Criminal

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Capítulo nueve

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Mary Halston

15 de noviembre de 1974

A Mary le habían robado la noche anterior en la Union Mission, cosa que no era de extrañar, pero, a pesar de eso, le molestó. No fue dinero lo que le quitaron, ya que su chulo se quedaba con todo, sino un medallón que le había regalado Jerry, su novio durante la escuela secundaria. Se había marchado a Vietnam nada más terminar la escuela. Tenía sus propios motivos para estar en contra de los vietnamitas, pero se enganchó tanto a la heroína que no pudo pasar el test de drogas para regresar a Estados Unidos. Estuvo seis meses pudriéndose en la selva para poder desintoxicarse, pero, en cuanto aterrizó el avión, cogió a Mary y una bolsa de heroína. Seis meses más tarde, murió con la jeringa en el brazo, y Mary tuvo que resignarse y ponerse a trabajar en las calles rezando para que todo terminase de una vez.

Prefería no mirarles a la cara. Sus ojos redondos y brillantes, sus labios húmedos, su forma de apretar los dientes. Parecía como si sus imágenes se le hubiesen quedado grabadas en una parte de su cerebro a la que un día tendría acceso… y entonces… puff. Ardería como una vela y luego se apagaría para siempre.

En cierta ocasión había leído un libro estúpido en el que los científicos te cortaban las retinas y las introducían en un enorme televisor en el cual se podía ver todo lo que tú habías visto en toda tu vida. Aunque escalofriante, el libro la entretuvo, porque a ella no le gustaba pensar en su vida. Para empezar, resultaba extraño que lo hubiese leído, ya que su gusto tendía más a las novelas de misterio de Dana Girls y Nancy Drew. Sin embargo, le había dado por las cosas científicas después de ver

2001: Una odisea del espacio. Bueno, la verdad es que mucho no la había visto, porque Jerry se pasó todo el rato metiéndole mano, pero captó la esencia de la película: en el 2001, la especie humana estaría totalmente jodida.

Y no es que pensase que viviría para verlo, a pesar de tener solo diecinueve años. Cuando no estaba durmiendo en un catre de la Union Mission, paseaba por las calles en busca de algún cliente. Había perdido algunos dientes, y el cabello se le caía a mechones. No era lo bastante atractiva para tener su propia esquina, por eso tenía que deambular durante el día en busca de abogados y banqueros que la ponían de cara a la pared mientras hacían lo suyo. Eso le recordaba la forma en que se coge a un gatito. Lo coges por la parte de atrás del cuello y se queda inmóvil. Sin embargo, ninguno de esos gilipollas se quedaba inmóvil, de eso estaba segura.

Mary se adentró en un callejón y se sentó al lado de los contenedores. Le dolían los pies. Tenía ampollas en los talones porque los zapatos le apretaban. En realidad, no eran sus zapatos. Mary no solo era una víctima en la Union Mission, también cogía lo que necesitaba, y lo que necesitaba eran unos zapatos de charol blanco, con los tacones gruesos. Eran muy elegantes, del tipo que usaría Ann Marie en un rodaje de

Esa chica.

Oyó acercarse unas fuertes pisadas. Alzó los ojos para mirar al hombre. Era como mirar una montaña. Era alto, de anchas espaldas y tenía unas manos que podrían romperle el cuello con suma facilidad.

—Buenos días, hermana —dijo.

Eso fue lo último que oyó.

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