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El padre de Gould llegó por la tarde, cuando ya casi había oscurecido. Miró a su alrededor unos instantes.

—Está todo cambiado.

No iba de uniforme. Tenía, en su cara, algo de niño. La sonrisa, tal vez. Y llevaba zapatos de cordones, marrones, bastante elegantes. Era difícil imaginar que pudiera hacerse la guerra con zapatos de ese tipo. Parecían más apropiados para hacer la paz, algo parecido a una aburrida, confortable paz.

Shatzy miró por las ventanas porque esperaba ver soldados, escoltas, o algo parecido. Pero no había nadie. Pensó que era extraño. Nunca se había imaginado

solo a aquel hombre. Y ahora estaba allí. Solo. Ya ves tú.

El padre de Gould dijo que se llamaba Halley. Dijo que le gustaría que Shatzy le llamara simplemente Halley. Y no general.

Dijo que, para ser exactos, él no era exactamente un general.

—¿Ah, no?

—Es una larga historia. Usted llámeme Halley, ¿de acuerdo?

Shatzy dijo que estaba de acuerdo. Había preparado

pizza, por lo que se pusieron a comer, en la mesa de la cocina, con la radio encendida, y todo lo demás. El padre de Gould dijo que la

pizza estaba buena. Luego le preguntó por Gould.

—Se ha ido, general.

—¿Podría explicarme qué significa eso exactamente?

Shatzy se lo explicó. Dijo que Gould se había marchado, pero que no había ido a Couverney, había cogido un tren hacia un lugar que ella no conocía, y desde allí le había telefoneado.

—¿Le ha telefoneado?

—Sí, quería decirme que no regresaría, y…

—¿Podría decirme exactamente las palabras que utilizó?

—No sé, dijo solamente que no regresaría y que por favor no lo buscáramos, y lo dejáramos tranquilo, dijo eso exactamente, dejadme tranquilo, todo está bien, y luego me dijo voy a explicarte qué tienes que hacer con el dinero. Y me lo explicó.

—¿Qué dinero?

—Dinero, simplemente, dinero, me dijo si podía mandarle dinero, para las primeras semanas, que después ya se las apañaría.

—Dinero.

—Sí.

—¿Y usted no le dijo nada?

—¿Yo?

—Sí, usted.

—No sé, creo que no, no le dije muchas cosas. Estaba escuchando. Estaba intentando saber por su voz si estaba…, no sé, intentaba saber si tenía miedo o algo por el estilo, si tenía miedo o…, o si estaba tranquilo. ¿Comprende?

—…

—Creo que estaba tranquilo. Recuerdo que pensé que tenía una voz calmada, y que incluso parecía contento, eso es, ahora puede que le parezca extraño, pero era la voz de un chico contento.

—¿No le dijo dónde estaba?

—No.

—Y usted no se lo preguntó, ¿verdad?

—No, creo que no.

—Seguro que habrá alguna forma de localizar la procedencia comprobando los registros de llamadas. No será difícil.

—No se atreva a hacerlo, general.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Si quiere usted a Gould, no lo haga.

—Señorita, estamos hablando de un crío, no puede ir por el mundo de ese modo, sin nadie, es

peligroso ir por el mundo, de ninguna manera permitiré que…

—Sé que es peligroso pero…

—Es solo un crío…

—Sí, pero

no tiene miedo, eso es lo importante, no tiene miedo, estoy segura de ello. Y por tanto no debemos tenerlo nosotros. Creo que es una cuestión de coraje, ¿me comprende?

—No.

—Creo que deberíamos tener el coraje de dejar que se marche.

—¿Lo dice en serio?

—Sí.

Lo decía en serio. Estaba convencida de que Gould estaba haciendo exactamente lo que había decidido hacer, y cuando es así no hay elección, lo único que puedes hacer si eres de los que están por en medio es no molestar, sólo eso, molestar lo menos posible.

El padre de Gould dijo que estaba loca.

Entonces Shatzy dijo

—Eso no tiene nada que ver.

y después le explicó lo de los ríos, la historia aquella de que si un río ha de llegar al mar lo hace a base de girar a derecha e izquierda, cuando sin lugar a dudas sería más rápido, más

práctico, ir directamente hasta su meta en lugar de complicarse la vida con todas esas curvas, logrando tan sólo alargar el camino tres veces —tres coma catorce veces, para ser exactos —tal y como han verificado los científicos con una precisión científica y bella.

—Es como si se vieran

obligados a girar, ¿comprende?, parece algo absurdo, si lo piensa no puede evitar tomarlo como algo absurdo, pero el hecho es que

deben avanzar de esa manera, trazando una curva tras otra, y no es una manera absurda ni lógica, no es correcto o erróneo, es su manera, simplemente, su manera, y ya está.

El padre de Gould se estuvo un rato callado, pensando. Luego dijo:

—¿Dónde ha dicho que tenía que enviarle el dinero?

—No se lo diré ni aunque me ate a una cabeza nuclear y me lance sobre una isla japonesa.

Entonces ya no hablaron más durante un rato. Shatzy se puso a retirar las cosas de la mesa, mientras el padre de Gould se paseaba arriba y abajo, parándose de vez en cuando ante las ventanas, y echando un vistazo al exterior. En un momento dado subió al primer piso. Shatzy oía sus pasos sobre el techo. Lo imaginó mirando el cuarto de Gould, tocando sus objetos, abriendo los armarios, cogiendo las fotografías, cosas por el estilo. En otro momento lo oyó entrar en el lavabo. Oyó también el estruendo de la cisterna y por ello se acordó de Larry «Lawyer» Gorman, y se dio cuenta de que lo añoraba, y de cuánto lo añoraba. El padre de Gould volvió abajo. Fue a sentarse al sofá. Tenía uno de los zapatos marrones desabrochado, pero o no se había dado cuenta o no le importaba un comino.

Shatzy apagó la luz de la cocina. Dejó la radio encendida, pero apagó la luz, y fue a sentarse en el suelo, apoyando la espalda en el sofá. El otro sofá, el verde. El padre de Gould estaba sentado en el azul. En la radio daban la información sobre el tráfico. Había ocurrido un accidente en la autopista. Ningún muerto, por lo visto. Pero tampoco podía asegurarse.

—Mi esposa era una mujer muy hermosa, ¿lo sabía, señorita? Cuando me casé con ella era verdaderamente hermosa. Y era

divertida. Nunca se estaba quieta ni un instante, y le gustaba todo, era de esas personas que encuentran sentido incluso a las chorradas más insignificantes, esperan algo incluso de esas cosas, tenía confianza en la vida, ¿comprende?, ella era así. Cuando me casé con ella no la conocía muy bien, nos habíamos conocido tres meses antes, no más, hacer algo así no era mi estilo, pero ella me pidió que nos casáramos y yo lo hice, y pienso que es lo mejor que he hecho en toda mi vida, en serio. Éramos muy felices, le ruego que me crea. Y también el niño, cuando ella descubrió que esperaba un hijo, no me dio por asustarme, fue algo alegre, simplemente, pensamos los dos que sería bonito, que era lo justo. Cambiábamos de ciudad cada año, así es el ejército, te lleva de un lado a otro, y ella venía conmigo, y fuéramos a donde fuéramos ella parecía haber nacido allí, parecía su ciudad. Conseguía hacer amistades en todas partes. Cuando Gould llegó, estábamos en la base de Almenderas. Radar y reconocimiento, cosas de ese tipo. Y llegó Gould. Yo trabajaba mucho, lo que consigo recordar es que ella parecía feliz, recuerdo que reíamos, y era como antes, era una vida hermosa. No sé cuándo empezó todo a complicarse. Verá, Gould nunca fue un niño sencillo, me explico, no era un niño normal, eso en el caso de que existan niños normales, era un niño que no parecía un niño, por decirlo de algún modo. Parecía una persona mayor. Que yo recuerde, no hacíamos nada especial con él, lo tratábamos según iban saliendo las cosas, no pensábamos que hubiera que hacer nada especial por él. Quizá nos equivocamos. Cuando fue al colegio, surgió toda esa historia del genio. Le hicieron tests, pruebas científicas, y al final nos dijeron que de todo aquello se desprendía que el niño era un genio. Utilizaron precisamente esa palabra. Genio. Resultó que su cerebro estaba en los márgenes altos de la banda delta. ¿Sabe qué quiero decir?

—No.

—Son los parámetros de Stocken.

—Ah.

—Un genio. Yo no estaba ni contento ni triste, y mi mujer lo mismo, no sabía qué pensar, para nosotros daba igual, ¿comprende? Ruth. Mi mujer se llama Ruth. Empezó a encontrarse mal cuando estábamos en Topeka. Caía como en momentos de vacío, no recordaba ya quién era, y luego volvía a la normalidad, pero era como si hubiera hecho algo terriblemente fatigoso, se quedaba, por decirlo así, agotada. Es tan raro lo que puede ocurrir en el interior del cerebro. En el suyo, las cosas acabaron patas arriba. Se veía que intentaba recuperar las fuerzas, y el interés por la vida incluso, pero cada vez tenía que empezar desde el principio, no resultaba fácil, parecía que tuviera que recomponer las piezas de algo que se había hecho añicos. Dijeron que era fatiga, sólo una cuestión de fatiga, después, a partir de cierto momento, empezaron a hacerle una serie de pruebas. Recuerdo que en ese momento ya no éramos felices. Nos amábamos todavía, nos amábamos muchísimo, pero resultaba difícil con aquel dolor suyo por en medio, todo era un poco distinto. En aquel período, Gould y ella estaban muy unidos. Yo no estaba seguro de que para Gould fuera lo más idóneo, y ahora, cuando lo pienso, comprendo que estar con aquel niño tampoco era el mejor tratamiento para ella. Era un niño que le complicaba a uno la cabeza. Y ella no necesitaba complicarse la cabeza. Pero parecía que estaban bien juntos. ¿Sabe?, la gente a menudo tiene miedo de personas como Ruth, no se queda de buena gana con quien tiene, digamos, problemas mentales, problemas de verdad, quiero decir. En cambio, Gould no tenía miedo. Se entendían, se reían, se montaban sus historias. Parecía un juego, pero no sé, no creo que aquello fuera bueno, ni para Ruth, ni para él. Se diría que no, tal y como acabaron las cosas. A partir de un determinado momento, Ruth empezó a empeorar de forma muy rápida y en un momento dado me dijeron que era necesario que cortara con todo, y por muy desagradable que fuese, era necesario hacerse a la idea de que necesitaba una clínica, y cuidados constantes, ya no era capaz de vivir en un sitio normal. Fue un golpe muy duro. ¿Sabe?, he trabajado siempre en el ejército, no he sido entrenado para comprender, allí aprendes a llevar a cabo las misiones, no a comprender. Hice lo que me decían. La llevé a una clínica. Trabajaba mucho, pero en cuanto tenía tiempo iba a su lado. Estaba allí, quería que ella siguiera estando conmigo, y yo con ella. Por la noche, cuando regresaba a esta casa, muchas veces era demasiado tarde para encontrar a Gould todavía despierto. Me acuerdo de que le escribía notitas. Pero nunca sabía muy bien qué escribirle. De vez en cuando, me esforzaba para llegar un poco más temprano, y entonces jugábamos a lo que fuera, Gould y yo, o escuchábamos los combates de boxeo por la radio, porque nunca tuvimos televisión, Ruth la odiaba, y a mí me apasionaba el boxeo, incluso disputé alguna pelea, cuando era joven, siempre me gustó. En fin, que nos quedábamos allí, escuchando. Hablar, hablábamos poco. ¿Sabe?, no es algo que pueda improvisarse eso de hablar con tu hijo. O has empezado desde el principio, o es un embrollo, créame. En mi caso, se trataba indudablemente de un embrollo. Al final, todo se fue al carajo, definitivamente, cuando el ejército me trasladó a Port Larenque. A miles de kilómetros de aquí. Me lo pensé un tiempo, y al final tomé una decisión. Sé que puede parecerle absurdo, e incluso malvado, pero decidí que quería estar con Ruth, quería mi vida con ella otra vez, hermosa como era al principio, y habría hecho cualquier cosa para que así fuera. Encontré una clínica no muy lejos de la base militar y llevé a Ruth conmigo. Pero a Gould lo dejé aquí. Estaba seguro de que era mejor dejarlo aquí. Sé que usted me juzgará mal, pero no necesito justificarme ni dar explicaciones. Sólo quiero decir que Gould es un mundo, ese niño es un mundo, y Ruth y yo, otro. Y pensé que tenía derecho a vivir en

mi mundo. Así fueron las cosas. Acertadas o equivocadas, así fueron. Siempre me he preocupado de que a Gould no le faltara de nada, y de que pudiera crecer estudiando, porque ése era su camino. Intenté cumplir con mi deber. Lo que quedaba de mi deber. Y siempre me pareció que la cosa funcionaba. Parece que me equivoqué. Sin embargo, Ruth está mejor, la dejan salir durante largas temporadas, vuelve a casa y a veces parece ser la de antes. Reímos y la gente se atreve a estar con nosotros, ya no tiene demasiado miedo. Ella, de vez en cuando, está muy hermosa. Un día, cuando parecía completamente repuesta, tranquila, le pregunté si no le apetecería ver a Gould, que podíamos hacer que pasara unos días con nosotros. Ella me contestó que no. No hemos vuelto a hablar del tema nunca más.

En ese momento, fue como si de repente alguien le apagara la voz. Alguien se la había encendido, y ahora había decidido apagarla. Dijo

—Perdone

pero en realidad no se oyó nada. Shatzy comprendió que había dicho

—Perdone

pero, quién sabe, no podría asegurarse.

Se había hecho tarde, entre una cosa y otra, y Shatzy se preguntó qué más tenía que ocurrir. Intentó acordarse de si tenía algo que decir. O que hacer. Todo era un poco complicado, con aquel hombre que permanecía inmóvil, sentado en el sofá, mirándose fijamente las manos y tragando saliva con dificultad. Se le pasó por la cabeza preguntarle sobre esa historia de que era general pero no lo era completamente, en fin, ese asunto. Después pensó que no era buena idea. Se acordó también de que sería mejor afrontar el tema del dinero. Era necesario que, de alguna manera, ese dinero llegara hasta Gould. Estaba pensando desde qué lado afrontar esa cuestión cuando oyó al padre de Gould decir

—¿Cómo es ahora Gould?

Lo había dicho con una voz que parecía nueva, parecía que se la hubieran devuelto en aquel momento, lavada y planchada. Como si la hubiera llevado a la tintorería.

—¿Cómo es ahora Gould?

—Ha crecido.

—Aparte de eso, quiero decir.

—Ha crecido bien, creo.

—¿Ríe alguna vez?

—Pues claro que ríe, ¿por qué?

—No sé. No reía demasiado, en aquel tiempo.

—Nos hemos reído a carcajadas, si es eso lo que le preocupa.

—Bien.

—Hasta reventar, de verdad.

—Bien.

—Tiene unas manos como las suyas.

—¿Sí?

—Sí, tiene unos dedos iguales.

—Resulta gracioso.

—¿Por qué?, es su hijo, ¿no?

—Sí, naturalmente, quería decir que es gracioso que exista en algún lugar del mundo un chico que lleve por ahí tus manos, manos como las tuyas. Es algo raro. ¿A usted le gustaría?

—Sí.

—Ya le llegará, cuando tenga hijos.

—Ya.

—Usted tendría que hacer hijos, en lugar de

westerns.

—¿Usted cree?

—O, por lo menos, hijos y

westerns al mismo tiempo.

—Podría ser buena idea.

—Piénselo.

—Lo haré.

—¿Tiene amigos?

—¿Yo?

—No, me refería… a Gould.

—¿Gould? Bueno…

—Sentiría la necesidad de tener amigos.

—Bueno…, tiene a Diesel y Poomerang.

—Me refiero a amigos reales.

—Ellos lo quieren mucho, de verdad.

—Sí, pero no son reales, señorita.

—¿Es diferente?

—Claro que es diferente.

—A mí me caen muy bien.

—También lo decía Ruth.

—¿Lo ve?

—Sí, pero no

existen, señorita. Los ha inventado él.

—De acuerdo, pero…

—No es normal, ¿no cree?

—Es un poco raro, pero no hay ningún mal en ello, a él le sienta bien.

—¿A usted no le parecen horrorosos?

—¿A mí? No.

—¿A usted no le parece horroroso que un niño vaya siempre por ahí con dos amigos que no existen?

—No, ¿por qué?

—A mí me da miedo, recuerdo que era una de las cosas de Gould que me daban miedo. Diesel y Poomerang. Me daban miedo.

—¿Bromea?, no le harían daño ni a una mosca, y son la mar de divertidos. Le juro que los echo de menos, aparte de a Gould, claro, pero me sentía mejor cuando esos dos estaban también por aquí.

—¿Quiere decir que también han desaparecido el gigante y el mudo?

—Sí, se han marchado con él.

El padre de Gould se puso a reír suavemente, moviendo la cabeza.

Dijo

—Es de locos.

Y luego volvió a repetirlo

—Es de locos.

—No se preocupe, general, Gould se las apañará.

—Eso espero.

—Hay que confiar en él.

—Claro.

—Se las apañará. Ese chico es fuerte. No lo parece, pero es fuerte.

—¿Usted lo cree de verdad?

—Sí.

—Tiene un montón de recursos, un montón de talento, existe el peligro de que lo mande todo al garete.

—Simplemente está haciendo lo que quiere hacer. Y no es un imbécil.

—Siempre le gustó estudiar, en Couverney le pagaban por hacerlo, no había ningún motivo para escaparse. ¿No le parece un poco raro desaparecer precisamente ahora?

—No sé.

—¿Es posible que no le haya dado explicaciones por teléfono?

—No me ha explicado muchas cosas.

—Pero algo le habrá dicho.

—Lo del dinero.

—¿Y nada más?

—No sé, tampoco se oía muy bien.

—¿Era una cabina, por la calle?

—En cierto momento me dijo algo sobre que había dado una patada a una pelota.

—Fantástico.

—Pero no lo entendí muy bien.

—¿No lo entendió muy bien?

—No.

El padre de Gould se echó de nuevo a reír, moviendo la cabeza. Pero sin decir

—Es de locos.

Esta vez dijo

—No me ayudará a buscarlo, ¿verdad?

—Usted no lo buscará, general.

—¿No?

—No.

—¿Y usted cómo lo sabe?

—Antes no estaba muy segura, ahora lo sé.

—¿En serio?

—Sí, ahora que lo he visto, estoy segura.

—…

—Usted no lo buscará.

El padre de Gould se levantó, y se puso a dar vueltas por la habitación. Se acercó al televisor. Parecía de madera, pero quién sabe, pudiera ser perfectamente un plástico que pareciera madera.

—¿Lo habéis comprado?

—No, lo robó Poomerang a un japonés.

—Ah.

El padre de Gould cogió el mando a distancia y lo encendió. No pasó nada. Intentó pulsar un rato las teclas, pero siguió sin pasar nada.

—¿Puede decirme una cosa, con sinceridad, señorita?

—¿Qué?

—¿No le ha dado nunca un poco de miedo vivir junto a un niño como Gould?

—Sólo una vez.

—¿Cuándo?

—Cuando se puso a hablarme de su madre. Dijo que su madre se había vuelto loca, y se puso a contar toda la historia. No era lo que decía, era sobre todo

la voz lo que daba miedo. Parecía la voz de un viejo. De alguien que lo sabía todo desde siempre, y que sabía también cómo acabarían las cosas. Un viejo.

—…

—Necesitaba a alguien que lo ayudara a ser pequeño.

—…

—No creía que se pudiera ser pequeño en la vida real sin que alguien se aprovechara de él o lo asesinara, o algo por el estilo.

—…

—Pensaba que era una suerte ser un genio porque era una manera de salvar la vida.

—…

—Una manera de no parecer un niño.

—…

—No sé. Creo que ése era su sueño: ser un niño.

—…

—O sea: creo que

es su sueño. Creo que ahora que ya es mayor, podrá finalmente ser pequeño, para toda la vida.

Luego siguieron hasta las tantas, hablando de guerras y de

westerns, o quedándose callados, mientras la radio seguía encendida y emitiendo toda clase de música. Al final, el padre de Gould dijo que le gustaría dormir allí, si a ella no le molestaba. Shatzy dijo que podía hacer lo que quisiera, que aquélla era su casa, y que además no le molestaba, es más, estaría contenta si se quedaba. Le dijo que podía prepararle la cama de la habitación de Gould, pero él hizo un gesto vago en el aire y dijo que no, que prefería dormir en el sofá, que no había problema, que en el sofá estaría muy bien.

—No es muy cómodo.

—Estaré perfectamente, créame.

Así que durmió en el sofá. El azul. Shatzy durmió en su habitación. Primero se quedó sentada en la cama, con la luz encendida, durante un buen rato. Luego se fue a dormir definitivamente.

A la mañana siguiente, se pusieron de acuerdo en el tema del dinero. Después el padre de Gould le preguntó a Shatzy qué pensaba hacer. Se refería a si quería seguir allí o si tenía otros planes.

—No sé, creo que me quedaré aquí todavía un tiempo.

—Estaría más tranquilo si así lo hiciera.

—Sí.

—Si por casualidad a Gould se le ocurriera volver, sería mejor que encontrara a alguien aquí.

—Sí.

—Puede llamarme cuando quiera.

—De acuerdo.

—Yo la llamaré.

—Vale.

—Y si se le ocurre alguna buena idea, dígamelo enseguida, ¿de acuerdo?

—Claro.

Luego el padre de Gould le dijo que era una chica estupenda. Y le dio las gracias por ser una chica estupenda. Dijo también otras cosas. Y al final le preguntó si podía hacer algo por ella.

Shatzy no dijo nada al principio. Pero luego, cuando él ya estaba casi en la puerta, dijo que, en efecto, había algo que podía hacer por ella. Le preguntó si algún día podría llevarla a conocer a Ruth. No explicó por qué, sólo dijo eso.

—¿Me llevará un día a conocer a Ruth?

El padre de Gould permaneció un instante en silencio. Luego dijo que sí.

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