Cosmos

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XII. Enciclopedia galáctica

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¿Tú qué eres? ¿De dónde viniste? Nunca vi nada semejante a ti. El Cuervo Creador miró al Hombre y… se sorprendió de que este extraño y nuevo ser fuera tan parecido a él.

Mito esquimal de la creación

El cielo ha sido fundado,

La Tierra ha sido fundada,

¿Quién ha de vivir ahora, oh dioses?

Crónica azteca, La historia de los Reinos

Sé que algunos dirán que soy demasiado atrevido con estas afirmaciones sobre los planetas, y que subimos allí a través de muchas probabilidades, y si por casualidad una de ellas es falsa y contraria a lo supuesto, arruinaría como un mal fundamento todo el edificio, y lo haría caer por los suelos. Pero… si suponemos, tal como hicimos, que la Tierra es uno de los planetas, de dignidad y honor igual al resto, ¿quién se atrevería a decir que no puede encontrarse en otro lugar nadie que disfrute del glorioso espectáculo de las obras de la naturaleza? ¿O que si hubiese otros espectadores que nos acompañan nosotros deberíamos ser los únicos que han entrado a fondo en sus secretos y su conocimiento?

CHRISTIANN HUYGENS, Nuevas conjeturas referentes

a los mundos planetarios, sus habitantes

y sus producciones, hacia 1690

El autor de la Naturaleza ha hecho imposible que en nuestro estado actual tengamos alguna comunicación desde esta tierra con los demás grandes cuerpos del universo; y es posible que haya cortado de igual modo toda comunicación entre los demás planetas, y entre los diferentes sistemas… Observamos en todos ellos cosas suficientes para provocar nuestra curiosidad, pero no para satisfacerla… No parece conforme con la sabiduría que resplandece a través de toda la naturaleza suponer que deberíamos ver tan lejos y que nuestra curiosidad debería ser excitada hasta tal punto… sólo para quedar defraudado al final… Esto nos conduce, pues, de modo natural a considerar nuestro estado actual sólo como el alba o inicio de nuestra existencia, como un estado de preparación o de examen para futuros avances…

COLIN MACLAURIN, 1748

No puede haber un lenguaje más universal y más simple, más libre de errores y de oscuridades… más digno de expresar las relaciones invariables de las cosas naturales [que las matemáticas]. Interpreta [todos los fenómenos] con el mismo lenguaje, como si quisiera atestiguar la unidad y simplicidad del plan del universo, y hacer aún más evidente este orden inalterable que preside todas las causas naturales.

JOSEPH FOURIER, Teoría analítica del color, 1822

HEMOS LANZADO CUATRO NAVES A LAS ESTRELLAS, los

Pioneers 10 y

11 y los

Voyagers 1 y

2. Son vehículos atrasados y primitivos que, comparados con las inmensas distancias interestelares, se mueven con la lentitud de una persecución de pesadilla. Pero en el futuro lo haremos mejor. Nuestras naves irán más rápidas. Se habrán estudiado objetivos interestelares, y más tarde o más temprano nuestras naves espaciales tendrán tripulaciones humanas. En la galaxia Vía Láctea debe haber muchos planetas millones de años más viejos que la Tierra, y algunos miles de millones de años más viejos. ¿Es posible que no nos hayan visitado? En todos los miles de millones de años que han pasado desde el origen de nuestro planeta, ¿no hubo nunca una nave forastera procedente de una civilización distante que estudiara nuestro mundo desde arriba, y que se posara lentamente en la superficie para que lo observaran libélulas iridiscentes, reptiles apáticos, primates chillones u hombres asombrados? La idea es muy natural. Se le ha ocurrido a cualquiera que se haya planteado, aunque sólo sea de paso, la cuestión de la vida inteligente en el universo. ¿Pero ha sucedido esto realmente? El tema crítico es la cualidad de las pruebas aportadas, que hay que escrutar de modo riguroso y escéptico, no lo que suena plausible, no el testimonio sin pruebas de uno o dos autoproclamados testigos. De acuerdo con estas normas no hay casos seguros de visitas extraterrestres, a pesar de todas las afirmaciones sobre ovnis y sobre antiguos astronautas que a veces hacen pensar que nuestro planeta está inundado de huéspedes no invitados. Yo desearía que no fuera así. Hay algo irresistible en el descubrimiento de una simple muestra, quizás de una compleja inscripción, y mucho mejor si contiene la clave para comprender una civilización extraña y exótica. Es una atracción que los hombres ya hemos sentido en otras ocasiones.

Jean François Champollion (1790-1832), que descifró los jeroglíficos egipcios. Retrato de Leon Cogniet, 1831. (Cedido por el Louvre, Réunion des musées nationaux, París).

En 1801 un físico llamado Joseph Fourier[76] era el prefecto de un

departement de Francia llamado Isére. Mientras inspeccionaba las escuelas de su provincia, Fourier descubrió a un chico de once años cuya notable inteligencia y perspicacia con las lenguas orientales le había ganado ya la atención admirada de los estudiosos. Fourier le invitó a casa para charlar un rato. El chico quedó fascinado por la colección que Fourier poseía de objetos egipcios, reunidos durante la expedición napoleónica en la que él se había encargado de catalogar los monumentos astronómicos de aquella antigua civilización. Las inscripciones jeroglíficas provocaron una sensación de maravilla en el chico. «¿Pero, qué significan?», preguntó. «Nadie lo sabe», fue la respuesta. El nombre del chico era Jean François Champollion. Entusiasmado por el misterio del lenguaje que nadie podía leer, se convirtió en un magnífico lingüista y se sumergió apasionadamente en la antigua escritura egipcia. En aquella época, Francia estaba inundada de objetos egipcios, robados por Napoleón y puestos luego a disposición de los estudiosos occidentales. Se publicó la descripción de la expedición y el joven Champollion la devoró. Cuando Champollion era adulto triunfó al fin: se cumplieron sus ambiciones de niño y descifró de modo brillante los antiguos jeroglíficos egipcios. Pero hasta 1828, veintisiete años después de su entrevista con Fourier, Champollion no puede desembarcar en Egipto, el país de sus sueños. Allí navegó río arriba hasta El Cairo, siguiendo el curso del Nilo, y rindiendo homenaje a la cultura en cuyo desciframiento había trabajado tan duramente. Era una expedición en el tiempo, una visita a una civilización extraña:

Llegamos finalmente a Dendera en la tarde del 16. Había una luna magnífica y estábamos a sólo una hora de los Templos. ¿Podría resistir la tentación? Se lo pregunto al más frío de los mortales… Las órdenes del momento fueron cenar y partir inmediatamente: solos y sin guías, pero armados hasta los dientes cruzamos los campos… al fin el Templo apareció ante nosotros… Se podía medir bien, pero era imposible dar una idea de su grandeza, que unía la gracia y la majestad en grado superlativo. Estuvimos allí dos horas en éxtasis, corriendo a través de las enormes salas… y tratando de leer las inscripciones exteriores a la luz de la luna. No regresamos al barco hasta las tres de la madrugada, para volver al Templo a las siete… Lo que había sido magnífico a la luz de la luna continuaba siéndolo cuando la luz del sol nos reveló todos sus detalles… En Europa no somos más que enanos y no hay nación antigua o moderna que haya concebido el arte de la arquitectura en un estilo tan sublime, grande e imponente como los antiguos egipcios. Lo ordenaron todo para que sirviera a personas de treinta metros de altura.

Champollion estaba encantado al ver que podía leer casi sin esfuerzo las inscripciones de las paredes y columnas de Karnak en Dendera y en todo Egipto. Muchos antes que él habían intentado sin conseguirlo descifrar los hermosos jeroglíficos, palabra que significa esculturas sagradas. Algunos estudiosos creyeron que era una especie de código de figuras, rico en metáforas turbias, la mayoría sobre ojos y líneas onduladas, escarabajos, abejorros y pájaros, especialmente pájaros. Dominaba la confusión. Hubo quienes deducían que los egipcios eran colonos del antiguo Egipto. Otros llegaron a la conclusión opuesta. Se publicaron enormes volúmenes en folio de traducciones espurias. Un intérprete echó una ojeada a la piedra de Rosetta, cuya inscripción jeroglífico todavía no se había descifrado, y anunció instantáneamente su significado. Dijo que «el rápido desciframiento le permitía evitar los errores sistemáticos que produce invariablemente la reflexión prolongada». Dijo que se conseguían mejores resultados si no se pensaba demasiado. Como sucede actualmente con la búsqueda de vida extraterrestre, la especulación sin freno de los aficionados había ahuyentado del campo a muchos profesionales.

Las ruinas de Karnak. Portada de Description de l'Egypte, que Napoleón hizo publicar en 1809 después de su expedición a Egipto. (Cedida por Colecciones Especiales de UCLA).

Champollion se opuso a la idea de que los jeroglíficos fueran simples metáforas pictóricas. En lugar de esto, y ayudado por una idea brillante del físico inglés Thomas Young, procedió del modo siguiente: La piedra de Rosetta había sido descubierta en 1799 por un soldado francés que trabajaba en las fortificaciones de la ciudad de Rashid situada en el Delta del Nilo, ciudad que los europeos, que en general ignoraban el árabe, llamaron Rosetta. Era una losa de un templo antiguo que contenía un mensaje que parecía idéntico en tres escrituras diferentes: con jeroglíficos en la parte superior, con una especie de jeroglífico en cursiva llamado demótico en medio, y como clave del conjunto, en griego en la parte inferior. Champollion, que dominaba el griego antiguo, leyó que la piedra había recibido aquella inscripción para conmemorar la coronación de Tolomeo V Epifanes, en la primavera del año 196 a. de C. En aquella ocasión el rey dejó en libertad a presos políticos, rebajó impuestos, hizo donaciones a los templos, perdonó a rebeldes, mejoró la preparación militar y en definitiva hizo todo lo que harían los gobernantes modernos cuando tienen intención de permanecer en su cargo.

El texto griego menciona Tolomeo muchas veces. Aproximadamente en los mismos puntos del texto jeroglífico hay un conjunto de símbolos rodeados por un oval o cartucho. Champollion razonó que aquello muy probablemente denotaba también a Tolomeo. Si eso era cierto, la escritura no podía ser fundamentalmente pictográfica o metafórica, sino que la mayoría de los símbolos tenían que corresponder a letras o sílabas. Champollion tuvo también la presencia de ánimo de contar el número de palabras griegas y el número de jeroglíficos individuales en los supuestos textos equivalentes. Los primeros eran mucho menos numerosos, lo cual sugería que los jeroglíficos eran principalmente letras y sílabas. Pero ¿qué jeroglíficos correspondían a qué letras? Por fortuna Champollion disponía de un obelisco excavado en File, que incluía el jeroglífico equivalente al nombre griego de Cleopatra. Los dos cartuchos de Tolomeo y Cleopatra reordenados para poderlos leer de izquierda a derecha aparecen en la página 296. Tolomeo empieza con P en griego (Ptolemaios); el primer símbolo del cartucho es un cuadrado. Cleopatra tiene una P como quinta letra, y en el cartucho de Cleopatra hay el mismo cuadrado en la quinta posición. Se trata de una P. La cuarta letra de Tolomeo es una L ¿está representada por el león? La segunda letra de Cleopatra es una L, y en el jeroglífico vuelve a parecer un león. El águila es una A, que aparece dos veces en Cleopatra, como era de esperar. Se está perfilando un sistema claro. Una parte significativa de los jeroglíficos egipcios son un simple código de sustitución. Pero no todo jeroglífico es una letra o una sílaba. Algunos son pictogramas. El final del cartucho de Tolomeo significa «Viviente para siempre, amado del dios Ptah». El semicírculo y el huevo al final de Cleopatra es un ideograma convencional que significa hija de Isis. La mezcla de letras y de pictogramas causó algunos problemas a los primeros intérpretes.

La piedra de Rosetta, hecha de basalto negro de un metro de altura (izquierda) muestra la misma inscripción en jeroglíficos egipcios, demótico y griego. Cada cartucho en el texto jeroglífico (encima del dedo, arriba) corresponde al nombre de Tolomeo (Ptolemaios) en el texto griego (encima del dedo, abajo).

Transliteración de un cartucho de Tolomeo de la piedra de Rosetta y de uno de Cleopatra del obelisco de File.

Visto retrospectivamente parece casi fácil. Pero tuvieron que pasar muchos siglos para descubrirlo, y quedaba mucho trabajo por hacer, especialmente para descifrar los jeroglíficos de épocas muy anteriores. Los cartuchos eran la clave dentro de la clave, como si los faraones de Egipto hubiesen rodeado con una línea sus propios nombres para facilitar la tarea a los egiptólogos de dos mil años más tarde. Champollion se paseó por la Sala hipóstila de Karnak leyendo tranquilamente las inscripciones que habían intrigado a todo el mundo, respondiendo él mismo a la pregunta que de niño había hecho a Fourier. ¡Qué placer debió causar abrir este canal unilateral de comunicación con otra civilización, permitir que una cultura muda durante milenios hablara de su historia, magia, medicina, religión, política y filosofía!

Hoy en día estamos buscando mensajes de una civilización antigua y exótica, escondida de nosotros no sólo en el tiempo, sino también en el espacio. Si llegáramos a recibir un mensaje de radio de una civilización extraterrestre, ¿cómo podríamos comprenderlo? Esta inteligencia extraterrestre será elegante, compleja, internamente coherente y absolutamente extraña. Como es lógico los extraterrestres desearán enviarnos un mensaje lo más comprensible posible. Pero ¿cómo se consigue esto? ¿Hay algo comparable a una piedra de Rosetta interestelar? Creemos que sí existe. Creemos que hay un lenguaje común que han de tener las civilizaciones técnicas, por diferentes que sean. Este lenguaje común es la ciencia y las matemáticas. Las leyes de la naturaleza son idénticas en todas partes. Las formas de los espectros de estrellas y galaxias lejanas son las mismas que las del Sol o las de experimentos adecuados de laboratorio: no sólo existen los mismos elementos químicos en todas partes del universo, sino que las mismas leyes de la mecánica cuántica que gobiernan la absorción y emisión de radiación por los átomos son válidas en todas partes. Las galaxias distantes que giran una alrededor de la otra siguen las mismas leyes de la física gravitatoria que gobiernan el movimiento de la caída de una manzana en la Tierra, o la ruta del Voyager hacia las estrellas. Las estructuras de la naturaleza son las mismas en todas partes. Un mensaje interestelar destinado a que lo comprenda una civilización emergente debería ser fácil de descifrar.

No esperamos encontrar una civilización técnica avanzada en ningún otro planeta de nuestro sistema solar. Si estuviera atrasada sólo un poco con relación a nosotros por ejemplo 10.000 años no dispondría de ningún tipo de tecnología avanzada; si estuviera un poco más avanzada que nosotros que estamos explorando ya el sistema solar sus representantes deberían estar ya entre nosotros. Para comunicar con otras civilizaciones necesitamos un método que no sólo sea adecuado para distancias interplanetarias, sino también para distancias interestelares. Lo ideal sería que el método fuese económico, para poder enviar a coste muy bajo enormes cantidades de información; rápido, para hacer posible un diálogo interestelar; y obvio, de modo que cualquier civilización tecnológica, sea cual fuere su camino evolutivo, lo descubra pronto. Es sorprendente, pero este método existe. Se llama radioastronomía.

El mayor observatorio semiorientable de radio/radar del planeta Tierra es la instalación de Arecibo, que la Universidad de Cornell opera para la Fundación Nacional de Ciencia. Está situado en el remoto interior de la isla de Puerto Rico y tiene un diámetro de 305 metros, siendo su superficie reflectante una sección de una esfera aplicada a un valle preexistente en forma de olla. Recibe las ondas de radio de las profundidades del espacio y las enfoca en la antena de alimentación situada muy por encima del disco, que a su vez está conectada electrónicamente con la sala de control, donde la señal es analizada. A su vez, cuando el telescopio se utiliza como transmisor de radar, el brazo de alimentación puede emitir una señal hacia el disco, que la refleja al espacio. El observatorio de Arecibo se ha utilizado para la búsqueda de señales inteligentes procedentes de civilizaciones del espacio y en una sola ocasión para transmitir un mensaje a M13, un cúmulo globular distante de estrellas, y dejar claro, al menos para nosotros, que disponemos de capacidad técnica para participar en los dos extremos de un diálogo interestelar.

El observatorio de radio/radar de Arecibo en Puerto Rico. El disco hemisférico reflector está coronado por los brazos de alimentación sostenidos por tres grandes obeliscos (Cedidas por el Centro Nacional de Astronomía y de la Ionosfera, Universidad de Cornell).

El observatorio de Arecibo podría transmitir en un período de pocas semanas a un observatorio comparable de un planeta de una estrella próxima toda la Encyclopaedia Britannica. Las ondas de radio se desplazan a la velocidad de la luz, 10.000 veces más rápido que un mensaje incluido en nuestra nave espacial más veloz. Los radiotelescopios generan en gamas estrechas de onda señales tan intensas que pueden detectarse a distancias interestelares inmensas. El observatorio de Arecibo podría comunicarse con un radiotelescopio idéntico situado en un planeta a 15.000 años luz de distancia, a medio camino del centro de la galaxia Vía Láctea, si supiéramos exactamente hacia dónde dirigirlo. Y la radioastronomía es una tecnología natural. Prácticamente toda atmósfera planetaria, sea cual fuere su composición, tendría que ser parcialmente transparente a las ondas de radio. Los mensajes de radio no sufren mucha absorción o dispersión por el gas situado entre las estrellas, del mismo modo que una emisora de radio de San Francisco puede oírse fácilmente en Los Ángeles aunque la contaminación haya reducido allí la visibilidad en las longitudes de onda ópticas a unos pocos kilómetros. Hay muchas fuentes cósmicas de radio que son naturales y que no tienen ninguna relación con vida inteligente: púlsars y quásars, los cinturones de radiación de los planetas y las atmósferas exteriores de las estrellas; en las primeras fases del desarrollo local de la radioastronomía hay fuentes brillantes de radio a descubrir en casi cada planeta. Además la radio representa una fracción importante del espectro electromagnético. Cualquier tecnología capaz de detectar radiaciones de cualquier longitud de onda tendría que descubrir con bastante rapidez la parte de radio del espectro.

Puede haber otros métodos efectivos de comunicación que tengan méritos importantes: las naves interestelares, los láser ópticos o infrarrojos, los neutrinos pulsados, las ondas de gravedad moduladas, o algún otro tipo de transmisión que no descubriremos ni en mil años. Las civilizaciones avanzadas pueden haberse graduado mucho más allá de la radio en sus propias comunicaciones. Pero la radio es potente, barata, rápida y sencilla. Sabrán que una civilización atrasada como la nuestra que desea recibir mensajes de los cielos es probable que recurra primero a la tecnología de radio. Quizás tendrán que sacar con ruedas los radiotelescopios de su Museo de Tecnología Antigua. Si tuviéramos que recibir un mensaje de radio, por lo menos tendríamos algo de qué hablar: de radioastronomía.

Pero ¿hay alguien ahí fuera con quien hablar? ¿Es posible, habiendo una tercera parte o una mitad de un billón de estrellas en nuestra galaxia Vía Láctea, que la nuestra sea la única acompañada por un planeta habitado? Es mucho más probable que las civilizaciones técnicas sean una trivialidad, que la galaxia esté pulsando y vibrando con sociedades avanzadas, y por lo tanto que no esté muy lejos la cultura de este tipo más próxima: quizás esté transmitiendo con antenas instaladas en un planeta de una estrella visible a simple vista, en la casa de al lado. Quizás cuando miramos el cielo nocturno, cerca de uno de esos débiles puntos de luz hay un mundo en el cual alguien muy distinto de nosotros esté contemplando distraídamente una estrella que

nosotros llamamos Sol y acariciando, sólo por un momento, una insultante especulación.

Es muy difícil estar seguros. Puede haber impedimentos graves en la evolución de una civilización técnica. Los planetas pueden ser más raros de lo que pensamos. Quizás el origen de la vida no es tan fácil como sugieren nuestros experimentos de laboratorio. Quizás la evolución de formas avanzadas de vida sea improbable. O quizás las formas de vida compleja evolucionan fácilmente pero la inteligencia y las sociedades técnicas requieren un conjunto improbable de coincidencias: del mismo modo que la evolución de la especie humana dependió del fallecimiento de los dinosaurios y de la recesión de los bosques en la era glacial; de aquellos árboles sobre los cuales nuestros antepasados se rascaban y se sorprendían vagamente de algo. O quizás las civilizaciones nacen de modo repetido e inexorable, en innumerables planetas de la Vía Láctea, pero son en general inestables; de modo que sólo una pequeña fracción consigue sobrevivir a su tecnología y la mayoría sucumben a la codicia y a la ignorancia, a la contaminación y a la guerra nuclear.

Es posible continuar explorando este gran tema y hacer una estimación basta de N, el número de civilizaciones técnicas avanzadas en la Galaxia. Definimos una civilización avanzada como una civilización capaz de tener radioastronomía. Se trata desde luego de una definición de campanario, aunque esencial. Puede haber innumerables mundos en los que los habitantes sean perfectos lingüistas o magníficos poetas pero radioastrónomos indiferentes. No oiremos nada de ellos. N puede escribirse como el producto o multiplicación de unos cuantos factores, cada uno de los cuales es un filtro y, por otro lado, cada uno ha de tener un cierto tamaño para que haya un número grande de civilizaciones:

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