Cola

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2. Los 80: La última cena (de fish and chips) » Terry Lawson

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TERRY LAWSON

REFRESCOS

Stevie Bannerman es de un listillo que te cagas. Si él se queda sentado en la furgona todo el día no pasa nada; soy yo el que se queda fuera haga el tiempo que haga descargando putas cajas de la parte trasera de esta camioneta en medio de la lluvia, parando en los pubs y clubs y después yendo de puerta en puerta por las barriadas. Eso sí, no me puedo quejar; pasan cantidad de tías por delante y estar aquí en mitad del aire fresco comprobando el género es la sal de la vida. Ya lo creo.

Querían que me quedara además, decían que podría sacar un par de asignaturas si me lo proponía. Pero ¿para qué quieres quedarte en el colegio si allí ya te has follado a casi todas las tías que follan? Una puta pérdida de tiempo. Tendré que decírselo a mi colega Pelopaja.

Esta mañana estoy salido a tope. Siempre me pasa igual después de haber estado viendo pelis guarras en el Classic la noche anterior. Quería bajarme a casa de Lucy después, pero su viejo no me deja quedarme a pasar la noche. Encima que se supone que estamos prometidos. Ya habrá tiempo de sobra para eso cuando estéis casados, dice el cabrón. Ya, como que él y la madre de Lucy están todo el día chingando, ¿no?

Sí, claro.

Estamos de vuelta en la barriada y Stevie ha parado la camioneta junto al basurero. Se me acercan un par de vejestorios. Tienen unas bocas desdentadas que me recuerdan ese par de botas del desierto que tengo en el armario, las de la costura reventada. Me compré un par nuevo con la paga de mi primera semana de trabajo pero no me atrevo a tirar las viejas. «Dos botellas de naranjada, hijo», dice una de las marujas. Saco un par de botellas de Hendry’s de la caja de arriba, cojo la libra y le doy el cambio. Lo siento, señora, sé la clase de zumo que necesita usted y no viene en putas botellas.

¡En cualquier caso, señora, no seré yo quien se lo dé!

Se marchan y entonces veo a una a quien puede que sí se lo dé. Conozco esa carita resplandeciente que está junto a mí, es Maggie Orr. Está con su colega, otro polvazo al que he visto por ahí pero a la que no conozco. Todavía no, en cualquier caso.

«Una botella de limón y una Coca-Cola», dice la pequeña Maggie. Va un curso por debajo de mí en la escuela. He visto más carne en el cuchillo de un carnicero. Solía darle de comer cuando era monitor del comedor escolar. Mi colega Carl, Pelopaja, está tope cachondo por ella. Se pensaba que la tenía en el bote porque andaba por ahí con ella y con Topsy con ese conjunto de bobos en el que se supone que están metidos y la basca aquella del autobús de los Hearts. Oí que se puso un poco en ridículo delante de ella el sábado pasado. A lo mejor es por eso que tiene tantas ganas de venir a ver a los Hibs conmigo el sábado. Ya se sabe cómo le funciona la mente a ese capullo.

«Tengo entendido que te gusta la coca mogollón», le digo.

Ella no suelta prenda, no pilla la gracia, pero de todos modos se ruboriza un poco. Su colega también, pero hace como que el sol la fuerza a mirar de soslayo, llevándose la mano a la cara. Pelo negro largo, ojos morenos y unos labios carnosos y rojos. Sí…

Buen par de tetas.

«Tendríais que estar en el cole», suelto yo, «ya veréis cuando Blackie se entere de esto.»

Maggie frunce el ceño en cuanto oye el nombre de ese cabrón. No me extraña.

«Sí», digo yo, «yo y Blackie seguimos en contacto, ¿sabéis? Somos buenos amiguetes, ahora que los dos somos currantes. Siempre me pide que le informe acerca de qué alumnos suyos no se comportan debidamente. Mantendré la boca cerrada porque sois vosotras, pero ojo, os costará lo vuestro.»

Su colega se ríe, pero la pobre Maggie me está medio mirando para ver si hablo en serio. «Estoy mala. Sólo he salido por un refresco», dice, como si fuera a darle el chivatazo a algún puto guardia o algo.

«Sí, claro», me río, y miro a su amiga; en efecto, tiene unas tetas guays. «Y tú también estás mala, ¿no?»

«Nah, ha dejado los estudios; iba a Auggie’s», explicó Maggie antes de que su amiga pudiese contestar. Está nerviosa e incómoda, echando miradas a su alrededor para ver quién puede estar observándola.

Su amiga está mucho más tranquila. Me gustan esos ojazos y ese pelo negro y largo. «¿No trabajas, muñeca?», le pregunto a la chica.

La tetona habla por sí misma por primera vez. «Sí, en la pastelería. Pero hoy es mi día de fiesta», dice.

¿Conque la pastelería, eh? Pues yo le meto un bollo en el horno cuando quiera. Ningún problema. Nah, ésta no es tímida, de eso nada, simplemente me está tanteando.

«Muy bien», digo yo. «Entonces, ¿estáis las dos solas?», les pregunto a las dos.

«Sí, mi tío Alec ha salido, y mi padre y mi madre se han bajado a Blackpool», me cuenta Maggie.

Blackpool. Se está guay ahí abajo, en la Milla Dorada esa, con todos esos pubs y tal. Allí se folla cantidad. Yo y la tía esa de Huddersfield, y la de Lincoln también. La de Huddersfield, Philippa, era la mejor. Chingamos tanto que rompimos la puta cama. El tío jeta quería cobrárnosla, un viejo camastro de cartón-madera que ya estaba medio hecho una mierda. Le dije al gilipollas que se fuera a tomar por culo. Malky Carson quiso partirle el careto. Además, el desayuno era una mierda; me pusieron en el plato una salchicha que parecía la cola de Gally.

Pero Pleasure Beach era estupendo. Me encaramé a la torre y todo. ¡La tercera cosa a la que me encaramé ahí abajo! Aunque hacía un frío que te cagas, por el viento marino ese. Y los roñosos de los Orr se han ido al sur dejando a la pequeña Maggie a su bola. «¿No quisieron llevarte allí con ellos?», pregunto.

«No.»

«Ya», sonrío. «Saben que no podrían quitarte el ojo de encima. ¡Me lo han contado todo sobre ti!»

«Vete a paseo», se ríe, y su amiga también.

Así que me vuelvo hacia la morena. «Así que ella te está cuidando, ¿no, Maggie?»

«Sí.»

Le guiño el ojo a la amiga, y después me vuelvo hacia Maggie. «Pues tendré que acercarme luego, por la tarde, cuando acabe. A visitar a la enferma y tal. Traeré mis medicinas especiales.»

Maggie se limita a encogerse de hombros. «Haz lo que quieras.»

«Sí, pero escucha», le digo, «tú lo que necesitas es un examen a fondo. Una segunda opinión», digo señalándome a mí mismo, «médico», y después a la morena, «enfermera», y después a Maggie, «paciente».

La morena está caliente e impaciente porque no para quieta y cuando se mueve se le cimbrean las tetas bajo esa camiseta color lila. «¡Eh, Maggie! ¿Oyes eso? ¡Médicos y enfermeras! ¡Tu juego preferido!»

Maggie me devuelve una mirada fría, con los brazos cruzados, dándole caladas al pitillo y sacándose el flequillo castaño de los ojos. «Sí, sí, de ilusión también se vive, hijo», dice volviéndose.

Se alejan con aire muy presumido, pero se ve por la forma en que miran hacia atrás que esas cabroncetas tienen unas ganas de rollo que te cagas. Pues luego lo van a tener las dos, eso fijo. «Vale, ya lo creo que puedo hacerlo, sólo de pensar en hembras como vosotras», me río. Después grito: «Os veo luego, para tomar un té y echar un cigarro.»

«Sí, ya», chilla Maggie, pero ahora se ríe.

«¡Hasta luego, chicas!» Me despido, mirándolas mientras se alejan, lisa Maggie; si esos capullos de biafreños vieran fotos suyas en las noticias de allí, organizarían una colecta para mandar un cargamento de arroz aquí. Buen culo el de su amiga; es como si dentro de esos pantalones blancos hubiera dos críos metidos dentro de la funda de una almohada y peleándose.

Un polvo que te cagas.

Vaya cabrón Stevie. No puede pasar por delante de un corredor de apuestas sin parar. Lo único que hace es hojear las páginas de las carreras. Es un capullo nervioso con un gran bigote daygo[6]. Uno de esos tipos que en el trabajo es todo seriedad y mala leche, y no se suelta hasta que ha terminado y está en el bar. A mí no me va esa canción: como si para conducir una puta camioneta como mandan los cánones hubiera que ser un gruñón. Quiero presentarme al examen y hacerme con un buga, sólo por follar y tal. Las tías siempre van detrás del tipo con el buga; no es que yo lo necesite para meterla, a diferencia de algunos a los que podría mentar. Pero una furgoneta siempre viene bien.

Cuando acabamos, Stevie quiere ir al Busy Bee a echar una pinta. «Nah, tengo otros planes», le digo.

«Tú mismo», me suelta. Empieza otra vez con el rollo de que si no ganamos dinero suficiente con la ronda. ¿A quién coño le importa? Yo le saco dinero suficiente, y se puede comprobar cómo está el género. Eso es más importante que el dinero, tener la oportunidad de ligar con distintas tías y averiguar cuáles quieren guerra y cuáles no. ¿Que necesitas ropa? Se la levantas del tendedor a algún capullo, o te lo montas para que algún enano cabrón lo haga por ti.

Pero para mí lo más importante son los chochos. Le puse un anillo en el dedo a Lucy, más que nada para taparle la boca. Siempre está dándome la murga con lo de que esté de repartidor de refrescos, como si eso no fuera lo bastante bueno para ella. Sé de dónde lo saca todo: su viejo también es un capullo esnob. Conduce un puto autobús para el ayuntamiento y se cree de clase media. El capullo cogió y me dijo una vez: «Furgonetas de refrescos…, eso no tiene demasiadas salidas, ¿verdad?»

Yo me quedé sentado sin decir palabra, pero pensaba para mis adentros: estás equivocado que te cagas, amiguete, en ese trabajo hay mogollón de salidas, y tu nenita era una de ellas. ¡Joder, a ver dónde puede uno encontrar más salidas! ¡La chispa de la vida!

Pues Maggie es una salida, ya lo creo, y me voy derechito a su casa cuando termine. Vive en la misma escalera que los Birrell, sólo que un piso más arriba, así que Billy me tiene al tanto del rollo que se traen su viejo y su vieja. Putos bolingas. Me olisqueo los sobacos para asegurarme de que no huelo después de tanto descargar cajones, y después llamo a la puerta.

Contesta ella y ahí está, de pie y con los brazos cruzados, mirándome como diciendo ¿y tú qué quieres?

Sé muy bien lo que quiero. «Bueno, ¿puedo subir a tomar una taza de té? ¿Sustento para un currante sediento?»

«Vale», dice ella, mirando por encima de mi hombro, «pero sólo una taza de té y cinco minutos nada más.»

Nos vamos al cuarto de estar y en casa no hay nadie más que ella y la otra chica.

«¿Conoces a Gail, Terry?», pregunta Maggie mientras yo me pongo cómodo.

En su cara se puede leer esa expresión que dice «estoy segura de que te conozco de alguna parte».

«No he tenido ese placer», digo yo, asintiéndole a Gail con la cabeza y guiñándole un ojo. «Aún no, en cualquier caso», añado mientras Maggie se ríe por lo bajini y Gail me sostiene un instante la mirada. A las tías les gustan los tíos con sentido del humor y yo… pues tengo un sentido del humor tipo Monty Python. En el colegio, cuando yo, Carl y Gally empezábamos a enredar, no había dios que pudiera entendernos. Pensaban todos que estábamos locos, y supongo que lo estábamos. Lo que Carl no entiende, y por eso no se come un torrao, es que, sí: hay que tener sentido del humor, pero también hay que saber mostrarse maduro alrededor de las chicas, no se puede hacer el bobo todo el rato. Mira a los capullos esos de los Monty Python; podrán estar locos, pero no están así todo el rato. Fueron todos al Cambridge de los cojones o un sitio de ésos, y ahí no se entra sin sesos. Puedes jugarte lo que quieras a que no se ponían a andar de forma rara y toda esa mierda durante los exámenes. Nah. El caso es que yo también soy un tío maduro. Me acuerdo de aquella profesora de arte, la señorita Ormond, que me dijo: «Eres el jovencito más inmaduro que jamás he tenido en mi clase.» Se lo tuve que decir claro: «Sí soy maduro, señorita, llevo años follando y me he tirado a más tías que cualquier otro capullo de este colegio.» Lo único que hizo esa vacaburra picajosa fue mandarme a ver a Blackie para que me diera una zurra.

Tienen puesta la tele de sobremesa; reponen El Santo. Es el otro cabrón, ese que se parece al hermano pequeño del Santo de verdad. Me instalo en el sofá; Gail se sienta en un sillón y Maggie en el brazo del otro. Estoy mirando la parte de muslo que le asoma a Maggie por debajo de la falda a cuadros y pienso en el anuncio ese de American Express: eso me vendrá que ni pintado. «Bueno, chicas, contadme todas vuestras aventuras», les digo, dándole una larga calada a mi Embassy Regal. «¿En qué andáis? Más importante, ¿estáis saliendo con alguien? Quiero que me deis todos los detalles escandalosos.»

«Ella salía con Alan Leighton», dice Maggie, señalando a Gail.

«Ahora ya no, le odio», suelta Gail.

«Apenas le conozco», sonrío, pensando que Leighton es colega de Larry Wylie, así que es más que seguro que le va la marcha si ha estado por ahí con esa banda.

«Es un gilipollas», dice Gail, de un modo que habría que ser bobo para no interpretar así: ya no follo con él, pero me hace falta una ración de polla malamente, así que adelante, grandullón.

Aquí Terence Henry Lawson, interpretando para las que necesitan de mala manera que se las follen.

La chispa de la vida.

Es curioso lo de la Gail esta, aún no la sitúo. Posiblemente sea una de los Banks. Estoy seguro de que es amiga de la hermana de Doyle. Y estoy seguro de que antes llevaba gafas, que le daban un aspecto todavía más guarrindongo y sexy del que tiene ahora, si cabe. Puede que estuviera pensando en su amiga. Pero sí, ésta traga, no hay duda, eso se nota. Me vuelvo hacia Maggie, que tiene cara de haberse quedado un poco al margen. «Me sorprende que tú no andes con nadie, Maggie», le digo, observándola mientras vuelve a ruborizarse un poco. «A ver, que no me estoy quejando, para mí es una gran noticia. Siempre me has gustado, ¿sabes?»

Gail echa la cabeza hacia atrás y se ríe. Entonces entorna los ojos y dice: «¡Eh-Ey!»

Pero Maggie junta las manos y baja la vista y dice, en un tono muy bajo: «Pero tú sales con Lucy Wilson.»

Joder, parecía que estuviera en misa o algo así. Con esa mierda no engaña a nadie. Es protestante, lo cual significa que nunca va a la iglesia. «Nah, todo eso es historia. Así que, si te pidiera que salieras conmigo, ¿lo harías?»

Se pone de color carmesí. Se vuelve hacia Gail y se ríe, sin saber si me estoy quedando con ella o no.

«¡Terry te está haciendo una pregunta, Maggie!», dice Gail en voz alta.

«No lo sé», responde toda irritada, pero a la vez un poco coqueta.

El caso es que se puede salir y se puede salir. A veces cuando dices que «sales con alguien» sólo quiere decir que te lo estás tirando. Otras veces quiere decir algo así como «somos novios formales». Eso es una chorrada, como si antes fueseis novios informales. Nah, Lucy es una tía con la que se sale, siempre bien vestida y virgen hasta que yo le eché el guante. Hay tías como ella, con las que se sale, y las hay como Maggie y Gail, con las que sólo se folla.

«Pues si tú no lo sabes, no lo sabrá nadie más, ¿eh, Terry?», dice Gail enviándome un pequeño guiño.

Vaya polvo tiene. Ahora mismo no me interesa tanto Maggie, siempre vas a por la tía a la que le va, y aunque les vaya a las dos, a Gail le va de fijo. Se nota a la primera.

El caso es que la casa es de Maggie, y no quiero que me eche. «A lo mejor puedo convencerla», le digo. «¿No quieres sentarte en mis rodillas?»

Parece muy dubitativa.

«Ven acá», digo. «Venga», le digo, haciéndole un gesto con la cabeza.

Gail la mira, animándola. «No te va a morder, Maggie», le dice. Me gusta esta chica, es de lo más traviesa. Exactamente mi tipo. Aunque en realidad todas son mi tipo.

«No te engañes», me río de ellas. «Venga, Maggie», digo yo, un poquito más impaciente. Una chica tímida vale para un ratito, pero luego resulta aburrido y te apetece despelotarla para que esté lista para entrar en acción. Después de todo, a nadie le gusta una calientapollas. Se acerca y la siento sobre mi rodilla y empiezo a mover las piernas, meciendo su delgado cuerpecito de forma que suba y baje. Le doy un besito en la boca. «Ves, eso no ha estado tan mal. Hace mucho tiempo que quería hacerlo, te lo aseguro.»

Hacerlo con la boca que fuera, quiero decir. Todo el día empujando cajas cuando tendría que estar empujando a secas. A Maggie le va, me pasa la mano por detrás del cuello y me pasa los dedos por el pelo de la nuca. Miro la vieja chimenea con fuego de gas que tienen todas las casas de vecinos piojosas. Nada de fuegos modernos y eléctricos como tenemos nosotros, los pijos, allá en los pisos nuevos.

«Me gusta como llevas el pelo», dice ella.

Le dedico esa sonrisilla tímida que practico ante el espejo todos los días, y vuelvo a besarla, esta vez más lentamente y durante más tiempo.

Se oye un resuello ruidoso al levantarse Gail. Nos separamos un instante.

«Como vosotros os estáis poniendo cariñosos, me voy arriba un rato a escuchar esa cinta», dice Gail con aire presumido, pero es un poco postizo, porque se nota que sabe que tiene su ración de rabo garantizada, si no ahora mismo, más adelante.

Entiéndelo, conozco todas las pastelerías de la parte oeste de Edimburgo. Ahí está el encanto de trabajar en el reparto de refrescos.

Maggie protesta de modo muy poco convincente mientras Gail se marcha. «Pon la tetera», solicita, pero Gail ya ha salido por la puerta, porque me fijé en cómo ese culo prieto enfundado en pantalones blancos desaparecía de mi vista sin pensar en otra cosa que en echarle un buen tiento más tarde.

Pero lo primero es lo primero. Ésa es una de las pocas cosas que aprendí en el colegio, allá en la primaria. Aquellos refranes chorrones que nos daban. Pájaro en mano vale ciento volando. Aunque yo lo cambio: Pájara en bolas vale por dos vestidas. «Ya pondré yo la tetera», le digo, «pero sólo si me das otro beso antes.»

«Vete a paseo», suelta ella.

«Un besito, porfa», le cuchicheo.

Un besito. Ya. En eso estaba pensando. Después de morrear durante unos diez minutos, ya le he sacado primero el jersey y luego el sostén; sus tetillas botan arriba y abajo en las palmas de mis manos y las mira como si nunca antes las hubiera visto.

¡Eh-ey, cabronazo! ¡Ya estoy delante de la meta!

La poso en el sofá y le meto el dedito un rato, deslizándole la mano por la faldita y metiéndosela por las bragas, disfrutando de sus gemidos mientras empieza a moverse contra mis rígidos deditos. Pienso en el grupo aquel[7] y me pregunto si el guarro que se inventó el nombre estaría pensando en alguna tía a la que se estaba cepillando. ¡Toma Ulster alternativo, nena! ¡La sal de la vida!

Es hora de entrar en acción. Le bajo las bragas primero hasta las rodillas y después hasta los tobillos y me la coloco encima. Ella se estremece cuando me bajo mis propios pantalones más abajo de los muslos y me saco la polla. Tengo su culito en una mano y sus tetas en la otra mientras sus manos descansan sobre mis hombros. No hace falta que juegue a hacerse la virgencita; ya se lo han hecho antes; la mayor parte de la peña de Topsy, supongo. Aunque eso sí, nunca le han metido una tranca como ésta, fijo. Es enana total, aún más que Lucy, de modo que empiezo a follarla lentamente hasta que se le cae la baba; entonces aprieto el acelerador y empiezo a darle lo suyo como está mandado. «Sí, sí, ya te gusta, ¿eh? ¿Eh?», le suelto, pero ella no dice palabra hasta que se le escapa un gritito al correrse. Yo mismo empiezo a hacer ruiditos chirriantes como si fuera una putilla descerebrada, pero bueno, es por el calor del momento y todo eso.

Más le vale no soltar prenda a nadie acerca de esos ruiditos. Muchos chavales se piensan que las chicas no hablan de esa forma entre ellas, que son todo miel y ñoñerías, pero eso es una chorrada. Son igualitas que nosotros. Bastante peores, a decir verdad.

La abrazo un rato, porque dentro de diez minutos volveré a estar listo, pero es como si estuviera en trance. No tiene sentido perder tiempo. «Será mejor que vaya a echar una meadita», le digo.

Mientras me levanto y me subo los gayumbos y después el pantalón y la camiseta, ella está con la mirada perdida; después se abraza a su ropa.

Me voy arriba, subiendo los raídos escalones alfombrados de color azul de dos en dos. En el tigre hay una cagada que alguien se ha olvidado de hacer desaparecer. Me hace dudar al mear, como si la mierda se me fuera a subir por el conducto urinario, así que meo en la pila y después le doy una lavadita a la herramienta. Cuando termino, guipo una araña en la bañera, así que le meto a la cabrona con ambos grifos, enviándola al desagüe, antes de entrar en el dormitorio de al lado.

Gail está tumbada boca abajo en la cama. Lleva los auriculares puestos; un largo cable los conecta al aparato, pasando por la parte de atrás de su camisa y sobre una de esas hermosas nalgas, de modo que ni siquiera puede oírme al entrar en la habitación. Su culo tiene una pinta estupenda con esos pantalones blancos; se puede ver la marca de las bragas extendida sobre las nalgas y desapareciendo por la raja del culo y el coño. Está leyendo un libro con su largo cabello negro desparramado sobre la almohada. Desde luego tiene buen tipo, más carnoso que el de Maggie, mucho más de mujer.

En la pared hay un gran póster de Gary Glitter dominándola. Es guay ese cabrón. Me gusta esa letra que dice: I’m the man that put the bang in gangs[8]. Es el puto amo. A ver, ahora me gustan los Jam y los Pistols pero él y Slade son los únicos tipos de los viejos tiempos que todavía me molan.

Me quedo de pie admirando el panorama un momento, haciéndole un pequeño guiño a Gary. Ya le enseñaré yo a meter the bang in gangs, vaya que sí. Así que ya estoy otra vez más duro que una piedra. Me acerco y bajo el volumen y la veo girarse y quitarse los auriculares. No está en absoluto sorprendida de verme. Yo sí estoy sorprendido de verla a ella, porque lleva puestas esas gafas de montura dorada. Tendría que cortarle a uno el rollo, pero a mí sólo me pone más que nunca. «¿Qué tal, cuatro ojos?», le suelto.

«Sólo me las pongo para leer», dice ella quitándoselas.

«Pues a mí me parecen de lo más sexy», digo yo, acercándome hasta la cama, pensando que si me abalanzo sobre ella y monta una pajarraca, la soltaré y le diré que sólo era una broma. Pero no hay nada de que preocuparse, porque le meto la lengua en la boca y no se resiste, así que me saco la polla y ella le pone la mano encima, con unas ganas que te cagas.

«Aquí no…, ahora no podemos…», suelta ella, pero no tiene mucha prisa por soltarme la polla.

«Al carajo, venga, Maggie sabe lo que hay», le digo yo.

Me mira durante un segundo pero yo me estoy quitando la ropa y ella no se lo piensa mucho.

Nos metemos bajo las sábanas enseguida. Me siento estupendamente y es guapo que mi polla siga dura a pesar de haberle metido una buena dosis a Maggie. Los tipos como Carl o Gally acabarían en los cuidados intensivos del Royal Hospital después de hacerse una paja, no digamos una tía. A mí no me importa, podría estar iodo el día follando.

Me impresiona la actitud de la Gail esta; sin chorradas, se ha quitado las bragas y el sostén de inmediato. Muchas tías se dejan las bragas puestas como una especie de seguro de que haya un poco de juegos preliminares, pero sólo un gilipollas intentaría metérsela directamente entre las piernas a una chica cuando puede uno divertirse de un montón de formas.

De modo que el viejo Gary Glitter me observa desde las alturas mientras yo estoy con la lengua metida entre las piernas de Gail. Al principio intenta apartarme la cabeza, pero su movimiento se convierte en una fricción sobre mi cuero cabelludo y un tirón de mi pelo mientras empiezo a darle lametones y ella relaja su presa y empieza a disfrutar que te cagas. Tengo las manos debajo de su culo, con las nalgas bien cogidas; después le meto el dedo y empiezo a frotarle un poco el coño. Intento darme la vuelta, porque esos labios carnosos están hechos para chuparme el rabo, pero se están escurriendo las sábanas. El truco consiste en mantenerla caliente, pero montármelo de tal forma que tenga que meterse mi polla en la boca. Pero está por la labor, sigue recorriéndola con la mano, retirando el prepucio.

«Eso es estupendo, Terry, qué gusto, es de locura», jadea.

«La sal de la vida», le gruño yo como respuesta, «te voy a meter la lengua por los dos agujeros, uno detrás del otro», le digo. Eso es lo que dijo un tío en una de las películas guarras que tenía Donny Ness. Siempre trato de acordarme de las mejores frases y las mejores jugadas.

Así que aquí estoy yo montado sobre ella a horcajadas, estilo sesenta y nueve, y ella con mi polla en la boca y chupando con fuerza; santo dios, esta tía sabe mamarla. Le estoy separando los labios y dándole grandes lametones de pegasellos y metiéndole el dedo, primero en el coño, después en el culo, que huele a húmedo y a tierra, y a continuación regreso a su clítoris que parece lo bastante grande y tieso para ser una minipolla; ella se saca mi rabo de la boca y yo pensando que necesitaba tomar aire, pero nah, es que se estaba corriendo en espasmos entrecortados y sobresaltados, con mi dedo pulsando su pequeño botón del amor como si estuviera pegado al dial de una buena emisora de radio.

Así que ella jadea mientras sus estremecimientos remiten, pero yo aún no he terminado con ella; me doy la vuelta y la obligo a incorporarse y la expresión de su cara es de asombro delirante y yo estoy en la cama pero tengo su cabeza bajada sobre mi polla y chupando que te cagas, levantando la vista y mirándome con esos ojazos, derramando gratitud porque sabe que eso sólo era el aperitivo y que dentro de uno o dos segundos se la van a follar bien. Tengo su pelo en mis manos, retorciendo esos mechones oscuros y tiro de ella hacia mí, y después la aparto, ajustando el ritmo y la distancia para que ella acierte y sí, sabe lo que se hace, porque su cabeza adopta el ritmo correcto y ni siquiera necesito empujar con la pelvis acompasadamente ni nada de eso. Se ahoga un poco y se retira, lo cual resulta oportuno porque estaba decidiendo si quería correrme en su boca o no y dejar lo de follarle el coño para más tarde, para mantener a la muy putilla caliente y alterada. Pero pienso nah, se la voy a meter como está mandado ahora mismo. Me monto encima y se la estoy metiendo y ella dice: «Ay, Terry, no tendríamos que estar haciendo esto, ahora no…»

Esa canción ya la he oído. «Entonces ¿quieres que pare?», jadeo yo.

No hace falta ser el cabrón ese de Bamber Gascoigne del University Challenge para conocer la respuesta. Lo único que me ofrece como respuesta es otro: «Ay, Terry», y lo tomo como la señal de salida, ya lo creo.

Así que ahí me tenéis incorporado y cogiendo el ritmo y Gail aparta la mirada y se tensa brevemente; después deja escapar una risita ahogada y acerca mi cabeza a la suya y pone una cara extraña. Levanto la vista y veo que Maggie ha entrado en la habitación.

Maggie hace la señal de la cruz delante de su pecho. Es como si le acabaran de disparar. Se queda de pie un momento sin decir palabra con la boquita toda retorcida. «Tendrás que irte, ha llegado mi tío Alec», cuchichea por fin, con aspecto nervioso y preocupado.

Gail vuelve la cara y se queda mirando la pared: «¡Dios, no puedo más!» Agarra la ropa de la cama y después la araña como una puta gata.

Yo sigo sólido y ni dios se va a ninguna parte hasta que yo haya soltado mi chorromoco. «Cállate un momento», le suelto a Maggie, pero sin dejar de mirar a Gail mientras sigo empujando, «tú vete a ver a tu tío… estaremos…»

Oigo el portazo y entonces Gail empieza a ir a por todas otra vez y al cabo de unos golpes de riñón hace esos ruiditos, y quise subirla encima un rato, y después a lo mejor tratar de metérsela en el otro agujero para terminar, pero ahora eso tendrá que esperar por culpa de esa vacaburra atontada de Maggie, pero al cuerno, me dará algo a lo que aspirar más adelante, así que ella grita y gime y yo estoy jadeando y ella se corre como un movimiento de tierras y yo también y menos mal que Maggie se mosqueó y se fue de la habitación mientras nos corremos porque Gail está más pasada que un litro de leche abandonado en medio del desierto del Sáhara. «Ay, Terry…, qué animal eres…», grita ella.

Jod-deer…

Boqueo y luego la abrazo, dándole hasta la última gota que llevo en las entrañas. Después, recuperando el resuello, empiezo a pensar en que si ella iba a Auggie’s y con eso de que es papista, espero que te cagas que esté tomando la píldora. Le doy un beso baboso en los morrazos, y después me apoyo sobre los antebrazos y la miro a los ojos. «Tenemos una química que te cagas, muñeca. Eso no se olvida así como así. ¿Entiendes lo que te digo?»

Asiente.

Ésa es una frase estupenda; la saqué de una de esas películas que vi en el Classic, en Nicolson Street. Percy’s Progress, creo que se llamaba. Aquella del chico blanco al que le pusieron la cola del negro.

Me separo de ella y empezamos a vestirnos.

Entonces vuelve a entrar Maggie. «Os tendréis que marchar», dice con voz quejosa, los ojos todo colorados, retorciéndose un mechón de pelo entre los dedos.

Gail busca sus bragas, pero me he adelantado y me las he metido discretamente en el bolsillo. Recuerdo. Como hice con Philippa de Huddersfield, cuando me la tiré en la casa de huéspedes. Un recuerdo de Blackpool. ¿Por qué no? Cada uno a lo suyo. Es mejor montárselo con tías que montar en tranvía, mejor comer coñitos que comer caramelos. Eso pienso yo, en cualquier caso.

La Maggie esta está pero que muy picajosa. «Venga, Maggie, ¿cuál es el problema? Tu tío no va a venir a molestarnos arriba», le digo. «No estarás celosa de Gail, ¿verdad?»

«Vete a la mierda», me espeta. «¡Tú lárgate de aquí, listo!»

Sacudo la cabeza mientras me ato las botas de piel vuelta. No soporto la inmadurez en una chica cuando se trata de temas de polla y coño. Si quieres echar un polvo, lo echas. Si no quieres, simplemente di no. «No empieces a sobrarte, Maggie, Gail y yo sólo nos estábamos divirtiendo un poco», le advierto a la muy tontuela. Todo quisque tiene derecho a disfrutar. ¿Cuál es el puto problema? Tendría que haberle soltado la frase aquella, de Emmanuelle creo que era, en la que el tío va y dice: No seas tan inhibida y reprimida, nena.

«Eso es todo lo que fue, Maggie», dice Gail, que seguía buscando sus bragas, «no vayas a rebotarte por eso. Ni siquiera estás saliendo con Terry.»

Maggie rechina los dientes ante esto, y después se vuelve hacia mí, «Entonces ¿quiere eso decir que ahora sales con ella?», pregunta, con aspecto dolido. No os peleéis chicas, no os peleéis, ¡hay suficiente para todas! ¡Fijo! ¡No seas tan inhibida y reprimida, nena!

Me vuelvo hacia Gail y le guiño el ojo. «Nah…, no seas boba, Maggie. Como decía, sólo era un poco de diversión intrascendente. ¿Eh, Gail? Hay que divertirse un poco, eh. Ven aquí y dame un abrazo», le digo a Maggie, dándole una palmadita a la cama. «Tú, yo y Gail», cuchicheo. «Tu tío Alec no va a molestarnos.»

Ella se mantiene en sus trece, mirándome con dureza. Me acuerdo de cuando yo y Carl Ewart éramos monitores de comedor y servíamos la comida a los de nuestra mesa. Como a él le gustaba ella, él invitaba a chocolatinas, y Carl solía asegurarse de que a ella le tocara una buena ración, y hasta repetía. Probablemente conseguimos mantener con vida a la piojosa vacaburra entre Carl y yo, y así es como me lo agradece.

¡Apuesto que al señor Ewart le habría gustado servirle a esta guarrilla la ración que le acabo de servir yo! ¡Fijo!

«Terry, ¿has visto mis bragas?», pregunta Gail.

«Nah, no son de mi talla», me río. ¡Estarán debajo de mi almohada esta noche! ¡Huele-que-te-huele!

«Intenta mantenerlas puestas alguna vez, igual así no las pierdes tan fácilmente», le espeta Maggie.

«Ya, como acabas de hacer tú», le contesta bruscamente Gail. «¡No te sobres conmigo, rica, sólo porque estés en tu casa!»

Los ojos de Maggie acaban de volver a humedecerse. Todo quisque sabe que Gail la haría papilla en una pelea limpia. De todos modos, menudo espectáculo. Yo estoy en calzoncillos y me acerco a Maggie y la rodeo con los brazos. Ella intenta apartarme pero no se empeña demasiado, si me entendéis. «Sólo estábamos tonteando», le digo. «¿Ahora por qué no nos sentamos todos y nos tranquilizamos?»

«¡Yo no puedo tranquilizarme! ¡Cómo voy a tranquilizarme! ¡Mi madre y mi padre están en Blackpool y mi tío Alec está aquí! ¡Siempre está borracho y ya le ha pegado fuego a su propia casa! Tengo que estar siempre vigilándole…», lloriquea, y ahora ya lo hace a moco tendido.

Yo trato de consolarla mientras miro cómo Gail se pone los pantalones sin bragas. Podría intentar robarle un par a Maggie más tarde, porque de lo contrario creo que ese gran felpudo negro que tiene podría transparentarse a través de esos pantalones de fino algodón blanco. De todas formas, no creo que esté tan lejos de casa.

«No te preocupes por tu tío Alec, Maggie.» Gail sacude la cabeza. Lo único que le interesa son sus bragas. ¡Con eso ya somos dos!

Maggie le tiene un poco de miedo a su tío Alec. No quiere bajar y encontrárselo, ni siquiera para hacernos un té. «Tú no le conoces, Gail, siempre está borracho», solloza ella. Quizá sea una excusa, quizá sepa que en cuanto salga por la puerta volveré a metérsela a Gail.

«Está bien, bajaré a saludar, haré algo de té y lo subiré.» Con una galletita, digo yo, imitando al chavalín de Glasgow que sale en el anuncio ese de British Rail. El pobre capullín se pensaba que era un chollazo que le dieran una galleta en un tren. Allá probablemente lo sea de todos modos; para esos putos piojosos será como oro en polvo. Sí, el palique de Glasgow, no hay cosa mejor, o al menos eso es lo que le dicen a cualquier capullo que sea lo bastante bobo como para hacerles caso.

Bajo las escaleras esperando que el tío no sea uno de esos cabrones psicópatas. El caso es que es de bien nacidos ser agradecidos y yo encuentro que la mayoría de gente no tiene problemas contigo si tú no tienes problemas con ellos.

EL TÍO ALEC

Esta puta casa es verdaderamente cochambrosa, todo hay que decirlo. Mi madre no tiene demasiado dinero, pero incluso cuando se quedó sola, antes de enrollarse con ese capullo alemán, nuestro hogar parecía un palacio en comparación con esto. La habitación de Maggie es la mejor de todas, es como si perteneciera a otra casa.

Es curioso, pero cuando bajo las escaleras que llevan al cuarto de estar, resulta que al tío lo reconozco. Alec Connolly. Un chorizo con todas las letras.

Alec me mira con lo que mi madre llama una cara de bebedor de pro, toda colorada y con manchas hepáticas que le suben por el cuello. Con todo, preferiría estar en compañía de alguien así que de ese capullo alemán con el que anda ella. Está siempre en casa, no bebe jamás, y me gruñe si llego dando tumbos. Cuanto antes nos consigamos Lucy y yo un sitio propio, mejor. «Hola, hola», dice el gachó, con un tono más bien frío.

Me limito a guiñarle el ojo al viejo capullo. «¿Qué hay, colega? ¿Cómo va todo? Estoy arriba con Maggie y su amiga escuchando unos discos.»

«Así que ahora lo llamáis así», dice él, pero medio riéndose. Este tipo es legal: en realidad le importa un carajo. Estoy seguro de que esta habitación se ha emporcado todavía más desde la última vez que estuve en ella. Las suelas se me pegan al linóleo agrietado y a la alfombra mohosa que hay en el medio.

Alec está sentado en un sillón desvencijado intentando liarse un cigarrillo con unas manos temblorosas. Sobre la mesilla de café que tiene delante hay montones de latas, una botella de whisky medio vacía y un gran cenicero de cristal. Lleva un traje azul desgastado y una corbata casi del mismo color que sus ojos, que destacan en ese careto coloradote. Me limito a encogerme de hombros. «Te llamas Alec, ¿no? Yo me llamo Terry.»

«Sé quién eres, te he visto en la furgoneta. ¿Eres el hijo de Henry Lawson?»

Uy-uy. Conoce al viejo. «Sí. ¿Le conoces?»

«He oído hablar de él, pero es unos años mayor que yo. Bebe en Leith, eh. ¿Qué tal le va?»

A quién le importará un cojón ese cabrón. «Bien, quiero decir…, no sé. Parece estar bien. No nos llevamos muy bien», le cuento al Alec este, pero creo que se coscó de eso en cuanto nombró al viejo hijo de puta.

Alec dice algo gruñendo, como si estuviese aclarándose la garganta. «Sí», dice después de un rato, «familias. De ahí vienen todos los problemas. Pero qué se puede hacer, ¿eh? Ya me dirás tú», dice, abriendo los brazos, con el cigarrillo liado en un cazo.

Ante eso no se puede decir nada. Así que asiento y digo: «Iba a hacerle a tu sobrina y a su amiga una taza de té. ¿Quieres una?»

«Al té que le den», dice encendiendo el pitillo y señalando la pila de latas que hay sobre la mesa. «Tómate una cerveza. Venga. Sírvete tú mismo.»

«Luego lo haré, Alec, una cervecita y un poco de palique, pero no quiero ser grosero con mi compañía del piso de arriba», le explico.

Alec se encoge de hombros y aparta la vista como diciendo: así tocamos a más. Hay algo en este viejo cabrón que me gusta, y desde luego vendré a cascar un rato con él más tarde. Ahí está, mantenerle contento para poder seguir cepillándome a Maggie y Gail por estos lares. Y en el Busy dicen todos que se dedica mucho a los trapicheos ilícitos. Es útil conocer a cabrones de ese tipo: por los contactos y tal.

Al meterme en la cocina casi me caigo y me parto el cuello sobre una baldosa suelta. Empiezo a calentar el agua. La tetera no es de las que se enchufa, así que hay que hacerlo en el gas. Después de un rato vuelvo a subir las escaleras con una tetera a donde me aguardan las dos guarrillas. Maggie está sentada con una funda de cassette, escribiendo sobre la tarjeta los temas del elepé que ha estado grabando. Exagera; es una excusa para no hablar con Gail.

«El té está listo», suelto yo. Después, cuando Maggie levanta la vista para mirarme, digo: «No sé de qué te preocupas, Maggie, Alec es legal.»

«Ya, pero tú no le conoces tan bien como yo», vuelve a advertirme.

Gail sigue machacando con lo de sus bragas. «Me está volviendo loca», dice.

No las necesitará si piensa andar por ahí conmigo, eso fijo.

SALLY Y SID JAMES

Me despierto en la cama sudando que te cagas y caigo en la cuenta de que estoy solo. Miro y las veo a las dos durmiendo en el suelo. Entonces lo recuerdo todo; durante la noche logré situarme entre las dos, pensando en un trío, como en las películas. Intenté masturbarlas a las dos a la vez, pero se pusieron un poco raras. Después de eso ninguna de las dos me dejaba meterla, les daba demasiado corte delante de la otra. Así que tendré que seguir haciéndomelas por separado un tiempo, y entonces les apetecerá montar un trío. Fijo.

Sí, lo intenté toda la noche, pero no querían saber nada, así que después de intentar echarme de la cama, y de eso no había la más mínima posibilidad, desistieron las dos y se fueron a clapar al suelo. Así que yo me hice una buena paja y me quedé plácidamente dormido. Fue una noche un poco frustrante, pero una buena cabezadita me vendría bien porque hoy toca fútbol y por la noche bailoteo. La sal de la vida.

Sin embargo, por la mañana no resultó fácil levantarse de la cama con la tranca que se me había puesto, con ellas dos echadas en el suelo y sobando. Me hice otra pequeña paja mirándolas; la mayor parte la absorbió la alfombra, aunque un poco acabó en la manga de la blusa de Gail. Entonces bajé a hurtadillas y vi a Alec, sentado aún en el mismo sillón, viendo el Tiswas ese.

Sale la de las tetas guays. «La Sally James esa, menudo polvo tiene, ¿eh?», suelto yo.

«Sally James», dice Alec arrastrando las palabras.

Por lo que a este viejo capullo respecta podría perfectamente ser Sid James.

Ahora la botella de whisky está vacía, y creo que la mayor parte de las latas también. «¿Quieres un té?», pregunta.

«A decir verdad, Alec, me preguntaba si seguía en pie aquella oferta de una copa.»

«Tendrá que ser en el pub», sale él, indicando el montón de latas vacías sobre la mesita de café.

«Por mí muy bien», le digo.

Así que nos vamos calle abajo, hacia el Wheatsheaf. Hace un día estupendo y me apetece lo del fútbol. Se ha hablado mucho acerca de reunir a una pequeña pandilla de la barriada hoy, con Doyle y toda esa peña. La mayoría de los chicos de nuestra barriada apoyan a los Hearts, por eso de que vivimos en las afueras, pero también hay bastantes Hibees por ahí. Si se pudiera reunir a todos los seguidores locales de los Hibees sería una cuadrilla bastante portentosa, porque están tipos como Doyle y Gentleman y yo y Birrell que somos todos de los Hibs. Siempre se habla, y por lo general eso es lo único que se hace. Pase lo que pase, de todos modos echaremos unas buenas risas. Doyle tiene una cosa a su favor: el cabrón está loco, pero si vas con él siempre tendrás algo que contar. Como la vez que chorizamos todo aquel cable de cobre, eso fue demasiado. Aunque el cabrón aún no me haya pagado. Me vuelvo hacia Alec al pasar por delante del parque, con el pub ya a la vista. «Entonces, ¿tú te encargas de que Maggie no haga ninguna tontería mientras sus padres están en Blackpool?»

«Sí, no lo estoy haciendo demasiado bien, ¿verdad?», dice riéndose sarcásticamente.

«Yo soy un caballero, Alec. Nos quedamos levantados pegando la hebra toda la noche. Las dejé para echarme a dormir. Maggie es buena chica, no es de ésas.»

«Sí, ya», suelta él. No se cree una palabra.

«No, estoy convencido. Creo que a lo mejor a su amiga le va un poco la juerga a la chita callando, pero a Maggie no», le explico. Es mejor no dejar que el capullo piense que le estoy vacilando. Se lo piensa, porque se hace un cierto silencio mientras entramos en el pub. Pido un par de pintas y eso le devuelve la sonrisa. Se nota que Alec es un oso bolingoso de primera clase. «Entonces, ¿cuánto tiempo vas a quedarte allí?», le pregunto.

Su mirada se pierde en el horizonte. «No lo sé. Mi casa se incendió. En Dalry. Cableado en mal estado. Todo la casa acabó en llamas: mi mujer está en el hospital, toda la pesca», me explica. Entonces empieza a ponerse negro. «Los putos capullos de la junta del gas son los que tienen la culpa…, voy a ir a un abogado, llevaré a juicio a esos cabrones.»

«Ya lo creo Alec, tiene que haber algún tipo de indemnización. Estás en tu derecho, colega», le digo.

«Ya», dice sonriendo con gesto inexorable, «cuando consiga cobrar del seguro…, entonces será el momento de entrar a saco.»

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