanda oyó la voz entrecortada de un hombre. En la ciudad había pocos sitios sin cobertura, pero ese no era el problema. Un agente negro estaba pidiendo refuerzos, cosa que significaba que los agentes blancos trataban de bloquear la transmisión presionando los botones de sus micrófonos. Una hora después, un agente blanco llamaría solicitando ayuda y los negros se comportarían igual.

Y luego alguien del

Atlanta Journal o del

Constitution escribiría un artículo preguntándose por qué recientemente habían repuntado los delitos.

Amanda miró a Peterson de nuevo. Había empezado a roncar. Tenía la boca abierta bajo su enmarañado y largo bigote.

Leyó el párrafo siguiente, pero nada más terminar se le olvidó lo que decía. Estaba tan cansada que se le nublaba la vista. O puede que fuese la irritación. Ojalá no volviese a leer las palabras «ginecocrático» y «patriarcado». Deberían enviar a Gloria Steinem[6] a Techwood Homes y ya veríamos si seguía pensando que las mujeres podían dirigir el mundo.

Techwood.

Amanda sintió que el miedo le subía como la bilis. Aún notaba las manos del chulo apretándole el cuello, su erección al estrecharla contra él, sus uñas cuando intentaba bajarle las medias.

Apretó los dientes, esperando que el corazón se calmara. Respiró profundamente. Inspiró y espiró, poco a poco. «Una…, dos…, tres…». Contó los segundos. Tardó algunos minutos en aflojar la mandíbula y respirar con normalidad.

Amanda no había visto a Evelyn Mitchell en los últimos cuatro días, desde que vivieron aquella horrible experiencia. No se había presentado al recuento y su nombre no aparecía en la lista. Ni siquiera Vanessa pudo encontrarla. Amanda esperaba que Evelyn hubiese recuperado la sensatez y hubiese regresado a su casa para cuidar de su familia. Para Amanda ya era bastante duro tener que levantarse de la cama todas las mañanas. No podía imaginar el miedo que habría sentido si tuviera que dejar a su familia, conociendo el mundo en el que se adentraba.

Sin embargo, Evelyn no fue la única agente que había desaparecido. Al nuevo sargento, Luther Hodge, también lo habían trasladado sumariamente. Lo sustituyó un hombre blanco llamado Hoyt Woody. Era del norte de Georgia; su acento campesino resultaba del todo ininteligible, en parte porque nunca se quitaba el palillo de dientes de la boca. Las tensiones en la brigada seguían allí, pero eran las habituales. Todo el mundo se sentía más cómodo con lo conocido.

Al menos la desaparición de Hodge no había sido total. Vanessa hizo algunas llamadas y averiguó que lo habían trasladado a uno de los distritos policiales de Model City. Eso no solo suponía un retroceso en su carrera, sino que además lo sacaba del círculo de Amanda. Por desgracia, no tenía el valor de visitarle en su nueva central y preguntarle por qué las había enviado a Techwood Homes para cumplir ese encargo tan estúpido.

Y no es que ella no pudiese hacer esos encargos tan inútiles. Los últimos días se había debatido entre sus ganas de olvidar todo lo que pasó en Techwood y su curiosidad, que no se lo permitía. Sus noches de insomnio no solo estaban llenas de temores, sino de preguntas.

Amanda quería relacionarlo con una curiosidad de policía, pero la verdad es que era más bien una cuestión de intuición femenina. La prostituta que había visto en el apartamento de Kitty Treadwell le había hecho ver que algo estaba sucediendo, que algo no iba bien. Lo podía sentir en sus entrañas.

Por eso había hecho algunas indagaciones que la exasperaron aún más. Estúpidas pesquisas que probablemente harían que volviese con su padre y se metiese en problemas, no con Duke, sino con los altos cargos del cuerpo de policía.

Cerró el libro de texto. No tenía estómago para leer la refutación de Phyllis Schlafly a la enmienda sobre la Igualdad de Derechos. Estaba cansada y harta de que mujeres que nunca tenían que pagar el alquiler de sus casas le dijesen cómo debía vivir su vida.

—¿Cómo te va?

Amanda se sobresaltó tanto que casi estrella el libro contra su cara. Primero mandó callar a Evelyn Mitchell, y luego se giró para mirar a Peterson.

—Lo siento —susurró Evelyn. Puso la mano en la manecilla de la puerta, pero Amanda bajó el seguro. Evelyn permaneció fuera del coche, inmóvil—. Sabes que la ventanilla está bajada, ¿verdad?

Vanessa Livingston, que estaba detrás de ella, soltó una risita.

Amanda, de mala gana, abrió la puerta y salió del coche.

—¿Qué quieres? —susurró.

—Estamos negociando. Tú por Nessa —respondió Evelyn también susurrando.

—De ninguna manera.

A los jefes no les importaría, pero Amanda no quería volver a tener nunca más de compañera a Evelyn Mitchell. Se giró para subirse de nuevo al coche, pero Evelyn la cogió del brazo y Vanessa se adelantó, ocupó el asiento y cerró cuidadosamente la puerta.

Amanda se quedó en el aparcamiento vacío, deseando darles una bofetada a las dos.

Evelyn se dirigió a Vanessa.

—Volveremos dentro de unas horas.

—Tarda lo que quieras —respondió Vanessa mirando a Peterson—. No creo que vaya a ningún sitio.

Evelyn utilizó el dedo para darse un golpecito en la nariz, al estilo de Robert Redford en

El golpe. Vanessa hizo lo mismo.

—Esto es absurdo —masculló Amanda, que entró en el coche para coger el bolso y el libro.

—Vamos, anímate —dijo Evelyn—. Puede que encontremos algo divertido.

Evelyn condujo su Ford Falcon por North Avenue. La camioneta estaba vacía de cajas de embalar, pero tenía algunos artículos infantiles. Salvo por la radio que descansaba en el asiento entre ellas, no había nada que indicase que una agente de policía conducía aquel automóvil. Notó que el vinilo del asiento se le pegaba a las piernas, y, como era hija única, no tenía primos y apenas solía estar con niños, no pudo evitar pensar que Zeke Mitchell había segregado alguna sustancia repugnante en el asiento.

—Bonito día —dijo Evelyn.

Debía de estar de broma. El sol del mediodía era tan intenso que le lloraban los ojos y tuvo que protegérselos.

Evelyn cogió su bolso y se puso las gafas de sol.

—Creo que tengo otro par —dijo rebuscando en el bolso.

—No, gracias.

Amanda había visto el mismo tipo de gafas en Richway. Costaban al menos cinco dólares.

—Como quieras.

Evelyn cerró su bolso. Conducía como una anciana, parándose en los semáforos amarillos, dejando pasar a todo el mundo. Tenía un pie en el acelerador y el otro en el freno. Cuando llegaron a la entrada del Varsity, estaba a punto de coger el volante y echarla del coche.

—Tranquila.

Con gran concentración, metió el Falcon en un aparcamiento que estaba cerca de la entrada a North Avenue. Los frenos chirriaron cuando pisó el pedal, avanzando lentamente hasta que notó que las ruedas chocaban contra la barrera. Al final, echó el freno de mano. El motor traqueteó al apagar el contacto, y el coche se tambaleó.

Evelyn se giró y miró de frente a Amanda.

—¿Bien?

—¿Para qué me has traído aquí? Yo no tengo ganas de comer.

—Creo que prefiero que no me hables.

—Tus deseos son órdenes para mí —replicó Amanda. Pero no pudo contenerse—. Casi consigues que me violen.

Evelyn se apoyó contra la puerta.

—En mi defensa, diría que nos iban a violar a las dos.

Amanda sacudió la cabeza. Evelyn parecía incapaz de tomarse nada en serio.

—Pero salimos bien paradas —añadió.

—Ahórrate tu energía positiva.

Evelyn se quedó callada. Volvió a girarse. Tenía las manos en el regazo. Amanda observaba el tablero con los menús. Las palabras se entremezclaban sin sentido. Mentalmente, enumeró todas las cosas que tenía que hacer antes de acostarse. Cuanto más pensaba en ello, más trabajo le costaba. Estaba demasiado cansada para hacer nada. Incluso para estar allí.

—Joder, chica —dijo Evelyn con voz profunda, imitando el tono grave del chulo—. Estás muy buena.

Amanda apoyó el libro de texto en su regazo.

—Basta.

Evelyn, como era de esperar, hizo caso omiso.

—Estás para comerte.

Amanda apartó la vista y se llevó la mano a la barbilla.

—Por favor, cállate.

—Deja que te coja ese hermoso culo.

—Por el amor de Dios —farfulló de rabia Amanda—. ¡Él no dijo eso!

Le temblaban los labios, pero, por primera vez en cuatro días, no era porque estuviese conteniendo las lágrimas.

—Mmm-hmm —continuó Evelyn, provocándola y moviendo las caderas obscenamente en el asiento—. Estás muy buena.

Amanda no pudo evitar que sus labios se levantasen y, de pronto, se echó a reír. Por mucho que lo intentaba, no podía controlarse. Su boca se abrió de par en par. Notó que la presión disminuía, y no solo por el sonido, sino por el aire que había atrapado en sus pulmones como un veneno. Evelyn también se reía, lo que resultaba lo más gracioso de todo. No tardaron mucho en estar las dos dobladas sobre sus asientos con las lágrimas corriéndoles por las mejillas.

—Buenas tardes, señoritas. —El camarero apareció en la ventanilla de Evelyn. Tenía el gorro inclinado graciosamente a un lado. Colocó una tarjeta en el parabrisas y les sonrió como si participase de la broma—. ¿Qué van a tomar?

Amanda se secó las lágrimas de los ojos. Por primera vez desde hacía algunos días, tenía hambre.

—Tráeme un Glorified Steak y unos aros de cebolla. Y un batido.

—Yo tomaré lo mismo. Pero añade una empanadilla —dijo Evelyn.

—Espera. Tráeme a mí también otra.

Evelyn aún se estaba riendo cuando el camarero se fue.

—Dios santo. —Suspiró. Le dio un golpecito al espejo y utilizó la punta del meñique para arreglarse el delineador de ojos—. Dios santo. No he podido pensar en comer desde que… —No tuvo que terminar la frase. Ninguna de las dos tendría que terminar aquella frase nunca más.

—¿Qué te ha dicho tu marido? —preguntó Amanda.

—Hay cosas que no comparto con Bill. A él le gusta pensar que soy como la agente 99, siempre segura mientras Max Smart hace el verdadero trabajo. —Soltó una breve carcajada—. Y no anda desencaminado. En esa estúpida serie, ni siquiera dicen su nombre. Es solo un número.

Amanda no respondió. Parecía un capítulo de su libro sobre los estudios de las mujeres.

Evelyn esperó unos instantes.

—¿Y qué dijo tu padre?

—No estaría aquí si se lo hubiera contado. —Amanda cogió el borde del libro—. A Hodge lo han trasladado a Model City.

—¿Y dónde crees que he estado yo?

Amanda se quedó boquiabierta.

—¿Te han asignado a Model City?

—Hodge ni siquiera me dirige la palabra. Lo primero que hago todas las mañanas es ir a su oficina, preguntarle qué pasó, a quién hemos cabreado, por qué nos envió a Techwood, y todos los días me echa de su oficina.

Amanda no pudo evitar sentirse impresionada por el desparpajo de Evelyn.

—¿Crees que te han castigado? —preguntó—. No lo creo. Los jefes no me trasladaron, y yo estaba allí contigo.

Evelyn parecía tener su propia opinión sobre el asunto, pero prefirió guardársela para sí.

—Los muchachos se encargaron del chulo ese.

Amanda sintió que el corazón le daba un vuelco.

—¿No se lo has dicho a nadie?

—Por supuesto que no, pero no hace falta ser Colombo para saberlo: un chulo sangrando en el suelo con la picha fuera y nosotras dos a punto de sufrir un ataque al corazón.

Tenía razón. Evelyn las había salvado, al dejarlo noqueado a la espera de la llegada de la caballería.

—Lo dejaron salir con tiempo suficiente para poderlo arrestar de nuevo. Al parecer, se resistió a la autoridad. Le dieron un paseo por Ashby Street y acabó en el hospital.

—Me parece muy bien. Así aprenderá.

—Es posible —dijo Evelyn dubitativa—. Dijo que yo me quedé con los brazos cruzados mientras él te violaba, esperando mi turno.

—Probablemente, le haya ocurrido cientos de veces. Ya viste a Jane. Estaba aterrorizada.

Evelyn asintió poco a poco.

—Dwayne Mathison. Ese es su verdadero nombre. Ha sido acusado un par de veces por maltratar a sus chicas. Normalmente, chicas blancas; mujeres altas, rubias, que solían ser atractivas. Se hace llamar Juice.

—¿Cómo el jugador de fútbol americano?

—Sí, solo que uno ganó el trofeo Heisman y al otro le gusta pegar a las mujeres.

Evelyn le dio unos golpecitos al libro de texto de Amanda y añadió:

—Me sorprende.

Ella tapó el libro con ambas manos, avergonzada.

—Es un curso obligatorio.

—Aun así, no está mal saber lo que sucede en otros sitios.

Amanda se encogió de hombros.

—Eso no cambiaría las cosas.

—¿No crees que sea inevitable? Mira lo que ha pasado con los negros —dijo señalando el restaurante—. Nipsey Russell solía pasarse las horas tirado en la acera y ahora se le ve en televisión a todas horas.

Era cierto. Amanda no sabía lo que más cabreaba a su padre, si ver a Russell en todos los concursos o toparse con Monica Kaufman, la nueva presentadora negra en el Canal 2 todas las noches.

—El alcalde Jackson no lo está haciendo tan mal. Se puede decir lo que se quiera sobre Reggie, pero la ciudad no se ha derrumbado. De momento.

El camarero regresó con la comida. Pasó la bandeja por la ventanilla de Evelyn. Amanda cogió su bolso.

—Deja, yo pago —dijo Evelyn.

—No necesito que…

—Considéralo una forma de comprar tu perdón.

—Vas a necesitar algo más que eso.

Evelyn contó los billetes y dejó una generosa propina.

—¿Qué vas a hacer mañana?

Si iba a ser un sábado como otro cualquiera, lo pasaría limpiando la casa de su padre, luego su apartamento y después dando una vuelta con Mary Tyler Moore, Bob Newhart y Carol Burnett.

—Aún no lo he pensado.

Evelyn le pasó su comida.

—¿Por qué no vienes a casa? Vamos a hacer una barbacoa.

—Tengo que mirar mi agenda —respondió Amanda, aunque sabía que su padre no lo aprobaría. De hecho, ya le preocupaba que se enterase de algo. Deliberadamente, todas las mañanas de esa semana la había estado advirtiendo de que se mantuviera alejada de Evelyn Mitchell—. Pero gracias por la invitación.

—Bueno, ya me dirás. Me encantaría que conocieras a Bill. Es tan… —Su voz adquirió un tono romántico—. Es el mejor. Estoy segura de que te gustará.

Amanda asintió, sin saber qué decir.

—¿Tú sales mucho?

—Todo el tiempo —respondió ella en broma—. A los hombres les encanta cuando descubren que eres policía. —Lo dijo en tono sarcástico, dando a entender que salían pitando por la puerta. Luego añadió—: De todas formas, ahora estoy muy ocupada para salir. Estoy intentando acabar mi carrera. Tengo muchas cosas que hacer.

Evelyn entendió lo que quería decir.

—Cuando trabajas con gilipollas como Peterson, se te olvida lo que es un hombre amable y normal —dijo—. También los hay buenos. No dejes que los neandertales te hundan.

—Mmmm —dijo Amanda llevándose una patata frita a la boca, y luego otra, hasta que Evelyn hizo lo mismo.

Comieron en silencio, dejando los vasos sobre el salpicadero mientras sujetaban los envases en el regazo. Eso era justo lo que Amanda necesitaba: una hamburguesa y unas grasientas patatas fritas. El batido de chocolate estaba tan dulce como un postre, pero se comió la empanadilla. Cuando terminó, volvió a sentir unas ligeras náuseas, pero, en esa ocasión, era más por indulgencia que por miedo.

Evelyn colocó los envases vacíos en la ventanilla del restaurante. Luego se llevó la mano al estómago y gruñó:

Mamma mia, la carne estaba picante.

—Esta mañana he metido un bote nuevo de Alka-Seltzer en el bolso.

Evelyn le hizo un gesto al camarero y pidió dos vasos de agua.

—Empiezo a pensar que eres una mala influencia para mí…, y que yo lo soy para ti.

Amanda parpadeó prolongadamente.

—Es la primera vez que quisiera estar en el coche con Peterson, así me podría tender y echarme a dormir.

—Te despertarías con él encima —replicó Evelyn echándose el pelo hacia atrás. Luego guardó silencio durante unos segundos y preguntó—: ¿Por qué crees que Hodge nos envió a Techwood?

No era la primera vez que Amanda sentía el peligro que podía haber detrás de esa pregunta. Era obvio que algún jefazo estaba moviendo los hilos. Tanto Evelyn como Hodge habían sido trasladados, y ella no sabía lo que podría ocurrirle, especialmente si descubrían lo que había estado haciendo.

Evelyn le dio un codazo.

—Vamos, chica. Sé que has estado pensando en ello.

—Bueno —dijo. Luego consideró si debía callarse, pero continuó—: El hombre del traje azul me tiene intrigada. Y no porque sea abogado.

—Ya sé a qué te refieres. Entró en la comisaría como si fuese el jefe. Le gritó a Hodge. No se le puede hacer una cosa así a un policía, por mucho que seas blanco y luzcas un buen traje.

—Hodge le llamó por su apellido. Durante el recuento, le dijo: «Señor Treadwell, podemos hablar en mi oficina».

—Y luego se metieron en el despacho, y Treadwell empezó a darle órdenes nada más entrar.

—Evelyn, te estás olvidando de lo más importante. Piensa en lo que me has dicho antes. Andrew Treadwell, padre, tiene amigos en las altas esferas. Se hizo una foto con el alcalde Jackson. Trabajó en su campaña. ¿Por qué recurriría a un humilde sargento sin influencia alguna y que llevaba al mando menos de una hora?

—Tienes razón. Sigue.

—Treadwell-Price está especializada en derecho urbanístico. Treadwell Sénior está negociando todos esos contratos para la nueva línea de metro que nadie quiere.

—¿Cómo lo sabes?

—Fui al periódico y estuve mirando viejas ediciones.

—¿Te dejaron hacerlo?

—Mi padre estuvo trabajando el año pasado en ese caso de secuestro —dijo Amanda encogiéndose de hombros. Exigieron un rescate de un millón de dólares por un editor. Una de las últimas funciones oficiales de Duke fue llevar el dinero desde la cámara acorazada del C&S hasta el punto de intercambio—. Les dije quién era y me dejaron ver los archivos.

—¿Tu padre no sabe que estuviste allí?

—Por supuesto que no. —Duke se habría puesto furioso si supiera que no lo había consultado primero con él—. Me habría preguntado en qué estaba metida. No quise abrir esa caja de truenos.

—Vaya —exclamó Evelyn apoyando la cabeza en el respaldo—. Lo que has descubierto es muy interesante. ¿Algo más?

Amanda volvió a dudar.

—Vamos, cariño. No seas tan desconfiada.

Amanda suspiró para mostrar su reticencia. Sospechaba que estaba removiendo algo sucio.

—El hombre que estuvo hablando con Hodge no es Treadwell Júnior. Según el periódico, Treadwell Sénior solo tiene una hija.

Evelyn se irguió de nuevo.

—¿Se llama Kitty? ¿O Katherine? ¿O Kate?

—Eugenia Louise, y está en una escuela para chicas en Suiza.

—Entonces ¿no está metiéndose caballo en Techwood?

—¿Caballo?

—Así llaman los negros a la heroína. —El camarero regresó con los dos vasos de agua—. Gracias. —Amanda desenroscó el tapón del Alka-Seltzer y echó dos pastillas en cada vaso. El sonido del burbujeo resultó agradable.

—Entonces no hay Treadwell Júnior —dijo Evelyn—. Y, así pues, ¿quién era el hombre del traje azul? ¿Y por qué Hodge pensó que era Treadwell? —Sonrió—. Estoy segura de que piensa que todos los blancos somos iguales.

Amanda también sonrió.

—El del traje azul tiene que ser un abogado. Puede que trabaje en el bufete y que Hodge pensara que se llamaba Treadwell. Pero eso tampoco tiene mucho sentido. Ya hemos concluido que Andrew Treadwell no enviaría a un subalterno para hablar con un capitán de zona recién nombrado. Se habría dirigido directamente al alcalde. Cuanto más delicada es una situación, menos personas quieres que la conozcan.

Evelyn estableció la obvia conexión.

—Lo que significa que el hombre del traje azul tomó la iniciativa para ayudar a su jefe o intentaba causar problemas.

Amanda no estaba muy segura a ese respecto, pero dijo:

—En cualquier caso, Hodge no le dijo lo que quería oír. El del traje azul estaba muy enfadado cuando se fue. Le gritó y salió muy cabreado de comisaría.

Evelyn volvió a su teoría inicial.

—El del traje azul presionó a Hodge para que nos enviase a ver a Kitty Treadwell. Treadwell no es un nombre muy común. Tiene que estar relacionada de alguna forma con Andrew Treadwell.

—No pude encontrar una conexión en los periódicos, pero no guardan todas las ediciones antiguas, y no les gusta que hagas una búsqueda muy intensa.

—Treadwell-Price está en ese edificio de oficinas nuevo que hay en Forsyth Street. Podríamos sentarnos durante la hora de la comida. Esos tipos no compran comida para llevar. El del traje azul tendrá que salir tarde o temprano.

—¿Y luego qué?

—Le enseñamos nuestra placa y le hacemos algunas preguntas.

Amanda no creía que fuera a funcionar. Lo más probable es que se riera en su cara.

—¿Y qué pasa si Hodge se entera de que estás indagando?

—No creo que le importe siempre que no esté en su oficina haciéndole preguntas. ¿Qué me dices de tu nuevo sargento?

—Es uno de los guardias antiguos, pero apenas sabe cómo me llamo.

—Probablemente esté borracho antes de la hora de comer —dijo Evelyn. Estaba en lo cierto. Una vez que los sargentos veteranos repartían las tareas de la mañana, era difícil ver a uno en su escritorio—. Podemos vernos el lunes después del recuento. A ellos no les importa lo que hagamos siempre y cuando estemos en la calle. Nessa se lleva bien con Peterson.

A Amanda le preocupó un poco lo bien que podía llevarse Vanessa con Peterson, pero lo dejó pasar.

—Jane no era la única chica que vivía en el apartamento. Había al menos otras dos.

—¿Cómo lo sabes?

—Había tres cepillos de dientes usados en el cuarto de baño.

—No es que Jane tuviera muchos dientes.

Amanda miró el vaso burbujeante. Tenía el estómago demasiado lleno para reírse de las bromas de Evelyn.

—Una parte de mí me dice que estoy loca por perder el tiempo tratando de localizar a una prostituta yonqui.

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