Cola

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4. Aproximadamente 2000: Ambiente festival » Edimburgo, Escocia: Miércoles, 8.30 de la tarde

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EDIMBURGO, ESCOCIA
Miércoles, 8.30 de la tarde

RECUERDOS DE LA DISCOTECA PIPERS

Juice Terry no podía creer en la suerte que había tenido cuando vio a la estrella internacional de la canción esperándole en el vestíbulo del Balmoral. Ella llevaba una chaqueta blanca de aspecto caro y unos tejanos negros. Terry se alegró de haber hecho el esfuerzo de ducharse y afeitarse, y de desempolvar su chaqueta disco negra de piel vuelta, a pesar de que ahora le venía un poco ajustada. Intentó aplastarse los rizos con un poco de gomina y logró algún resultado, aunque sospechaba que hacia el final de la noche volvería a tenerlos en punta.

«¿Todo bien, Kath? ¿Cómo estás?»

«Muy bien», le dijo, sobreponiéndose a la impresión que le producía el contemplar a Terry. Estaba hecho un desastre; jamás había visto a alguien tan mal vestido.

«Vale…, vamos a echar un trago enfrente, en el Guildford; después cogeremos un taxi hasta Leith. Un par de potes en el Bay Horse y a lo mejor luego nos tomamos un quemaculos al lado, en el Raj.»

«Supongo», dijo Kathryn de forma indecisa, completamente desconcertada y sin saber de qué hablaba Terry.

«Yo digo tomatay, tú dices tomaytay»,[52] bromeó Terry. El Raj era una buena idea, un indio de primera. Sólo había estado allí en una ocasión, pero el pakora de pescado aquel… Terry sintió que los conductos de su boca se abrían y chorreaban como el sistema de aspersión de unos grandes almacenes en llamas. Echó una mirada a Kathryn mientras cruzaban Princes Street. Desde luego, era una chavala flaca. No parecía encontrarse muy sana. Con todo, nada que un buen Ruby Murray[53] y unas pintas no pudieran arreglar. Necesitaba meterse una ración de carne escocesa y a la mierda con el riesgo de encefalopatía espongiforme bovina o de sida. Se daba cuenta de que la tenía pero que bien impresionada. Claro está que se lo había currado un poco con la indumentaria. Había llegado a la conclusión de que las tías con pasta estaban acostumbradas a unos mínimos, con ellas no podías arreglártelas de cualquier forma.

Entraron en el Guildford Arms. Estaba lleno de festivaleros y oficinistas. Kathryn se sintió nerviosa e insegura entre la multitud y el humo, y pidió una pinta de lager, siguiendo el ejemplo de Juice Terry. Encontraron asiento en una esquina y ella bebió con rapidez, sintiéndose un poco mareada cuando sólo iba por la mitad del vaso. Para su horror, Terry puso Victimised By You en la sinfonola.

Tell me you don’t really love me

look at me and tell me true

all my life I’ve been the victim

of men who victimise like you

I see the bottle of vodka and pills

my mind hazes over in a mist

I go numb as I consume them all

a victim of love’s fateful twist

But tell me boy, how will you feel

when you stare down upon my corpse

will your heart still be as cold

when my blue frozen flesh you hold

Oh baby what more can I say

in my heart of hearts I knew

that it would just end this sad way

a doomed love, what can we do-ho-ho[54]

«Aunque te diré una cosa, debe deprimirte cantar esas canciones. A mí me volvería loco. A mí lo que me va es el ska. Música feliz, ¿sabes? Desmond Dekker, ése es el no va más. El Northern Soul también. Solíamos coger un autobús al Wigan Casino en los viejos tiempos, ¿sabes?», dijo Terry con orgullo. Era mentira, pero pensó que a una chavala del mundillo musical le impresionaría.

Kathryn asintió educadamente, pero sin comprender.

«Pero la música que más me ha gustado es la disco», dijo abriéndose la chaqueta y separándose las solapas con los pulgares, «de ahí los trapos», añadió con ademán teatral.

«Durante los ochenta pasaba mucho tiempo en el Studio 54, en Nueva York», le contó Kathryn.

«Conozco a peña que estuvo allí», replicó Terry con arrogancia, «pero aquí nos lo montábamos mejor: Pipers, Bobby McGee’s, el West End Club, Annabel’s…, toda la pesca. Edimburgo fue el verdadero centro de la movida disco. La gente de Nueva York tiende a olvidarlo. Aquí era mucho más… underground… pero convencional al mismo tiempo, si me sigues.»

«No te sigo», dijo Kathryn con firmeza.

Terry intentaba entenderlo. Era extraño, pensó, el modo en que algunas tías yanquis decían lo que pensaban cuando lo que tendrían que hacer es mostrarse amables y asentir con gesto ausente, como hacían las tías de verdad de aquí. «Es demasiado complicado de explicar», dijo Terry, añadiendo: «Quiero decir, tendrías que haber estado allí para pillar de qué estoy hablando.»

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