Cola

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3. Debió de ser en 1990: El local de Hitler » Terry Lawson

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Alec acaba quedándose sobado. Este queo suyo es como un continente olvidado por el tiempo. La chimenea Sunhouse con las cosillas esas que giran sin parar y los faldones de teca barnizada ha conocido tiempos mejores. Esa alfombra está tan desgastada e impregnada de años de mierda que uno podría patinar sobre ella como si fuera la pista de patinaje sobre hielo de Murrayfield. En la pared hay un gran espejo rajado, con uno de esos marcos estrambóticos en oro de imitación. El espectáculo más deprimente son las fotos familiares arrugadas, colocadas en marcos sobre la repisa de la chimenea y la tele. Parece como si las hubieran aplastado manualmente en un arrebato alcohólico, y después hubieran sido amorosamente restauradas al día siguiente con sobrio autoaborrecimiento. Sobre el respaldo del sofá, lleno de quemaduras de cigarrillo y con muelles desvencijados asomando por la parte de abajo, hay ropa vieja amontonada. El aire huele a tabaco, a cerveza pasada y fritanga rancia. Aparte de nuestras latas y de un trozo de queso enmohecido, la nevera está vacía y el cubo de la basura desborda su contenido sobre el linóleo. Que le den por culo a Glasgow con toda esa mierda de la Ciudad Europea de la Cultura; hay muchas más culturas en los platos de Alec, todos amontonados en el fregadero, cubiertos de moho verde y cieno negro. Menuda juerga ha debido de montar.

Al día siguiente Gally no está y yo me levanto espeso. Puede que sólo haya bajado a por tabaco. De todos modos, no pienso quedarme a ver cómo esos cabrones se montan una orgía de autoaborrecimiento. Es hora de largarse antes de que Alec me arrastre a otra sesión lacrimógena.

Estoy en el autobús y veo pasar el barrio de Chesser. Voy empalmao que te cagas y ni siquiera he visto un chocho. Empiezo a sentir un poco de náuseas; a veces los autobuses me hacen ese efecto. Así que decido bajarme y volver atravesando el parque para respirar un poco de aire fresco. Me olisqueo los sobacos y decido que el sudor fresco no se puede aguantar.

Se están jugando unos cuantos partidos; hay un equipo vestido de azul destrozando a otro negro y oro. Tienen aspecto de tener diez años menos y de estar cinco veces más en forma que los tíos de negro y oro. Sigo mi camino y paso por donde los columpios, y me detengo porque veo a alguien que me resulta familiar.

La pequeña está en la glorieta y ella la vigila, pero está sumida en sus propias reflexiones. Me acerco a ella sigilosamente, experimentando el revuelo que nunca dejo de sentir cuando estoy cerca de ella. «Hola, hola», le suelto.

Ella se vuelve y me mira lentamente, con una expresión de hastío, ni hostilidad, ni aprobación. «Terry», dice cansinamente.

«Menudo número el de ayer, eh.»

Se rodea el cuerpo con los brazos, me mira y dice: «No quiero hablar de él… o del otro, de ninguno de los dos.»

«Por mí, perfecto», sonrío, aproximándome un paso. La pequeña sigue jugando en la glorieta.

No dice palabra.

Pienso en el aspecto que tiene hoy. Ya hace un tiempo, cuatro o cinco años largos. Cuando Gally volvió a la cárcel, y después de que yo pasara una temporadita a la sombra. Ella y yo… siempre fuimos un par de guarros el uno con el otro. Siempre ha habido algo…, siento ese leve cosquilleo en la polla y las palabras me salen de la boca: «¿Qué haces esta noche, pues? ¿Pensáis salir de marcha?»

Me mira de una forma que dice: Vale, ya empezamos otra vez, jugando a nuestro bobo jueguecito. «No. Va a estar en Sullum Voe quince días.»

«No deja de ser dinero, ¿no?», digo encogiéndome de hombros, pensando en cualquier cosa menos en el dinero. Los dos nos sabemos estas gilipolleces de carrerilla.

Ella se limita a sonreír de una forma bastante triste, haciéndome saber que las cosas no van a las mil maravillas entre ellos, y dándome margen para hacer mi jugada.

«Bueno, pues si puedes librarte de la cría, a mí no me importaría llevarte por ahí esta noche», le digo.

Eso le hace perder los estribos un poco; empieza a mirarme de arriba abajo.

«Seré un perfecto caballero», le digo.

Así que me devuelve una sonrisa tan desprovista de humor que podría quebrar un puto plato. «Entonces paso», dice ella, y no es broma.

Eso volvió a ponerme en danza. ¿Por qué cojones vuelvo a empezar con todo esto? Las cosas van tan bien entre Viv y yo. Es la erección posresaca. Tienes demasiada sangre que debería estar en la cabeza dirigiéndose a la polla, atontándote, haciéndote decir cosas que sabes que no deberías decir. Pero ¿qué dices, qué haces? En caso de confusión, siempre se vuelve a los estereotipos. En caso de duda, adúlese. «Bien, haré todo lo posible por atenerme a mis buenas intenciones, pero estoy seguro de que me será imposible resistirme a tus encantos. Hasta la fecha nunca han fallado.»

Eso le sienta bien; se nota por la dilatación de las pupilas y la sonrisa retorcida que se le pone. Esos labios. Siempre ha hecho unas mamadas de primera; podría chuparla para la selección escocesa. «Pásate a las ocho», dice, toda coqueta, como una chiquilla, lo cual, si conoces el percal, es ridículo que te cagas. Aunque ahora mismo el percal es lo último en lo que estoy pensando.

«Entonces a las ocho, pues.»

Así que ahí me tenéis, con una cita caliente. Me siento como un hijo de puta total pero sé que estaré allí. Me largo, dejándola a ella con la cría, que sigue jugando sin parar.

No creo que la pequeña Jacqueline me viera siquiera.

Mientras me alejo, observo a las demás mamás jóvenes que hay allí, preguntándome si a todas les irá el mismo rollo que a ella. Puede que algunas tengan maridos que están trabajando fuera, ignorando como benditos el hecho de que mientras ellos pencan para poner el pan en la mesa, algún espabilao le saca brillo a la tubería de su señora. Algunas de las que están allí van en el mismo barco, eso es seguro. No es posible que a todas las tías lo que les vaya sea pasarse el día sentadas en parques, en casas o en tiendas con un par de críos. Que le den por culo a atender a algún cabrón exhausto y hecho polvo cuando vuelve a casa, al que probablemente ya no le atraigas y que se pasa el día tirándole los tejos a otra en el trabajo.

Aquí hay algunas mujeres de la misma edad que chavalas que se pasan toda la noche bailando en almacenes y en pleno campo, recorriendo el país de una punta a otra y pasándoselo de cine. A estas pobres bobas les tiene que apetecer un poco de eso: algún cabrón joven, delgado y bien parecido, con una polla enorme y sin preocupaciones que se las folle toda la noche, diciéndoles que son lo más bonito que jamás han visto, y además diciéndolo en serio. Claro, todos queremos nadar y guardar la ropa; todos queremos el dinero, la diversión, todo el puto mogollón. ¿Y por qué no, cojones? Es la sal de la vida. Yo no entiendo que en los tiempos que corren haya gente que espere que las tías sean distintas.

Paso por la entrada del parque, y la calle principal se abre ante mí. El barrio está afanándose; bueno, al menos esta parte de él. Al otro lado de la calle, donde están las casas viejas que nosotros, los de los pisos, pensábamos antaño que eran los cuchitriles, la cosa está boyante. Lo tienen todo, puertas y ventanas nuevas, jardines bien cuidados. Aquí, en los dúplex que nadie quiere comprar, todo se cae a trozos.

Decido que ir a casa me supera. La vieja está mosca que te cagas desde que volví y Vivían aún no habrá llegado del curro. Tengo las tripas reposadas pero la cabeza aún la llevo cargada. Opto por un

Evening News y una cerveza en el Busy. No está haciendo honor a su nombre; está vacío salvo por Carl y Topsy, que están jugando al billar, Soft Johnny en la tragaperras y un tipo llamado Tidy Wilson, un capullo de cincuenta y cinco tacos que está en la barra con su jersey de golfista. Supero la ronda de gestos de reconocimiento y ocupo mi posición. Resulta curioso ver a nuestro amigo el señor Ewart por el barrio; ahora ya no viene por aquí tan a menudo; ya no, con su piso en el centro y ahora que su madre y su padre se han mudado a algún sitio de postín.

Carl se acerca y me da una palmada en la espalda. Lleva una gran sonrisa en la cara. El cabrón puede ser muy engreído a veces, sobre todo ahora que lleva el club este, el Fluid, pero en realidad adoro a este hijoputa. «¿Todo bien, señor Lawson?», me suelta.

«No va mal», digo estrechándole la mano. Después agarro la de Topsy. «Señor Turvey», le suelto.

«Tez», dice él, guiñándome un ojo. Es un chaval lleno de vida, delgado e inquieto, que siempre aparenta ser un poco más joven de lo que es pero es un echao palante que te cagas. Fue uno de los

top boys de los Hearts durante un tiempo, hasta que su vieja banda se evaporó cuando los

casuals de los Hibs se hicieron con el centro de la ciudad. Lexo le dio un palizón de muerte; después de aquello nunca volvió a ser el mismo. Pero a mí siempre me ha caído bien, es de la vieja escuela. Un poco nazi, eso sí: así es como metió en el lío aquel a nuestro amigo el señor Ewart. Pero Carl cree que el sol sale todos los días del culo de Topsy, siempre fueron como uña y carne los dos. Sin embargo, hacen una extraña pareja, el señor Ewart y el señor Turvey.

«¿Y qué es lo que te trae por los barrios bajos, Carl?», suelto yo.

«Te estoy controlando a ti, cacho cabrón, asegurándome de que sigues apuntado para el Festival de la Cerveza de Munich.»

«Estaré allí, por eso no te preocupes. Birrell también está fichado. Del que hay que preocuparse es de Gally.»

«¿Sí?», suelta Carl, interesado.

Así que le cuento la historia de lo que pasó el otro día, y lo raro que Gally ha estado últimamente.

«¿Crees que ha vuelto a picarse?», pregunta Carl. Se preocupa por Gally. Es de idiotas, pero yo también. Es uno de los cabritos más echaos palante que uno pueda llegar a conocer, pero siempre ha tenido un algo de vulnerable. Sabes que los de la calaña de Ewart, Birrell y Topsy siempre saldrán adelante, pero a veces te preocupas por Gally.

«Más le vale que no. No pienso irme de vacaciones con un puto yonqui. Que le den.»

Topsy mira a Carl, y después a mí. «En cierto modo se lo merece, la puta Gail esa…, menuda guarra», suelta. «A ver, que yo me la tiré hasta cansarme en su día, lo hizo todo el mundo, pero uno no se casa con una guarra como ésa.»

«Vete a la mierda, cabrón», dice Carl. «¿Qué problema hay con que a una tía le guste follar? Estamos en los putos noventa.»

«Ya», suelta Topsy, «de acuerdo, pero cuando te casas, quieres estar seguro de que haya cambiado de registro. Y ella no lo hizo», dijo, lanzándome una miradita.

Yo hago chitón. Topsy está de vacile, pero algo de razón lleva. Gail no vale más que para follar, pero supongo que en aquel entonces, al salir del trullo juvenil todavía virgen, eso es lo único que Gally querría. Es más fácil criticar la comida basura desde Hampstead que desde Etiopía. Es curioso, fui yo el que los presentó y todo. Los junté cuando Gally salió del trullo. En el momento creí estar haciendo de Cupido, bueno, en cualquier caso, organizándole un polvo a Gally.

A veces no lo puedes remediar si tu mejor colega es un pringao.

PERSISTENCIA DE LOS PROBLEMAS PARA FOLLAR

El sentido de culpa y el sexo son tan inseparables como el pescado y las patatas fritas. El sentido de culpa y el sexo de calidad. En Escocia tenemos sentido de culpa católico y sentido de culpa calvinista. Quizá fuera por eso por lo que el éxtasis tuvo tanto éxito aquí. Le hablé de ello a Carl en el pub y el capullo empezó a hablar de que si los placeres ilícitos eran los mejores. Y es cierto. Para mí el problema siempre ha sido la fidelidad. Para mí el amor y el sexo nunca han sido lo mismo; lo mismo dirá la mayor parte de los tíos, pero escogen vivir una mentira. Entonces es cuando todo se desborda y empiezan los grandes problemas. Como reza el dicho, el Nilo no sólo es el nombre de un puto río egipcio.[31]

Vivvy es todo un pimpollo y estoy enamorado de ella. Mi madre la odia, le echa la culpa de que Lucy y yo nos separáramos. En realidad eso es totalmente injusto. Lo que le pasa es que está picajosa porque el

kraut[32] se fue a tomar por culo. ¡Adiós y buen viaje! Vale, quiero a Vivían, pero lo que pasa es que cuando llevo unos seis meses con una tía, empiezo a tener ganas de tirarme a otras chavalas.

No puedo remediar la forma en que estoy hecho. Aunque a veces, cuando la veo tendida junto a mí después de hacer el amor, durmiendo plácidamente, casi podría pedir a gritos estar hecho de otra pasta.

Pero eso nunca sucederá.

Cuando llego a casa, mi madre anda por ahí; ha puesto la tetera. «Hola», le suelto. No contesta. Pero está armando un escándalo en la cocina, cerrando las puertas de los armarios, haciendo ruido con las cacerolas y las sartenes, acumulando fuerzas para algo. Se respira en el ambiente, como dice el hortera de Phil Collins,

ah kinfeel it comin in thee air to-ni-hite… oh yeah…[33]

Y ha hecho una puta ensalada e incluso patatas cocidas en lugar de patatas fritas. Si hay una cosa que odie son las putas ensaladas. ¡Y hasta le ha echado remolacha, poniéndolo todo perdido!

Acabo de echar unos tragos con Carl, Topsy y Soft Johnny. La vieja me lo nota. No soporta que beba durante el día. Aunque tal y como yo lo veo, hay que disfrutar de tus placeres ahí donde los encuentras.

«¿A ti qué mosca te ha picado?», me pregunta. «¡Una rica y saludable ensalada! Tendrías que comer más verdura. ¡No es bueno alimentarse a base de

fish and chips

Fish and chips y comida china! Eso no es bueno ni para el hombre ni para los animales.»

Eso me pone a pensar en lo bien que me vendría ahora mismo un poco de pollo con limón con arroz frito y trocitos de tortilla, en lugar de esta mierda. El pollo con limón del chino siempre está de vicio. «No me gustan las ensaladas. Es comida para conejos, joder.»

«Tú empieza por traer a casa un sueldo como está mandado y entonces podrás escoger lo que comas.»

Menudo morro tiene. Intento surtirla cada vez que voy bien de pasta. «Ahí te estás pasando. ¡Te ofrecí dinero la semana pasada, doscientas libras, y no quisiste cogerlas!»

«¡Ya, porque sé de dónde habían salido! ¡Sé de dónde sale todo tu dinero!», salta, mientras me siento a comerme la mierda esta en silencio, embutiéndola entre dos rebanadas de pan. Entonces me suelta: «Hoy he visto a Lucy con el pequeño. En el centro de Wester Hailes. Fuimos a tomar un café.»

Qué agradable. «¿Sí?»

«Sí. Me dijo que hace tiempo que no vas a verla.»

«¿Y de quién es la culpa? Cada vez que me acerco por allí ella y el gilipollas grandullón ese me tratan como a un apestado.»

Se queda en silencio un rato y a continuación dice en voz baja: «Y llamó la otra. La tal Vivian.»

Llamo a Vivvy, diciéndole que me olvidé que había quedado para participar en un torneo de billar, y que nos veremos mañana. Y eso significa que por primera vez en el tiempo que llevamos saliendo juntos, por vez primera desde el mundial de Italia, no juego en casa.

LIBERTAD DE ELEGIR

El problema de la nicotina se está poniendo serio; la mancha amarilla de mi dedo queda bien resaltada por la blancura del timbre. Pulso el botoncito de su puerta y arma un estruendo de la hostia. Casi me quedo alucinado al verla. Tres horas después de haberla visto va teñida de rubia. No estoy seguro de que le siente muy bien, pero lo que tiene de novedad me pone cachondo. Por primera vez me doy cuenta de que tiene un moreno estupendo. Se fueron a Florida; ella, la cría y Mamonazo.

«Hola», dice ella, mirando las casas que hay a ambos lados en busca de miradas indiscretas. «Pasa.»

«¿La cría está en casa de tu madre?», le pregunto mientras entro.

«En casa de mi hermana.»

Sonrío y meneo el dedo. «Si no te conociera mejor, pensaría que has planeado seducirme.»

«No sé qué puede haberte hecho pensar cosa semejante», dice ella.

«La nueva imagen me gusta…», empiezo, pero ella ya está desabrochándose el cinturón de sus vaqueros y bajándoselos y pataleando para quitárselos. También se quita el top.

Me dan ganas de decirle que no se embale, porque quería saborear un poco la tensión dramática. Puede que sea la sal de la vida, pero la sal hay que paladearla, no tragársela a lo bestia. Pero es evidente que se muere de ganas, así que a la mierda, ella manda. Empiezo a quitarme la ropa, metiendo la vieja barriga cervecera. Hace ya algún tiempo que no le daba lo suyo, y estoy empezando a ponerme fondón.

«¿Llevas un condón?», me suelta.

«No…», dije yo. A punto estuve de decir, antes nunca eras tan quisquillosa, pero las cosas han cambiado mucho desde que follábamos con regularidad. La diferencia entre lo que se dice y lo que se hace. Supongo que el hecho de que Gally se picara y tal ha debido hacerla pensar en ese tipo de cosas.

Ella se va a la cocina. Sobre la encimera hay un par de bolsas de la compra del Safeways. Dentro de una de ellas hay un paquete de condones. Me pasa uno y me lo pongo.

Ella se vuelve, apoyando los codos en la encimera y mostrándome el culo, en el que se aprecia claramente la raya del bikini procedente de esas vacaciones en Florida. Hay que reconocer que sabe cómo gastar la guita de Mamonazo. Se palpa una de las nalgas. «Siempre te gustó mi culo. ¿No crees que empieza a ponerse un poco fofo?»

Se nota que lo ha estado castigando haciendo aeróbic o step, porque yo lo noto más firme que nunca. «Yo lo veo bien», digo, «pero necesita una pequeña prueba de más», le digo, arrodillándome y regalando mi lengua con ambos orificios. A la mierda la ensalada, siempre he sido carnívoro. No tarda mucho en mostrar su aprecio. Me gusta que las tías sean así, que te hagan ver cómo va el marcador. Yo también tiendo a ser bastante ruidoso con el sexo. No soporto ver el fútbol en un pub sin el volumen puesto.

Después de un rato, ella me suelta: «Métemela ahora, Terry. Métemela. ¡Ahora!»

«¿Eso quieres?»

«Sí, ahora», dice. «Venga, Terry, no estoy de humor para que me calienten…, ¡métemela ya, joder!»

«¿En qué agujero?»

«En los dos…», suelta ella.

Señora, sólo tengo una puta polla, ése es el problema. «Eso ya lo sé, pero ¿en cuál primero?»

«Elige tú…», dice ella.

Muy bien. Veamos si puedo sorprenderla a ella y a mí mismo metiéndosela en el coño.

Nah.

Se la endiño en el culo mientras ella jura ruidosamente: «Joder…» No se ha quitado la goma negra del pelo; le resalta el rubio teñido. Mientras le tiro del pelo y le empujo la cara, tiene una expresión de alelada en el rostro que me hace preguntarme si esto es amor o sexo u odio o qué. Es curioso, pero soy yo el que hace todo el ruido; bazofia venenosa y retorcida que me sale de la boca en un gruñido grave y primario, para pasar acto seguido a inconexas chorradas románticas. Esto es algo tan chungo que requiere comentario. Con la otra mano le pellizco el coño, frotándole el clítoris y notando cómo se corre; quiero sacársela del culo y meterla en el primer agujero, pero eso no se puede hacer sin lavársela antes, así que descargo con fuerza dentro de su culo y le empujo la cara contra el armario de la cocina, y sus ojos, con grandes círculos debajo, están que se le salen de las órbitas ¡y parece que lo que sale de ellos es amor!

Mientras se la saco parece sufrir las pequeñas convulsiones esas y suelta un pedo atronador que me devuelve a la realidad de toda la asquerosa animalidad de lo que somos y de lo que hemos estado haciendo; no puedo mirarme la polla. Me voy directamente escaleras arriba a la ducha para quitarme los olores.

La sodomización heterosexual: el nuevo amor que no osa pronunciar su nombre. Eso hasta que te tomas una docena de pintas y entonces sueltas toda la mierda, y por lo general es eso precisamente: mierda. Soy capaz de distinguir a un tío que nunca le ha dado por culo a una tía del mismo modo que hace un montón de años podía distinguir a uno que no había follado aún. ¡Un paso al frente, señor Galloway! ¡Un paso al frente, señor Ewart! ¡Un paso al frente, señor Deportista-Pedazo-de-Pan Birrell! Turvey no sé, pero probablemente le haya dado por culo a algún

tío. Siendo Jambo y nazi a la vez, es imposible que no sea maricón.

Vuelvo a bajar las escaleras, y espero a que ella se asee y se cambie de ropa. Hago una rápida inspección del garito y, como era de esperar, es un queo claramente de pareja y crío, cuidado y ordenado, pero sin nada de verdadero valor. No es que yo le fuera a dar el palo, es sólo que Polmont McMurray podría guardar algo por aquí. Pero de eso no hay indicio alguno. Me huelo que va a seguir el mismo camino, si es que no lo sigue ya, que el pobre Gally.

«No está mal este queo», le digo a ella, mirando en torno del cuarto de estar bien amueblado. Estos queos de Chesser están muy solicitados.

Ella echa una bocanada de humo. «Yo lo odio. Fui al ayuntamiento a ver a Maggie. Le dije que quería uno de esos sitios nuevos que están construyendo ahí detrás. La estirada de mierda va y me dice: No puedo hacer nada por ti, Gail, el tuyo no es un caso urgente. Le solté: Vaya amiga tú, eh. No es que la vea ahora. La muy guarra ni siquiera nos invitó a su boda.»

Ah, la pequeña Maggie. Ahora es concejala, está en el Comité de la Vivienda, además. «No pueden mostrar favoritismos», digo encogiéndome de hombros. «Eso sí, en su tiempo a mí me los mostró en abundancia.»

«Sí, ya sé de qué clase», se rió Gail. «Pero ahora se cree que es el no va más.»

No se lo montó mal, la pequeña Maggie. «Sabes, ni siquiera invitó a su tío Alec a la boda; aunque, claro, él estaba en la cárcel por allanamiento en ese momento. Suerte que tuvo, el pijeras ese con el que se casó se habría cagado patas abajo. No habría quedado bien en las fotos.»

Pienso en cómo las cosas pasan de unos a otros en las familias. Recuerdo una entrevista de Maggie en el

Evening News, en la que decía sentir un «apasionado interés por la cuestión de la vivienda». ¡Seguro que eso lo sacó de Alec! ¡Simplemente lo canalizó en otra dirección!

Gail tiene buen aspecto con esa falda, así que le doy otro revolcón en el sofá. Ella se dispara; creo que cuanto más mayor me hago, mejor soy. Se nota que el capullo de Polmont no puede ser gran cosa, por lo poco que tarda Gail en correrse.

Decidimos tomar un taxi hasta un hotel que hay en Polwarth a tomar una copa. Ella me coge de los huevos doloridos en el asiento trasero del coche. «Eres un pedazo de guarro de mucho cuidado, hijo», me dice.

Es extraño, pero ahora estoy pensando en Gally, después en Viv, en cómo esos dos probablemente sean las dos personas que más me importan en el mundo, y en lo destrozados que se quedarían si supieran en qué andaba ahora mismo. En la manera en que siento cómo el puto rabo que tengo en los pantalones se pone tieso, y sé que soy débil y estúpido, y que por mucho que me engañe a mí mismo, siempre han sido las chavalas las que mandaban. Saben que no tienen más que mirarme y vendré corriendo.

Como ella. «Los demás… me dan dinero, pero tú eres el que mejor folla. ¿Cómo es que no eres millonario, Terry?», se ríe.

«¿Quién te ha dicho que no lo soy?», digo yo en tono jocoso. No quiero oírla poner a parir a Gally, ni siquiera al puto Mamonazo McMurray, ya puestos. Lo único que quiero que haga es follar conmigo. Después quiero que desaparezca, porque antes de echarle el polvo mola, la tensión que se va acumulando y tal, pero después no tiene nada que ver con cómo son las cosas con Vivvy. Aquí lo único que hay es lujuria. Con todo, es la sal de la vida, siempre lo he creído así. Si por mí fuera, el sexo y el amor serían dos cosas distintas. El sexo no debería conllevar complicaciones emocionales de ninguna clase. Hay demasiados reprimidos en el poder; iglesias, escuelas de pago y todo eso: ése es el puto problema que tiene este país. Cuando los que fijan la agenda sexual de todos los demás son unos maricones de tapadillo, ¿cómo puede sorprenderte que todo quisque se empalme pensando en invadir un trozo de roca del Atlántico Sur?

Ella se embolinga con rapidez en este bar de mierda lleno de gilipollas aburguesados; en realidad no sabe beber. Está soltando ponzoña, diciendo que todos los hombres son unos cabrones que sólo valen para follar y ganar un jornal. «Eso es lo que me gusta de ti, Terry, que no dices chorradas. Apuesto a que nunca en toda tu vida le has dicho a una chica que la querías en serio. Lo único que quieres es meterla.»

Ay, ¿será eso cierto?

Gally odiaba la forma en que se le iba la boca después de beber. A mí no me molesta. Tiene razón: con ella lo único que quiero es echar un polvo. Si ella piensa lo mismo de mí, tanto mejor. Pero fue ella quien quiso salir a tomar la copa. Yo podría haberme quedado a echarle otro clavo. Tengo unas ganas enormes de ir a Munich para alejarme de toda esta mierda. Es como si en el estado en que anda últimamente Gally todos necesitáramos un respiro. Fijo.

Para animar un poco la cosa, empiezo a decir chorradas. «¿Ya no llevas gafas?»

«No, ahora llevo lentillas.»

«A mí las gafas siempre me han parecido sexys», le digo, pensando en la vez que me la chupó y yo me la saqué, chorreando sobre la montura dorada que antes llevaba. Hablando de monturas, no me vendría mal montarla otra vez…

«Entonces póntelas tú», me suelta.

Nah, esto no sirve de nada.

Se va a los servicios y yo la observo. Pienso en cómo pude follármela, en cómo he traicionado a Viv. Ahora que lo he hecho una vez, por supuesto, puedo volver a hacerlo. En el centro hay multitud de chochos desesperados; en el Fluid los hay a montones. No quiero que Gail se piense que es especial. Le pido un boli al camarero y le dejo un mensaje en el posavasos:

G.

ACABO DE ACORDARME DE ALGO URGENTE.

NOS VEMOS PRONTO.

T. BESOS

Me largo rápidamente por la puerta y paro un taxi en la calle principal para ir al centro. Me entra la risa pensando en cuando vuelva y se encuentre con esa nota.

CLUBLANDIA

El Fluid está a tope de chochos de primera, y Carl en su salsa, como de costumbre. Su amigo Chris pincha mientras Carl acecha su oportunidad, pavoneándose por ahí, abrazando a todo dios, está toda la pesca. Tiene el brazo alrededor de una chica, y la reconozco como una de las hermanas Brook. Me ven, se acercan, y me incorporan a un pequeño abrazo en grupo. A la Brook la cojo fuerte y a él suave, porque él sabe que no me va demasiado esta mierda con otros tíos. Y todo ese puto rollo de besar a otros tíos me toca las pelotas, con éxtasis o sin éxtasis. «Venga Terry, Terry, Terry», suelta él, y entonces nos separamos.

«¿Buenas Jack ands?»[34]

«Las mejores Ter, las mejores. Las mejores que he tomado nunca.»

Para este cabrón todo es lo mejor. «¿Disfrutas con ellas, muñeca?», le pregunto a la hermana Brook. No logro acordarme de si ella es Lesley o la otra. Debería, porque me las he follado a las dos.

«Cojonudas», suelta la Brook, rodeando la cintura delgada y afeminada de Ewart con un brazo y apartándose el pelo de la cara. «Carl me va a hacer uno de sus masajes especiales, ¿no, Carl?»

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