Cosmos

Cosmos


VI. Historias de viajeros

Página 13 de 34

Capítulo VI
HISTORIAS DE
VIAJEROS

¿Existen muchos mundos o existe sólo un único mundo? Esta es una de las más nobles y elevadas cuestiones planteadas en el estudio de la Naturaleza.

ALBERTO MAGNO, siglo trece

En las primeras edades del mundo, los habitantes de una isla cualquiera se consideraban los únicos habitantes de la Tierra, o en caso de que hubiera otros, no podían concebir que llegaran nunca a establecer comercio con ellos, porque estaban separados por el profundo y ancho mar, pero las épocas posteriores conocieron la invención del barco… Del mismo modo, quizás puedan inventarse otros medios de transporte para trasladarse a la Luna… Nos falta ahora un Drake o un Colón capaz de emprender este viaje, o un Dédalo que invente un transporte por el aire. Sin embargo, no dudo que el tiempo, que continúa siendo el padre de las verdades futuras y que nos ha revelado muchas cosas que nuestros antepasados ignoraban, también manifestará a nuestros sucesores lo que nosotros ahora deseamos saber y no podemos.

JOHN WILKINS, El descubrimiento de un mundo en la Luna, 1638

Podemos ascender por encima de esta Tierra insípida, y contemplándola desde lo alto considerar si la Naturaleza ha volcado sobre esta pequeña mota de polvo todas sus galas y riquezas. De este modo, al igual que los viajeros que visitan otros países lejanos, estaremos más capacitados para juzgar lo que se ha hecho en casa, para poderlo estimar de modo real, y dar su justo valor a cada cosa. Cuando sepamos que hay una multitud de Tierras tan habitadas y adornadas como la nuestra, estaremos menos dispuestos a admirar lo que este nuestro mundo llama grandeza y desdeñaremos generosamente las banalidades en las que deposita su afecto la generalidad de los hombres.

CHRISTIAAN HUYGENS, Los mundos celestiales descubiertos, hacia 1690

La nave espacial Voyager expuesta en el Laboratorio de Propulsión a Chorro. En el brazo de la izquierda están los generadores de energía nuclear. Dentro del compartimento central, hexagonal, que contiene la electrónica, están las computadoras de a bordo; el disco de oro en el exterior es el Disco Interestelar Voyager (véase capítulo 11). En el brazo de la derecha está la plataforma orientable que permite apuntar varios instrumentos, incluyendo la cámara de gran resolución, abajo a la derecha. (Cedida por la NASA).

ÉSTA ES LA ÉPOCA EN LA QUE LOS HOMBRES han comenzado a navegar por los mares del espacio. Las naves modernas que surcan las trayectorias keplerianas hacia los planetas van sin tripulación. Son robots semi inteligentes, maravillosamente construidos, que exploran mundos desconocidos. Los viajes al sistema solar exterior se controlan desde un único lugar del planeta Tierra, el Laboratorio de Propulsión a Chorro de la Administración Nacional de Aeronáutica y del Espacio en Pasadena, California.

El 9 de julio de 1979, una nave espacial llamada Voyager 2 llegó al sistema de Júpiter. Había estado navegando casi dos años a través del espacio interplanetario. La nave está hecha de millones de piezas separadas montadas de modo redundante, para que si falla algún componente otros se hagan cargo de sus responsabilidades. La nave espacial pesa 0,9 toneladas y llenaría una sala de estar grande. Su misión le lleva tan lejos del Sol que no puede obtener su energía de él, como otras naves. El Voyager cuenta por ello con una pequeña planta de energía nuclear, que extrae cientos de watios de la desintegración radiactiva de una pastilla de plutonio. Sus tres computadores integrados y la mayoría de sus funciones de mantenimiento por ejemplo, el sistema de control de temperatura están localizados en el centro. Recibe órdenes de la Tierra y radia sus descubrimientos hacia la Tierra a través de una gran antena de 3,7 m de diámetro. La mayoría de sus instrumentos científicos están en una plataforma de exploración, que va apuntando hacia Júpiter o a alguna de sus lunas cuando la nave espacial pasa disparada por su lado. Hay muchos instrumentos científicos —espectrómetros ultravioleta e infrarrojo, aparatos para medir las partículas cargadas, los campos magnéticos y las emisiones de radio de Júpiter—, pero los más productivos han sido las dos cámaras de televisión, preparadas para tomar decenas de miles de imágenes de las islas planetarias del sistema solar exterior.

Júpiter está rodeado por una cáscara de partículas cargadas de alta energía, invisibles pero muy peligrosas. La nave espacial debe pasar a través del límite exterior de este cinturón de radiaciones para examinar de cerca a Júpiter y sus lunas, y para continuar su misión hacia Saturno y más allá. Pero las partículas cargadas pueden estropear los delicados instrumentos y quemar la electrónica. Júpiter está también rodeado, como descubrió hace cuatro meses el Voyager 1, por un anillo de escombros sólidos, que el Voyager 2 tuvo que atravesar. Una colisión con una pequeña piedra podía haber enviado a la nave espacial dando tumbos violentamente y fuera de control, incapaz de enfocar su antena y de entrar en contacto con la Tierra, y con sus datos perdidos para siempre. Poco antes del Encuentro, los controladores de la misión estaban intranquilos. Hubo algunas alarmas y emergencias, pero la inteligencia combinada de los hombres de la Tierra y de los robots del espacio evitó el desastre.

Control de la misión en el Laboratorio de Propulsión a Chorro. (Cedida por la NASA).

Fue lanzado el 20 de agosto de 1977, recorrió luego una trayectoria arqueada que le llevó más allá de la órbita de Marte y le hizo atravesar el cinturón de asteroides para acercarse al sistema de Júpiter y abrirse paso entre el planeta y sus más o menos catorce lunas. El paso del Voyager cerca de Júpiter lo aceleró y lo envió hacia Saturno. La gravedad de Saturno lo empujará luego hacia Urano. Después de Urano continuará alejándose más allá de Neptuno, abandonará el sistema solar y se convertirá en una nave espacial interestelar, condenada para siempre a errar por el gran océano interestelar.

Estos viajes de exploración y descubrimientos son los últimos de una larga serie que han caracterizado y dado categoría a la historia humana. En los siglos quince y dieciséis, se podía ir de España a las Azores en unos cuantos días, el mismo tiempo que ahora se tarda en cruzar el canal que separa la Tierra de la Luna. Se tardaba entonces unos cuantos meses en atravesar el océano Atlántico y alcanzar el llamado Nuevo Mundo, las Américas. Hoy se tardan unos cuantos meses en atravesar el océano del sistema solar interior y realizar aterrizajes planetarios en Marte o en Venus, que de modo verídico y literalmente son nuevos mundos que nos esperan. En los siglos diecisiete y dieciocho se podía viajar de Holanda a China en un año o dos, el tiempo que se ha tardado en viajar de la Tierra a Júpiter.[31] Los costes anuales eran, en comparación, más altos que ahora, pero en ambos casos inferiores al uno por ciento del correspondiente producto nacional bruto. Nuestras actuales naves espaciales con sus tripulaciones robots son los precursores, las vanguardias de futuras expediciones humanas a los planetas. Hemos recorrido este camino antes.

Los siglos quince al diecisiete representan un gran momento decisivo de nuestra historia. Empezó a quedar claro que podíamos aventuramos a cualquier lugar de nuestro planeta. Naves intrépidas de media docena de naciones europeas se dispersaron por todos los océanos. Hubo muchas motivaciones para estos viajes: la ambición, la codicia, el orgullo nacional, el fanatismo religioso, la remisión de penas, la curiosidad científica, la sed de aventuras, la imposibilidad de encontrar un buen empleo en Extremadura. Estos viajes hicieron mucho mal y también mucho bien. Pero el resultado neto ha sido dejar unida a toda la Tierra, disminuir el provincialismo, unificar la especie humana y avanzar enérgicamente en el conocimiento de nuestro planeta y de nosotros mismos.

El puerto de Middleburg, Holanda, a principios del siglo diecisiete. Pintura de Adriaen van de Venne. (Cedida por el Rijksmuseum, Amsterdam).

La República revolucionaria holandesa del siglo diecisiete es un paradigma de la época de exploraciones y descubrimientos navales. Se había declarado recientemente independiente del poderoso Imperio español, y por ello abrazó con más fuerza que cualquier otro país europeo de su época la Ilustración europea. Fue una sociedad racional, ordenada, creativa. Pero al estar cerrados los puertos y los barcos españoles a los buques holandeses, la supervivencia económica de la diminuta república dependía de su capacidad por construir, tripular, y desplegar una gran flota destinada a la navegación comercial.

La Compañía Holandesa de las Indias Orientales, una empresa conjunta del gobierno y la iniciativa privada, envió barcos a los rincones más lejanos del mundo para adquirir mercancías raras y revenderlas provechosamente en Europa. Estos viajes fueron la sangre viva de la República. Las cartas y los mapas de navegación se consideraban secretos de estado. Con frecuencia los barcos embarcaban con órdenes selladas. Los holandeses hicieron de repente su aparición en todo el planeta. El mar de Barents en el océano Ártico y Tasmania en Australia tienen el nombre de capitanes de barco holandeses. Estas expediciones no eran simples empresas de explotación comercial, aunque de eso hubo mucho. Entraban en ellas poderosos elementos de aventura científica, y la obsesión por descubrir nuevas tierras, nuevas plantas y animales, nuevos pueblos; la búsqueda del conocimiento en sí.

El Ayuntamiento de Amsterdam refleja la imagen confiada y secular que tenía de sí la Holanda del siglo dieciséis. Se precisaron naves enteras cargadas de mármol para construirlo. Constantjin Huygens, un poeta y diplomático de la época, dijo que el Ayuntamiento dejaba de lado la miseria y el bizqueo del gótico. En el Ayuntamiento hay todavía hoy una estatua de Atlas sosteniendo los cielos adornados con constelaciones. Debajo está la Justicia, de pie entre la Muerte y el Castigo, blandiendo una espada de oro y las balanzas, y pisando a la Avaricia y a la Envidia, los dioses de los mercaderes. Los holandeses, cuya economía estaba basada en el beneficio privado, comprendieron sin embargo que la búsqueda desenfrenada del beneficio suponía una amenaza para el alma de la nación.

Un símbolo menos alegórico puede encontrarse debajo de Atlas y de la Justicia, en el suelo del Ayuntamiento. Un gran mapa embutido, que data de finales del siglo diecisiete o principios del dieciocho, y alcanza desde África occidental hasta el océano Pacífico. El mundo entero era un escenario para Holanda. Y en este mapa los holandeses, con una modestia encantadora se omitieron a sí mismos, utilizando sólo el viejo nombre latino de Belgium para la parte de Europa que les correspondía.

En un año corriente muchos barcos partían para recorrer medio mundo, navegaban descendiendo por la costa occidental de África, atravesaban el mar que ellos llamaban Etíope, doblaban la costa sur de África, pasaban entre los estrechos de Madagascar, alcanzaban la punta más meridional de la India, y se dirigían finalmente a uno de sus puntos de mayor interés: las Islas de las Especias, la actual Indonesia. Algunas expediciones fueron desde allí hasta una tierra bautizada Nueva Holanda y llamada hoy Australia. Unos cuantos se aventuraron por los estrechos de Malaca, bordearon Filipinas y llegaron a China. Lo sabemos por una relación de mediados del siglo diecisiete que describe una Embajada de la Compañía de las Indias Orientales de las Provincias Unidas de los Países Bajos, al Gran Tártaro Cham, Emperador de la China. Los ciudadanos, embajadores y capitanes de mar holandeses quedaron patidifusos al encontrarse cara a cara con otra civilización en la Ciudad Imperial de Pekín.[32]

Holanda no había sido ni volvió a ser una potencia mundial de tal magnitud. Era un país pequeño, obligado a vivir de su propio talento, y que infundía a su política extranjera un fuerte aire pacifista. Su gran tolerancia por las opiniones no ortodoxas le convirtió en un paraíso para los intelectuales que huían de la censura y del control de pensamiento practicado en el resto de Europa; del mismo modo los EE. UU. se beneficiaron enormemente del éxodo de intelectuales que huían en los años treinta de la Europa dominada por los nazis. Así, en el siglo diecisiete Holanda fue el hogar del gran filósofo judío Spinoza, admirado por Einstein; de Descartes, una figura primordial en la historia de las matemáticas y de la filosofía; y de John Locke, un científico político que influyó sobre un grupo de revolucionarios de inclinación filosófica llamados Paine, Hamilton, Adams, Franklin y Jefferson. Nunca, ni antes ni después, ha estado Holanda adornada con una galaxia tal de artistas y de científicos, de filósofos y de matemáticos. Fue la época de los maestros pintores Rembrandt, Vermeer y Frans Hals; de Leeuwenhoek, el inventor del microscopio; de Willebrord Snell, que descubrió la ley de la refracción de la luz.

La Universidad de Leiden, siguiendo la tradición holandesa de apoyar la libertad de pensamiento, ofreció una cátedra a un científico italiano llamado Galileo, a quien la Iglesia católica había obligado bajo amenaza de tortura a retractarse de su herética afirmación de que la Tierra se movía alrededor del Sol y no al revés.[33] Galileo mantenía relaciones intensas con Holanda, y su primer telescopio astronómico fue el perfeccionamiento de un catalejo de diseño holandés. Con él descubrió manchas solares, las fases de Venus, los cráteres de la Luna, y las cuatro grandes lunas de Júpiter llamadas, por este motivo, satélites galileanos. La descripción que el propio Galileo hace de sus dolores eclesiásticos está contenida en una carta que escribió en el año 1615 a la gran duquesa Cristina:

Como bien sabe vuestra Serena Majestad, hace algunos años descubrí en los cielos muchas cosas que no se habían visto antes de nuestra época. La novedad de estas cosas, y algunas consecuencias que de ellas se derivaban en contradicción con las nociones físicas comúnmente sostenidas por los filósofos académicos, han excitado contra mí a un no pequeño número de profesores (muchos de ellos eclesiásticos), como si yo hubiese colocado con mis propias manos esas cosas en el cielo a fin de trastocar la Naturaleza y de trastocar las ciencias. Parecen olvidar que el incremento en las verdades estimula la investigación, la fundación y el desarrollo de las artes.[34]

La conexión entre Holanda como potencia exploradora y Holanda como centro cultural e intelectual fue muy fuerte. El perfeccionamiento de los barcos fomentó todo tipo de tecnología. La gente disfrutaba trabajando con sus manos. Los inventos se apreciaban. El avance tecnológico exigía la búsqueda del conocimiento lo más libre posible, y así Holanda se convirtió en el principal editor y librero de Europa, traduciendo trabajos escritos en otras lenguas y permitiendo la publicación de libros prohibidos en otros países. Las aventuras en países exóticos y los encuentros con sociedades extrañas pusieron en tela de juicio la satisfacción propia, retaron a los pensadores a reconsiderar la sabiduría convencional y demostraron que ideas aceptadas durante milenios en geografía, por ejemplo eran fundamentalmente erróneas. En una época en que reyes y emperadores mandaban en casi todo el mundo, la República Holandesa estaba más gobernada por el pueblo que cualquier otra nación. El carácter abierto de su sociedad y el estímulo que daba a la vida del pensamiento, su bienestar material y sus ansias de exploración y de utilización de nuevos mundos, generaron una alegre confianza en la empresa humana.[35]

Galileo Galilei (1564-1642). En esta pintura de Jean-Leon Huens, Galileo intenta convencer a los escépticos eclesiásticos de que en la Luna hay montañas y de que el planeta Júpiter tiene varias lunas propias. La jerarquía católica no se dejó convencer. Galileo fue procesado por «sospecha grave de herejía». Condenado gracias a un documento falsificado, pasó los últimos ocho años de su vida bajo arresto domiciliario, en su pequeña casa de las afueras de Florencia. Galileo fue la primera persona que utilizó el telescopio en el estudio de los cielos. (Pintura de Jean-Leon Huens © National Geographic Society).

Retrato de Christiaan Huygens (1629-1695) por Bernard Vaillant. (Cedido por Huygensmuseum «Hofwijck», Voorburg, Holanda).

En Italia, Galileo había anunciado otros mundos, y Giordano Bruno había especulado sobre otras formas de vida. Por esto sufrieron brutalmente. Pero en Holanda, el astrónomo Christiaan Huygens, que creía en ambas cosas, fue colmado de honores. Su padre era Constantjin Huygens, un diplomático importante de la época, literato, poeta, compositor, músico, amigo íntimo y traductor del poeta inglés John Done, y cabeza de una gran familia arquetípica. Constantjin admiraba al pintor Rubens y «descubrió» a un joven artista llamado Rembrandt van Rijn, en varios de cuyos trabajos apareció con posterioridad. Después de su primer encuentro, Descartes escribió de él: «Apenas podía creer que una sola mente pudiera ocuparse de tantas cosas, y estar tan bien preparada en todas ellas». La casa de Huygens estaba llena de bienes procedentes de todas partes del mundo. Pensadores distinguidos de otras naciones eran con frecuencia sus huéspedes. El joven Christiaan Huygens, que crecía en este ambiente, se iba haciendo simultáneamente experto en lenguas, dibujo, derecho, ciencias, ingeniería, matemáticas y música. Sus intereses y lealtades eran amplios. «El mundo es mi patria» decía, «la ciencia mi religión».

La luz era un tema de la época: la ilustración simbólica de la libertad de pensamiento y de religión, de los descubrimientos geográficos; la luz que impregnaba las pinturas de la época, especialmente el exquisito trabajo de Vermeer; y la luz como objeto de investigación científica, como el estudio de la refracción por Snell, el invento del microscopio por Leeuwenhoek y la teoría ondulatoria de la luz del propio Huygens.[36] Eran actividades relacionadas, y sus practicantes se trataban libremente. Es significativo que los interiores de Vermeer están cargados de artefactos náuticos y mapas murales. Los microscopios eran curiosidades de salón. Leeuwenhoek fue el albacea testamentario de Vermeer, y un visitante frecuente de la mansión de Huygens en Hofwijck.

El microscopio de Leeuwenhoek se desarrolló a partir de la lupa utilizada por los lenceros para examinar la calidad de la tela. Con él se descubrió un universo en una gota de agua: los microbios, a los que llamó animálculos y que calificó de lindos. Huygens había construido el diseño del primer microscopio y él mismo realizó muchos descubrimientos con él. Leeuwenhoek y Huygens fueron de las primeras personas que vieron células de esperma humano, un requisito previo para comprender la reproducción humana. Huygens, para explicar el lento desarrollo de microorganismos en agua previamente esterilizada por ebullición, propuso que eran tan pequeños que podían flotar por el aire y reproducirse al posarse en el agua. De este modo ofreció una alternativa a la generación espontánea: la teoría según la cual la vida puede surgir en el zumo de uva fermentado o en carne en descomposición, con total independencia de la vida preexistente. La especulación de Huygens no demostró ser correcta hasta la época de Louis Pasteur, dos siglos después. La búsqueda de vida en Marte por el Viking deriva en más de una línea de Leeuwenhoek y de Huygens. También son los abuelos de la teoría del germen en la enfermedad, y por lo tanto de parte de la medicina moderna. Pero ellos no buscaban resultados prácticos. Ellos se limitaban a manipular un poco dentro de la sociedad tecnológica.

El microscopio y el telescopio, desarrollados ambos en Holanda, a principios del siglo diecisiete, representan una ampliación de las perspectivas humanas hacia los reinos de lo muy pequeño y de lo muy grande. Nuestras observaciones de los átomos y de las galaxias comenzaron en esa época y en ese lugar. Christiaan Huygens disfrutaba desbastando y puliendo las lentes de telescopios astronómicos, y construyó uno de cinco metros de longitud. Sus descubrimientos con el telescopio bastarían para asegurarle un lugar en la historia de los logros humanos. Fue la primera persona que, siguiendo las huellas de Eratóstenes, midió el tamaño de otro planeta. Fue también el primero en conjeturar que Venus está cubierto totalmente de nubes; el primero en dibujar un accidente de la superficie de Marte (una gran ladera oscura azotada por el viento llamada Syrtis Major); y fue el primero que, al observar la aparición y desaparición de tales rasgos mientras el planeta giraba, determinó que el día marciano tenía, como el nuestro, una duración de unas veinticuatro horas. Fue el primero en reconocer que Saturno está rodeado por un sistema de anillos que no tocan en ningún punto al planeta.[37] Y fue el descubridor de Titán, la mayor luna de Saturno y, como sabemos ahora, la luna mayor del sistema solar; un mundo de extraordinario interés y porvenir. Realizó la mayoría de estos descubrimientos antes de los treinta años. También pensaba que la astrología era una tontería.

Un detalle del Systema Saturnium de Christiaan Huygens, publicado en 1659. Muestra su explicación correcta del aspecto cambiante de los anillos de Saturno a lo largo de los años, a medida que cambia la geometría relativa de la Tierra y de Saturno. En la posición B, los anillos relativamente tan finos como el papel desaparecen porque los vemos de canto. En la posición A presentan la máxima extensión visible desde la Tierra, con una configuración ante la cual Galileo, que tenía un telescopio muy inferior, se sintió consternado.

Huygens hizo mucho más. Un problema clave para la navegación marítima en aquella época era la determinación de la longitud. La latitud se podía determinar fácilmente por las estrellas; cuanto más al sur se estaba, más constelaciones meridionales se podían ver. Pero la longitud necesitaba de un cronómetro preciso. Un exacto reloj a bordo marcaría el tiempo del puerto de partida; la salida y puesta de Sol y de las estrellas determinaría el tiempo local de a bordo; y la diferencia entre los dos tiempos daría la longitud. Huygens inventó el reloj de péndulo (su principio fue descubierto con anterioridad por Galileo), que se utilizó, aunque no con éxito absoluto, para calcular la posición en medio del gran océano. Sus esfuerzos introdujeron una exactitud sin precedentes en las observaciones astronómicas y científicas en general, y estimularon adelantos posteriores en los relojes náuticos. Inventó el resorte espiral de balancín utilizado aún hoy en algunos relojes; realizó contribuciones fundamentales a la mecánica —por ejemplo, el cálculo de la fuerza centrífuga—. Y a la teoría de la probabilidad, basándose en un estudio del juego de los dados. Perfeccionó la bomba de aire, que revolucionó después la industria minera, y la linterna mágica, el antecesor del proyector de diapositivas.

También inventó un llamado motor de pólvora, que influyó en el desarrollo de otra máquina, el motor de vapor.

A Huygens le encantaba que la visión copernicana de la Tierra como planeta en movimiento alrededor del Sol fuese ampliamente compartida por la gente común de Holanda. De hecho, decía, Copérnico era aceptado por todos los astrónomos excepto por los que eran algo torpes o estaban sometidos a las supersticiones impuestas por autoridades meramente humanas. En la Edad Media, los filósofos cristianos solían decir con gusto que los cielos difícilmente podían ser infinitos puesto que daban una vuelta a la tierra cada día, por lo tanto un número infinito de mundos, o incluso un gran número de ellos (o incluso otro mundo más), era algo imposible. El descubrimiento de que la Tierra gira en lugar de moverse el cielo tiene aplicaciones importantes para la unicidad de la Tierra y la posibilidad de vida en otros lugares. Copérnico mantenía que no sólo el sistema solar, sino el universo entero era heliocéntrico, y Kepler negaba que las estrellas tuvieran sistemas planetarios. La primera persona que atinó explícitamente la idea de un gran número de hecho un número infinito de otros mundos en órbita alrededor de otros soles, parece haber sido Giordano Bruno. Pero otros pensaron que la pluralidad de mundos se seguía inmediatamente de las ideas de Copérnico y de Kepler y quedaron horrorizados. A principios del siglo diecisiete, Robert Merton dijo que la hipótesis heliocéntrica implicaba una multitud de otros sistemas planetarios, y que este era un argumento de los llamados de reducción al absurdo (apéndice l), que demostraba el error de una suposición inicial. Su argumento, que en cierto modo pudo haber parecido mordaz, acaba así:

Si el firmamento es de tan incomparable magnitud, como le atribuyen esos gigantes copernicanos… tan vasto y lleno de innumerables estrellas, hasta ser de una extensión infinita… ¿no podemos suponer también que… esas estrellas infinitas visibles en el firmamento son otros tantos soles, con sus correspondientes centros fijos, y que tienen asimismo sus correspondientes planetas subordinados, como tiene el Sol los suyos danzando tranquilos a su alrededor?… Hay por lo tanto infinitos mundos habitados; ¿qué lo impide?… a estos y otros intentos parecidos, osados e insolentes, a estas paradojas prodigiosas deben seguir las correspondientes inferencias, si se acepta lo que… Kepler y otros afirman del movimiento de la Tierra.

Pero la Tierra se mueve. Merton, si hoy viviese, estaría obligado a deducir mundos infinitos, habitables. Huygens no se acobardó por esa conclusión, él la aceptó alegremente: a través del mar del espacio, las estrellas son otros soles. Huygens razonó por analogía con nuestro sistema solar que aquellas estrellas tendrían sus propios sistemas planetarios, y que muchos de esos planetas podían estar habitados: «Si sólo concediésemos a los planetas vastos desiertos… y les privásemos de todas aquellas criaturas que pregonan del modo más claro su arquitectura divina, los pondríamos debajo de la Tierra en belleza y dignidad, lo cual es muy poco razonable».[38]

Estas ideas se exponen en un libro extraordinario que lleva el triunfante título de Los mundos celestiales descubiertos: Conjeturas relativas a los habitantes, plantas y producciones de los mundos en los planetas. Compuesto poco tiempo antes de la muerte de Huygens en 1690, la obra fue admirada por muchas personas, entre ellas Pedro el Grande, que la hizo publicar en Rusia como el primer producto de la ciencia occidental. El libro trata en gran parte de la naturaleza o los ambientes de los planetas. Hay una de las láminas de la primera edición, primorosamente impresa, en la que se ve, a escala, el Sol y los planetas gigantes Júpiter y Saturno. Son, en comparación, bastante pequeños. También hay un grabado de Saturno al lado de la Tierra: nuestro planeta es un círculo diminuto.

Huygens pensó que los ambientes y los habitantes de otros planetas eran bastante parecidos a los terráqueos del siglo diecisiete. Imaginó planetarianos cuyos cuerpos enteros y cada parte de ellos pueden ser bastante distintos y diferentes de nosotros… Es una opinión muy ridícula… afirmar que es imposible que un alma racional pueda morar en otra forma distinta de la nuestra. En definitiva, uno puede ser listo aunque parezca extraño. Pero luego Huygens seguía argumentando que tampoco podían ser muy extraños, que debían tener manos y pies, y caminar derechos, que tendrían escritura y geometría, y que Júpiter tiene sus cuatro satélites galileanos para ayudar en la navegación por los océanos jovianos.

Huygens era por supuesto un ciudadano de su tiempo. ¿Quién de nosotros no lo es? Llamaba a la ciencia su religión, y luego afirmaba que los planetas debían estar habitados porque de lo contrario Dios hubiera hecho las cosas por nada. Como vivió antes de Darwin, sus especulaciones sobre la vida extraterrestre resultan inocentes en la perspectiva evolutiva. Pero basándose en observaciones consiguió desarrollar algo parecido a las perspectivas cósmicas modernas:

Qué maravillosa y asombrosa perspectiva tenemos aquí de la inmensidad del universo… ¡Tantos soles, tantas tierras… y cada una de ellas provista con tantos animales, plantas y árboles, adornadas con tantas montañas, y mares!… ¡Y cómo debe crecer nuestro asombro y admiración cuando consideramos la distancia y la multitud prodigiosa de estrellas!

La nave espacial Voyager es el descendiente lineal de aquellos viajes navales de exploración, y de la tradición científica y especulativa de Christiaan Huygens. Los Voyager son carabelas que navegan hacia las estrellas, y que en su camino van explorando aquellos mundos que Huygens conocía y amaba tanto.

Una de las mercancías principales que llegaban en aquellos viajes de hace siglos eran los relatos de viajeros,[39] historias sobre países extraños y sobre seres exóticos que despertaban nuestra sensación de maravilla y estimulaban futuras exploraciones. Había historias de montañas que llegaban hasta el cielo, de dragones y monstruos marinos, de utensilios para comer cada día hechos de oro, de un animal con un brazo por nariz, de gente que consideraban tontas las disputas doctrinales entre protestantes, católicos, judíos y musulmanes, de una piedra negra que quemaba, de hombres sin cabeza con bocas en sus pechos, de ovejas que crecían de los árboles. Algunas de estas historias eran ciertas, otras eran mentiras. Otras tenían un núcleo de verdad, mal comprendida o exagerada por los exploradores o sus informantes. Estos relatos en manos de un Voltaire o de un Jonathan Swift estimularon una nueva perspectiva sobre la sociedad europea, obligando a reconsiderar este mundo insular.

Una jirafa conducida desde África a China alrededor de 1420 a raíz de los grandes viajes y descubrimientos comerciales del almirante Zheng He de la dinastía Ming. La presencia de este animal de fábula en la Corte Imperial china fue considerado como un signo de buen augurio. Las primeras narraciones de viajeros sobre la jirafa debieron de ser recibidos con un escepticismo considerable. La época de exploración de los Ming, mediante flotas de juncos de alta mar, que casi seguramente doblaron el cabo de Buena Esperanza, con la consiguiente aparición de una marina china en el Océano Atlántico, acabó poco antes de que los portugueses entraran en el Océano Indico, invirtiendo el vector de los descubrimientos. Shen Du: La jirafa de tributo y su guardián. (Cedido por el Museo de Arte de Filadelfia, donación de John T. Dorrance).

Los Voyager modernos también nos traen relatos de viajeros, historias de un mundo roto como una esfera de cristal, de un globo cuyo suelo está cubierto de polo a polo por algo parecido a una tela de araña, de lunas diminutas en forma de patatas, de un mundo con un océano subterráneo, de un país que huele a huevos podridos y parece una pizza, con lagos de azufre fundido y erupciones volcánicas que lanzan el humo directamente al espacio, de un planeta llamado Júpiter que deja enano al nuestro, un planeta tan grande que cabrían en él mil Tierras.

Cada uno de los satélites galileanos de Júpiter es casi tan grande como el planeta Mercurio. Podemos medir sus tamaños y masas y calcular de este modo su densidad, la cual nos da una indicación de la composición de su interior. Vemos así que los dos más interiores, Ío y Europa, tienen una densidad elevada como la roca. Los otros dos, Ganímedes y Calisto, tienen una densidad muy inferior, intermedia entre la roca y el hielo. Pero la mezcla de hielo y de rocas dentro de estas lunas exteriores ha de contener, como sucede con las rocas de la Tierra, rastros de minerales radiactivos, que calientan sus entornos. No hay un sistema efectivo para que este calor, acumulado a lo largo de miles de millones de años, alcance la superficie y se pierda en el espacio, y por lo tanto la radiactividad del interior de Ganímedes y Calisto ha de haber fundido sus interiores helados. Creemos que hay océanos subterráneos de lodo y agua en estas lunas, lo cual nos sugiere, antes de que hayamos visto de cerca las superficies de los satélites galileanos, que pueden ser muy diferentes unos de otros. Cuando los miramos de cerca, a través de los ojos del Voyager, la predicción se cumple. No se parecen entre sí. Son diferentes de cualquier mundo que hayamos visto hasta ahora.

Imagen lejana de Júpiter (arriba) tomada por el Voyager 1 a una distancia de 28 millones de kilómetros.

El Voyager se acerca a Júpiter, con las dos lunas Ío y Europa en primer plano. (Cedida por la NASA).

La nave espacial Voyager 2 no volverá nunca a la Tierra. Pero sus hallazgos científicos, sus descubrimientos épicos, sus relatos de viajero, volvieron. Tomemos por ejemplo el 9 de julio de 1979. A las 8.04 hora estándar del Pacífico en la mañana de aquel día llegaron a la Tierra las primeras imágenes de un nuevo mundo, llamado con el nombre de un mundo viejo: Europa.

¿Cómo llega hasta nosotros una imagen procedente del sistema solar exterior? La luz del sol brilla sobre Europa en su órbita alrededor de Júpiter y es reflejada de nuevo al espacio, donde una parte choca contra los fósforos de las cámaras de televisión del Voyager, generando una imagen. La imagen es leída por las computadoras del Voyager, radiada a través de la inmensa distancia de 500 millones de kilómetros a un radiotelescopio, a una estación basada en la Tierra. Hay una en España, una en el desierto Mojave de California meridional y una en Australia (en aquella mañana de julio de 1979 fue la estación australiana la que estaba apuntando hacia Júpiter y Europa). La estación pasa luego la información a través de un satélite de comunicaciones en órbita terrestre a California meridional, desde donde es retransmitida mediante un conjunto de torres de enlace por microondas a una computadora del Laboratorio de Propulsión a Chorro, donde se procesa. La imagen es básicamente idéntica a una fotografía de prensa transmitida por teléfono, y está constituida casi por un millón de puntos distintos, cada uno con un tono distinto de gris, puntos tan finos y apretados que vistos desde una cierta distancia los puntos constitutivos resultan invisibles. Sólo vemos su efecto acumulativo. La información de la nave espacial especifica el grado de brillo o de oscuridad de cada punto. Después de ser procesados, los puntos se almacenan en un disco magnético, parecido a un disco fonográfico. En estos discos hay almacenadas unas dieciocho mil fotografías tomadas en el sistema de Júpiter por el Voyager 1 y un número equivalente tomadas por el Voyager 2. Después el producto final de este conjunto notable de enlaces de radio es una hoja delgada y brillante de papel, que muestra en este caso las maravillas de Europa, grabadas, procesadas y examinadas por primera vez en la historia humana el 9 de julio de 1979.

La luna joviana Europa, vista por el Voyager 2 al pasar cerca de ella el 9 de julio de 1979. Europa tiene aproximadamente el tamaño de nuestra luna, pero topográficamente es muy distinta. La ausencia de cráteres y de montañas hace pensar que una costra espesa de hielo, quizás de 100 kilómetros de profundidad, envuelve y aprieta el interior silíceo. La estructura compleja de líneas oscuras pueden ser fracturas en el hielo rellenadas con sustancia proveniente del interior de la costra. El fuerte brillo de Europa avala esta hipótesis. (Cedida por la NASA).

Lo que vimos en estas fotografías era absolutamente asombroso. El Voyager 1 obtuvo excelentes imágenes de los otros tres satélites galileanos de Júpiter, pero no de Europa. Le cupo al Voyager 2 la tarea de adquirir las primeras imágenes en primer plano de Europa, imágenes en las que vemos cosas que sólo tienen unos kilómetros de diámetro. A primera vista el lugar se parece extraordinariamente a la red de canales que Percival Lowell imaginó que adornaba a Marte, y que ahora gracias a las exploraciones con vehículos espaciales, sabemos que no existe. Vemos en Europa una red intrincada e increíble de líneas rectas y curvas que se cortan. ¿Son cordilleras, es decir terreno elevado, son cuencas, es decir terreno deprimido? ¿Cómo están hechas? ¿Forman parte de un sistema tectónico global, producido quizás por la fracturación de un planeta en expansión o en contracción? ¿Están relacionadas con la tectónica de placas de la Tierra? ¿Qué cosas permiten deducir sobre los demás satélites del sistema joviano? En el momento del descubrimiento, la tan loada tecnología había producido algo asombroso. Pero la tarea de comprenderlo corresponde a otro instrumento, el cerebro humano. Europa resulta ser tan lisa como una bola de billar a pesar de la red de alineaciones. La ausencia de cráteres de impacto puede deberse al calentamiento y flujo del hielo superficial después del impacto. Las líneas son surcos o grietas y su origen todavía se está debatiendo pasado tanto tiempo después de la misión.

Si las misiones del Voyager fueran tripuladas, el capitán tendría un cuaderno de bitácora, y el cuaderno, que combinaría los acontecimientos del Voyager 1 y 2, podría ser de este tenor:

Día l. Después de muchas preocupaciones por las provisiones y los instrumentos, que al parecer no funcionaban bien, despegamos con éxito de Cabo Cañaveral emprendiendo nuestro largo viaje hacia los planetas y las estrellas.

Día 2. Un problema en el despliegue del brazo que sostiene la plataforma de exploración científica. Si no se resuelve el problema perderemos la mayor parte de nuestras imágenes y de los restantes datos científicos.

Día 13. Hemos mirado hacia atrás y hemos tomado la primera fotografía en la historia de la Tierra y la Luna juntas en el espacio. Una buena pareja.

Día l50. Se han encendido los motores de modo nominal para llevar a cabo una corrección de trayectoria a medio camino.

Día 170. Funciones rutinarias de mantenimiento. Han pasado unos cuantos meses sin nada que anotar.

Día 185. Hemos conseguido tomar imágenes de calibración de Júpiter.

Día 207. Resuelto el problema del brazo, pero ha habido un fallo en el transmisor principal de radio. Hemos conectado el de reserva. Pero si este falla nadie en la Tierra volverá a saber nada de nosotros.

Día 215. Cruzamos la órbita de Marte. El planeta está al otro lado del Sol.

Día 295. Entramos en el cinturón de asteroides. Hay por ahí muchas rocas de gran tamaño dando tumbos, que son los arrecifes y bajíos del espacio. La mayoría no están cartografiados. Los vigías están en sus puestos. Confiamos evitar una colisión.

Día 475. Emergimos enteros del cinturón principal de asteroides, felices de continuar con vida.

Día 570. Júpiter empieza a crecer en el cielo. Podemos ya distinguir en su disco detalles más finos de los conseguidos hasta ahora por los mayores telescopios de la Tierra.

Día 615. Los colosales sistemas meteorológicos y las nubes cambiantes de Júpiter, girando en el espacio ante nosotros, nos han hipnotizado. El planeta es inmenso. Su masa es el doble de la de los demás planetas juntos. No hay montañas, ni valles, ni volcanes, ni ríos; no hay límite entre la tierra y aire, sólo un vasto océano de gas denso y de nubes a la deriva: un mundo sin superficie. Todo lo que vemos en Júpiter está flotando en su cielo.

Día 630. El tiempo atmosférico de Júpiter continúa siendo espectacular. Este mundo tan pesado gira sobre su eje en menos de diez horas. Sus movimientos atmosféricos están impulsados por la rápida rotación, por la luz solar y por el calor que sale a borbotones de su interior.

Día 640. Las formas de las nubes son distintivas y vistosas. Nos recuerdan un poco a la Noche estrellada de Van Gogh o a obras de William Blake o de Edvard Munch. Pero sólo un poco. Ningún artista pintó nada parecido porque ninguno de ellos salió nunca de nuestro planeta. Ningún pintor atrapado dentro de la Tierra pudo imaginar un mundo tan extraño y hermoso.

Observamos desde cerca los cinturones y bandas multicolores de Júpiter. Se cree que las bandas blancas son nubes altas, probablemente cristales de amoníaco; los cinturones de color marronoso son lugares más profundos y calientes, donde la atmósfera se está hundiendo. Los lugares azules son al parecer agujeros profundos en las nubes superiores a través de las cuales vemos un cielo claro.

Ignoramos el motivo de este color rojo marronoso de Júpiter. Quizás se deba a la química del fósforo o del azufre. Quizás se deba a moléculas orgánicas complejas de colores brillantes producidas cuando la luz ultravioleta del Sol descompone el metano, el amoníaco y el agua de la atmósfera joviana, y los fragmentos moleculares se recombinan. De ser esto así, los colores de Júpiter nos hablan de hechos químicos que hace cuatro mil millones de años condujeron allá en la Tierra al origen de la vida.

Día 647. La Gran Mancha Roja. Una gran columna de gas que llega a más altura que las nubes adyacentes, y tan grande que podría contener media docena de Tierras. Quizás es roja porque saca a relucir las moléculas complejas producidas o concentradas a profundidades mayores. Quizás sea un gran sistema tempestuoso de un millón de años de antigüedad.

Día 650. Encuentro. Un día de milagros. Hemos superado con éxito los traidores cinturones de radiación de Júpiter con sólo un instrumento dañado, el fotopolarímetro. Conseguimos cruzar el plano del anillo y no sufrimos ninguna colisión con las partículas y las rocas de los recientemente descubiertos anillos de Júpiter. Y además imágenes maravillosas de Amaltea, un mundo diminuto, rojo y oblongo que vive en el corazón del cinturón de radiaciones; de Ío multicolor; de las señales lineales de Europa; los rasgos de Ganímedes, como de tela de araña, la gran cuenca de Calisto con multitud de anillos. Damos la vuelta a Calisto y pasamos por la órbita de Júpiter 13, la más exterior de las lunas conocidas del planeta. Navegamos hacia el exterior.

Día 662. Nuestros detectores de partículas y campos indican que hemos dejado atrás los cinturones de radiación de Júpiter. La gravedad del planeta ha dado un empujón a nuestra velocidad. Por fin nos hemos liberado de Júpiter y navegamos por el mar del espacio.

Día 874. Hemos perdido el enfoque de la nave con la estrella Canopo, que en la tradición de las constelaciones es el timón de un buque. También es nuestro timón, esencial para que la nave se oriente en la oscuridad del espacio, para encontrar nuestro camino en esta parte inexplorada del océano cósmico. Hemos recuperado el enfoque con Canopo. Parece ser que los sensores ópticos confundieron Alpha y Beta Centauri con Canopo. El puerto siguiente donde tocaremos dentro de dos años es el sistema de Saturno.

Imagen de la gran Mancha Roja en color falso, donde la computadora ha exagerado los rojos y los azules a costa de los verdes. Nubes altas cubren temporalmente un tercio de la Mancha. Imagen del Voyager 1. (Cedida por la NASA).

De entre todos los relatos de viajeros enviados por el Voyager mis favoritos se refieren a los descubrimientos realizados en el satélite galileano más interior, Ío. Antes del Voyager sabíamos que algo raro pasaba con Ío. Podíamos resolver pocos rasgos en su superficie, pero sabíamos que era roja, muy roja, más roja que Marte, quizás el objeto más rojo del sistema solar. A lo largo de los años algo parecía estar cambiando en ella, en luz infrarroja quizás en sus propiedades reflectoras del radar. Sabemos también que en la posición orbital de Ío y rodeando parcialmente a Júpiter había un gran tubo en forma de dónut de átomos de azufre, sodio y potasio, material que en cierto modo perdía Ío.

Imagen de la superficie de Ío tomada por el Voyager 1. Cada una de las manchas oscuras, aproximadamente circulares, es un volcán recientemente activo. El volcán con un halo brillante en el centro aproximado del disco fue visto en erupción quince horas antes de que se adquiriese esta imagen; desde entonces se le llama Prometeo. Se cree que los colores negro, rojo, anaranjado y amarillo son azufre helado, arrojado originalmente por los volcanes en estado líquido, con temperaturas iniciales más altas para los depósitos negros y más bajas para los amarillos. Los depósitos blancos, incluyendo los situados alrededor de Prometeo, pueden ser de dióxido de azufre helado. Ío tiene 3640 kilómetros de diámetro. (Cedida por la NASA).

Cuando el Voyager se acercó a esta luna gigante, descubrimos una superficie multicolor y extraña, sin par en todo el sistema solar. Ío está cerca del cinturón de asteroides. Tiene que haber sido aporreada a fondo durante toda su historia por rocas cayendo del espacio. Tienen que haberse creado cráteres de impacto. Y sin embargo no se puede ver ninguno. En consecuencia, tuvo que haber algún proceso en Ío de gran eficiencia que borrara los cráteres o los rellenara. El proceso no podía ser atmosférico, porque la mayor parte de la atmósfera de Ío ha escapado al espacio a causa de su baja gravedad. No podían ser corrientes de agua, porque la superficie de Ío es demasiado fría. Había unos cuantos lugares que parecían cumbres de volcanes. Pero era difícil estar seguro.

Corrientes recientes de azufre fundido procedentes del volcán Ra Patera en Ío. Estamos contemplando casi directamente desde arriba la caldera volcánica. Imagen del Voyager 1. (Cedida por la NASA).

Ir a la siguiente página

Report Page