Chime

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Capítulo 11

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Capítulo 11

La hora de las campanadas

 

¡Ama! ¡Sólo una palabra, ama!

No el Brownie, no hablaría con el Brownie, en absoluto. Azoté la verja del jardín detrás de mí.

—Tenga cuidado, ama. ¡Casi engancha mi nariz!

Entonces no deberías tener una tan larga.

—¿No escribirá las historias de nuevo, ama? No pregunto sólo para mí mismo, sino por todos los Antiguos.

No le daría la satisfacción de preguntar. Absolutamente no preguntaría por qué él había vinculado su poder al mío para llamar a Rostro Mugriento.

Por qué él me había hecho herir la columna de mi Madrastra.

Esta noche, mantendría al mundo a salvo de Briony Larkin. No hablaría con el Brownie.

No me adentraría en el pantano, no realmente. Sólo tenía que tomar un atajo por un rincón de las Llanuras y desde ahí, tomar mi rumbo por los campos de trigo y centeno.

La preocupación zumbó a mi alrededor, como un mosquito. No había nadie en la Casa Parroquial que vigilara a Rose. Pearl aún estaba en casa, llevando luto por su bebé, pero aun si ella hubiese vuelto, yo no podría haberle pedido que se quedara después de la medianoche.

La villa entera estaba dormida. Pero Rose estaba dormida también y Rose dormía muy profundamente. Esa es una manera en la que no somos del todo idénticas. Rose me dice que hablo en sueños, que algunas veces grito. Me preocuparía revelar mi secreto, excepto que es sólo Rose. Debo recordar nunca dormir con alguien más.

La linterna ya se había vuelto más pesada, pero la sostuve en alto. Su luz amarilla se definía adelante, fuera de las Llanuras, interrumpida por los campos de centeno. Era medianoche, la hora de las campanadas, la hora favorita de varios de los Antiguos: la Mano Muerta, la Musa Oscura, el Demonio.

La Musa Oscura es las más malvada de los tres, al menos eso pienso. Ella no roba al hombre en sí mismo, como el Demonio lo hace. Ella roba su alma y su ingenio. Eso cuenta mucho, si me lo preguntas. Preferiría estar en el Infierno con mi alma y mi ingenio, que en el mundo externo sin ellas.

Pero la Musa Oscura es una de las pocas cosas de las que no necesito preocuparme. Ella sólo se alimenta de hombres.

Había tenido la intención de aproximarme sigilosamente a la estación de bombeo, pero en lugar de eso, ésta se acercó a mí. La noche estaba nublada, ninguna luna brillaba. Mi brazo caía bajo el peso de la linterna, dejando a mis dedos de los pies más bellamente iluminados.

De repente, ahí estaban, ladrillos rojos elevándose, rayados con un nuevo mortero.

Una cascada de miedo descendió por mi espalda. Alguien me podría divisar, ¿o no?

Probablemente ninguno de los pobladores del pantano estuviera fuera a la hora de las campanadas, ¿pero qué hay de los hombres del Sr. Clayborne?

El Sr. Clayborne podría tener un guardia. La estación era el corazón de la operación de drenaje. Si era destruida, el vaciado debería pararse, y reconstruirlo tomaría un montón de tiempo.

Gateé alrededor de la estación de bombeo… no había ningún guardia ahí, ningún guardia, en absoluto: el Sr. Clayborne confiaba en los pobladores del pantano.

Retrocedí, forzando a la luz de la linterna lejos de mis pies, hacia la estación. Me acordé de Petey Todoy, narcisista y atlético. Él iba a ser justo como la estación de bombeo cuando creciera, hinchando el pecho y echando el humor de su chimenea hacia el cielo.

Si Petey fuera un edificio, él sería una estación de bombeo.

Petey Todd: ¡disgustimus!

Las puertas estaban sin seguro. La pulida maquinaria decía, tan claro como cualquier cosa: ¡Límpiese los pies!

Lo hice, pero sólo porque no debía dejar ningún rastro. Las maquinas surgían de las sombras. La linterna rebotaba de lado contra trozos de latón pulido y lustrosa pintura.

Iluminando los alrededores, encontré el interruptor.

¡Que se haga la luz!

Le di un golpecito al interruptor.

Observé: había luz.

El gas de alumbrado es extraordinariamente limpio y blanco, como si fuera canalizado directo de las estrellas. Las maquinas provenían desde las sombras, feroces como los

legionarios romanos revestidos en rojo y dorado.

Saqué mis armas: tres velas y una caja de fósforos. Cuán pequeños se veían al lado de las máquinas, como la resortera de Davis a lado de Goliat. Pero nosotros sabemos que le pasó a Goliat.

Empujé las ventanas; se cerraron suavemente… sin atascarse, sin chirriar o fruncir el ceño.

El Sr. Clayborne mantenía su casa en buen orden. Deslicé un fósforo por el grueso filo del percutor12. La llama brilló con un color amarillento en la entubada luz de las estrellas.

Prendí las velas, una, dos, tres. Ahí lo tienes: lo hice, excepto el cerrar la puerta detrás de mí cuando me fui.

Una llama fuerte, más un cuarto sellado, más gas de alumbrado… esas cosas equivalían a una situación explosiva. Rondé por los alrededores del exterior de la estación de bombeo, empujando, tirando de puertas y ventanas. Todo estaba bien cerrado.

Si tenía suerte, la explosión desencadenaría un incendio.

—¡Ama!

Mis manos se levantaron. Siempre son las primeras en asustarse.

Mis pensamientos entendieron más lentamente. Ama. Mis pensamientos voltearon la palabra al revés, luego hacia arriba de nuevo. Ama. No había sido atrapada… no por algo humano.

—Debo hablar con usted, ama.

La voz salpicó y rebotó.

Ningún humano.

Me volví hacia el estuario, donde una ola estaba de pie en su cola, como un pez. Pensarías que debe caerse, pero no: dura tanto como lo necesite. Esto lo sabía desde la última vez que lo había visto, la cual fue también la primera vez.

—Dos años he estado esperando —dijo Rostro Mugriento—. He esperado, pero nunca dejé esta vivienda. He esperado para decirte que rompió mi corazón.

—¿A qué te refieres? —Volví la espalda a la estación de bombeo. Mejor alejarse: la estación podría explotar.

—Odié golpear a tu Madrastra como lo hice. —Rostro Mugriento me siguió a lo largo del estuario, batiendo el agua con su cola—. La llamada, sin embargo, llegó demasiado fuerte.

—Pero yo fui la única que te llamó. —Mis pensamientos se retrasaron en el significado de sus palabras—. Te dije que golpearas a mi Madrastra.

12 Percutor: pieza que golpea en una máquina.

—¡No, ama! —dijo Rostro Mugriento—. Hubo un Antiguo que me llamó. Un Antiguo del tipo malvado y solitario. Su poder era monstruoso y me atrapó durante la marea baja. —

Él se detuvo—. Ese poder, se llevó a los pececillos de agua dulce, ellos eran mis amigos.

Sacudí la cabeza. Era yo quien lo había llamado. Había estado enojada, por supuesto, y más tarde mi Madrastra y yo resolvimos el por qué: yo había estado celosa.

Los celos nunca son una cosa agradable de recordar, pero aún en la suciedad, recuerdo la emoción de llamar a Rostro Mugriento. No tuve una palabra para eso entonces, pero ahora la tengo: poder. Aquel poder excitante que deseamos tener… sobre el viento, sobre las olas, sobre varios de los Antiguos.

Desearía saber lo que había estado pensando. Estoy casi segura que sólo pretendía asustar a mi Madrastra, recordarle que soy una bruja, hacer que ella me prestara atención, no a Rose. Si yo fuera una persona oradora, rogaría que fuera sólo poder fuera de control, ayudado por los Brownie. Los Brownie eran locos en lo que se refiere a bromas racionales.

Rogaría que sólo le hubiera propuesto a Rostro Mugriento que se parara sobre su cola, que extendiera su furiosa fuerza sobre la Casa Parroquial, sobre el jardín. Que nunca hubiera imaginado que él se tiraría sobre Madrastra.

Lo recuerdo, todo. Recuerdo el agua gris surgiendo del río, chocando consigo mismo hasta rociar, deslizándose como un vestido azul. Recuerdo mi garganta llenándose de ácido, queriendo correr hacia Madrastra, no queriendo correr hacia Madrastra.

Tenía que salvar a Madrastra. No podía soportar la vida sin ella. No podía soportar la vida con la culpa de haberla matado. Apenas había dejado la casa por un año, desde que Madrastra me había dicho que era una bruja. El Dr. Rannigan. Tenía que buscar al Dr.

Rannigan.

Tenía tantos recuerdos. Mis palabras no podían empezar a hacerles justicia.

—Te llamé para que aplastaras a mi madrastra.

—No, ama —dijo Rostro Mugriento—. Un Antiguo me llamó, un Antiguo que nació del agua. Que no surge del agua, ama. Debo hablar sin rodeos. No está cerca de ser lo suficiente fuerte para llamarme. No está cerca de ser lo suficiente fuerte para llevarme a ocho kilómetros río arriba hasta la casa.

Deseé poder creer en él, pero soy uno de los Antiguos, tengo ese poder. Lo llamé y él vino.

—Perdóneme, ama.

—Ya no digas eso.

Recuerdo correr, correr desde el cuerpo de mi Madrasta hacia la Taberna, donde encontré al Dr. Rannigan. Mi memoria se acelera ahora, llena de una confusión de voces y personas, en la inundación de la Casa Parroquial. Mi memoria se detiene en Madrastra, siendo levantaba tan cuidosamente por el Dr. Rannigan y el Verdugo hacia una camilla…

—¿Qué quieres de mí? —dije.

—He esperado para regresar a la historia —dijo Rostro Mugriento.

¡La historia, la historia, siempre la historia!

—Todas las historias están quemadas.

—¿No puede escribirlas de nuevo? —dijo Rostro Mugriento.

—Es demasiado tarde para eso.

—Pero deberían escribirse, ama. Lo que está escrito, nunca muere, pero una historia que estuvo en la lengua de una persona, bueno, no hay persona que viva por siempre. Escribir sobre mi poder para que no sea olvidado. Escribir sobre cómo surjo dentro del margen del océano. Escribir de cómo me zambullo…

Fue entonces que la estación de bombeo explotó. Rostro Mugriento se echó hacia atrás, estallando en espuma. Yo me incliné hacia adelante, estallando en una carrera apresurada.

Puedes correr y correr. Puedes correr y crecer, volverte más rápida. También, puedes correr tanto y tan rápido que puedes volverte una chica lobo, corriendo sin parar, ágilmente, por el pantano.

Sabía que yo había llamado a Rostro Mugriento. Sabía que él había lastimado a Madrasta.

Pero estaba corriendo, corriendo como una chica lobo, dejando atrás mis recuerdos.

Puedes dejar atrás tus recuerdos, pero en algún momento, tendrás que parar. Y cuando lo hagas, siempre estará Madrastra, esperando ser recordada.

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