Cola

Cola


2. Los 80: La última cena (de fish and chips) » Andrew Galloway

Página 17 de 73

Estamos rodeados de hunos. El corazón me hace bum, bum, bum. Siento la navaja en el bolsillo. Te entran ganas de que la cosa pete ya, porque no hay quien aguante la puta tensión. Resulta raro estar en el campo en este extremo. Los fans de los Hibs agitan las bufandas en el aire y empiezan a cantar, pero queda bastante mierdero porque lo hacen en grupos pequeños en vez de hacerlo al unísono. Se nota que se trata de Leith, Niddrie, Drylaw, Porty, Tollcross, Lochend y tal, todos por separado. Algunos se pelearán entre ellos pronto. Hay algunos grupos de seguidores de los Hibs que nunca se juntan, ni siquiera contra los Rangers. Unos capullos que llevan desde el año de la tos inflándose a hostias entre ellos todos los fines de semana no van a dejar de lado sus diferencias durante un par de horas un sábado por la tarde, ni siquiera contra unos cabrones de Glasgow. Contra los Hearts, puede. Entonces empiezan a cantar

Su nombre es Georgie Best. Se oyen vítores cuando los Hibs salen al campo al trote y nosotros nos miramos los unos a los otros. ¡Juega Best! Los vítores son ahogados por los abucheos a nuestro alrededor, que se convierten en vítores al salir al campo los Rangers. Empieza a escucharse

Derry’s Walls. Resulta curioso observar desde el otro lado a la hinchada de los Hibs, verse uno mismo del mismo modo que le ve el adversario.

Arranca el partido y después de un rato de canturreos el ambiente se tranquiliza. Empezamos a calmarnos un poco. Vamos mirando a qué capullos queremos zurrar, y vemos a un tío más o menos de nuestra edad, pelirrojo y con un pantalón de pinzas blanco, al que se le ve muy bocazas. No hace más que gritar que si bastardos fenianos[17] esto y que si el IRA lo otro. Te preguntas de qué puto planeta son algunos de estos gilipollas. «Ese puto mamón está pillado», dice Dozo. Gentleman asiente.

Más o menos a mediados del primer tiempo, Dozo nos hace una señal y subimos a los cagaderos. Hay un par de hunos meando y Gentleman le sacude a uno. Es un puñetazo tan repentino y tan feroz contra el lateral de la cabeza del tío que yo mismo siento náuseas durante un par de segundos. El vodka vuelve a abrasarme el estómago. El tío se derrumba y cae sobre sus propios meados mientras le pateamos. Yo le doy un punterazo controlado en la pierna; no quiero causarle daños serios. Se lo hemos dejado claro. El cabrón ese de Polmont se anima un poco más de la cuenta y Billy le aparta. Dozo le ha pegado un patadón en los huevos a su colega. «¡Somos el UDA!», le grita al tío a la cara, y después «¡¿O era el IRA?!», a lo Johnny Rotten, «Sí, eso era», se ríe y todos nos descojonamos. El pobre cabrón está doblado por la mitad agarrándose los huevos, levantando la vista para mirarnos y temblando. Carl le guiña un ojo, pero el Polmont ese se adelanta y le suelta un bofetón en los morros con el dorso de la mano. Después nos largamos del cochino cagadero y volvemos a confundirnos con la muchedumbre.

Justo cuando llegamos a nuestro sitio, los Hibs se adelantan en el marcador y el otro extremo del estadio entra en erupción. Es tan guapo que te entran ganas de chillar sííí… pero no decimos palabra, nos mantenemos tranquis y aguardamos el momento propicio. Dozo se tapa la boca para que no se le note la risa. Entonces sucede: hay dos hunos discutiendo y uno le sacude al otro. Se mete por medio el colega del otro y ¡ya está liada!

Ésta es la nuestra. Gentleman da un paso al frente y le mete una hostia que te cagas al cabrón del pantalón de pinzas blanco. Le ha reventado al tío la nariz de mala manera y se tambalea hacia atrás topando contra la multitud y rociando a algunos capullos con su sangre. Al tío lo sostienen sus colegas y ellos también están sobrecogidos. Uno suelta: «¡Venga, tíos, que somos todos protestantes!»

Juice Terry echa a correr y le sacude al hijo de puta en todo el morro, mientras Birrell se lía a puñetazos con todo dios. Un cabrón grandote de unos cuarenta tacos sube por las gradas y empieza a aporrear a Birrell pero el muy tontolculo se mantiene en sus trece, seleccionando cuidadosamente sus golpes, boxeando con el tío mientras la multitud se aparta. Yo voy corriendo y le doy en la pierna al tío una patada destinada a los huevos mientras Gentleman le da en la cabeza con la botella de vodka medio llena. Debió de golpear al tío con el culo y la botella no se rompe pero desde luego que el cabrón lo nota y se tambalea hacia atrás.

Ahora ya vamos todos locos que te cagas y Doyle está en mitad de todo el mogollón, cargando contra un montón de tíos. El hermano de Begbie le sacude a un tío un codazo de lo más alevoso en un lado de la cabeza. Hay un mamón gritándome desde dos o tres metros de distancia y se recorre la cara con el dedo haciendo la marca de un corte. Oigo todos esos acentos de Glasgow diciendo «qué sobrada» y «putos animales»; resulta aterrador pero guay cuando piensas en todas las veces que nos han perseguido y reventado a nosotros. Subo y bajo como un puto yoyó con las oleadas del público, tratando de pegar y cargar y mantener el equilibrio. Un segundo estás rodeado de cuerpos por todas partes y al siguiente estás en una isla de espacio que aparece de pronto de la nada. Le doy en los morros a un capullo; el tontolculo tiene los brazos atrapados por la multitud que le impulsa hacia delante contra la barrera de seguridad. Los hunos se encuentran en un caos: ninguno de los capullos próximos a nosotros quiere adelantarse, pero mientras se limitan a quedarse ahí dándole al pico, les cierran el paso un montón de hijos de puta grandes que te cagas que quieren pasar para llegar hasta nosotros. A Carl le cae un japo en plena cara y el tío se vuelve loco, echa a correr hacia delante y sacude a un tío aislado. Es curioso, pero ninguno de los colegas del tío intenta impedírselo, se limitan a quedarse allí de pie mirando cómo zurra al chaval. Veo lo que se nos viene encima y a decir verdad me alegro que te cagas cuando la poli se adelanta. Una botella me pasa volando por delante de la cara pero le da a un huno que está a mis espaldas. Otra se hace añicos contra una barrera de seguridad que hay delante de Tommy, haciendo que lluevan cristales rotos sobre todos nosotros. Es como si los hunos por fin se hubiesen coscado de nuestro juego y fuéramos a acabar pisoteados por una pura cuestión numérica. Menos mal que ya está aquí la poli, formando una cuña. ¡Nunca pensé que me alegraría tanto de ver a esos cabrones!

Hay un caos que te cagas; todo dios señala con el dedo a todo dios y los pasmas han cogido a Gentleman, Juice Terry y Frank Begbie. Los arrastran escaleras abajo por las gradas y hay cabrones escupiéndoles y tratando de patearlos mientras pasan por delante. El hermano de Begbie les gruñe, intentando soltarse de los policías para llegar hasta ellos; lleva rota la manga de la chaqueta Harrington. Gentleman grita: «¡IRA!» y Terry no hace más que reírse y lanzar besos a los hunos. Vuelan más botellas y más latas y estallan bullas por todas partes. Una botella vuela hacia George Best y se queda corta por muy poco. La recoge y hace como que echa un trago. La hinchada de los Hibs le vitorea y algunos de los Rangers también se ríen. Siempre se habla de los jugadores que provocan al público, pero para mí que Best, al hacer eso, impidió un tumulto de primer orden. El ambiente era veneno puro antes. Nos largamos: Billy, Carl y yo en una dirección y los demás a su aire. Joe se va con Dozo y el Polmont ese. Polmont no hizo una puta mierda, no lanzó un solo puñetazo, se quedó allí de pie con aspecto muy nervioso cuando todos los demás íbamos a saco. Me sorprendió ver a Terry lanzarse con tantas ganas, porque al cabrón nunca se le había visto muy interesado antes. Aunque así es Terry: cualquier cosa con tal de hacer unas risas y divertirse un poco.

Atravesamos la multitud hasta llegar a un sitio junto al marcador donde vemos cómo se llevan a Marty Gentleman, Juice Terry y Frank Begbie por la pista que hay junto al campo. Estalla un enorme hurra porque Terry ha conseguido sacarse la bufanda y la agita y los fans de los Hibs se ponen como locos. El policía se limita a mirarle como un capullo bobalicón, sin quitársela siquiera. Entonces aparece otro pasma y se la arrebata. El pequeño de los Begbie se contonea como un gángster, asemejándose al James Cagney ese cuando lo iban a mandar a la silla eléctrica y le importaba un carajo y Marty Gentleman tiene una expresión dura e inalterable también. Pero Terry, Terry sonríe como el cabrón ese de Bob Monkhouse en

The Golden Shot.[18]

Un vejete que tengo al lado dice que son unos animales y yo le suelto: «Ya lo creo, Jimmy»,[19] con acento de Glasgow. Vemos el resto del partido en un silencio pleno de satisfacción.

Entonces George Best sortea a unos jugadores de los Rangers en medio del campo. No son los Hibs contra los Rangers, es Best contra los Rangers. No pueden quitarle el balón. ¡Best cambia de dirección, toma por asalto la portería de los hunos y estrella el balón contra la red! Estoy ahí de pie, mordiéndome la piel de las puntas de los dedos hasta que escuece y sangra. Parece que pasa un puto siglo pero suena el silbato. ¡Hemos ganado!

¡Hemos vencido a esos cabrones!

Carl no deja de echar escupitajos al terreno, carraspeando como si quisiera provocarse un vómito. Fue divertido que te cagas verle lanzarse contra el tío aquel, porque él había dicho que pasaba de todo, que sólo iba por el ambiente.

Salimos del campo y nos dirigimos hacia la estación entre un montón de hunos con caras largas. Casi no podemos mirarnos los unos a los otros. Yo estoy cagándome por si algún cabrón al que zurramos nos ve y quiero alejarme cuanto antes de esta masa de rojo, blanco y azul. Están locos que te cagas; llaman traidor a Best, diciendo que es un protestante del Ulster que juega para equipos fenianos, primero para Man United y después para los Hibs. ¿Cómo pueden decir que Man United es un equipo feniano? Putos descerebrados.

La pasma desvía a todo el mundo al llegar a Abbeyhill pero nosotros giramos por London Road, dirigiéndonos hacia Leith Walk. Al principio es un alivio que te cagas apartarnos de aquella muchedumbre de cuerpos azules, pero nos encontramos con que acabamos de meternos en un campo de batalla. La cosa está petando por todas partes a la entrada de Leith Walk, con pequeños grupos de tipos cascándose unos a otros. Algunos chicos de los Hibs atacan un par de autobuses de los hunos que han sido lo bastante bobos como para aparcar en el erial que hay junto a The Playhouse. De pronto, sube por la colina a saco un puñado de hunos con unas ganas que te cagas que acaban de bajar del autobús, sólo para verse obligados a retroceder ante las piedras y ladrillos que les lanzan. Es de locos: un tío lleva la cabeza abierta junto a un gran cartel que anuncia el espectáculo de Max Bygraves en The Playhouse. Los polis también se están volviendo majaras, entrando a saco, y nosotros decidimos qué ya vale por hoy y volvemos a bajar en dirección a Spencer’s para encontrarnos con los demás. El cuerpo entero me palpita durante todo el recorrido por el Walk. Me aterra que algún cabrón se ponga chulo con nosotros ahora, porque no me quedan energías para hacerle frente, es como si hubiera perdido todo ánimo. Lo único que noto es el ácido en las entrañas y el miedo en la espina dorsal. Afortunadamente ahora estamos en Leith y es todo territorio Hibs, pero aún te puede entrar algún cabrón de otra parte de la ciudad.

Carl sigue carraspeando y escupiendo todo el rato. «¿Qué pasa?», le suelto.

«Ese puto guarro de Glasgow me echó un japo y sentí cómo parte de él se me metió en la boca y se me deslizaba por la garganta. Era un puto japo verde, además.»

Nos reímos, pero él no bromea. «Es peligroso que te cagas, Gally, ¡puedes coger la hepatitis! Eso le pasó una vez a Joe Strummer. Estuvo en el hospital y toda la pesca. ¡Joder, casi se muere!»

Carl está realmente preocupado, pero no podemos evitar reírnos. Afortunadamente, llegamos hasta Spencer’s sin más problemas. Todo el mundo va como una moto. El capullo ese de Polmont es el único que no dice demasiado. Terry y algunos más entran al pub, el que tiene la máquina de los Space Invaders. Intento a ver si cuela, pero el tío de detrás de la barra me guipa y empieza a gritar, «¡Ya te lo he dicho antes, cabrito, vete a tomar por culo! ¡Conseguirás que me revoquen la licencia!»

Terry se ríe, pero Billy me acompaña fuera. Le doy algo de pasta y se hace con una botella de sidra.

Nos adentramos más en Leith, a la espera de que salga el

Pink News. Billy y yo compartimos la botella de sidra pero no queremos embolingarnos demasiado; queda mucha noche por delante. Estamos todos merodeando por el pub este, la mitad dentro y la mitad fuera. Pillamos unas patatas fritas, lo cual ayuda a reposar las tripas. Hay mogollón de bebidas circulando, se cantan canciones de los Hibs y

Su nombre es Georgie Best. Después de un rato, Carl se acerca al quiosco y vuelve con un ejemplar del

Pink, y es guapo, porque en el artículo sobre el partido nos mencionan:

este fallo fue el detonante de serios alborotos en el extremo de los visitantes. Parece ser que algunos seguidores de los Hibs se hallaban en el extremo equivocado del terreno. La policía intervino con rapidez para retirar a los alborotadores.

Entonces vimos que en las noticias del cierre ponía que hubo ocho detenciones en el campo y otras cuarenta y dos fuera de él.

«Podría haber estado mejor», dice Dozo.

De todas formas, estábamos contentos. Yo hasta le di al capullo mariquita de Carl un poco de sidra.

EL CLOUDS

Cogimos el autobús de vuelta al barrio, ocupando los asientos de los sobraos, los de la parte del fondo del piso superior, lanzando miradas desafiantes a todo gachó que se subiera. Volvíamos a ir como motos, tanto más porque volvíamos a nuestro terruño. Cuando bajamos Birrell tiró por la avenida para llegar a su queo, donde están las casas viejas, pero Carl y yo tuvimos que pasar por delante de casa de Terry. Su madre debió vernos, porque salió al portal y empezó a gritarnos.

Mientras subimos por el camino para encontrarnos con ella, vemos cómo se aproxima con los brazos cruzados delante del pecho. La hermana pequeña de Terry sale y se coloca detrás. Lleva esos pantalones cortos color azul celeste tan guays, esos que llevan el babero y con los que he pensado en ella al pajearme. Si no se pareciera tanto a Terry yo me follaría a Yvonne. No parece que a Birrell le molestara mucho. «Yvonne, adentro», dice su madre y la chica se marcha al interior. «Entonces, ¿qué pasó?» Carl y yo nos miramos. Antes de que podamos hablar, coge ella y suelta: «Me han llamado de la policía. Llamaron a casa de la señora Jeavons, la de al lado. Le acusan de perturbación del orden público y agresiones. Dijo que estabais todos en el extremo equivocado. ¿Qué pasó?»

«No fue así, señora Laws…, eh, señora Ulrich», suelto yo. Siempre me olvido de que ahora es la señora Ulrich, porque fue y se casó con el gachó alemán ese.

«No fue culpa de Terry ni de los demás, se lo aseguro», dice Carl. «Llegamos tarde y sólo nos fuimos a esa punta para no perdernos el saque inicial. Nos quitamos las bufandas y ni siquiera animamos a los Hibs, ¿eh, Andrew?»

Aquélla debió de ser la primera vez que me llamaba «Andrew». Y ni siquiera es su puto equipo, se supone que él es un Jam Tart. Con todo, sólo intenta ayudar, así que le respaldo. «No, pero unos tíos se fijaron en nuestros acentos y empezaron a agobiarnos. Escupiéndonos y tal. Uno de ellos le pegó un puñetazo a Terry y Terry se lo devolvió. Entonces empezaron todos. Los demás sólo acudimos en ayuda de Terry.»

La señora Ulrich deja que se consuma el pitillo, lo deja caer y lo apaga contra el suelo con el tacón de su zapato. Enciende otro. Me doy cuenta de que Carl está pensando en pedirle uno, pero ahora mismo no creo que sea buena idea. «Se cree que no le pasará nada porque trabaja. ¿Pero a mí qué me da a cambio de mantenerle? ¿Quién va a tener que pagar esas multas? ¡Yo! ¡Siempre yo! ¿De dónde voy a sacar el dinero para pagar puñeteras multas judiciales? No puede ser…, sencillamente no puede ser…» Sacudía la cabeza, mirándonos como si esperara que dijéramos algo. «No sirve de nada», dijo, dándole una calada al pitillo y sacudiendo la cabeza. «Se suponía que todo eso de que fuera al boxeo con Billy tenía que ver con esto, con ponerle fin a todas esas idioteces. Se suponía que le inculcaría algo de disciplina. Eso fue lo que me dijeron. ¡Un cuerno disciplina!», dijo mirándonos fijamente y riéndose de modo muy desagradable. «Apuesto a que no trincaron a Billy, ¿eh?»

«No», suelta Carl.

«No, a él no», dice ella, con gesto malicioso y amargo.

Lo cierto es que resultaba muy curioso que Terry fuera a boxear con Billy, y que él fuera el único al que trincaran. Parece que es eso lo que a su madre le saca de quicio. Yvonne vuelve a aparecer a sus espaldas. Tiene una punta de sus cabellos en la boca y no hace más que chuparla y jugar con ella. «A Billy no le detuvieron, ¿eh, Carl?», pregunta.

«No, se ha ido a casa; acabamos de dejarle.»

La señora Ulrich se vuelve hacia Yvonne: «Te lo he dicho, Yvonne, ¡adentro!»

«Puedo quedarme aquí si quiero», suelta Yvonne.

«¡Preguntando por ese puñetero Billy Birrell cuando tu propio hermano está en la maldita cárcel, por Dios!», suelta la madre de Terry. Entonces sale el señor Ulrich. «Entra, Alice, esto no solucionarrá nada», suelta él. «No sirve de nada. No serrá logrado nada. Yvonne. Ven adentrro. ¡Ven!»

Yvonne entra; a continuación la madre de Terry se estremece y entra también, dando un portazo. Carl y yo nos miramos el uno al otro, estirando al máximo las comisuras de los labios.

Cuando entro en casa, mi madre ha preparado la cena.

Fish and chips, guay. Cojo los extremos de las rebanadas de pan y las unto con mantequilla, comiéndome la mayor parte de la cena entre ellas y rezumando

brown sauce.[20] Mi madre siempre me echa la bronca por coger la última rebanada del paquete de pan, pero tienes que hacerlo si quieres hacer un bocata como está mandado. La rebanada normal se queda tan empapada de mantequilla fundida que se deshace. Sheena ya ha cenado, está sentada en el sofá viendo la tele con su amiga Tessa.

«¿No hubo follones en el partido?», pregunta mi madre mientras echa un poco de té de la tetera.

Estuve a punto de decir lo que suelo decir, que es «Yo no vi nada». Siempre se dice eso, tanto si hubo un amotinamiento en toda regla como si no pasó una puta mierda. ¡Entonces recuerdo que a lo mejor Terry sale en la tele y en la prensa! Así que le cuento que perdí a Terry pero que él acabó por error en el extremo equivocado y le detuvieron.

«Tendrías que mantenerte alejado de él, es un alborotador», dijo ella, «igualito que su padre. No valen nada ninguno. Alan ha llamado», añadió. «Estuvo en el fútbol con Lisa y los hooligans esos andaban desbocados por todo el centro…»

Ay, joder…

Me mira y sacude la cabeza; después empieza a recoger los platos. «Sí», suelta ella. «Alan decía que ahora en el fútbol son todos unos animales y que no pensaba ir más. A Raymond no le deja ir.»

¡Hostia puta, no me vio! Pensé que sólo había dicho aquello para sonsacarme.

Que les den por culo a Alan, a Raymond y a la enana gruñona de Lisa. Pandilla de esnobs hijos de puta.

En la tele está la Thatcher esa, la que llegó al poder porque la votaron los ingleses. Joder, no la aguanto, no aguanto esa puta voz. ¿Quién coño podría votar a una cabrona como ésa? No se puede votar a nadie con una puta voz como ésa. Con todo, el señor Ewart dice que los mineros pronto nos librarán de ella. Así que me quedo sentado un rato, poniéndome cómodo para ver la tele. Echan

Starsky y Hutch y empiezo a pillar el punto ese en que en realidad me da igual salir que no, cuando suena el timbre: son Billy y Carl. Entran, pero quieren que salga para ir al Clouds. Justamente empezaba a enrollarme

Starsky y Hutch y ni siquiera me ha dado tiempo a cambiarme de ropa. Sheena y Tessa empezaron a ponerse tímidas porque a las dos les gusta Billy y yo me pongo ansioso por salir todos de casa antes de que me dejen en evidencia. Subí corriendo las escaleras, me cambié a toda pastilla y me puse el pendiente. Me estaba saliendo un grano en la barbilla y no me dio tiempo de mirarlo de cerca. Los granos no interesan nunca, pero menos aún en el Clouds. Cuando salimos por la puerta, el cabrón de Carl me suelta un capirotazo en el pendiente y me dice: «¡Hola, marinero!»

En el autobús me doy cuenta de que aún llevo la navaja encima. No tenía intención de llevarla conmigo. A la mierda, esta noche no habrá ningún follón. Me alegré un montón de no haberla sacado en el fútbol. El caso es que me encontré tan absorto con los puñetazos y las patadas que ni lo pensé.

Así que esa noche subimos al Clouds, o a lo que antes se llamaba Clouds. Ahora lo llaman el Cavendish pero todo dios sigue conociéndolo por el Clouds. Es curioso, pero mi padre y mi tío Donald solían tocarme los huevos cuando llamaban a sitios como los pubs y tal por sus nombres antiguos. Ahora aquí me tenéis, haciendo lo mismo. De todos modos, lo llames como lo llames, es un sitio guay, porque en la cola nos tratan como héroes. Había un grupo de esos chulos cabrones de Clerie pero no decían palabra. Yo y Carl nos habíamos bebido otra botella de sidra a medias y estábamos un poco pasados para cuando llegamos. Hay que controlar cuando vas a entrar, porque los seguratas no te dejan entrar si vas mamao y me preocupa que se den cuenta de que llevo la navaja, pero pasamos por la puerta sin problemas. Dentro hay una peña enorme, Dozo y su panda; volvemos a repetir las historias. Después entran Terry y Marty Gentleman; Dozo, Polmont y algunos tíos más sueltan grandes hurras. Todo el mundo les pregunta una y otra vez qué pasó con la poli. Les tratan como a unos putos héroes. Guapo.

Terry no parece demasiado jodido, lo tengo que reconocer. Es como si hubiera pasado ya la hora del fútbol y ahora tocara la hora de las tías. «¿Hoy no toca Lucy?», le pregunta Carl.

«Nah, se mosqueó que te cagas por lo de que me trincaran. De todos modos no quería que subiera aquí esta noche. El sábado noche es mi noche, a ella prefiero verla entre semana y el domingo», explica él. Menuda vida lleva ese cabrón. Terry puede entrar en Annabel’s y en el Pipers también, el hijo de puta. Hasta va al Bandwagon a veces. Por lo único que va es por los chochos, como de costumbre. Primero le veo bailando con la tía esa, Viv McKenzie, después les veo morreándose en la esquina. Después está con una de las tías del Wimpy y se da el lote con ella, pero no es la grandota de los dientes blancos, es la pequeñaja de la chaqueta de cuero. A Viv no le importa, ha ligado con el colega de Tommy, un tío de Leith llamado Simón Williamson.

Yo, Billy y Carl bajamos las escaleras porque allí está el tío ese, Nicky, que vende anfetas y le pillamos una cada uno. Empiezan a hacer efecto cuando estoy jugando a la Galaxian con Billy, que vale, no será tan buena como la de los Space Invaders o incluso la de los Asteroides, pero es todo lo que tienen. De todos modos, muy pronto nos empiezan a dar un puntazo las anfetas esas, así que después de un rato mandamos a la Galaxian a tomar por saco y la pregunta es ¿dónde están los chochos? Los chochos están escaleras arriba, por supuesto, y allá que vamos. Ahora lo que me apetece es bailar.

Estamos al borde de la pista, mirando a las chavalas bailar bajo la bola de espejos alrededor de pilas de bolsos. Empiezan a salir la nieve carbónica y las luces estroboscópicas. Billy dice que una vez vio cómo al piojoso ese de Leith, el Spud Murphy ese, lo trincaron por chorrar bolsos al creerse que ni dios podría verle con la máquina de humo encendida. Pero no son los bolsos que hay por el suelo lo que a mí me interesa, porque aquí hay unos polvos totales, de eso no hay duda. Todos esos culos guays envueltos en unas faldas que parecen plástico de envolver. Se te acelera el pulso cuando vas de speed. Una de las chavalas esas que iban con los tíos de Clerie me mira desde el otro lado, pero no me apetece la clase de agobio que va incluido en el lote. Algunos de los tíos de Clerie también me han calado. A los muy cabrones no les gusta la atención que estamos recibiendo. Sólo porque a ellos nunca se les ocurrió montar un número como ése en el partido. Cabrones envidiosos. Estos gilipollas no tendrían el seso suficiente para pensarlo ni los huevos para hacerlo. De todas formas, la mitad de esos capullos son Jam Tarts. Veo al tío ese del fútbol, Renton, pasar de largo. Hago un gesto con la cabeza. «Buen resultado hoy, ¿eh?», me suelta el cabrón.

«Qué más da el puto resultado, ¿dónde os metisteis tu colega y tú?», le suelto yo.

Carl se ríe y Billy le lanza una mirada llena de intención al chaval.

Hay que reconocer que si el cabrón este está descompuesto lo sabe disimular. «La poli vio la puta bufanda asomándome por debajo del jersey y me mandaron de vuelta. Casi mejor, porque yo no la había visto y los hunos sí lo habrían hecho. Spud no hizo más que acompañarme», nos explica.

Billy se ríe, poniendo cara de que en realidad no cree al Renton este, pero concediéndole el beneficio de la duda. A mí me parece pura mierda y me doy cuenta por la manera que tiene Carl de mirarle de que él piensa lo mismo. Aun así, a mí me da igual. Es cosa de Frank Begbie decirle algo a Renton, fue él el que lo trajo. «Nos vemos», suelta él, largándose.

«Eso», le respondo.

Mientras Renton se aleja, Carl hace el signo del soplapollas a sus espaldas.

Estoy de palique con Billy y Carl cuando la veo entrar.

Es ella. Es tan preciosa que no puedo mirar. Caroline Urquhart. Pasa por delante de nosotros con un grupo de chavalas. Yo no sabía que venía por aquí, pensaba que iba a sitios de gente mayor como Annabel’s y tal. Me vuelvo de espaldas e intento ir de tranqui. Estoy un poco follao, pero de buen rollo, sacando energía de la anfeta. Carl está lanzado, diciendo chorradas como de costumbre. «Escuchad… Billy, Gally, escuchad un momento. ¿Verdad que no se pueden coger enfermedades venéreas de las tetas de una tía? Tocándolas, quiero decir.»

Yo me empiezo a reír y Billy también. «Eres un zumbao, Ewart.»

«No, lo que quería decir…»

«No has echado un polvo en la vida, ¿a que no?», acusa Billy.

Carl se está poniendo un poco pálido, pero permanece muy tranquilo. «Claro que sí, sólo leí en algún sitio que un tío pilló una enfermedad venérea después de tocarle las tetas a una tía», dice. Es curioso, pero algunos tipos se ponen coloraos cuando les avergüenzan; otros, como Carl, se ponen blancos.

«Vete al peo. ¿Nunca se la tiró?», se mofa Billy.

«No, sólo le tocó la teta.»

«Eso es bazofia. ¡A tomar por culo, mamón! Escúchale, Gally», me dice Billy meneando la cabeza. A Carl le gusta hacerse el supermacho pero dudo que haya echado un polvo en la vida. Ha enredado por ahí con bastantes chavalas y salió un tiempo con Alison Lewis, pero dudo que sacara nada a ésa. Nah, no ha echado un polvo. Yo tampoco, eh, y ya va siendo hora de que lo haga. He tocado tetas, metido el dedo, me la han cascado y me la han chupado, así que estoy que me muero por hacerlo como está mandado. Pero la chavala con la que salía, Karen Moore, no quería llegar hasta el final. Así que a la mierda, la mandé a hacer puñetas; no puedes dejar que te calienten la polla más allá de cierto tiempo. Era una tía maja, eso sí, y a mi madre le caía bien; a decir verdad, se puso negra cuando le dije que la había mandado a paseo. Me entraron ganas de decirle, ¿por qué no sales tú con ella, pues? ¡Probablemente tienes más posibilidades de hacértela que yo!

De todos modos, esta noche estoy por la labor. Han puesto un tema de los Odyssey, el

Ir a la siguiente página

Report Page