Chime

Chime


Capítulo 31

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Capítulo 31

El Juicio

 

Era el último día de mi juicio. Los espectadores habían llegado temprano; las bancas estaban casi llenas. Por qué, no lo sé. No habría sorpresas. He sido demandada. He confesado todo. Todo mundo sabe lo que en el dictamen debe ser.

Rose, Padre y Eldric están sentados en primera fila. No quiero mirarlos, pero mis ojos están fuera de control. Ahí están, mirando la corbata de Eldric, mirando las mangas de tweed; sobre un bulto de gasa, hinchados en los cachetes como un pudín navideño.

Haré que mis ojos obedezcan. Miro lejos, por las ventanas. Está nevando. Este juicio ha sido largo. Estamos cerca de Adviento, la temporada de las bodas sorpresa. Sin embargo, no creo que deberían de importarme ninguna de ellas.

—¡De pie! —Mis manos saltan al escuchar la voz del agente judicial. Una marea fría surge desde abajo.

Me siento más mareada cuando me pongo de pie. El Dr. Rannigan dice que debería estar en cama. Él dice que no estoy bien. Dice que debería estar en una cama calientita, no en una húmeda litera, no en una celda fría. El Juez Trumpington me dio permiso de permanecer en la Casa Parroquial. Él dijo que podía contar con que el reverendo me traería a mis compromisos al palacio de justicia.

Pero no me quedaría en la Casa Parroquial. Una cosa es que una persona se entere que eres una bruja. Es otra muy diferente que se entere que eres un asesino. Casi me olvidé de que soy una bruja ahora que sé que soy un asesino —una asesina, en realidad—. Asesina suena mucho peor.

El Juez Trumpington se aclara la garganta. Va a iniciar. Estoy acostumbrada al ritmo de su discurso. El Brownie se sienta al borde de mi falda. Me gusta eso. Él me mantiene en el suelo. Desearía que él se pudiera quedar conmigo en la celda, pero hay demasiadas barras, demasiado metal.

—Como de costumbre, en un caso que involucra a un Antiguo, hemos prescindido de las formalidades tradicionales. —Me mira—. Creo que hablo por todos cuando digo que estamos impresionados por la sinceridad del demandado.

Cuando le dije al Dr. Rannigan que no me quedaría en la Casa Parroquial, le dije que sabía que me iban a colgar. ¿Y si me van a colgar, qué caso tiene la recuperación?

—Sí —dijo la Chime Child de una manera tosca pero eficaz—. Es una sinceridad maravillosa.

Nunca había visto que un demandado confesara una gran cantidad de maldad.

Nunca vi al Dr. Rannigan tan molesto. Me gritó. Me gritó que sabía exactamente lo que estaba haciendo. Que me apegaba a cada poco de fortaleza que tenía para superar el juicio. Pero que en realidad me había dado por vencida. Que una vez que el juicio hubiera pasado, me dejaría morir. Lo que en realidad buscaba. Preferiría mil veces morir por una enfermedad que colgada. Pero además, ¿cuál era la diferencia? Me convertiría en polvo.

Las campanas de la iglesia harían un inventario de Briony Larkin: una campanada por cada año de vida, siendo dieciocho campanadas en total.

—Sé que es hacerse viejo —dijo la Chime Child—. Hice un error grave de cálculo con la pobre Nelly Daws. No tengo el estómago para juzgar más. Pero no habrá nadie más, y el juez, esta deseoso por mi recomendación.

Los espectadores se mueven. Ha sido un largo juicio, pero al menos, estamos llegando al final, que está destinado a ser satisfactoriamente terrible.

—Todos los presentes —dijo la Chima Child—, han escuchado las confesiones sinceras de Briony Larkin. Han escuchado la mayoría o toda la historia. Briony me dijo unas partes que son particulares y privadas para ella. Yo sé toda la historia, pero no tengo respuestas.

Sólo preguntas.

—Continúa —dijo el Juez.

—La pregunta, tiene una respuesta capciosa. —La Chime Child me mira—. Supongamos que tú, Briony Larkin, eres la Juez y la Chime Child el día de hoy. ¿Cómo te pronunciarías a ti misma, inocente o culpable?

Sentí la presión de los ojos de los espectadores mientras esperaban la respuesta.

—Deberían colgarme.

¿Por qué murmuraban y la daban vueltas al asunto? He sido sincera, así que, ¿qué esperaban?

—¿Cuáles son sus razones, Srta. Briony?

—Le dije sobre Madrastra y el arsénico. ¿No es razón suficiente?

—Pero ella era uno de los Antiguos —dijo la Chime Child—. Hay veces en las que nosotros permitimos el asesinato de los Antiguos.

—No a menos de que antes haya un juicio —dijo el Juez Trumpignton—. El sistema es defectuoso, lo sabemos, pero no podemos proceder sin un juicio. No podemos ejecutar la ley con nuestras propias manos, Sra. Gurnsey.

Sra. Gurnsey. Es extraño recordar que la Chime Child tiene un verdadero nombre. Un verdadero nombre y una vida real. Que está casada y tiene hijos, que su esposo es un pescador, y que planta amapolas en su jardín.

—Estamos en el juicio en este momento —dice la Chime Child.

—Déjeme asegurarme de que le entiendo correctamente, Sra. Gurnsey —dice el Juez Trumpington—. ¿Sugiere que pongamos a Madrastra en un juicio?

—Sí —dice la Chime Child.

Luego hay una larga discusión sobre las reglas de la corte y como el sistema judicial no te permite juzgar a una persona si no está presente para defenderse. Pero finalmente la Chime Child le pone final.

—No importa cómo. La madrastra, está muerta. Pero la Srta. Briony, aquí, está viva. Es la que no queremos matar si no hay razón.

Todos sienten mucho haber colgado a la pobre Nelly Daws, pero no dejen que eso prolongue mi juicio. Por favor, no. No habrá evidencia de inocencia en el último momento.

Lo prometo. Sólo terminen.

Porque estoy enferma del corazón y eso me hará caer.

—¿Nunca sospechaste que tu madrastra era uno de los Antiguos? —dice el Juez Trumpington.

—Nunca —digo—. Ella fue muy buena con nosotras.

Algo pasó. El Juez Trumpington y la Chime Child miraron al otro lado, hacia la masa de espectadores.

Alguien se puso de pie. Lo vi por el rabillo del ojo, pero sabía que era Eldric.

No dice su nombre, ni pide disculpas, ni dice una palabra agradable a la corte. Ya está caminando cuando dice:

—Creo que puedo ayudar.

El Juez Trumpington asiente y dice:

—Por favor.

Pronto seré obligada a verlo a la cara y no puedo soportarlo. Asesina. Él sabe que soy una asesina.

No puedo soportarlo.

Miro al otro lado. Las caras de los espectadores son manchas de nieve. Mi cabeza está llena de blanco.

No entiendo la idea de Eldric. Él quiere hacerme una historia. Yo digo las palabras y él las escribirá.

No digo nada. El juez Trumpington no dice nada. La Chime Child lo aprueba.

Eldric baja la voz. Habla para mí, solamente.

—Cuando escribiste por mí para entender a Leanne tenías la noción de que había algo sobre ella que aprender, ¿verdad? Tengo la misma idea sobre la Sra. Larkin. Quizás puedo hacer lo mismo por ti.

No hay nada que entender. Ella era uno de lo Antiguos. Tomé el arsénico de Cecil, la envenené.

Eldric se para enfrente del estrado del acusado. Él deja una hoja de papel en el alféizar. Rose se lo dio. Lo reconozco como una copia del que me dio en la biblioteca. Ella quería hacerlo una historia.

Lo asocié con el olor del aserrín, pintura y betún. El olor de la esperanza y la vida.

Miro a la Chime Child. Eldric me mira. Mientras más pronto inicie, más pronto terminaré, más pronto moriré.

Eldric pone un lápiz que apunta al papel. Él me pide que hable sobre la vez que estaba enferma.

No la enfermedad de la Mano Muerta, la anterior, la larga, justo antes de que Madrastra muriera.

Él no está acostumbrado a escribir con su mano izquierda. Agarra el lápiz tan fuerte que sus dedos se ponen rojos. ¿Qué puedo decir? ¿Estaba tan enferma, que Madrastra me cuidó? Eldric le da un golpecito al papel. Le da un golpecito al Tiddy Rex de pecas.

—Ella fue muy buena —empecé.

—Empecemos con lo específico —dijo Eldric—. ¿Qué clase de enfermedad era?

Eso es fácil. No era tanto una enfermedad como un cansancio. Despertaba cada mañana más cansada que la anterior. Una mañana era capaz de levantarme, la siguiente no.

Hice pausas frecuentemente; esperé que Eldric lo escribiera. Escribe como un niño, arrastrando su muñeca izquierda sobre el papel. Sus dedos ahora están blancos.

Él convierte las letras en arañas, oraciones en valles.

Nadie se ofrece a ayudar.

—¿Qué hacías para entretenerte cuando estuviste enferma? ¿Para ayudarte a pasar el tiempo?

Dije que Madrastra me trajo papel y tinta. Que ella pensó que si escribía me iba a curar. Curar, esa era su palabra. Aunque estaba tan cansada, y aunque escribir me dejaba aun más cansada, era difícil negarse. Ella estaba tan encantada con ayudar. Encantada con todo lo que escribía.

—¿Estás diciendo, entonces, que escribir no era curativo? —dijo Eldric.

Suponía que eso era lo que estaba diciendo, aunque se sentía como una traición admitirlo.

—Empeoraba. Sentía como si hubiera una cajita musical que daba vueltas. —Sí, como si yo fuera una cajita musical y la melodía fuera mi vida, tocando cada vez más y más lento con cada día que pasa. Hasta que, finalmente, no podía reconocerla. Las notas se habían alargado mucho. Ya no eran notas, eran sonidos metálicos. Me convertí en un sonido metálico.

—Te estabas devanando —dijo Eldric—. ¿Y luego?

Mi mirada me traicionó. Se mueve hacia Eldric. Se mira como siempre, en una manera obvia y superficial. Un mes debe ser tiempo suficiente para que un joven hombre fuerte se recupere de la pérdida de su mano. Pero se mira diferente por debajo. Se ha ido saltando y rebotando. Sus ojos son oscuros, y aunque sonríe, no es creíble.

Me odia.

—Luego mejoré.

Me odia porque maté a Madrastra. Me odia porque la Mano Muerta tomó mi torpe mano derecha y me dejó mi útil mano izquierda.

Me odia porque la Mano Muerta tomó su útil mano derecha y le dejó su torpe mano izquierda.

¿Qué hará un fuerte e inquieto chicos sin su mano dominante? ¿Qué pasa cuando haya un Cecil Trumpington a quien noquear?

—Dime sobre el fuego.

Sé mucho menos sobre el fuego.

—No puedo decir por qué lo inicié.

—No porqué —dice Eldric—. Sólo los detalles. ¿Cómo lo iniciaste?

Tenía dos recuerdos sobre el fuego. Ambos inician conmigo entrando en la biblioteca. Apurándome lo más que puedo. Debo hacer eso antes que esté totalmente devanada. Mi camisón se arrastra en el suelo, como si me hubiera encogido.

Detengo mi relato. Aquí, las memorias cambian.

—Aquí es cuando tienes que olvidar que eres Briony Larkin —dice Eldric—. Olvida que eres inteligente, que siempre tienes la respuesta correcta. La única y correcta memoria es la primera que llega.

Esto no puedo creerlo.

Pero a Eldric no le importa lo que crea. Él sólo quiere que sea lo más honesta que pueda, con la corte, por supuesto, pero también conmigo misma. Esto se ve como algo peculiar para decir, pero prosigo.

—Traje parafina y cerillas conmigo a la biblioteca. Embarré con parafina los libros, y también el piano. Saqué una cerilla.

Hice una pausa, miré los ojos idos de Eldric.

—El problema —digo—, es que no es el verdadero recuerdo. No prendí el fuego. Lo llamé; lo sé.

—¿Estás segura? —dice Eldric—. Recuerdo una situación donde eras incapaz de llamar el fuego.

Sí, justo antes de golpearte la nariz. Si no estuviera tan débil, lo haría de nuevo. Pero si quieres la historia incorrecta, la tendrás. ¿Qué me importa? Colgada es colgada.

—Hubo un gran silbido de fuego —digo—. Me quedé parada observándolo por un momento.

No dije en voz alta que me quedé mirando los libros quemándose bajo el fuego. Eran las historias de los Espíritus de los juncos. Luego, la historia del Brownie.

Luego, la favorita de Rose, en la que ella es la heroína. No digo en voz alta que este no puede ser el recuerdo verdadero. ¿Por qué destruiría las historias que hice en mucho tiempo? Soy malvada, pero no loca.

—Escuché a mi madrastra en el corredor. Supongo que olió el humo. Ella estaba casi en la puerta cuando metí mi mano a las llamas.

No esperé que hubiera un gran grito apagado, que las cuevas oscuras se abrieran en esas caras de puntos de nieve. Padre escondió su rostro detrás de su antebrazo.

Es un desperdicio de emociones, aunque la gente común tiene un exceso de eso. Estoy jugando el juego de Eldric, contando mis memorias falsas. Pero la verdad es que llamé al fuego, el que salió fuera de control y me comió.

—No sé como Madrastra se las arregló para entrar en la biblioteca. Ya te dije como dañé su espina dorsal.

—Tal vez no lo hiciste —dice Eldric.

—Pero vi como Rostro Mugriento la golpeó —dije. Esta conversación es sólo entre nosotros, es tan baja para que los otros la escuchen—. Si yo no lo llamé, entonces, ¿quién lo hizo? —le contesté con sarcasmo—. ¿Madrastra?

—Quizás. —Eldric escribe por un largo momento. ¿Qué exactamente está escribiendo? ¿Cada una de mis palabras? Cuando mira hacia arriba, sus ojos brillan con humedad.

—Madrastra me aseguró que no le diría a nadie. Ella era terroríficamente leal. Ella nunca le diría a nadie las cosas malvadas que le hice.

—¿Qué cosas malvadas?

Pero no iba a discutir sobre Rose enfrente de todo le pueblo. Para el caso, no iba a discutir sobre Rose enfrente de Rose. Ahí estaría, bajo la lupa, la mariposa con el ala rota, y el pueblo viéndola.

—Esas cosas malvadas son privadas. Le dije a la Chime Child; no es para los oídos de todos. —

Aunque Eldric las sabía. Se lo conté la noche de la nariz sangrante.

—Entonces, yo las diré.

—¡Te dije como una confidencia!

—Juré en la Biblia —dijo Eldric—. Juré decir toda la verdad.

—Pero no tienes mano derecha —dije.

Las cejas de Eldric brincaron. Sus labios son una línea apretada. Lo he herido.

—En italiano —dije—, la palabra para izquierda es sinistra. “Siniestra”. Sería malo que pongas tu mano siniestra en la Biblia.

Eldric no responde. Lo va a decir.

Aprieto los encajes de mi mano. Convierto mi puño en piedra.

—¡No te atrevas a decirlo! —murmuro, así que tiene que acercarse. Fácilmente puedo alcanzar su hermoso rostro. Lo quiero golpear, pero estoy débil y lenta, y su mano izquierda es rápida, lo suficientemente rápida, al menos, para atrapar la mía.

Eldric habla muy bajo.

—Yo no daría un golpe desde el codo.

— Estupidibus —dije.

Casi se ríe.

Me niego a escuchar. Puse mis dedos en mis oídos. Pero mi imaginación hace que siga la historia.

¿Qué dirá ahora?

¿Entonces Padre sabrá lo que le hice a Rose?

¿Lo sabe ahora?

¿Ahora?

¿Y Rose?

¿Lo sabe ahora?

Eldric agarra mi mano. Terminó.

Lo voy a matar.

Padre se ha puesto de pie. No sabe dónde poner sus brazos. No lo tomaría como un reverendo, como alguien acostumbrado a hablar en público.

—Estoy intentado ordenar lo que pasó aquí —dice—. Pero lo único que sé es: Rose nació para ser lo que es y ella se queda como es. Sé que sostiene que no la lastima eso…

Él busca el mot juste.

—…eso que la compromete.

Padre está mintiendo para salvarme. Madrastra estaba equivocada. Padre no es tan justo que me hubiera entregado al alguacil. Desearía sentirme feliz por eso. Eldric, por supuesto, cree que Padre está diciendo la verdad.

—Sé que es difícil de creer —dice Eldric, en su tono de voz “sólo es entre tú y yo”—. ¿Recuerdas como al principio no podía creer que Leanne era una Musa Oscura? Era un gran shock. No podía aceptar que mis sentimientos hubieran nublado mi juicio, y que mis sentimientos fueran resultado de un hechizo.

Lo podría golpear tan fácilmente.

—¿Estás sugiriendo que Madrastra era una Musa Oscura? —Aún más sarcasmo.

Padre habla en el silencio de Eldric.

—Nos casamos un año antes de que entendiera que ella era una Musa Oscura, que se alimentaba de mi música. Me abstuve tanto como pude, así que ella no tenía nada de que alimentarse.

Mi boca sabe a algo afilado y brillante.

—Hemos malentendido los poderes de una Musa Oscura —dice el Juez Trumpington—. Es capaz de alimentarse de niñas.

Mordí me lengua.

—Sucede —dice la Chime Child—, que nunca conocimos los poderes de la muchacha. El arte que ella hace, es lo suficiente fuerte para alimentar a una Musa Oscura.

—Quizás Briony malentendió sus propios poderes —dice Eldric—. Quizás ella no es una bruja.

La voz de Eldric, otra vez, es sólo para mí.

—Te has vuelto más blanca de lo que creía posible. Deberías poner tu cabeza abajo.

—Te dije una vez que pusieras tu cabeza abajo —dije. No reconocía mi voz—. Pero no lo hiciste.

—Él se convirtió en algo distante y ondulado, como si lo estuviera mirando por unos antiguos anteojos.

Mi voz extraña sube de tono, fuerte, como la de Rose.

—¡No me digas que no soy una bruja! —Mi voz se quiebra y se ampolla—. ¿Cómo explicas la segunda visión?

Y entonces mi voz, la que reconozco esta vez, a excepción de que pertenece a Rose.

—Prefiriría no contar el secreto —dice Rose—, pero Robert me aseguró que debía hacerlo.

Me permití mirarla. Ella usaba una capa blanca, no era práctica, pero se veía hermosa en ella.

Rose entiende, ¿verdad? Pienso que lo ha sabido por mucho tiempo. ¿Es porque hablo en mis sueños? Diles, Rose. Diles que soy una bruja. Mi garganta está llena de líquido, pero mis ojos son desiertos de arena.

—Madrastra —dice Rose—, era una mala persona. Una vez le dije que Briony no tenía cumpleaños, y ella me preguntó que por qué. Le mostré el registro en que la partera escribió nuestros nombres.

—¿Qué registro? —dijo el Juez Trumpington—. ¿Qué partera?

—La partera —dice Rose—, quien atendió a Madre cuando nacimos. La partera tenía un libro con ella que decía “Registro” en el frente. Dentro tenía escrito las fechas y las horas de todos los bebés que trajo al mundo.

¿Cómo sabía Rose que le pertenecía a la partera?

Rose nos asegura que es simple. Una y otra vez, la partera escribió: Ruth Parks, partera de, y el nombre del bebé. O bebés, en caso de gemelos.

Mi corazón se encoge.

—Lo encontré cuando era muy pequeña —dijo Rose—. Pero fui una lectora temprana.

El registro. No es sorprendente que la partera lo olvidara en la confusión de unas bebés gemelas y una madre muerta.

—Al principio Madrasta era buena —dice Rose—. Le mostré el registro, y ella me dijo que nunca le dijera a nadie. Lo prometí. Ella dijo que lastimaría a Briony si lo decía, lo que era exageradamente innecesario porque prefiero mantener secretos. Estoy rompiendo mi promesa ahora porque Robert me dijo que lo hiciera.

—¿Cuál es el secreto? —dice el Juez Trumpington.

—Robert dice que se puede contar un secreto, si es un secreto malo —dice Rose—. Sé que es malo porque hace que Briony tenga malos pensamientos.

Era lógico que la partera haya decidido no regresar a la Casa Parroquial. Debió decidir que era mejor olvidarse del registro que regresar a pedirlo al reverendo, cuya esposa había muerto bajo su cuidado.

—Es correcto —dice el Juez—. No debes guardar un secreto malo.

—La partera Parks escribió esto. —Rose hace garabatos en el aire con su dedo índice.

Rose Larkin, nació el 1 de noviembre a las 11:48 p.m.

Briony Larkin, ni nació el 1 de noviembre ni el 2 de noviembre, pero nació entre la sexta y séptima campanada de la noche.

Mi corazón late rapidísimo. Me convierto en jugo de corazón.

—¿Por qué tu madrastra lo mantendría como un secreto?

Rose abre sus ojos. ¿Todavía no se ha dado cuenta el juez?

—Para que Madrastra pudiera hacerle creer a Briony que es una bruja, no una Chime Child.

El jugo de mi corazón me presiona, crece la presión, justo como el secreto lo hace.

Pienso en la insistencia de Rose de cubrir mis oídos antes de las primeras campanadas de la medianoche. Ella intentaba guardar el secreto. Pienso en el collage de Rose, y su desesperación para retratar la diferencia entre diez minutos para la medianoche de la medianoche. Rose estaba tratando de guardar el secreto y revelar la verdad. Pienso en la desesperación de Rose para que viera que la gota-bebé Rose pertenece a diez minutos para la medianoche, y que la gota-bebé Briony pertenece a la medianoche.

¿Dónde se fue el jugo de mi corazón? Aprieto los ojos, pero no puedo dejar de gotear.

Rose no podía aceptar que no lo supiera. Rose sabía que pensaba que era una bruja.

El Juez Trumpington le pregunta a Rose sobre el registro, pero ella dice que no hay prisa.

El juicio termina ahora, con o sin registro.

—Solía preferir que el registro se hubiera quemado —dijo Rose—. Pero ahora prefiero que no se haya quemado, lo que no hice.

Hay un murmullo y las caras sonrientes se presionan hacia mí y me dan la mano y dicen que ellos sabían que no lo pude haber hecho, pero lo hice, y no entiendo: maté a Madrastra.

Comienzo a ponerme de pie, pero el Brownie está en mi falda. No quiero quedarme ahí, llorando con todos a mi alrededor, llorando como las chicas ordinarias hacen, mojadas por dentro y por fuera.

Ahora el Brownie está junto a mí, a mi lado mientras dejo la casilla del demandado.

Hay grandes sonrisas de rostros que miran hacia atrás mientras camino entre las bancas. El Brownie y yo dejamos el palacio de justicia solos.

Pero alguien espera en las gradas. No quiero verla. No puedo evitar verla. Un abrigo verde, con plumas de pavo real. Leanne regresó al viejo hábito de visitar el palacio de justicia. No me permito mirar, pero aun así lo hago. Su piel está pegada a los huesos. Se mira gris y arrugada y sus labios enseñan las encías.

—¡Briony! —Me alcanza. Su manga cae de su brazo—. ¡Ayúdame! Ayúdame a llegar al Sr.

Clayborne y te ayudo a escapar. Tengo una idea…

Sigo caminando. Leanne está demasiado herida como para darse cuenta que estoy libre, que debo estarlo, ya que ni el alguacil ni el custodio me siguen donde quiera que vaya.

—¡Briony, escucha! —dice Leanne.

Perderá sus dientes pronto. Está llegando a su último sonido metálico.

—¡Briony, deténte! —dice Leanne—. ¡Briony!

Giro en la esquina, donde meses atrás, estaba harta del olor de las anguilas. El Brownie sigue junto a mí.

Leanne es una Musa Oscura.

No sé lo que soy.

La nieve cae en mi cabello. El mundo es pequeño y blanco.

Madrastra era una Musa Oscura. Se alimentó de mí. Se alimentó de Rose.

—¡Briony!

Salgo en una maraña de callejones. Zigzaguea entre ellos, Briony. Camina una esquina más, Briony. Quizás no te encuentren.

Me siento junto a un bote de basura.

La nieve cae. El mundo exterior es pequeño y blanco. El mundo interior es enorme y oscuro.

Una figura emerge de lo gris y la nieve.

—¿Briony?

Mis lágrimas caen.

Los copos de nieve caen como trocitos de nieve.

Mis lágrimas caen.

La figura se acerca.

Los labios de Eldric están tan rojos que duelen.

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