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En la academia, el de VYS (Vigilancia y Seguimiento) es uno de los cursos de especialización más difíciles, con más de seiscientas horas de prácticas. Gran parte del curso se imparte en la calle, donde los monitores ponen a prueba, por sorpresa, a los alumnos.

—Ahora, tienes que meterte en aquella casa y dispones de veinte minutos para salir a ese balcón y enseñarme un pijama del propietario.

Naturalmente, está prohibido utilizar la placa de policía para superar la prueba.

O en una discoteca:

—¿Ves a esa pareja de allí? Un cuarto de hora para que averigües el número de sus carnets de identitat.

Este Grupo de Seguimiento del sargento Palou, conocido como los Lobos, está al servicio de todos los otros. Si los de Homicidios, o los de Atracos, o los de Estupefacientes, tienen que controlar a un sospechoso, recurren al grupo de Pelé, especializado en este trabajo, con sus furgonetas camufladas y sus sistemas de radio y, a veces, con la colaboración del Grupo especializado en medios electrónicos.

El de la policía es un trabajo de equipo. Están los que llevan la investigación, los que vigilan y siguen y, luego, los expertos en detenciones.

A las 12:43, mientras Alicia y Amadeu se encuentran con el jefe de seguridad de TNolan en el restaurante de la séptima planta, Eva está en el andén número dos de la estación de Sants. «Ning-nang-nong, tren tranvía con destino Maçanet-Massanes, vía 2.»

La estación de Sants, para Eva, hoy es otro mundo. La primera estación del resto de su vida. El tren rojo y blanco que entra, se detiene delante de ella, los viajeros que se apresuran. Destino: la libertad.

Sube. Pone la mochila en el estante de arriba. Se sienta.

Tiene miedo.

Se repite por enésima vez que no tiene nada contra sus padres, a sus padres no quiere hacerles daño, pero no le queda otro remedio. Es que no puede soportar vivir ni un minuto más en un mundo donde no la quieren, donde no la aceptan tal como es. Un mundo cuyas reglas ella no entiende, ni domina, ni le interesa comprender ni dominar. Ya se apañarán.

Está harta de que le digan lo que tiene que hacer, de que la traten como a una cría, que la desprecien, que la marginen, que no valoren lo que en ella pueda haber de positivo, sea lo que sea. No quiere saber nada de esta sociedad estúpida, dirigida por adultos estúpidos, que no saben más que cometer injusticias. Desde que dejó atrás la infancia, todo se ha complicado, se ha ensuciado y se ha vuelto feo y perverso. El mundo que le venden sus pares, y sus maestros, y la televisión, es abominable, ¿quién querría integrarse en él y heredarlo? No, no, no, ya se apañarán. Ahora, cuando tiene la oportunidad de huir y hacerse un mundo a su medida, no la va a dejar escapar.

Aunque le dé mucho miedo.

El tren ya se ha puesto en movimiento. Ya corta amarras. Nadie podrá seguir su pista.

A Eva le da mucho miedo huir del miedo, mientras corre a toda velocidad hacia el miedo.

Cierra los ojos. Respira por la boca.

«Tranquila, Eva, tranquila. Ya verás cómo, a partir de ahora, todo va mejor.»

Entretanto, en la Central de la calle Bolivia se van congregando los hombres y mujeres de Pelayo Palou y se van equipando. El aparato de comunicación, con bluetooth, que cuelga de una funda bajo la axila, para poder accionarlo con un discreto movimiento de brazo, el microrreceptor en la oreja, la furgoneta camuflada, las motos, los coches, las barbas y bigotes postizos y las chaquetas reversibles para ir cambiando de aspecto sobre la marcha. Pelé se mantiene en contacto con Alicia y le exige que defina mejor al pepe que deben seguir.

—No sé exactamente quién es —se excusa ella, temiendo que se enfaden con ella—. Tendremos que improvisar. Tendréis que esperar mi señal.

Pelé no se enfada. Le encanta lo que está haciendo. De cara a sus hombres, no obstante, hace algún comentario machista del estilo de «las mujeres, ya se sabe», pero en aquel tono de broma que lo hace tan simpático.

Y están en medio de este follón, aún no han salido los de seguimiento de la Central de Bolivia; Alicia, Amadeu y el jefe de seguridad de los grandes almacenes son tres personas plantadas y desconcertadas en el restaurante de los almacenes TNolan, el jefe de seguridad es un hombre muy elegante y serio, de porte aristocrático, preocupado porque los clientes no se den cuenta de nada de lo que ocurre ni pueda ocurrir, cuando Alicia distingue a una persona conocida.

Un hombre joven, de aspecto agradable y enérgico, vestido con una chaqueta de vaquero, con una cartera en la mano que muy bien puede contener un ordenador, y con un vistoso cabello blanco que lo distingue perfectamente de los otros clientes de los alrededores.

Alicia lo vio en una fotografía de la clase de informática del instituto. Es el que había pasado el brazo por encima de los hombros de Eva Fabregat.

¿Cómo se llamaba?

Sí: Chesco. El técnico de informática.

Está allí, en la puerta del restaurante. Esparce una ojeada lenta por todo el local y, de repente, da media vuelta y sale corriendo.

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