China

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Henry Kissinger

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Lo más sorprendente fue el visto bueno de China a la presencia estadounidense en una frontera que había constituido la ruta de invasión tradicional, y más en concreto, la base desde la que Japón había emprendido la ocupación de Manchuria y la invasión de la parte septentrional de China. Menos motivos tenían aún los chinos para mostrar su pasividad cuando esta postura implicaba un contratiempo en dos frentes: el estrecho de Taiwan y Corea, en parte debido a que Mao había perdido hasta cierto punto el control sobre los acontecimientos en los inicios de la guerra de Corea. Los malentendidos de una y otra parte agravaban la situación. Estados Unidos no contaba con la invasión; a China la cogió de improviso la reacción. Cada cual afianzaba con su propia actuación la interpretación errónea del otro. El proceso se saldó con dos años de guerra y veinte de marginación.

LAS REACCIONES DE CHINA: OTRO ENFOQUE DE LA PREVENCIÓN

Ningún erudito en cuestiones militares habría concebido nunca que el Ejército Popular de Liberación, apenas acabada la guerra civil, equipado tan solo con el armamento requisado a los nacionalistas, podía imponerse a un ejército moderno provisto de armas nucleares. Pero Mao no era un estratega militar convencional. Para comprender la actuación de Mao en la guerra de Corea, hay que tener claro cuál era su visión de lo que en estrategia occidental se denominaría prevención o incluso anticipación, que en el pensamiento chino combina elementos a largo plazo, estratégicos y psicológicos.

En Occidente, la guerra fría y el poder destructor de las armas nucleares han creado la idea de prevención: la amenaza de la destrucción a un posible agresor de una forma desproporcionada respecto a cualquier hipotética ganancia. La eficacia de la amenaza se mide por medio de los hechos que no se producen, es decir, las guerras que se evitan.

Para Mao, la idea occidental de prevención era excesivamente pasiva. El mandatario chino rechazaba una postura en la que su país se viera obligado a esperar para el ataque. Dentro de lo posible, Mao intentaba llevar la iniciativa, un modo de actuar que tenía puntos en común con la idea occidental de anticipación: adelantarse a un ataque asestando el primer golpe. Pero en la doctrina occidental, en la anticipación se busca la victoria y una ventaja en el ámbito militar. El enfoque de Mao sobre la anticipación difería por la extraordinaria atención que dedicaba a los elementos psicológicos. La fuerza que lo motivaba no se basaba tanto en infligir un primer golpe militarmente decisivo como en cambiar el equilibrio psicológico, y no exactamente para vencer al enemigo, sino para alterar su cálculo de riesgos. Como veremos en los capítulos posteriores, las acciones llevadas a cabo por China en la crisis del estrecho de Taiwan de 19541958, en el enfrentamiento en la frontera india de 1962, en el conflicto con los soviéticos a lo largo del río Ussuri de 1969-1971 y en la guerra chino-vietnamita de 1979 aparece el rasgo común de un golpe repentino al que sigue inmediatamente una fase política. En cuanto la cuestión psicológica queda resuelta, según los chinos, se consigue la prevención.37

En el momento en que la perspectiva de anticipación choca con el concepto occidental de prevención puede crearse un círculo vicioso: las acciones que China considera defensivas, el mundo exterior puede verlas como agresivas; las maniobras de prevención de Occidente pueden ser interpretadas como cerco en China. Estados Unidos y China han luchado con este dilema en un sinfín de ocasiones durante la guerra fría, y hasta cierto punto aún no han encontrado la forma de superarlo.

La opinión convencional ha atribuido la decisión china de participar en la guerra de Corea a la determinación estadounidense de cruzar el paralelo 38 a principios de octubre de 1950 y al avance de las fuerzas de la ONU hacia el río Yalu, la frontera entre China y Corea. Otra teoría es la de la agresividad innata de los comunistas, siguiendo el modelo de los dictadores europeos de la década anterior. Los estudios recientes demuestran que ninguna de estas teorías era correcta. Mao y los suyos no tenían planes estratégicos respecto a Corea en el sentido de poner en cuestión su soberanía; antes de la guerra, su máxima preocupación era la de mantener el equilibrio con Rusia en aquel punto. Tampoco pretendían retar militarmente a Estados Unidos. Entraron en la guerra después de largas deliberaciones y mucha indecisión, en una iniciativa de anticipación.

El desencadenante de la planificación fue el envío de soldados estadounidenses a Corea, junto con la neutralización del estrecho de Taiwan. Desde aquel momento, Mao ordenó preparar la entrada de China en la guerra coreana, con el objetivo mínimo de evitar el hundimiento de Corea del Norte, y con la meta revolucionaria máxima de echar de la península a las fuerzas estadounidenses.38 Dio por supuesto —mucho antes de que las fuerzas de Estados Unidos y de Corea del Sur hubieran superado el paralelo 38— que, a menos que interviniera China, Corea del Norte sería derrotada. El freno del avance estadounidense hacia Yalu constituía un elemento añadido. Mao opinaba que creaba la oportunidad de un ataque sorpresa y la posibilidad de movilizar a la opinión pública; no se trataba de un factor de motivación principal. Cuando Estados Unidos hubo rechazado el avance inicial de los norcoreanos en agosto de 1950, la intervención china tuvo ciertos visos de realidad; en cuanto dio la vuelta a la situación bélica y aventajó al ejército norcoreano en Inchon y cruzó el paralelo 38 se convirtió en algo inevitable.

La estrategia china suele presentar tres características destacadas: análisis meticuloso de las tendencias a largo plazo, estudio esmerado de las opciones tácticas y exploración objetiva de las decisiones operativas. Zhou Enlai inició el proceso organizando conferencias de dirigentes chinos los días 7 y 10 de julio —dos semanas después del despliegue estadounidense en Corea— con el objetivo de analizar las consecuencias que habían tenido en China las acciones emprendidas por los norteamericanos. Los participantes acordaron destinar las tropas preparadas en un principio para la invasión de Taiwan a la frontera coreana y constituir con ellas el ejército de defensa de la frontera nororiental, cuya misión iba a ser la de «defender los límites del nordeste y preparar si hacía falta el apoyo a las operaciones bélicas del Ejército Popular coreano». A finales de julio —es decir, cuando habían pasado más de dos meses después de que las fuerzas estadounidenses cruzaran el paralelo 38—, en la frontera coreana se habían reunido más de 250.000 soldados chinos.39

Durante el mes de agosto se siguieron reuniendo el Politburó y la Comisión Militar Central. El 4 de agosto, un mes y medio antes del desembarco en Inchon, cuando la situación militar seguía siendo favorable a las fuerzas invasoras norcoreanas y el frente iba penetrando en Corea del Sur, alrededor de la ciudad de Pusan, Mao, escéptico respecto a la capacidad de Corea del Norte, dijo en el Politburó: «Si los imperialistas estadounidenses salen victoriosos, se embriagarán de éxito y se encontrarán en una situación idónea para amenazarnos. Tenemos que ayudar a Corea; asistir a este país. Podemos hacerlo como fuerza voluntaria y cuando nosotros decidamos, pero hay que empezar a prepararse».40 En la misma reunión, Zhou hizo un análisis muy parecido: «Si los imperialistas estadounidenses aplastan a Corea del Norte se crecerán, se llenarán de arrogancia y estará en peligro la paz. Para asegurar la victoria, hay que aumentar el factor China; con ello puede producirse un cambio en la situación internacional. Debemos adoptar una perspectiva a largo plazo».41 En otras palabras, a lo que tenía que hacer frente China era a la derrota de Corea del Norte, que seguía con su avance, y no a la situación específica de las fuerzas estadounidenses. Al día siguiente, Mao ordenó al alto mando: «Concluid los preparativos durante este mes y estad dispuestos a seguir las órdenes para llevar a cabo las operaciones bélicas».42

El 13 de agosto, el XIII Cuerpo de Ejército de China celebró una reunión de los principales mandos militares para discutir la misión. Los participantes, a pesar de expresar sus reservas sobre la fecha límite de agosto, concluyeron: «China tiene que tomar la iniciativa, colaborar con el Ejército Popular de Corea, seguir adelante sin vacilación y acabar con las ansias de agresión del enemigo».43

Entretanto se llevaban a cabo los análisis de personal y los ejercicios sobre el mapa. Todo ello llevó a los chinos a unas conclusiones que los occidentales habrían considerado contrarias a toda lógica y que tuvieron como efecto la idea de que China podía ganar una guerra contra las fuerzas armadas estadounidenses. Según el argumento de los comunistas, los compromisos de Estados Unidos en el mundo limitarían su despliegue militar a un máximo de 500.000 efectivos, mientras que China podía echar mano de 4 millones de soldados. La proximidad respecto al campo de batalla les daba, por otra parte, una ventaja logística. Los planificadores chinos también contaban con el factor psicológico, pues la mayor parte de la población mundial iba a apoyar a China.44

Ni siquiera la probabilidad de una guerra nuclear acobardó a los planificadores chinos, tal vez porque no poseían experiencia directa en cuanto a armamento nuclear ni medios para adquirirlo. Concluyeron (no sin ciertas discrepancias importantes) que no era probable una respuesta nuclear por parte de Estados Unidos, dada la capacidad nuclear soviética y el riesgo, teniendo en cuenta el «modelo rompecabezas» del despliegue en la península, de que un ataque nuclear estadounidense contra las tropas chinas en Corea pudiera causar también destrozos en sus propias filas.45

El 26 de agosto, Zhou se dirigió a la Comisión Militar Central para resumir la estrategia china diciendo: «Pekín no debe abordar el problema coreano considerándolo meramente algo que atañe a un país hermano o una cuestión relacionada con los intereses del nordeste. Al contrario, tiene que verlo como un asunto internacional importante. Corea es, en efecto, el centro de las luchas en el mundo. [...] Después de conquistar Corea, Estados Unidos atacará sin duda a Vietnam y a otros países coloniales. Por consiguiente, el problema coreano es como mínimo la clave de Oriente».46 A causa de los últimos reveses en Corea del Norte, Zhou insistía: «Nuestro deber tiene ahora un peso mucho mayor [...] y debemos prepararnos para lo peor y hacerlo con rapidez». Zhou hizo hincapié en la necesidad de la reserva, para, en palabras suyas: «Entrar en la guerra y asestar un golpe súbito al enemigo».47

Todo esto tenía lugar unas semanas antes del desembarco anfibio de MacArthur en Inchon (previsto de antemano por un grupo de estudio chino) y más de un mes antes de que las fuerzas de la ONU cruzaran el paralelo 38. En resumen, China entró en la guerra sobre la base de una minuciosa valoración de las tendencias estratégicas y no como reacción a una maniobra táctica estadounidense o a raíz de una decisión legalista de defender la inviolabilidad del paralelo 38. La ofensiva china constituía una estrategia de prevención contra un peligro que aún no se había materializado, basada en opiniones sobre objetivos esenciales estadounidenses respecto a China que se habían malinterpretado. Era también la expresión de la función clave que ejercía Corea en los cálculos de China a largo plazo, un punto aún más importante en el mundo contemporáneo. La insistencia de Mao en su proceso tal vez estaba influida por su convencimiento de que era la única forma de remediar su aquiescencia en la estrategia de invasión de Kim Il-sung y de Stalin. De lo contrario, los otros dirigentes podían haberle acusado de empeorar la situación estratégica de China con la presencia de la Séptima Flota en el estrecho de Taiwan y de las fuerzas estadounidenses en las fronteras de China.

Los obstáculos con los que se topó la intervención china fueron tan abrumadores que Mao tuvo que hacer valer toda su autoridad para arrancar la aprobación de sus colegas. Dos de los dirigentes principales, entre ellos, Lin Biao, se negaron a aceptar el mando del ejército de defensa de la frontera nordeste con distintos pretextos, hasta que por fin Mao encontró a Peng Dehuai, un comandante preparado par asumir el cometido.

Mao se impuso, como en todas las decisiones clave, y empezaron de forma inexorable los preparativos para la entrada de las fuerzas chinas en Corea. En octubre, las fuerzas estadounidenses y aliadas se trasladaron hacia Yalu, decididas a unificar Corea y a situarla bajo la protección de una resolución de la ONU. Su objetivo era el de defender el nuevo statu quo con dichas fuerzas, que constituían técnicamente un mando de las Naciones Unidas. Así, los dos ejércitos avanzaron en sentido opuesto como predestinados; los chinos preparaban el golpe mientras los estadounidenses y sus aliados permanecían ajenos al desafío con el que iban a encontrarse al final de su marcha hacia el norte.

Zhou preparó la vía diplomática con sumo cuidado. El 24 de septiembre presentó una protesta a la ONU ante lo que denominó el esfuerzo de Estados Unidos por «extender la guerra de agresión contra Corea, organizar el ataque armado en Taiwan y ampliar la ofensiva contra China».48 El 3 de octubre, advirtió al embajador indio K. M. Panikkar que las tropas estadounidenses cruzarían el paralelo 38, añadiendo: «Si Estados Unidos pasa realmente el paralelo, no podremos quedarnos de brazos cruzados. Tendremos que intervenir. Sírvase informar de ello al primer ministro de su país».49 Panikkar respondió que calculaba que el cruce se produciría durante las doce horas siguientes, pero que el gobierno indio no sería «capaz de emprender una actuación efectiva» hasta que hubieran transcurrido dieciocho horas después de haber recibido su telegrama.50 Zhou respondió: «Esto es cuestión de los estadounidenses. La conversación de esta noche tiene como objetivo aclararle nuestra actitud sobre una de las cuestiones planteadas por el primer ministro Nehru en su carta».51 La comunicación era más para guardar constancia de lo que ya estaba decidido que para pedir la paz, como se ha dicho tantas veces.

En aquel punto apareció en escena Stalin como deus ex machina para seguir con el conflicto que él mismo había fomentado y no quería dar por terminado. El ejército norcoreano se venía abajo y el servicio de inteligencia soviético de Wonsan contaba (erróneamente) con que se produciría otro desembarco estadounidense en la costa de enfrente. Las preparaciones chinas para la intervención habían avanzado mucho, si bien todavía no eran irremediables. Stalin decidió pedir la intervención china y lo hizo en un mensaje enviado a Mao el 1 de octubre. Al ver que Mao aplazaba la decisión, aduciendo el peligro de la intervención de Estados Unidos, Stalin envió un segundo telegrama. En él insistía en que estaba preparado para brindar apoyo militar soviético en una guerra a gran escala en caso de que Estados Unidos reaccionara ante la intervención china:

Evidentemente he tenido en cuenta también [la posibilidad] de que Estados Unidos, a pesar de que no esté preparado para una guerra de envergadura, podría verse envuelto en una importante contienda por [consideraciones de] prestigio, que, por otra parte, arrastrarían a China hacia la guerra y con ella a la Unión Soviética, vinculada a China por el pacto de asistencia mutua.

¿Debemos temer esta contingencia? Opino que no, puesto que juntos tendremos más fuerza que Estados Unidos e Inglaterra; en cuanto al resto de los estados capitalistas europeos (a excepción de Alemania, incapaz hoy por hoy de proporcionar apoyo a Estados Unidos), no cuentan con unas fuerzas militares serias. Si la guerra es inevitable, hay que iniciarla enseguida y no esperar unos años a que los militares japoneses se hayan recuperado y se coloquen en el bando estadounidense, o a que Japón tenga preparada una cabeza de puente hacia el continente en forma de una sola Corea bajo el mando de Syngman Rhee.52

Aparentemente, esta extraordinaria comunicación parecía afirmar que Stalin estaba dispuesto a entrar en guerra con Estados Unidos para evitar que Corea formara parte de la esfera estratégica de este país. Una Corea unida y proestadounidense —a la que, en opinión de Stalin, tarde o temprano iba a asociarse Japón, una vez que se hubiera recuperado— presentaba, en este análisis, el mismo peligro en Asia que el nacimiento de la OTAN en Europa. Los dos bloques podían convertirse en algo difícil de controlar por parte de la Unión Soviética.

En el momento de la verdad, Stalin no se mostró dispuesto al compromiso que había contraído con Mao, ni tan solo a abordar ningún aspecto de la confrontación directa con Estados Unidos. Era consciente de que el equilibrio de poder no era favorable para el enfrentamiento, y mucho menos para una guerra de dos frentes. Pretendió comprometer el potencial militar estadounidense en Asia e implicar a China en iniciativas que exageraran su dependencia respecto al apoyo soviético. Lo que demuestra la carta de Stalin es que los estrategas soviéticos y chinos evaluaron con gran seriedad la importancia estratégica de Corea, aunque por razones distintas.

La carta de Stalin ponía a Mao en un brete. Una cosa era planificar la intervención en sentido abstracto, en parte como ejercicio de solidaridad revolucionaria, y otra llevarla a la práctica sobre todo con el ejército norcoreano al borde de la desintegración. La intervención china exigía suministros soviéticos y, sobre todo, cobertura aérea, puesto que el Ejército Popular de Liberación en realidad no contaba con unas fuerzas aéreas modernas. Así pues, cuando se planteó el tema de la intervención en el Politburó, Mao obtuvo una respuesta inusitadamente ambigua, que le hizo pensárselo dos veces antes de responder de forma definitiva. Mandó a Lin Biao (quien había rechazado el mando de las fuerzas chinas alegando problemas de salud) y a Zhou a Rusia para tratar de la posible ayuda soviética. Stalin se encontraba de vacaciones en el Cáucaso, pero consideró que podía cambiar sus planes. Obligó a Zhou a desplazarse hasta su lugar de retiro a pesar de que (o tal vez porque) desde la dacha el dirigente chino no tendría forma de comunicarse con Pekín si no era a través de los canales soviéticos.

Zhou y Lin Biao habían recibido instrucciones de informar a Stalin de que, si no se garantizaban los medios, China finalmente no seguiría adelante con lo que llevaba dos meses preparando. Hay que tener en cuenta que China iba a ser el principal escenario de operaciones del conflicto que fomentaba Stalin. La perspectiva dependería totalmente del abastecimiento y del apoyo directo que proporcionara Stalin. Cuando tuvieron que enfrentarse a esta realidad, los camaradas de Mao reaccionaron de forma contradictoria. Algunos de los que se oponían a la iniciativa incluso llegaron a plantear que había que dar prioridad al desarrollo interior. Por una vez, Mao pareció dudar, aunque tal actitud no duró más que un instante. ¿Acaso era una maniobra para obtener la garantía de apoyo de Stalin antes de que las fuerzas chinas se hubieran comprometido de forma irrevocable? ¿O realmente estaba indeciso?

Un síntoma de las divisiones internas chinas es el misterioso caso de un telegrama enviado por Mao a Stalin la noche del 2 de octubre, del que existen dos versiones contradictorias en los archivos de Pekín y Moscú.

En una de las versiones del telegrama de Mao —escrito de su puño y letra, guardado en los archivos de Pekín, publicado en una recopilación china neibu («solo de circulación interna») de manuscritos de Mao, que probablemente nunca llegó a Moscú—, el dirigente chino decía: «En Pekín hemos decidido enviar parte de nuestras tropas a Corea bajo el nombre de Voluntarios [del pueblo chino] para luchar contra Estados Unidos y su lacayo Syngman Rhee y ayudar a nuestros camaradas coreanos».53 Mao hablaba del peligro que supondría que China no interviniera diciendo: «Las fuerzas revolucionarias coreanas se encontrarán con una aplastante derrota y el agresor estadounidense causará estragos en cuanto haya ocupado toda Corea. Es algo que va en contra de Oriente en sentido global».54 Mao precisaba: «Debemos prepararnos para una declaración de guerra por parte de Estados Unidos y para la subsiguiente utilización de las fuerzas aéreas de este país, que van a bombardear las principales ciudades chinas y sus bases industriales y atacar a la vez con su armada nuestras zonas costeras». China había decidido mandar el 15 de octubre doce divisiones desde el sur de Manchuria. «En un primer estadio —escribió Mao —se desplegarán al norte del paralelo 38 y se centrarán en las tareas defensivas contra las tropas enemigas que cruzan dicho paralelo.» Mientras tanto: «Esperarán la llegada del armamento soviético. Una vez que estén [bien] equipadas, colaborarán con los camaradas coreanos en los contraataques para aniquilar a las tropas agresoras estadounidenses».55

En una versión distinta del telegrama de Mao del 2 de octubre —mandado a través del embajador soviético en Pekín, recibido en Moscú y guardado en los archivos presidenciales rusos—, el dirigente chino informaba a Stalin de que Pekín no estaba preparada para el envío de tropas. Dejaba abierta la posibilidad de que después de otras consultas con Moscú (y, daba a entender, del compromiso de más apoyo militar soviético), Pekín decidiera participar en el conflicto.

Los estudiosos analizaron durante años la primera versión del telegrama como si aquella fuera la única versión operativa; cuando surgió la segunda, algunos se preguntaron si uno de los documentos no era una invención. Lo más plausible es la explicación dada por el erudito chino Shen Zhihua: que Mao redactara la primera versión del telegrama con la intención de enviarlo, pero que, con la división existente entre los mandos chinos, se sustituyera por otro más ambiguo. La discrepancia sugiere que incluso cuando las tropas chinas ya avanzaban hacia Corea, la dirección seguía debatiendo durante cuánto tiempo tenía que esperar un compromiso definitivo de apoyo de sus aliados soviéticos antes de dar el último e irrevocable paso.56

Los dos autócratas comunistas se habían formado en una dura escuela de política de poder, cuyos principios se aplicaban en aquellos momentos mutuamente. En este caso, Stalin demostró ser la quintaesencia de la inflexibilidad. Informó con frialdad a Mao (por medio de un telegrama que entregó Zhou) de que, dada la indecisión de China, la mejor opción sería replegar lo que quedaba de las fuerzas norcoreanas hacia China, donde Kim Il-sung podía formar un gobierno provisional en el exilio. Los enfermos y discapacitados se trasladarían a la Unión Soviética. Stalin afirmó que no le importaba la presencia de estadounidenses en la frontera asiática, puesto que ya se había enfrentado a ellos en las líneas divisorias europeas.

Stalin era consciente de que lo que menos deseaba Mao, aparte de las fuerzas estadounidenses en las fronteras con China, era un gobierno provisional coreano en Manchuria en contacto con la minoría coreana que vivía allí, que reivindicaba algún tipo de soberanía y organizaba constantemente incursiones militares hacia Corea. El dirigente soviético también habría entendido que Mao ya no se podía echar atrás. En aquel punto, China tenía que escoger entre tener al ejército estadounidense en el Yalu, poniendo en peligro la mitad de la industria del país y una Unión Soviética descontenta que retirara el aprovisionamiento y tal vez reclamara sus «derechos» sobre Manchuria, o bien seguir el curso emprendido por Mao mientras continuaba regateando con Stalin. Estaba en una situación en la que tenía que intervenir, curiosamente en parte para protegerse de los objetivos soviéticos.

El 19 de octubre, después de unos días de retraso a la espera de garantías sobre los suministros soviéticos, Mao ordenó al ejército entrar en Corea. Stalin prometió un apoyo logístico importante con la única condición de que no implicara confrontación directa con Estados Unidos (por ejemplo, cobertura aérea en Manchuria, aunque no por encima de Corea).

Los recelos mutuos pesaban tanto que en cuanto Zhou volvió de Moscú, desde donde podía establecer comunicación con Pekín, al parecer Stalin ya había dado marcha atrás. Para evitar que Mao manipulara a la Unión Soviética y la responsabilizara de equipar al Ejército Popular de Liberación sin beneficiarse de atar a las fuerzas estadounidenses al combate en Corea, Stalin informó a Zhou de que no se mandarían suministros hasta que las fuerzas chinas no estuvieran ya en Corea. Mao hizo pública la orden el 19 de octubre, en efecto sin una garantía de apoyo soviético. Después de esto, se restableció el apoyo soviético prometido en un principio, si bien Stalin, cauto como siempre, limitó el refuerzo aéreo al territorio chino. Nada quedaba de la disposición expresada en su primera carta a Mao de arriesgarse a una guerra general en Corea.

Ambos dirigentes comunistas explotaron las necesidades e inseguridades mutuas. Mao consiguió suministros militares soviéticos para modernizar su ejército —determinadas fuerzas chinas afirman que durante la guerra de Corea recibió equipamiento para sesenta y cuatro divisiones de infantería y veintidós divisiones aéreas—57 y Stalin comprometió a China en un conflicto con Estados Unidos en Corea.

LA CONFRONTACIÓN CHINO-ESTADOUNIDENSE

Estados Unidos se mantuvo como observador pasivo en estas maquinaciones comunistas internas. No exploró una posición intermedia entre la detención en el paralelo 38 y la unificación de Corea, ni hizo caso de las advertencias chinas sobre las consecuencias de cruzar dicha línea. Es curioso que Acheson no las considerara comunicaciones oficiales y pensara que podían pasarse por alto. Tal vez pensara que podía hacer frente a Mao.

Ninguno de los documentos publicados hasta hoy pone al descubierto una discusión seria sobre alguna opción diplomática de una parte u otra. No se tiene constancia de que se tratara este punto en ninguna de las reuniones que celebró Zhou con la Comisión Militar Central o con el Politburó. Al contrario de lo que se ha pensado siempre, el «aviso» a Washington de no cruzar el paralelo 38 fue con toda probabilidad una táctica para distraer la atención. Llegado a este punto, Mao ya había mandado soldados del Ejército Popular de Liberación autóctonos de Corea desde Manchuria a este último país para ayudar a los norcoreanos, había trasladado una considerable fuerza militar de Taiwan hacia la frontera coreana y había prometido apoyo chino a Stalin y a Kim.

La única posibilidad que pudo haber existido para evitar el combate inmediato entre Estados Unidos y China está en las instrucciones que mandó Mao en un mensaje a Zhou, que seguía en Moscú, sobre su plan estratégico el 14 de octubre, mientras las tropas chinas se preparaban para cruzar la frontera coreana.

Nuestros soldados seguirán con la mejora del trabajo de defensa si disponen de tiempo suficiente para ello. Suponiendo que el enemigo defienda con tenacidad Pyongyang y Wonsan y no avance [hacia el norte] durante los próximos seis meses, nuestras tropas no atacarán Pyongyang ni Wonsan. Nuestras tropas solo atacarán Pyongyang y Wonsan si están suficientemente equipadas y preparadas, si cuentan con una clara superioridad frente al enemigo tanto por aire como por tierra. Es decir, durante seis meses no vamos a plantearnos emprender ninguna ofensiva.58

Es evidente que China en seis meses no tenía posibilidad alguna de alcanzar una clara superioridad en ningún campo.

Suponiendo que las fuerzas estadounidenses se hubieran detenido en la línea, de Pyongyang a Wonsan (el estrecho cuello de la península coreana), ¿se habría creado con ello una zona de contención que pudiera tranquilizar a Mao? ¿Habría cambiado algo una iniciativa diplomática hacia Pekín? ¿Se habría sentido satisfecho Mao aprovechando su presencia en Corea para renovar sus fuerzas? Tal vez la pausa de seis meses que Mao citó a Zhou habría proporcionado la ocasión para un contacto diplomático, para una advertencia militar o para que Mao o Stalin cambiaran de parecer. Por otra parte, la zona de contención en territorio hasta entonces comunista no era de ninguna forma la idea que tenía Mao de su tarea revolucionaria o estratégica. Cabe tener en cuenta, de todas formas, que el dirigente comunista era discípulo de Sun Tzu y sabía cómo aplicar simultáneamente estrategias que podían parecer contradictorias. En cualquier caso, Estados Unidos no poseía tal capacidad. Optó por una línea de demarcación refrendada por la ONU a lo largo del Yalu, que podía proteger con sus propias fuerzas y su propia diplomacia en el estrecho cuello de la península de Corea.

De esta forma, cada uno de los componentes de la relación triangular entró en una guerra que tenía todos los ingredientes de un conflicto mundial. Las líneas de batalla fueron cambiando de posición. Las fuerzas chinas tomaron Seúl, pero tuvieron que retroceder hasta que se estableció un impasse militar en la zona de combate en el marco de unas negociaciones para el armisticio, que duraron cerca de dos años, en el curso de las cuales las fuerzas estadounidenses se abstuvieron de organizar operaciones ofensivas: la solución casi ideal desde el punto de vista soviético. La opinión de la Unión Soviética era la de alargar las negociaciones, y por tanto, la guerra, tanto como fuera posible. El 27 de julio de 1953 se consiguió un acuerdo de armisticio en el que se establecía básicamente la línea de antes de la guerra del paralelo 38.

Ninguno de los participantes logró todos sus objetivos. Para Estados Unidos, el acuerdo del armisticio constituía la meta que le había llevado a la guerra: impidió el éxito de la agresión norcoreana, aunque al mismo tiempo permitió a China, en un momento de gran debilidad, enfrentarse a la superpotencia nuclear, paralizarla e impedir su avance. La solución también salvó la credibilidad estadounidense, al proteger a los aliados, pero al precio de una incipiente sublevación de estos y la discordia en el interior del país. Los observadores tuvieron que recordar a la fuerza el debate que había tenido lugar en Estados Unidos en cuanto a los objetivos de la guerra. El general MacArthur, aplicando máximas tradicionales, buscaba la victoria; la administración, al interpretar la guerra como un amago para llevar Estados Unidos a Asia —sin duda, la estrategia de Stalin—, estaba preparada para una solución militar igualitaria (y, probablemente, para un revés político a largo plazo), un resultado que se veía por primera vez en las guerras libradas por los estadounidenses. La incapacidad de casar objetivos políticos y militares puede que llevara a otros contendientes asiáticos a creer en la vulnerabilidad de Estados Unidos ante las guerras sin un claro resultado militar, dilema que apareció de nuevo con más fuerza en la vorágine de Vietnam diez años después.

Tampoco podía decirse que Pekín hubiera alcanzado sus metas, al menos en términos militares convencionales. Mao no consiguió liberar toda Corea del «imperialismo americano», como proclamaba en un principio la propaganda china. Pero había entrado en la guerra con unos objetivos más amplios y en cierta forma más abstractos, incluso románticos: hacer la prueba de fuego a la «nueva China» y dar un mazazo a lo que el dirigente chino consideraba la debilidad y pasividad históricas de su país; demostrar a Occidente (y, hasta cierto punto, a la Unión Soviética) que China era ya una potencia militar y estaba dispuesta a utilizar la fuerza para defender sus intereses; afianzar el liderazgo de China en el movimiento comunista asiático, y golpear a Estados Unidos (país que Mao creía que planificaba una posterior invasión a China) en el momento que se considerara oportuno. La contribución principal de la nueva ideología no se basaba tanto en sus ideas estratégicas como en la voluntad de desafiar a los países más poderosos y trazar su propio camino.

En un sentido más amplio, la guerra de Corea no fue solo una solución militar igualitaria. La recién fundada República Popular de China se erigió en potencia militar y en centro de la revolución en Asia. Forjó también su credibilidad en el campo militar, dejando patente que China, como adversario temible, que merecía respeto, seguiría por el mismo camino en las próximas décadas. El recuerdo de la intervención china en Corea influyó más tarde en la estrategia de Estados Unidos en Vietnam. Pekín triunfó utilizando la guerra y la propaganda de «Resistencia contra Estados Unidos, ayuda a Corea», que la acompañó, así como la campaña de depuración para alcanzar dos hitos básicos para Mao: eliminar la oposición interna frente a la dirección del partido e inculcar el «entusiasmo revolucionario» y el orgullo nacional en la población. Por medio de fomentar la indignación hacia la explotación occidental, Mao circunscribió la guerra a una lucha para «vencer la arrogancia estadounidense»; los logros conseguidos en el campo de batalla se consideraron como una forma de rejuvenecimiento espiritual después de décadas de debilidad y de injusticias en China. El país se levantó de la guerra exhausto pero con una nueva definición de sí mismo ante sus propios ojos y ante los del mundo.

Curiosamente, el principal perdedor en la guerra de Corea fue Stalin, quien había dado luz verde a Kim Il-sung para iniciarla y también había apremiado, incluso chantajeado, a Mao para que interviniera en ella con armas y bagajes. Animado por la aquiescencia estadounidense respecto a la victoria comunista en China, Stalin creía que Kim Il-sung podía repetir las mismas pautas en Corea. La intervención de Estados Unidos frustró su objetivo. Impulsó a Mao a intervenir, convencido de que con ello iba a crear una hostilidad duradera entre su país y Estados Unidos y a aumentar la dependencia de la China comunista respecto a Moscú.

Stalin acertó en la predicción estratégica, pero cometió un grave error en la valoración y las consecuencias. La dependencia de China con relación a Estados Unidos tenía dos vertientes. El rearme de China, del que se ocupó por fin la Unión Soviética, acortó el tiempo que tardó aquella en actuar por su propia cuenta. El cisma chino-estadounidense que fomentaba Stalin no llevó a una mejora de las relaciones entre la Unión Soviética y China, como tampoco redujo la opción titista de China. Al contrario, Mao calculó que podía derrotar de manera simultánea a las dos superpotencias. Los conflictos de Estados Unidos con la Unión Soviética eran tan profundos que Mao consideró que no tenía que pagar ningún precio por el apoyo soviético durante la guerra fría; es más, que podía utilizarlo como amenaza incluso sin su aprobación, como hizo en una serie de crisis posteriores. Una vez finalizada la guerra con Corea, las relaciones de la Unión Soviética con China se deterioraron en buena medida a causa de la falta de transparencia con la que Stalin estimuló la aventura de Kim Il-sung, la brutalidad con que empujó a China a intervenir y, sobre todo, el estilo mezquino con que concedió el apoyo soviético, todo en forma de préstamos reembolsables. Diez años más tarde, la Unión Soviética se convertiría en el principal adversario de China, y antes de que transcurrieran diez más se produjo otro cambio en las alianzas.

6

China se enfrenta a las dos superpotencias

Otto von Bismarck, tal vez el mejor diplomático de la segunda mitad del siglo XIX, dijo en una ocasión que en un orden mundial compuesto por cinco estados siempre es mejor formar parte de un grupo de tres. Si lo aplicamos a la interacción de los tres países que nos ocupan, deduciríamos que en este caso lo deseable sería formar parte de un grupo de dos.

Esta verdad escapó durante quince años al principal componente del triángulo formado por China, la Unión Soviética y Estados Unidos, en parte a causa de las insólitas maniobras de Mao. En política exterior, a menudo los estadistas cumplen con sus objetivos creando una confluencia de intereses. La política de Mao se basó en lo contrario. Aprendió a explotar las hostilidades superpuestas. El conflicto entre Moscú y Washington constituyó la base estratégica de la guerra fría; la hostilidad entre Washington y Pekín dominó la diplomacia asiática. De todas formas, los dos estados comunistas nunca se coaligaron en su hostilidad hacia Estados Unidos —excepto durante la guerra de Corea, y durante un breve tiempo y de forma parcial— por la creciente rivalidad entre Mao y Moscú sobre la primacía ideológica y el análisis geoestratégico.

Desde el punto de vista de la política de poder tradicional, evidentemente, Mao nunca estuvo en situación de actuar en plan igualitario en la relación triangular. Era con diferencia el miembro más débil y vulnerable del grupo. Ahora bien, en su capacidad de aprovechar la hostilidad mutua entre las superpotencias nucleares y crear la impresión de ser impermeable a la devastación nuclear, consiguió que China se convirtiera en una especie de refugio diplomático. Mao añadió una nueva dimensión a la política del poder, una dimensión de la que personalmente no conozco precedentes. En lugar de buscar apoyo de una u otra superpotencia —como habría aconsejado la teoría tradicional sobre el equilibrio de poder—, explotó el temor existente entre la Unión Soviética y Estados Unidos y desafió simultáneamente a ambos rivales.

Un año después de la guerra de Corea, Mao se enfrentó militarmente a Estados Unidos en la crisis del estrecho de Taiwan y, acto seguido, pasó a la confrontación ideológica con la Unión Soviética. Se sintió seguro en las dos iniciativas, pues calculó que ninguna de las dos superpotencias permitiría que la otra le hundiera. Con ello aplicó de forma muy inteligente la estratagema de la ciudad vacía de Zhuge Liang, que se ha descrito antes, convirtiendo la debilidad material en un recurso psicológico.

Después de la guerra de Corea, los versados en los asuntos internacionales —en especial los expertos occidentales— pensaban que Mao optaría por un período de tregua. Desde la victoria de los comunistas, apenas habían vivido un mes de tranquilidad, ni siquiera aparente. La reforma agraria, la puesta en marcha del modelo económico soviético y la destrucción de la oposición interna habían sido los principales puntos de una agenda de lo más apretada. Al mismo tiempo, aquel país aún bastante subdesarrollado entró en una guerra con una superpotencia nuclear que contaba con una tecnología militar muy avanzada.

Mao no tenía intención de pasar a la historia por las treguas que concedía a su sociedad. Al contrario, lanzó a China hacia nuevas convulsiones: dos conflictos con Estados Unidos en el estrecho de Taiwan, el inicio de un enfrentamiento con la India y la controversia ideológica y geopolítica cada vez más marcada con la Unión Soviética.

Para Estados Unidos, en cambio, el fin de la guerra de Corea y la llegada de la administración de Dwight Eisenhower marcó la vuelta a la «normalidad» interna, que había de durar hasta finales de la década. En el ámbito internacional, la guerra de Corea se convirtió en el paradigma del compromiso del comunismo hacia la expansión por medio de la subversión política o la agresión militar cuando las circunstancias lo permitían. Otras partes de Asia lo corroboraron: la guerra de guerrillas en Malaisia; la violenta tentativa de los izquierdistas de Singapur de hacerse con el poder, y, cada vez más, en las guerras en Indochina. Donde falló en parte la visión estadounidense fue al considerar el comunismo como un monolito y no saber captar la profunda desconfianza existente, ya en aquellos primeros estadios, entre los dos gigantes comunistas.

La administración de Eisenhower abordó la amenaza de la agresión con métodos que se habían aplicado en la experiencia europea de Estados Unidos. Intentó apoyar la viabilidad de países fronterizos con el mundo comunista siguiendo el ejemplo del Plan Marshall y estableció alianzas del estilo de la OTAN, como la Organización del Tratado del Sudeste Asiático (SEATO), entre las nuevas naciones colindantes con China en el sudeste de Asia. No se planteó las diferencias básicas entre las condiciones de Europa y las de la periferia de Asia. Los países europeos de la posguerra eran estados consolidados con instituciones complejas. Su viabilidad dependía de acortar distancias entre las expectativas y la realidad, una brecha abierta por los estragos causados en la Segunda Guerra Mundial. Este proyecto de gran envergadura pudo aplicarse en un período de tiempo relativamente corto.

Una vez asegurada la estabilidad interna, el problema de seguridad pasó a ser el de defensa frente a un posible ataque militar proveniente del otro lado de las fronteras establecidas en el ámbito internacional.

Sin embargo, en Asia, alrededor de las fronteras de China, los estados seguían aún en proceso de formación. Surgía el reto de crear instituciones y consenso político partiendo de las divisiones étnicas y religiosas. Se trataba de una tarea más conceptual que militar; la insurrección interna o la guerra de guerrillas constituían un peligro mayor contra la seguridad que las unidades organizadas que cruzaban las fronteras militares. Este era el problema en concreto de Indochina, donde el fin del proyecto colonial francés había dejado cuatro países (Vietnam del Norte, Vietnam del Sur, Camboya y Laos) con controvertidas líneas fronterizas y con tradiciones de poco calado respecto a la independencia nacional. Estos conflictos seguían su propia dinámica, sin control por parte de Pekín, Moscú o Washington, si bien el triángulo estratégico ejercía sus influencias en ellos. Por consiguiente, en Asia se planteaban pocos desafíos militares, por no decir ninguno. La estrategia militar y la reforma política y social estaban estrechamente vinculadas.

LA PRIMERA CRISIS EN EL ESTRECHO DE TAIWAN

Pekín y Taipei anunciaron públicamente lo que constituían dos versiones encontradas de la misma identidad nacional china. Desde la perspectiva nacionalista, Taiwan no era un Estado independiente, sino la sede del gobierno en el exilio de la República China, desplazada temporalmente por los usurpadores comunistas —como insistía la propaganda nacionalista—, que volvería para recuperar su legítimo lugar en el continente. Según el punto de vista de Pekín, Taiwan era una provincia renegada, cuya separación del continente y cuya alianza con las potencias extranjeras constituía el último vestigio del «siglo de humillación» vivido por China. Los dos bandos chinos estaban de acuerdo en que Taiwan y el continente formaban parte de la misma entidad política. El desacuerdo estribaba en qué gobierno chino era el legítimo.

Washington y sus aliados se planteaban a menudo la idea de reconocer a la República de China y a la República Popular de China como estados distintos: la llamada doble solución china. Los dos bandos chinos rechazaban con vehemencia la propuesta alegando que con ello se les impedía cumplir con la sagrada obligación nacional de liberarse del otro. Washington, en contra de la opinión expresada al principio, ratificó la postura de Taipei, según la cual la República de China era el «auténtico» gobierno chino, el que tenía derecho a ocupar el lugar de China en la ONU y en otras instituciones internacionales. El secretario de Estado adjunto para Asuntos Orientales de Estados Unidos, Dean Rusk —que más tarde sería secretario de Estado—, expresó su postura ante la administración de Truman en 1951 declarando: «A pesar de que las apariencias podrían llevar a pensar lo contrario, el régimen de Peiping [nombre que los nacionalistas daban a Pekín]... no es el gobierno de China. [...] No es China. No tiene derecho a hablar en nombre de China en la comunidad de naciones».¹ La República Popular de China, con su capital en Pekín, era, para Washington, una entidad legal y una nulidad diplomática, pese a que controlaba la mayor población del mundo. Esa sería la postura de Estados Unidos, con alguna variación de poca importancia, durante los veinte años siguientes.

La consecuencia no prevista de aquella coyuntura fue la implicación de Estados Unidos en la guerra civil china. Bajo la perspectiva que tenía Pekín de los asuntos internacionales, dicho compromiso corroboró que esta superpotencia era la última de las que habían conspirado durante un siglo para dividir y dominar China. Pekín opinaba que mientras Taiwan siguiera como autoridad administrativa aparte y recibiera ayuda política y militar extranjera el proyecto de fundar una «nueva China» permanecería inconcluso.

Estados Unidos, aliado básico de Chiang, no estaba muy motivado para iniciar la reconquista nacionalista del continente. Si bien los partidarios de Taipei en el Congreso pedían periódicamente a la Casa Blanca que «soltara a Chiang», ningún presidente de Estados Unidos se planteó en serio una campaña encaminada a dar la vuelta a la victoria comunista en la guerra civil china, una fuente de profundos malentendidos en el bando comunista.

La primera crisis directa en Taiwan estalló en agosto de 1954, poco más de un año después del fin de las hostilidades en la guerra de Corea. Tuvo como pretexto una peculiaridad territorial de la retirada nacionalista del continente: la presencia continua de las fuerzas nacionalistas en unas cuantas islas totalmente fortificadas, situadas a un tiro de piedra de la costa china, entre las cuales se encontraban Quemoy, Mazu, y algún escollo aún más reducido, todas ellas más cercanas al continente que a Taiwan.² Según la opinión de unos u otros, las islas constituían la primera línea de defensa de Taiwan, o, como proclamaba la propaganda nacionalista, su base operativa de vanguardia para una posible reconquista del continente.

Las islas cercanas a la costa fueron el curioso escenario de dos importantes crisis en un período de diez años, durante el que, en un momento determinado, tanto la Unión Soviética como Estados Unidos mostraron su disposición de recurrir al armamento nuclear. Ninguna de estas dos superpotencias tenía un interés estratégico específico por las citadas islas. Tampoco lo tenía China, como se demostró más tarde. Sin embargo, Mao las utilizó para establecer un principio general sobre relaciones internacionales: como parte de su estrategia global contra Estados Unidos en la primera crisis y contra la Unión Soviética —sobre todo contra Jruschov— en la segunda.

Quemoy, en su punto más cercano, estaba a un par de millas de la principal ciudad portuaria china: Xiamen; Mazu se encontraba a una distancia similar de la ciudad de Fuzhou.³ Todas estas islas podían observarse a simple vista desde el continente y estaban a tiro de la artillería. Entre Taiwan y el continente había más de cien millas. Una sólida resistencia nacionalista rechazó las incursiones de 1949 del Ejército Popular de Liberación contra las islas de la costa. El envío de Truman de la Séptima Flota al estrecho de Taiwan, al principio de la guerra de Corea, obligó a Mao a aplazar indefinidamente la invasión que había planificado de Taiwan y las llamadas de Pekín a Moscú en apoyo de la «liberación» total de Taiwan recibieron como respuesta evasivas: un primer paso hacia el distanciamiento definitivo.

La situación se hizo más compleja cuando Eisenhower sucedió a Truman en la presidencia. En su primera alocución sobre el Estado de la Unión el 2 de febrero de 1953, Eisenhower anunció que se ponía fin al patrullaje de la Séptima Flota en el estrecho de Taiwan. Puesto que la flota había evitado ataques en las dos direcciones, Eisenhower argumentó: «La misión implicaba, en efecto, que la armada estadounidense era imprescindible como arma defensiva de la China comunista». Todo ello a pesar de que las fuerzas chinas mataran a soldados estadounidenses en Corea. Retiraban la flota del estrecho, pues, como concluyó Eisenhower: «Ahora no tenemos ninguna obligación de proteger a una nación que lucha contra nosotros en Corea».4

En China, el despliegue de la Séptima Flota en el estrecho se había considerado la principal maniobra ofensiva de Estados Unidos Curiosamente, la retirada en aquellos momentos creaba el marco para una nueva crisis. Taipei empezó a reforzar Quemoy y Mazu con miles de soldados más y un importante contingente de armamento militar.

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