Cola

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2. Los 80: La última cena (de fish and chips) » Billy Birrel

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Pensé un poco en los perros. Fue una vergüenza. Aquellos perros eran unos asesinos, cierto. Entrenados para no tener piedad alguna. Matarlos sí, de acuerdo, pero hacer lo que hizo Doyle demuestra que no estás bien de la cabeza. Pero así es Doyle, eh. Después de aquello quise mantenerme alejado de él, y ojalá no hubiera dicho que iríamos todos juntos al fútbol. La verdad es que nunca me gustó ese hijo de puta. Ni tampoco ese soplapollas retorcido de Polmont.

Gentleman, no lo sé. A mí no me ha hecho nada, pero él y Doyle son uña y carne.

De todos modos, estoy en babia y viene el autobús. No le voy a declarar la guerra a un pirao como Doyle por unas cuantas libras de cobre, pero de todos modos me va a oír.

Me subo al autobús y me voy a la parte superior. No ha salido malo el día. Hay una vista guay del castillo desde la parte de arriba de un autobús bajando por Princes Street. Eso sí, el tráfico es alucinante. Se entiende que a la gente de Glasgow les ponga malos Edimburgo, porque ellos no tienen nada que pueda compararse con el castillo, los jardines, las tiendas y tal. La gente dice que en Edimburgo hay barrios bajos, y es cierto, pero es que todo Glasgow es una barriada, y ahí está la diferencia. Por eso son como apaches. Aquí los chalaos como Doyle cantan un huevo, pero en Glasgow nunca te fijarías en ellos.

Sube Ronnie Allison, del club de boxeo. Me doy la vuelta pero me ha visto y se acerca y se sienta a mi lado. Ha guipado a la primera la bufanda de los Hibs que me cuelga del bolsillo.

«Hola, hola.»

«Ronnie.»

Señala la bufanda con la cabeza. «Más te valdría pasarte la tarde en el club que en las gradas. Yo voy para allá ahora.»

«Ya, eso sólo lo dices porque eres un Jam Tart», le digo medio en broma.

Ronnie sacude la cabeza. «Nah, hazme caso, Billy. Sé que también juegas al fútbol, y que te gusta verlo y todo eso. Pero para lo que tienes verdadero talento es para boxear. Ya lo verás.»

A lo mejor.

«Sí, chaval, tienes talento como boxeador. No lo eches a perder.»

Quiero jugar al fútbol. Con los Hibs. Salir ahí con los colores en Easter Road. Alan Mackie nunca lo logrará. Lo calarán. Demasiadas florituras; mucha labia es lo que tiene. «Esta es mi parada, Ronnie», le digo, levantándome y obligándole a él a levantarse para dejarme pasar.

Me mira como si fuera un actor de Crossroads, de la parte del final, cuando vuelven para los chistes definitivos, después de que creas que ya se ha acabado todo. «Recuerda lo que te digo.»

«Nos vemos, Ronnie», suelto yo, volviéndome y bajando por las escaleras giratorias hasta el piso inferior y la puerta.

En realidad no era mi parada, me habría venido mejor quedarme hasta la siguiente, pero estaba bien quedarme solo. Con todo el tráfico de Princes Street, llegaría casi igual de rápido caminando hasta el Wimpy.

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