Conan

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La cosa de la cripta » 4. Cuando los muertos caminan

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4. Cuando los muertos caminan

Lentamente, con movimientos espasmódicos, el cadáver se levantó de su enorme asiento de piedra y miró a Conan con sus oscuras cuencas vacías, de donde ahora parecían escrutarlo unos ojos vivos con una mirada fría y maligna. De alguna manera, sin que Conan pudiera adivinar a qué mecanismo de necromancia primitiva obedecía, la reseca momia del guerrero muerto hacía tanto tiempo seguía con vida. Las mandíbulas que sonreían con una mueca grotesca se abrían y cerraban en una espantosa pantomima dé lenguaje. Pero el único sonido audible era el crujido que Conan había escuchado, como si los marchitos y arrugados despojos de músculos y tendones rozaran unos contra otros. Para Conan, aquel silencioso remedo de lenguaje era más terrible aún que el hecho de que el muerto se moviera y viviese.

La momia descendió crujiendo del estrado de su antiguo trono y movió su calavera en dirección a Conan. Cuando fijó sus ojos huecos en la espada que el muchacho aún empuñaba, un espeluznante fuego embrujado ardió en sus cuencas vacías. Avanzando torpemente a través de la habitación, la momia se acercó a Conan como una masa de un horror indescriptible sacada de la pesadilla de un cerebro demencial, y extendió sus huesudas garras para coger la espada de las fuertes manos del joven.

Paralizado por un terror supersticioso, Conan retrocedió lentamente. Las llamas dibujaban la monstruosa sombra negra de la momia en la pared que había detrás, formando ondas sobre la dura piedra. En la tumba reinaba el silencio, salvo el crepitar de las llamas a medida que destruía los antiguos muebles con los que Conan había alimentado el fuego, el crujir y el chirriar de los rígidos músculos coriáceos del cadáver que lo impulsaban con pasos vacilantes a través de la cripta, y la respiración acelerada y jadeante del joven, que estaba sofocado de terror.

La cosa muerta tenía a Conan de espaldas contra la pared. Una garra marrón se alzó bruscamente. La reacción del muchacho fue automática, e instintivamente lanzó un golpe. Se oyó el silbido de la hoja de la espada al abatirse sobre el brazo extendido, que crujió como una rama quebrada. Aferrada todavía al vacío, la mano cortada cayó dando un golpe seco en el suelo; del muñón del antebrazo no brotó ni una sola gota de sangre.

La terrible herida, que habría detenido a cualquier guerrero vivo, ni siquiera hizo titubear al cadáver animado. Simplemente retiró el muñón del brazo cercenado y extendió el otro.

Con un impulso salvaje, Conan saltó de la pared empuñando agresivamente la espada. Uno de los impactos golpeó a la momia en un costado. Las costillas saltaron como astillas por el golpe, el cadáver se tambaleó y cayó al suelo estrepitosamente. Conan se detuvo jadeando en el centro de la cueva, aferrando la gastada empuñadura con mano sudorosa. Con los ojos muy abiertos vio cómo la momia se volvía a poner de pie lentamente y con gesto mecánico extendió la garra que le quedaba.

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