Chime

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Capítulo 4

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Capítulo 4

 

¡Como una pequeña y hermosa Rosy!

Ciento ochenta y tres pasos hacia el río.

Bajé corriendo a la orilla.

Ciento ochenta y tres…

Otras pisadas ahora, uniéndose a las mías… no, lanzándose sobre las mías, atrapándome.

—Tú no puedes venir. —Lancé las palabras sobre mi hombro.

Pero Eldric ya estaba a mi lado.

—Tu padre hizo un plan —dijo él—. Tú y yo buscamos en el pantano, mientras él y mi padre buscan en el prado.

Ciento ochenta y tres pasos.

—Y él me dio una Bible Ball.

—Entonces cuida tus pies —le dije—, de lo contrario el pantano te tendrá para la cena. —

Los Horrors no podían tocarlo, no si él llevaba una Bible Ball.

—Tu padre dice que conoces el pantano mejor que nadie. —Eldric corrió detrás de mí en sus silenciosas patas de león.

Pero habían sido tres años. Yo había cambiado; quizás el pantano había cambiado.

—Cuida tus pies.

Ciento ochenta y tres pasos se recorren enseguida. Doblamos sobre el sendero, corriendo al lado del río.

—Tengo Bible Balls para ti y para Rose —dijo Eldric.

El puente se alzaba adelante. ¿Cuántos pasos? Rose lo sabría. Yo ya estaba sin aliento.

Había perdido a la vieja Briony, hace mucho la chica lobo podía correr sin parar a través del pantano.

Salpiqué sobre las piedras al pie del puente, tratando de mantener mi propio ritmo. Mi respiración se puso caliente y agitada.

—No puedes ayudar a Rose si sobrecargas tu fuerza. —Eldric me tomó del brazo, frenándome en el trote—. Sé que has estado enferma —dijo—. Enferma por casi un año.

No puedo ni siquiera imaginarlo. Por favor no te agotes a ti misma y hagas que yo tenga que rescatarte.

Podría haber sonreído, pero el problema con los puentes es que ellos suben antes de bajar, y yo no tenía la fuerza. Era verdad, yo había estado enferma por un largo tiempo. Tuve una especie de extraña enfermedad que me hizo sentir como si fuera una caja de música en busca de cuerda, moviéndome y pensando más lento cada día que pasaba. Pensando…

eso era lo peor. Estoy acostumbrada a ser inteligente, no torpe.

Subimos a la cima del puente. En descenso ahora, al pantano.

El pantano no había cambiado. Qué suerte tenía de poder verlo otra vez, antes de que el Sr. Clayborne drenara el agua. Estaba justo como lo recordaba, una eternidad de barro y agua, agua y barro y, al oeste, la negrura de los árboles.

—Rose no ha dejado pistas —dijo Eldric.

No lo había hecho, no podía. El pantano es demasiado lodoso y fluido y ventiscoso para mantener una huella. En abril, el pantano huele a invierno, pero la nieve se ha derretido; la temporada de barro ha comenzado. Más allá de los tramos de barro y agua, estaba el fin del mundo, donde el aire se volvía azul.

Pero la tortuga Rose nunca podría correr hasta el fin del mundo, no en un cuarto de hora.

A diferencia de mí, ella nunca había sido rápida. Señalé a la negrura de árboles.

—¿Está en el bosque? —preguntó Eldric.

—El Cenagal. —Pero si ella no estaba… Para, Briony. Haz un plan.

—Hay tres tramos hacia el pantano. Estamos sobre las Llanuras ahora, que es todo juncos y aguas poco profundas. Rose no se haría ningún daño aquí.

A menos que uno de los Horrors…

¡Para!

—En otros cuatrocientos metros, entraremos en los Rápidos. Esa es la parte a la que le gusta tragar. Si no sufrió un accidente allí, estará en el Cenagal. Pisa sólo donde yo piso a través de los Rápidos. Son sólo tres kilómetros, pero cada paso es traicionero. Cuando lleguemos al Cenagal, ve adelante. —No necesitaba decirle que yo no podría seguirle el ritmo.

—Tú necesitaras tu Bible Ball —dijo Eldric.

Agarré una hoja de papel arrugado de su palma. Era extraño que una cosa tan pequeña mantuviera a salvo a una persona en el pantano… a menos que esa persona sea Briony Larkin, quien no es en realidad una persona, lo cual es la razón por la que ella no necesita una Bible Ball. Los Horrors no pueden herirla: es un horror por sí misma.

—Tu sigue a Rose —dije—. La encontrarás primero.

El viento cantaba a través de los juncos.

—¡Ama! —dijo una voz y otra—. ¡Ama! —Y ahora un coro de voces melancólicas, llamándome por mi nombre. O, más bien, el nombre con el que los Antiguos me llamaban cuando yo era una chica lobo, de vuelta en los días cuando yo solía vagar por el pantano.

—¿Dónde has estado, Ama?

—¡Un tiempo tan inmenso para esperar el lejano momento!

—Sí, un inmenso tiempo.

—Escucha el viento —dijo Eldric—. Es precioso, la forma en que sopla a través de los juncos.

Asentí. Eldric sólo veía los juncos, sólo escuchaba el viento. Él no tenía la segunda vista.

La segunda vista.

Traté de no creerle a Madrastra cuando me dijo que era una bruja. Yo sabía que tenía razón, pero traté de hacer un caso para mí, picoteando en las pruebas que Madrastra ofrecía…

fisgoneando todo, dándole la vuelta, diciendo que no existía. Luego metiéndome en otro poco, y otro, hasta que Madrastra se apiadó de mí. Si yo no era una bruja, preguntó,

¿cómo era entonces que tenía la segunda vista?

—¡Háblanos, Ama! ¡Cuéntanos nuestra dulce historia!

Madrastra se había inclinada hacia mí entonces, tomando mi mano entre las suyas. Sus manos siempre estaban frías.

—No te lo diría si no estuviera obligada a hacerlo —dijo—. Yo sólo quiero tu felicidad.

Era verdad. Madrastra no quiso nada más que lo mejor para nosotras. Ella quería que siguiéramos nuestros sueños, ayudando en todo lo que podía. Se aseguró de que siempre tuviera papel, tinta y plumas; se aseguró de que tuviera privacidad al escribir. E incluso Rose… bueno, a Madrastra nunca le importaron los trozos de papel que Rose esparcía por la Casa Parroquial; a ella nunca le importó ayudar a Rose a cortarlos en pedacitos, para pegarlos en collages.

—¡Ama!

Las voces de los Espíritus de los juncos, se debilitaron.

—¡Cuéntanos nuestra dulce historia!

¿Los Espíritus de los juncos sabían qué había pasado con las historias que había escrito para ellos? ¿Sabían que esas historias se habían quemado?

El barro y agua de las Llanuras dieron paso al agua y barro de los Rápidos. Las gotas escurridas se convirtieron en difíciles chorros; la tierra se estremeció.

—¡Ama!

Qué extraña sensación: yo nunca había ignorado los Espíritus de los juncos antes. No era simplemente que no podía hablar con ellos en frente de Eldric. Era que no debía volverles a hablar, nunca. Madrastra había sido muy clara. Ella me había dicho una y otra vez: Briony el pantano más los Antiguos es una combinación explosiva.

Había roto mi promesa ahora, pero Madrastra podía entenderlo: Tenía que rescatar a Rose.

Le di toda mi atención a los Rápidos, a las gruesas plantas y la húmeda ciénaga que lamían sus labios mientras pasabas.

—Cuidado —dije—. Los Rápidos siempre están hambrientos.

Nos arrastramos alrededor de los reflejos de agua espumosa y juncos fangosos. Mis pies querían correr, pero mi cabeza me decía que no fuera tonta. No podía ayudar a Rose desde el fondo de una ciénaga. ¡Paciencia! Los Rápidos tenían sólo tres kilómetros de largo… ¡ni siquiera tres kilómetros! Pero un kilómetro y medio duraba para siempre en los Rápidos.

—¿Qué es ese olor? —dijo Eldric

—Estamos cerca a las Snickleways. Tienen un olor terrible.

—¿Snickleways? —preguntó Eldric.

—Vías fluviales… las verás en un momento; cortan un pedazo a través de todo el Cenagal.

No te tragarán… a menos que no puedas nadar. Debes correr… ¡ahora!

Él corrió terriblemente rápido, lo cual era deprimente. Yo solía correr muy rápido. Detente ahora, Briony: eso suena como a celos, y sabes que sucede cuando te pones celosa.

Los celos de la bruja crean tormentas de fuego, vientos fuertes, inundaciones… desastres de magnitud bíblica. ¡No podría Padre estar orgulloso!

Me agaché a través de una maraña de maleza y espinas de un negro abeto. Los snickleways eran del color del té, cruzando el Cenagal, después doblándose de nuevo hasta entrecruzarse.

—¡Rose! —llamé.

—¡Rose! —llamó Eldric, en el fondo del Cenagal.

Me deslicé a través de ramas retorcidas, me sumergí en la primera snickleway, con dificultad a través del fango.

—¡Rose! —Emergí cubierta de barro hasta el pecho.

—¡Rose! —gritó Eldric.

Aparté helechos viejos. Me coloqué en contra del barro succionador de pies.

El agua capturó pedazos de mi reflejo. Ahora un ojo oscuro, ahora una nariz delgada, ahora una caída de cabello brillante. Una cara perteneciente a una niña destrozada. Una niña, esparcida a través del Cenagal.

—¡Rose! —llamé.

¡Grita, Rose! Eres muy buena gritando. Vamos, pincha directamente en el oído, aplastando por debajo.

Nunca perdí mi brújula interna, aunque cada lugar tenía múltiples copias de sí mismo. El snickleways se veía igual, escoria, suciedad y lentejas de agua y agua de té y el fragmento de reflejo. El barro se veía igual, cada cucharadita, al igual que los árboles y troncos y los helechos y palos.

—¡Rose!

Me caí dentro del snickleways y salí, desprendiendo olor a azufre y huevos podridos.

La chica lobo Briony nunca solía caerse. Ella se deslizaba silenciosamente a través del Cenagal; podía correr para siempre. Pero ahora han pasado tres años, y sé que todos los lobos han muerto. ¿No es la educación una cosa maravillosa?

Otro snickleway, más vapores de huevo y azufre, que sacaban lágrimas de mis ojos. Pero eran lágrimas falsas de bruja, no de personas reales. Las brujas no pueden llorar.

—¡Rose!

Más té-oscuro agua. El ardor del azufre se agudizó; mi lengua se arquea y escupe. Mis manos y piernas tiemblan; me tropiezo con los trozos de mi cara. Salí de la suciedad, escuché, tropecé, salí de la suciedad, escuché…

La marca registrada del grito de Rose, distante, pero inconfundible.

—¡Rose!

—¡Los incendios son peligrosos! —La voz de Rose.

Un estrépito ahora, Eldric y yo corriendo, convergiendo hasta Rose.

Corremos uno al lado del otro, Eldric y yo. Corremos a través de los árboles cubiertos de musgo.

—¡Los incendios son peligrosos!

Pero hay otras voces.

—¡Rosy, querida!

—¡Toma mi mano, Rosy!

¡Las voces de chicas!

—¡Tan hermosa que eres, Rosy!

Eldric y yo, nos adentramos hacia el abeto negro.

—¡Los incendios son peligrosos!

Una penumbra verde ahora. Agujas de luz solar, mirando el cabello de Rose.

—¡Los incendios son peligrosos! —Ella quieta gritando, con los ojos cerrados.

—Tenemos algunos visitantes —dijo la voz de una chica.

La chica estaba… mira arriba, Briony; tienes que mirar arriba. Más alto… ¡en la copa de los árboles!

Tres figuras apuestas y llamativas a través de los árboles.

—¡Una hermosa Rosy!

Ellas se sentaron a horcajadas en las ramas negras… ¡ninguna escoba para estas brujas de Swampsea!

—¿No quisieras venir con nosotras?

Mis dedos crujieron alrededor de la Bible Ball.

—¡Aléjense de ella!

Las capas negras, las ramas retorcidas, se arremolinaban alrededor de Rose.

—¡Te puedes convertir en una hermosa y pequeña bruja, Rosy!

Rose se llevó las manos a los oídos.

¿Qué si yo proclamaba mi propio status de bruja? ¿Dejarían a Rose en paz… honor entre ladrones, y todo eso? Pero no podía, no con Eldric escuchando. Negué con la Bible Ball en un puño hacia ellas.

—Oh, ¡estoy tan asustada! —dijo una de las brujas, aunque la rama que ella montaba se sacudió, como un caballo asustado. Mechones de su pelo color zanahoria, flotando de su capucha.

—Estoy temblando en mis bragas —dijo otra.

—¡Una lamentable mentira! —dijo la tercera—. ¡Tú no usas bragas!

—¡No hay bragas para las brujas! —Cómo gritaban y reían.

Me lancé hacia adelante, moviendo la Bible Ball hacia ellas.

—¡Miren los ojos que tiene! —dijo la pelirroja—. Son como carbones.

Las brujas se levantaron sobre sus ramas, chillando de la risa.

—Está bien no usar bragas. —La pelirroja otra vez—. Mira Rosy, será como un trato.

Rose no miró.

Agujas de pino se arremolinaron en nuestros pies, agitadas por un viento antinatural.

Olí el aroma ácido de la maleza, proveniente de la magia. El viento girando hasta hacer un mini torbellino, un tornado de agujas de pino, en espiral arriba y abajo de las brujas.

Ahora, por fin, las capas decidieron seguir las leyes de la naturaleza, ondeando arriba y hacia afuera, dejándonos con una vista espectacular de los tres traseros desnudos.

Mis manos saltaban como pájaros asustados. Debería haber desviado la mirada, pero la vista era horriblemente fascinante. Fascinantemente horrible. Eldric agarró mis manos de pájaro, y juntos nos quedamos mirando las tres ramas retorcidas rodeando el claro del bosque, a las lunas gemelas de sus traseros.

Las brujas rieron. Este no era el cacareo de unas viejas brujas sino unas carcajadas aniñadas.

Eldric y yo miramos. Las brujas descendieron en círculos sobre Rose. Más risas mientras se alejaban, una de ellas tenía la cinta para cabello de Rose colgando en su dedo.

—¡Ahora chicas, hacia los otros! —Las brujas se zambulleron sobre nosotros. Eldric y yo nos agachamos —de lo contrario, ellas nos chocarían— pero las ramas se inclinaron hacia atrás, entonces se cernieron sobre nosotros a la distancia de una brazada de Eldric. Hubo un acomodo de piernas y capas. Ellas rieron y rieron mientras nosotros nos incorporábamos, mirando hacia arriba a sus partes femeninas.

Eldric apretó mis manos de pájaro. Levanté mi barbilla del pecho. Sentí arder mi cara con mi propia sangre caliente, porque una niña alabastro es una cosa terrible de ver… los tonos de color carmesí vienen pero nunca se van.

Sentí más que ver, a las brujas dando vueltas, aumentando su ritmo, ahora por encima de los árboles, ahora fuera de vista. Sin embargo, sus gritos agudos de diversión soplaban hacia nosotros sobre el viento antinatural.

El viento antinatural… piensa sobre eso, Briony. Piensa acerca de cualquier otra cosa en vez de lo que estás pensando, no debes nombrarlo, porque entonces vas a pensar en eso.

El viento antinatural es un perfecto recuerdo de cosas en tu mente. Te harán recordar como herir a Rose. Te harán recordar los columpios, el calor de las enaguas, los gritos de Rose… esos gritos como agujas de tejer, que aún cuando Rose tenían sólo siete años, ya sonaban justo como suenan hoy.

Debes recordar para poder odiarte a ti misma. Han pasado diez años, pero no debes permitirte olvidar lo que le debes a Rose.

Era el día de Pascua, Rose y yo nos vestimos con nuestros blancos y espumosos vestidos.

Fue un día espumoso: la brisa de las flores de primavera, la espuma del encaje en el sombrero de Madrastra, el calor de las enaguas cuando Rose y yo nos elevábamos más y más alto en los columpios.

Madrasta no era madrastra aún; pasarían años antes que ella y Padre se casaran. Sin embargo nos conocía bien, a Rose y a mí. Quizás ella tenía la intención de ayudar al pobre reverendo Larkin con sus hijas sin madre. Eso sería muy de ella, Padre estaba siempre preocupándose porque no sabía cómo educar a las niñas apropiadamente. Pobre hombre, su esposa murió en el parto.

Recuerdo claramente cómo los dedos de Madrastra volaban como colibríes. Como ella jugaba a atrapar nuestras piernas, pretendiendo tirarnos. Como ella tiró de las piernas de Briony, de las piernas de Rose, de las piernas de Briony, de las piernas de Rose. Las piernas de Rose. Rose… Rose… Rose.

Cuando estás celosa, tu saliva se convierte en ácido. Cuando estás celosa, te comes de adentro hacia afuera.

Cuando estás celosa, y cuando eres una Briony Larkin de sólo siete años, y cuando eres una bruja, tú levantas el viento. Un viento que hace que Rose gima y se queje; un viendo que hace a Rose gritar y hace que ella prefiera no columpiarse; un viento que hace a Rose perder su agarre de las cuerdas; un viento que la hace caer, por lo que su cabeza se golpea con una roca.

Sería una historia mejor si pudiera describir como su cráneo hizo un fuerte crujido, si pudiera describir como su sangre se acumuló en la roca, como la hierba seca y mate estaba en su pelo amarillo. Pero he aprendido que la vida es menos emocionante y más horrible que las historias.

Sin golpe, sin sangre, sólo Rose arrugada en el suelo. Sólo Rose gritando.

Rose gritando. Rose gritando en el recuerdo del columpio; Rose gritando ahora en el Cenagal.

Eldric apretó mi mano.

—¡Eso duele!

—¡Lo siento! —dijo Eldric a la vez.

—Vamos adelante, tápate los oídos —dije, sin mirar, nunca mirando hacia él, nunca miraría hacia él otra vez. Mi cara debió estar en todo su reflejo carmesí, el cual duraba para siempre—. Esto no es brusco, incluso no lo es cuando Rose está gritando… —Las agujas de pino derivaban alrededor de nuestros pies.

—¡Pero no quiero perderme de nada!

¿Qué podría ser, no querer perderse de nada? Cómo de aburrido es estar siempre agarrándose de los trozos de la vida. Miré a Eldric ahora, pasando por encima de Rose, doblándose sobre ella, preguntándole si quizás había sido herida. Me senté a los pies de un aliso, me incliné contra el tronco, esperando. La luz de las agujas se reflejaban en el oro pálido de los cabellos de Rose. Me sentí un poco lejos de mí misma, como sentada en la audiencia de una película de mi propia vida.

No habría sorpresas en esta producción. Yo estaría cuidando a Rose en cada escena. En la siguiente escena, por ejemplo, el telón podría abrirse sobre mi colgando sobre la cama enferma de Tiddy Rex, comparándolo con la tos de Rose. No debería descuidar mi papel en esta escena, incluso aunque se me acababa de ocurrir que una persona con la tos del pantano sería incapaz de gritar tan entusiastamente. Pero no podría correr ningún riesgo.

Es mi culpa que Rose sea como es.

Es mi culpa que Rose grite. Gritó esta mañana, estaba gritando ahora. Ella gritó como un río, el río más largo que puedas imaginar y, de vez en cuando, las palabras regresaron a la superficie, como palos. Pude distinguir las palabras, aunque dudaba que Eldric pudiera.

Rose gritó por su cinta para el cabello. Era su cinta favorita y hacia juego con su vestido.

Y aunque no lo dijo, yo sabía que sin la cinta, se rehusaría a usar el vestido.

Rose es meticulosa acerca de los colores.

Fin de la historia, Briony. Conoces las reglas. Tienes que decirte a ti misma los otros horribles y aburridos eventos. Tienes que saltar de tu propio columpio, con la esperanza de que podrías herirte, sólo un poco, de modo que Madrastra también haría un escándalo sobre ti. Esa Madrastra que pasó un tiempo agachada junto a Rose, tocando su cabeza. Los colibríes habían volado de sus dedos.

Esa Madrastra se levantó y miró hacia abajo. Hizo que miraras hacia ella, a la tajante V

de su mandíbula, a las aberturas delgadas de sus fosas nasales. Ella esperó un rato para hablar.

“¡Oh, Briony!”. Eso fue todo lo que dijo al principio y luego: “No debemos decirle a tu padre”.

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