Coral

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Tenía que ser fuerte, decidió a la mañana siguiente mientras se vestía. No volvería a caer. No dejaría que la sedujera con palabras dulces, con la sensual mirada de sus ojos marinos, con caricias furtivas que enardecían sus sentidos...

Coral resopló, tratando de borrar de su mente los recuerdos de la noche anterior. Aquello no podía ocurrir de nuevo. Pronto, muy pronto quizá, él se marcharía, volvería a su barco y a su vida allá lejos, al otro lado del mar, y ella tendría que recomponer de nuevo los trozos rotos de su corazón y su alma, y no sabía si encontraría fuerzas suficientes para hacerlo.

«Por suerte, tengo a Amelia», pensó mirando la rosada carita de su pequeña, que aún dormía plácidamente en la cuna. Ella era su consuelo y su amada compañía, lo mejor que le había ocurrido en su vida en aquellos últimos años.

Y también tenía a tía Emilia, y a Beltrán, algunas amistades que había hecho en el pueblo... Sí, era afortunada. Había rehecho su vida. Todo parecía tranquilo y ordenado a su alrededor. Greg Hamilton era sólo una especie de temporal que la zarandeaba de un lado a otro con sus vientos y sus lluvias, pero pronto pasaría y volvería la calma, la paz que tanto ansiaba. Y el vacío.

Amelie dormía tranquilamente, al igual que Greg a los pies de su cama, en el pequeño diván que apenas podía contener su robusto cuerpo. Coral cerró la puerta, después de echarles un vistazo. Decidió que a ambos les hacía falta un buen descanso, y bajó las escaleras para ayudar a Conchita en los preparativos del desayuno.

Unos fuertes golpes en la puerta principal la sobresaltaron. No se imaginaba quién llegaría tan de mañana llamando con aquella urgencia, como no fueran portadores de malas noticias. Beltrán aún no había regresado de Santiago, así que en unos instantes Coral ya se había imaginado que algo le había ocurrido a su primo y que la persona que aporreaba la puerta de aquella manera era un mensajero de desgracias. Antes de decidirse a abrir, se santiguó rápidamente, elevando una rápida plegaria al Señor.

—¿Dónde está Amelie? ¡Sé que la han traído a esta casa! Dígame ahora mismo dónde está esa mujerzuela o... ¿Coral?

Sí, eran malas noticias.

Coral dio un paso atrás, enmudecida al encontrarse de nuevo frente a frente con el demonio de sus pesadillas.

—¿Coral? Eres tú de verdad.

—Váyase de aquí — acertó a decir la joven con un hilo de voz—. El hermano de Amelie ha venido a buscarla y ha jurado matarle por lo que le ha hecho.

—¿Es una amenaza? Mira cómo tiemblo de miedo. — Ulloa agitó las manos ante ella, haciéndolas temblar, al mismo tiempo que soltaba una grosera carcajada—. He venido buscando a mi querida esposa y, mira por dónde, me encuentro a mi hijita perdida. No sabes lo preocupado que he estado por ti todo este tiempo, querida. Qué alegría que por fin volvamos a reunirnos. — Dio un paso adelante, tratando de agarrar a Coral, que se zafó apenas a manotazos—. Es inútil que intentes resistirte. Las dos vais a venir conmigo. Verás qué familia más unida seremos.

—Está loco. No voy a ir a ningún sitio con usted.

Coral dio dos pasos más hacia atrás, hasta que su cadera tropezó con una mesita. Alargó una mano para recuperar el equilibrio y sus dedos encontraron un candelabro, que levantó en el aire, amenazando con él a su padrastro.

—¿Crees que con eso vas a poder detenerme?

Ulloa la sujetó por la muñeca, apretándosela con todas sus fuerzas, hasta que la obligó a soltar la improvisada arma. Luego tiró de ella bruscamente y la abofeteó con la otra mano.

—¿Es que has olvidado quién soy yo, niña? ¿Piensas que tienes alguna posibilidad contra mí?

—¡Suélteme! ¡Suélteme!

Por un momento, Coral estuvo a punto de desfallecer; tal era el terror que le provocaba aquel individuo. Pero una imagen vino a su mente: su madre cayendo al suelo, golpeándose la cabeza, muerta a sus pies, mientras su padrastro vociferaba amenazas e insultos. No, ella no podía ser tan débil. Tenía mucho que defender en la nueva vida que con suerte había logrado construir, y nadie iba a arrebatársela.

Con toda la rabia que consiguió reunir, tendió las manos hacia el rostro de Ulloa y le clavó las uñas en las mejillas, hasta que la sangre manchó sus dedos. Ahogando un grito de dolor, su padrastro la soltó, empujándola lejos de él con tanta fuerza que se golpeó contra la balaustrada de la escalera que subía al piso superior. Allí se quedó por un momento, respirando agitada, tratando de calibrar sus posibilidades de librarse de aquel energúmeno.

—Estúpida criatura. Sólo estás haciendo esto más difícil para ti. — Ulloa se pasó las manos por el rostro ensangrentado, observando con furia sus manos enrojecidas—. Pagarás por esto, Coral, y por todo el tiempo perdido desde que huiste.

—Nunca volverá a ponerme la mano encima. — Coral sacó de su moño una larga y afilada aguja, y lo amenazó con ella—. Le dejaré ciego si vuelve a acercarse.

—Veremos quién es más rápido — la retó Ulloa, y en un momento, en su mano apareció un largo cuchillo, que le mostró con una sonrisa siniestra.

El ruido de la pelea al fin había alertado a los habitantes de la casa. De la cocina llegó Conchita, santiguándose con un grito al ver lo que ocurría. Detrás apareció Emilia, que por una vez en su vida se quedó sin palabras, incapaz de reaccionar o buscar una solución al problema.

Tras ellas, al fin, en lo alto de la escalera apareció Greg Hamilton. El gesto de su rostro llevaba implícita una amenaza mortal.

—Deje el arma ahora — avisó a Ulloa, mirándole a los ojos — y tal vez viva para ver la luz de un nuevo día.

—No se meta. Ésta es una discusión entre mi pupila y yo. Soy su tutor, y ella tiene que obedecerme. No voy a permitir que se me escape otra vez.

Greg bajó despacio las escaleras, procurando no sobresaltar al individuo que, según ahora sabía, era el esposo de su hermana y el asesino de la madre de Coral.

—Usted perdió todos sus derechos sobre ella hace años, cuando se vio en la necesidad de huir de su propia casa. — Se detuvo al pie de la escalera, cubriendo a Coral con su propio cuerpo—. Debería estar en la cárcel por todo lo que le hizo.

—Vamos, así que le has contado a este tipo todos nuestros secretos, ¿no es cierto?

Ulloa agitó el cuchillo ante él, como animando a Greg para que se atreviese a acercársele.

—Sólo es una zorra mentirosa que trata de encubrir su culpa en la muerte de su madre — bramó, escupiendo su veneno, sin comprender hasta qué punto enfurecía a Greg más y más—. ¿Y éste quién es, niña? ¿El que te mantiene desde entonces? Parece que has jugado bien tus cartas. El tipo debe tener dinero, ¿no?

—Le doy una última oportunidad, Ulloa: deje el cuchillo y abandone esta casa. Las cuentas que usted y yo tenemos que saldar quedarán para otro momento.

—¿Cuentas? ¿De qué me está hablando? Nada le debo.

—Me debe cada uno de los golpes en el cuerpo de mi hermana, cada una de sus lágrimas, cada día que he pasado buscándola sin saber lo que estaba sufriendo.

Esteban Ulloa reculó; comenzaba a asustarse. Así que aquél era el hermano de su esposa. Ahora que lo tenía enfrente, vio que no sería fácil enfrentarse a él. Era más joven, más alto y más fuerte, y parecía dispuesto a despellejarlo con sus propias manos. Comenzó a preguntarse si valía la pena arriesgar su vida por una esposa débil y llorona, y por una hijastra con demasiado carácter.

—Me iré, entonces — anunció, caminado de espaldas hacia la puerta—. Pero esto no quedará así. La ley está de mi parte.

—No esté tan seguro.

Seguido paso a paso por Greg, Ulloa salió a la calle, estrecha, empedrada y con una pronunciada pendiente, donde uno de sus pies resbaló ligeramente. El suelo estaba húmedo por el rocío nocturno.

—Volveré a por ellas — amenazó aún, y Greg dio otro paso hacia él. Ulloa alzó el cuchillo, apuntándole al cuello—. No me importa si en el camino me lo llevo a usted por delante.

—Sólo así conseguirá acercarse de nuevo a mi hermana y a Coral.

Algunos vecinos se habían asomado a las ventanas, alertados por los gritos. En la puerta de la pensión estaban Coral y su tía, y la doncella se asomaba por una de las ventanas. En el piso superior, también Amelie era testigo de lo que estaba ocurriendo.

—No crea que tendría ningún tipo de escrúpulos, aunque seamos de la familia.

—¿Familia? Muy pronto Amelie será viuda. Su recuerdo será sólo una mancha en la memoria que se borrará con el tiempo.

—No me amenace.

Entonces Ulloa dio un paso al frente, arremetiendo con el arma. Greg logró esquivarla y le propinó un puñetazo en la mandíbula que lo hizo trastabillar. El hombre soltó el cuchillo, que cayó al suelo con un tintineo metálico. Ciego de ira, arremetió de nuevo contra Greg. Lanzándose a su pecho como un toro furioso, trató de atenazarlo contra la pared. Pelearon durante interminables minutos, golpeándose aquí y allá, con una considerable ventaja para el más joven, que poco a poco iba minando la resistencia de su contrincante. Con un último puñetazo en el mentón, que le hizo girar el rostro, Ulloa cayó derrotado sobre el duro suelo.

—Debería matarle — escupió Greg hacia el caído, que se cubrió la cabeza con las manos, esperando un castigo que no llegó.

El silencio era total entre los testigos de la pelea, hasta que un ruido lejano de cascos de caballo les advirtió que un jinete se acercaba calle abajo.

—Me iré — balbuceó Ulloa al borde de las lágrimas—. Me iré ahora. No volveré a molestarle.

—Hágalo si quiere seguir viviendo.

El jinete se acercaba. Coral descubrió que era Beltrán, que al fin volvía a casa después de varios días en Santiago. El joven aminoró el paso de la montura al observar la escena que se desplegaba ante sus ojos.

—¿Qué está ocurriendo aquí? — preguntó, atónito, al ver al hombre maltrecho y ensangrentado que estaba tirado en el suelo.

Para su asombro, Ulloa se levantó de repente con un aullido, esgrimiendo un cuchillo con el que se lanzó con furia asesina hacia su contrincante, apuntándole directamente al cuello.

Greg esquivó una vez más el ataque de aquel demonio y lo golpeó en el estómago, lo que le hizo dar varios pasos hacia atrás. Espantado por los gritos, el caballo de Beltrán se alzó sobre dos patas, elevando las delanteras al aire, piafando espantado. Cuando al fin las dejó caer, sus herraduras golpearon con un sonido hueco la cabeza de Esteban Ulloa.

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