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La bronca de cada día.

Ya se van acostumbrando. Y a lo mejor los vecinos también. Todavía no han protestado pero una noche de estas se animaran y empezarán a golpear con el puño o con un zapato la pared de separación de los pisos.

—¿Se puede saber qué les pasa? ¿Se han vuelto locos?

Pero tendrían que gritar mucho, peroquemucho para que los Fabregat los oyeran. Porque en esta casa el griterío cada vez es más enloquecido.

¿Cómo ha empezado, hoy? ¿Cuál ha sido el motivo?

Bueno, el de siempre. Eva había dicho que iba a hacer los deberes con el ordenador y, después de una hora de permanecer encerrada en el estudio de su padre, entra su madre y la encuentra navegando con el messenger, con cinco o seis conversaciones abiertas.

—¿Pero no tenías que hacer deberes? —ha gritado Teresa, en un tono demasiado agudo, demasiado aterrorizado.

—Ay, mama. Ya he terminado.

El «Ay, mama», sobraba. y ella lo sabe. Lo que aquí aparece, con este tono de «no me ralles», ya debería servir de advertencia de lo que vendrá a continuación. Las dos saben que, si continúan hablando, la cosa terminará mal y, a pesar de ello, continúan hablando.

—¿Pero no tenías un control, mañana?

—¡Que ya he terminado, mama! ¿No me has oído?

—Oye, nena...

—Es que ya te lo he dicho una vez. ¿Cuántas veces quieres que te lo diga?

—¡También decías que te habías preparado muy bien los dos últimos controles de mates, y los suspendiste!

—Ay, mama, para ya de rallarme, ¿vale?

—¿Y no tenías que leer el libro de Teixidor para la clase de literatura?

—¡Que no me ralles más, mama, ¿quieres? —Esto ya son gritos desaforados, insolentes, insultantes— ¿Quieres dejarme en paz? ¿Quieres dejar de meterte conmigo?

Entonces, interviene su padre:

—Eh, eh, eh, ¿qué forma es ésa de hablarle a tu madre? ¿Qué te has creído?

—¡Pues dile que me deje en paz! ¡No me deja vivir!

—¡Haz el favor de pedirle perdón a tu madre!

Etcétera.

Esto se puede prolongar tantas horas como haga falta. Al final, si todavía hay que hacer algo en casa, como poner la mesa y cenar, quedará un poso de caras largas y miradas hostiles, presagio de explosiones inminentes. Durante ese rato, tenso e irrespirable, cualquier comentari, o cualquier gesto o mirada o bufido puede reavivar de nuevo la llama.

Que si has traído las notas, que si te has lavado las manos, que si haz el favor de cortar el pan, que si ahora no es momento de ver la tele. Cualquier cosa puede resucitar la insolencia de la chica o la intemperancia de los padres. Y ya estamos otra vez.

Si hay suerte, puede ser que la bronca los pille después de cenar, a última hora del día, y el epílogo sólo será un portazo y el silencio espeso dentro de la habitación de Eva, y los suspiros de impotencia de sus padres, los susurros perplejos y culpables. El típico «qué hemos hecho mal».

A veces, la madre llora y entonces el padre se enfurece. A veces, en pleno guirigay, al padre se le ha escapado la mano en forma de bofetada blanda que no ha llegado al objetivo pero que también ha hecho daño.

A veces, Eva ha estallado en un llanto infantil e indigno, pero cada vez consigue tragárselo mejor, enmascarándolo tras una actitud agresiva, violenta, despiadada. Y, en todo caso, ahora, sólo llora cuando está sola en su cuarto, y ha aprendido a hacerlo en silencio, para que nadie la oiga.

Lo que siempre le ocurre, después de estas discusiones, es que no puede dormir. Cuando se pone el pijama y se mete en la cama, la asalta el pánico de tener que enfrentarse a una larguísima noche de oscuridad llena de fantasmas.

Hasta hace un par de meses, en caso de insomnio, aún podía llamar a sus padres con vocecita de niña, «¡No puedo dormir!». Y ellos le decían «Lee un poco», o «Cuenta ovejas», o «Piensa cosas bonitas».

Pero eso ahora es impiensable, claro. Y, curiosamente, los motivos que se le ocurren para no llamar a sus padres y no pedirles un vaso de agua o un poco de compañía, nada tienen que ver con el disgusto que acaban de vivir, sino con Elisenda, la compañera del cole, líder de la panda de las Tiburonas, las que se visten de colorines y se pintan como payasos, triunfadoras del sexo.

Porque hoy, en el instituto, hay que triunfar en el ámbito del sexo. Ya no se trata de usar ropa de marca, ni de sacar buenas notas, ni de ser simpática y hablar bien y arrastrar a las masas. Ahora, hay que ser la más atractiva, montárselo con alguien en los lavabos, ser sexy. Ser escandalosa hace a la líder. Y Elisenda es la más sexy y escandalosa del I.E.S., de eso puedes estar más que seguro. Dicen que se lo montó con uno de primero de ESO en el parque, sobre el césped, y presume de haber dejado bien contentos a tres pavos a la vez en el pueblo de la costa donde veranea. Y con su manera de vestir convence a todos de que estos rumores son verdad y consigue que a los hombres se les caigan los ojos al suelo. Cuando vio que Ernesto iba a por Eva, se lo quitó, se lo ligó y lo morreó en el pasillo del instituto, delante de todos, para demostrar de qué era capaz.

Por eso, como reacción ante la pandilla de las Tiburonas, Eva Fabregat es la única chica del instituto que no se maquilla en absoluto, que va siempre despeinada y viste de negro esos jerseys largos y anchos que le ocultan las formas y que calza unes deportivas que parecen robadas a un pordiosero.

Eva no quiere ni piensar qué pasaría si Elisenda se enterase del miedo nocturno que pasa en silencio, cerrando muy fuerte los ojos y rezando para que las horas oscuras pasen lo más de prisa posible.

De todas formas, al final el sueño siempre llega. Parecía imposible y, de pronto, Eva se pierde en el laberinto de las tinieblas de donde saldrá, dentro de seis o siete horas, por sorpresa, parpadeando cegada por la luz del sol.

Entonces, cuando ya parece que se ha dormido, pasado un buen rato, los señores Fabregat, Tomás y Teresa, se movilizan lentamente, muy despacito.

Furtivamente, como si fuera la Noche de Reyes de apenas hace dos años. Conteniendo la respiración, procurando no arrastrar las zapatillas, van al estudio de Tomás y se encierran en él.

Y Tomás Fabregat conecta el ordenador.

—Ay —hace Teresa, ansiosa—. Esto tampoco me parece bien, ¿sabes? No deja de ser una especie de violación de correspondencia.

—¿Pero qué estás diciendo? —se impacienta el padre, nervioso y culpable—. En esta correspondencia privada, hay peligro para nuestra hija, Teresa. —Pronuncia la palabra peligro con énfasis algo fanático—. Peligro. Este maldito Supermask igual es un pederasta.

—Ya, ya, ya lo sé.

—¿Y entonces, qué? ¿Qué quieres que hagamos?

—Tendríamos que prohibirle que chateara —alega la madre, sin disimular su inquietud.

—Ya lo hemos intentado mil veces. Y qué. ¿Qué hemos conseguido?

—Esto es como si viéramos que está haciendo equilibrios sobre la cuerda floja, en un acantilado, y no le dijéramos nada. Que se la pegue. Así aprenderá.

—Tiene que aprender de sus propios errores.

—Y, cuando haya aprendido, ya será demasiado tarde.

—Aquí estamos vigilando, precisamente para que no se haga daño —se excusa Tomás Fabregat mientras acciona los botones del ratón, atento a la pantalla.

—¿Sabes qué me parece? Que la estás utilizando como cebo. Que se la coman, y así podremos atrapar al pez.

—La única manera de atrapar a un pederasta es con las manos en la masa —dice él, sin querer, concentrado en las operaciones informáticas.

—¿Lo ves? —salta ella.

—No he querido decir eso.

—¿Y quiéb es la masa? ¿La nena?

—No he querido decir eso.

Han llegado a su objetivo. En la pantalla del ordenador se abre la última conversación que Eva ha mantenido uns minutos antes. Los padres callan y se ponen las gafas de leer y se inmiscuyen en las intimidades de su hija con expresiones casi litúrgicas. El corazón en un puño.

Ahí está el ya conocido Jazzsinger, que le escribe poemas. Normalmente, empiezan con inspiración lírica («Eres el alma del mundo, su aliento, su respiración, lo que hace que crezcan plantas, el que mueve a las olas del mar...») pero siempre acaba rimando hechos con pechos y fuerza la palabra ruidos para poder hablar de fluidos.

—Éste es un marrano —comenta Teresa.

Pero quien les preocupa es Supermask. Y ahí lo tienen. Conectado a las 17:49. La niña no ha dedicado ni cinco minutos a los deberes antes de ponerse al maldito msn.

Dice Nos: Ola.

Dice Supermask: K haces

Dice Nos: Ftl.

Dice Supermask: Km estás.

Dice Nos: Stoy harta. No l soporto +. M suicidare

Dice Supermask: No digas eso

Dice Nos: S M matare

Dice Supermask: Me gustaria acariciarte. Una caricia de mi mano te devolverá la paz.

Dice Nos: Ven. Acariciame. Kiero verte

Dice Supermask: No puede ser.

Dice Nos: Kiero que macaricies

Dice Supermask: No puede ser

Dice Nos: No m kieres

Dice Supermask: Sí k t kiero. T kiero + que a nadie del mundo. T idolatro. No puedo dejar de piensar en ti.

Dice Supermask: M gustaria k mis piensamientos volasen hasta ti y sirvieran para calmarte.

Dice Supermask: Dime k t gusta lo k t digo.

Dice Nos: S k m gusta Kiero k m lo digas de voz

Dice Supermask: No puede ser

Dice Nos: 737525829

Dice Supermask: K es esto¿?

Dice Nos: El num de mi movil Px m llames

Dice Nos: Kiero oir tu voz

Dice Supermask: No No puede ser

Dice Nos: Llanm

Dice Supermask: No te llmre

Dice Nos: No m kieres

Dice Supermask: S k tkm Dime k l k te dicho ta calmado

Dice Supermask: Dim k no volveras a decirm nunk + que t suicidaras

Dice Nos: oks

Dice Supermask: No no dilo

Dice Nos: No m suicidare no tengas miedo

Dice Supermask: Px no t masturbas, ahora, y t encontraras mucho mejor¿?

Un abismo se ha abierto a los pies de los señores Fabregat. Una mano invisible les aprieta la garganta y no les permite respirar. Lágrimas en los ojos, mocos en la nariz y esa mueca de dolor en las comisuras de los labios.

No es que la niña no esté a gusto con nosotros, no es que no nos entendamos, no es que discutamos con demasiada frecuencia.

Es que se quiere morir.

Eva prefiere morirse antes que continuar viviendo con ellos.

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