Cian

Cian


DOS

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DOS

Dublín, Irlanda

Los cuerpos de las dos mujeres se balanceaban suavemente al compás del movimiento del coche, mientras transitaba por las calles de Dublín. Gracias a las velas que había en el interior del lujoso carruaje tirado por seis briosos corceles negros, podían verse las caras mientras hablaban, a pesar que ya era de noche. La más joven, Amélie, una belleza de pelo cobrizo y ojos rasgados del color del whisky añejo, estaba contestando a una pregunta de Gabrielle:

—A pesar de que voy a sus clases, no esperaba que me invitara a la fiesta —se encogió elegantemente de hombros—, pero cuando lo hizo, no pude negarme —se inclinó hacia Sarah, su acompañante, como si quisiera hacerle partícipe de un secreto—, ya lo verás, es un hombre encantador.

Sarah, la dama de compañía de Amélie, acababa de cumplir cuarenta años y era una mujer atractiva pero discreta, y de aspecto algo maternal tal y como exigía su papel. Desde que la había conocido, Amélie parecía incapaz de detenerse un instante, siempre estaba en movimiento, como si persiguiera algo que parecía incapaz de alcanzar. A pesar de que solo hacía unas semanas que estaba con ella, a Sarah le parecía que el problema era que no quería detenerse el tiempo suficiente para ver lo que estaba ante sus ojos, quizás porque era demasiado testaruda para hacerlo.

De momento, no tenía suficiente confianza para decirle algo parecido, puede que más adelante…; en cualquier caso, le apenaba ver que, aunque Amélie parecía tener todo lo que una jovencita de su edad necesitaba para ser feliz, no lo era.

—Estás muy callada, ¿no te apetece ir a la fiesta?

—No he ido a demasiadas, pero mientras he vivido en casa de los Strongbow, me he acostumbrado a ellas. Han sido tan amables conmigo que me consideraban una más de la familia y siempre insistían para que fuera a todas sus fiestas, aunque a veces hubiera preferido quedarme en mi habitación leyendo un buen libro. —Amélie hizo una mueca de remordimiento.

—Ahora siento haberte obligado a acompañarme.

—¡No, por Dios! —apretó su mano cariñosamente—, estoy encantada de haber venido a vivir contigo… —suspiró recordando su antiguo trabajo como maestra en el único colegio de un pequeño pueblo— siempre estaré agradecida a Gale y a Brianna que me confiaron el cuidado de Lilly, pero ella ya se ha curado, gracias a Dios, y es normal que quiera llevar la vida de una niña sana. —Sonrió orgullosa, como si hablara de su propia hija—. Es una chica estupenda, ¿sabes? Ha empezado a ir al colegio, algo que no había hecho nunca debido a sus… circunstancias familiares y, después, a su enfermedad. Ahora solo quiere estudiar y recuperar el tiempo perdido.

—Estoy segura de que mientras ha estado contigo, no habrá perdido el tiempo. —Sarah estuvo de acuerdo con una chispa divertida en sus bondadosos ojos marrones.

—He hecho lo que he podido para que, cuando empezara a ir al colegio, fuera lo menos atrasada posible, a pesar de que algunas veces se quejaba de que era demasiado estricta. En cuanto empezó a encontrarse mejor, comenzamos a dar clases todos los días. Es una joven muy inteligente y espero que no deje nunca de estudiar.

Lilly Harford era la cuñada de Gale Strongbow, uno de los vampiros más ricos de Irlanda, y había estado muy enferma de tuberculosis dos años atrás. Un especialista al que Gale había hecho venir de Dublín les dijo, a él y a su mujer Brianna, que si querían que se curara tenían que enviarla a una clínica que estaba en el extranjero. Fue entonces cuando Gale contrató a Sarah, una maestra viuda para que la acompañara, lo que había resultado todo un acierto.

Ahora Lilly estaba curada y empezó a ir al colegio en un intento de recuperar su vida, y Sarah había comenzado a sentir que no hacía nada provechoso en casa de Gale y Brianna, aunque estaba segura de que ellos jamás le habrían dicho nada. En esa época, Killian y Gabrielle la habían visitado un día para preguntarle si le interesaría quedarse durante unas semanas con Amélie, mientras ellos se marchaban de luna de miel atrasada. Y ella había aceptado. Admiraba el trabajo que hacía Killian en La Brigada y como magistrado. Y su familia, tanto Gabrielle como Amélie, le parecían encantadoras. No, no estaba arrepentida de haber venido a Dublín, al contrario.

—Amélie, durante toda mi vida he vivido según creían los demás que debía hacerlo. He trabajado siempre como maestra y me casé con el hombre que eligió mi padre para mí. —Amélie arqueó las cejas, asombrada, porque eso no lo sabía—. Desgraciadamente, las mujeres en nuestra sociedad no tenemos muchas opciones, aunque estoy segura de que eso nunca te lo haría Killian a ti.

—No, soy muy afortunada, pero lo siento mucho por ti, Sarah. —La mujer movió la cabeza restándole importancia y provocando que su cabello castaño brillara con tonos dorados bajo la luz de las velas.

—¡Oh, no me compadezcas por eso, querida! No fui tan desgraciada como ha sonado, solía disfrutar con mi trabajo, aunque no lo hiciera con mi matrimonio. —Se mordió la lengua al darse cuenta de que estaba a punto de hablar demasiado y de que Amélie la miraba con curiosidad—. Olvídalo, solo quería decirte que estoy contenta con mi vida. Gracias a los Strongbow y ahora a vosotros, estoy viendo mundo y disfrutando de una verdadera aventura. —Amélie iba a preguntar algo más, pero llegaron a su destino.

Bajaron del carruaje ayudadas por el lacayo que viajaba junto al conductor, y subieron los cinco escalones por los que se accedía a la fastuosa mansión de piedra gris y blanca. Cuando traspasaron el umbral de la casa, entregaron a una joven doncella, impecablemente vestida de negro, sus capas, y descubrieron los vestidos que se ocultaban debajo.

El de Sarah era de un tono malva muy elegante, aunque más recatado que el de su pupila; el de Amélie era un traje de seda color azul claro con un gran escote que permitía disfrutar de sus hombros y de sus largos y elegantes brazos. Su cintura estaba sujeta por un fajín con un gran lazo trasero de un tono azul más oscuro que el resto del vestido. Como joyas, solo llevaba un collar con una perla que colgaba de una cadena de oro que había heredado de su madre. Sarah le susurró al ver cómo se colocaba discretamente el vestido:

—Estás preciosa, no te preocupes. —Se miraron sonrientes al escuchar la alegre melodía del vals que estaba de moda esa temporada, y el mayordomo las interrumpió para comentarle discretamente:

—¿La señorita desea que avise a alguien?

En ocasiones, algún miembro de una de las familias invitadas a la fiesta llegaba más tarde que el resto, y el mayordomo se encargaba de buscarlos para decirle dónde podía encontrarlos, pero ese no era el caso de Amélie. Killian, su tutor, estaba en la Toscana junto a su mujer y no había nadie que la esperara en la fiesta, ni en su casa.

Al principio, no había estado de acuerdo con Killian en contratar a Sarah para que la acompañara mientras ellos no estaban, pero con el paso de los días cada vez estaba más agradecida porque lo hubiera hecho. Antes de que se fueran no era consciente de cuánto iba a echar de menos a Gabrielle, su anterior institutriz, y a Killian, el bondadoso vampiro que se había hecho cargo de ella desde que sus padres fueron asesinados siendo ella una niña.

El salón estaba iluminado por multitud de velas y por una impresionante lámpara de estilo neogótico, forjada en bronce dorado y cristal, que colgaba del techo y que tenía cientos de luces dispuestas en cuatro pisos, fabricada en España. Las paredes lucían espejos gigantescos, cuyos marcos de madera estaban tallados con representaciones de todo tipo de figuras mitológicas cubiertas de pan de oro, que multiplicaban por mil los destellos de las valiosísimas joyas que llevaban los invitados. Los asientos repartidos por doquier y tapizados en seda adamascada de color pastel, acogían a docenas de mujeres que cotilleaban entre ellas, o a parejas que se hacían arrumacos estratégicamente escondidos detrás de algunas plantas cuyo tamaño superaban los dos metros; y algunos jóvenes que no estaban interesados en el baile, se escondieron en una sala contigua donde se habían organizado todo tipo de juegos. Mirases donde mirases, todo estaba lleno de vampiros y de humanos con ganas de divertirse en medio de una gran algarabía; además, había otra pequeña multitud circulando por los jardines y los pasillos. Sarah lo observaba todo con curiosidad, nunca había asistido a una fiesta parecida.

—Pero ¿qué hace toda esa gente paseándose por las habitaciones? —Amélie se encogió de hombros.

—Creo… no sé, es como si estuvieran viendo la casa, ¿no?

—Eso parece. Nunca he visto semejante falta de educación… —susurró la maestra, pero se disculpó enseguida—. Perdona, Amélie, sé que puedo parecer muy provinciana y seguramente lo sea. Además, no quiero que pienses que critico a tu amigo.

—¿Qué amigo? —Se volvió a mirarla repentinamente y Sarah hizo lo mismo.

—El dueño, ¿no es amigo tuyo?

—¿El profesor Dixon? —Sarah asintió.

—No es amigo mío, ya te he dicho que estoy yendo a sus clases y que por eso me ha invitado, pero sus fiestas son muy famosas —escrudiñó el salón de un vistazo—, no lo veo por aquí, puede que esté en otra sala. Bueno, bajemos, si no nos ve nadie, difícilmente nos invitarán a bailar —bromeó, aunque no tenía demasiadas ganas de hacerlo.

La verdad, que no reconocería ante nadie, era que no le apetecía estar allí, ni sonreír y menos bailar y, lo que era peor, ni siquiera sabía por qué se sentía así, pero irguió la cabeza y seguida por Sarah, comenzó a bajar los escalones para traspasar el umbral del salón de baile.

En cuanto lo hicieron, Archer, Curtis y Jack se acercaron a ella para saludarla. Los había conocido el invierno anterior, cuando había empezado a acudir a los bailes en compañía de Killian y de Gabrielle y le caían bien. Eran tres vampiros jóvenes y vivarachos sin otra ocupación que la de pasárselo bien. Pero esa noche no se sentía capaz de soportar su constante parloteo e intentó desviar su atención.

—¿Os acordáis de Sarah Brown? —La aludida inclinó la cabeza hacia los jóvenes y ellos se apresuraron a rodearla, deseando ser el primero en conseguir la aceptación de la dama de compañía de Amélie, mientras ella observaba a los bailarines en la pista hasta que una voz grave la distrajo, provocando que se volviera hacia el desconocido.

—Parece que está deseando que alguien la saque a bailar —observó intrigada al dueño de la misteriosa voz. Probablemente era el hombre más apuesto que había visto en su vida. Se trataba de un vampiro rubio de ojos azules y poseedor de una belleza inusitada. Él sonreía, seguro de su encanto, y ella lo miraba, inequívoca, a pesar de su falta de experiencia de que era tan peligroso como un demonio.

—No creo que nos conozcamos, señor… —El amplió su sonrisa, enseñando unos dientes impecablemente blancos y se inclinó en una perfecta reverencia, a la vez que se presentaba:

—Devan Ravisham, a su servicio. —Amélie arqueó una ceja al escuchar el nombre, pero correspondió a su reverencia antes de contestar:

—Amélie de Polignac. Tiene usted un nombre y un apellido curiosos, señor Ravisham.

—¿Usted cree? —Por un momento algo titiló en el fondo de los ojos azules del caballero, un destello rojizo que confirmó a Amélie lo que sabía desde que lo había visto. Que era un vampiro. Y de los peligrosos. Este no era un joven como Archer, Curtis o Jack.

A algunos humanos les costaba diferenciarlos en ocasiones, pero no a ella. Era una de las cosas buenas, entre otras, de convivir con uno desde hacía años y de haber tratado con muchos otros debido al trabajo de su tutor, como magistrado de la zona norte y jefe de La Brigada.

—Nunca se me hubiera ocurrido que Devan se pudiera utilizar como nombre y lo mismo me ocurre con su apellido, aunque por la forma de pronunciarlas no parecen las mismas palabras que yo creo haber reconocido. —Su expresión traviesa daba a entender que estaba gastándole una broma, y provocó que el vampiro entendiera por qué su mejor amigo estaba obsesionado con aquella humana.

—Ravisham no significa nada, al menos que yo sepa.

—En inglés, no, pero en francés ravissant significa encantador —él sonrió sin saber qué decir—, y Devan, en francés, aunque con una t al final, significa enfrente. Más específicamente se utiliza mucho en ballet... en avant significa hacia delante… —se interrumpió al notar que Devan miraba detrás de ella y que inclinaba discretamente la cabeza, como si hiciera una señal a alguien, pero antes de que pudiera darse la vuelta para ver a quién miraba, él la interrumpió:

—Es muy interesante. No tenía ni idea de que existieran esas palabras en francés, pero preferiría que siguiera explicándomelo mientras bailamos. —Amélie abrió la boca para decirle a Sarah, que seguía hablando con sus amigos, que se iba a bailar, pero su acompañante no la dejó comenzando a tirar de ella amablemente y sin dejar de hacerlo hasta que llegaron a la pista de baile.

Como era de suponer, era un magnífico bailarín; de esos que saben perfectamente cómo llevar a su pareja haciendo que disfrute del baile, pero su mirada inteligente y divertida le dijo que no estaba interesado en ella. Intrigada, decidió olvidarse de los buenos modales y ser sincera:

—¿Qué es lo que quiere, señor Ravisham? —Él se sorprendió, pero no permitió que eso afectara a su plan y completó un amplio giro que los encaminó a la otra punta de la pista, alejándose cada vez más de Sarah y de los demás.

—No sé a qué se refiere, Amélie. —Volvió a sonreír seguro de sí mismo—. Es posible que haya sido algo maleducado, pero no creo que mi… entusiasmo se me pueda echar en cara, en vista de que he conseguido bailar con la dama más bella de la fiesta.

Con un último giro, más amplio que los anteriores, consiguió que ella se callara para poder seguirle el paso y cuando volvió a mirar a su alrededor, se dio cuenta de que estaban junto a los grandes ventanales que daban al jardín y que, debido al extremo calor que hacía en el salón, estaban abiertos. Ravisham se dirigió hacia ellos andando tranquilamente, mientras la mantenía cogida del brazo, obligándola a acompañarlo con aparente despreocupación. Su voz incluso sonó juiciosa al decir:

—Hace un calor terrible. Si no le importa, creo que deberíamos salir un poco al jardín.

Amélie no estaba asustada, a pesar de que era muy consciente de la diferencia de estatura y de peso entre los dos, pero gracias al continuo entrenamiento de Lee, creía estar preparada para algo así. Comenzó a respirar hondo, lentamente, decidiendo mentalmente qué golpes serían los más adecuados para defenderse, pero su tranquilidad se esfumó cuando, a pocos metros de distancia, vio una figura esperándolos. Estaba vestido de etiqueta y fumaba un cigarro amparado por la oscuridad de la noche, medio oculto entre las sombras de un viejo árbol bajo el que la observaba fijamente. Su acompañante bajó los escalones tirando de ella y caminó unos cuantos pasos sobre la hierba fresca, hasta detenerse a pocos metros del árbol. Entonces, Ravisham volvió a sorprenderla:

—Si le haces daño… —el gruñido emitido por el fumador, más musculoso, aunque igual de alto que él, no lo asustó, al contrario, provocó que sonriera como si esa reacción fuera la que esperaba. Entonces se volvió hacia ella y, tomando su mano, se inclinó en un saludo formal y confesó—: Siento haber utilizado este subterfugio, señorita de Polignac, pero mi… amigo necesita hablar con usted. Espero que algún día tengamos ocasión de volver a disfrutar de un baile tan… ravissant —bromeó, demostrando que conocía la palabra. Con una última mueca burlona, se marchó, pero Amélie no se quedó mirando cómo lo hacía, sino que se volvió hacia el vampiro que había encargado que la trajeran ante su presencia. No necesitaba que le diera a la luz para saber quién era. Cian.

Lo sabía porque algo cálido comenzó a extenderse dentro de ella, una calidez que hizo que su interior volviera a la vida, pero aplastó esa sensación con el recuerdo de lo que le había hecho en un baile parecido, dos años atrás. Y se quedó mirando a su enemigo con los ojos entornados, esperando.

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