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Eva llega al instituto, a primera hora de la mañana.

Es territorio enemigo.

Hostilidad por todas partes. Los profes que miran con esa superioridad, ese despotismo, esa indiferencia. Algunos te miran en plan colega, «eh, ¿cómo va eso?», pero es la mirada del tendero que tiene que quedar bien con la clientela mientras por dentro está pensando en las horas que le faltan para terminar la jornada laboral.

Y, más allá, las miradas de las Tiburonas de Elisenda, provocadoras, desafiantes, malas bestias, siempre a punto para hacer daño. Y los otros, con cara de pescado, pasando de todo, «que te den, tía, a mí qué me importan tus neuras». Como Ernesto, por ejemplo, míralo, cómo te come con los ojos, que no sabes si está pensando en violarte o es que le das asco. A principio de curso, tan halagador y sobón, como si quisiera ligar con ella y ahora la observa de lejos, con esos ojitos de poca cosa, sobre todo no te acerques, no te vaya a contagiar la lepra. Y, por las noches, se disfraza de Jazzsinger y le envía poemas donde rima macetas con tetas y adorada con mamada.

Eva es blancanieves perdida en el bosque, de noche, rodeada de presencias terroríficas. Eva es la superviviente que trata de hacerse invisible porque los demás no la quieren ver. Porque ella es la Chica Sin.

Ya hace dos semanas, catorce días, diez días lectivos, que apareció la sentencia escritoa en la pizarra, ¿a que no adevinas quién la puso?

Eva = Sinnnnnn.

La maldición.

Ya lo hicieron el año pasado, a la chica obesa que se llamaba Diana, y este año Diana ya no viene al instituto, lo conseguisteis, Tiburonas, felicidades. Desde el primer día de curso, vibraban la inquietud y la expectativa de quién sería este año la víctima. Quién sería la Chica Sin. O sea, aquella chica sin nada ni nadie, la inexistente, aquélla a la que nadie dirigiría la palabra si no quería ser rigurosamente castigado por las Tiburonas de Elisenda. (Y, cuando las Tiburonas te ponen en su punto de mira, ya puedes empezar a temblar, chico.)

Ya hace dos semanas que Eva Fabregat no existe para sus compañeros. Ni siquiera para el imbécil, traidor, cobarde, desertor, Ernesto que un buen día empezó a llevarle los libros Elisenda y una semana después ya se estaban morreando bajo los soportales de la avenida.

—¡Eh, Eva! —la voz entusiasta y agradable le provoca un sobresalto que le desboca el corazón.

¿Quié se atreve a hablarle así?

Ah, es Chesco. No podía ser otro, un álien procedente del espacio exterior. Es un técnico informático que últimamente está reparando los aparatos de la clase de tecno. Pasa por el lado de Eva y le alborota el cabello, muy dinámico él, muy sonriente, tan guapote. ¿Qué edad debe de tener? Más de treinta, seguro, con esos cabellos grises inconfundibles, pero resulta más jovial que muchos de los chicos, tan sano, tan espontáneo.

Cuando entran en clase de tecno, el profe, Pedro Galabarte, más conocido como Tolondro, en su lucha personal contra la marginación de Eva, obliga a cada uno de los alumnos a saludarla personalmente.

—Saluda a Eva, José Luís.

—Hola, Eva.

—Saluda a Eva, María.

—Hola, Eva.

—Rubén.

—Hola, Eva.

—Saluda a Eva, Elisenda.

—Hola, Eva.

Uno tras otro le desean buenos días por obligación y Eva no sabe dónde mirar, apretando los diciendoes para reprimir las ganas de gritar como una loca, basta ya, basta ya, basta ya, que es mil veces más humillante aquella situación que el silencio y la distancia.

—Saluda a Eva, Ernesto.

—Buenos días, Eva.

De buena gana le pegaría un bofetón, al cobarde de Ernesto, que sólo le dirige la palabra cuando lo obligan.

Empieza la clase. Están haciendo una página web. Eva forma equipo con una pasmada de gafitas que se ha apropiado del trabajo y hace lo que quiere, la Página Web de los Sinónimos y Antónimos, tal vez para hacerle un favor secreto a Eva porque después compartirán la nota, y Eva deja que haga, sin dirigirle la palabra porque sabe que la Pasmada podría hablar con ella, tendría el permiso de las Tiburonas para aparentar delante de los profes, de manera que, en este caso, si no charlan es porque Eva no quiere y a Eva le parece que ésta es una forma muy sutil de venganza.

El profesor llama la atención de Ernesto, que está hablando con Chesco, que ya está desmontando una torre.

—Ernesto: te recuerdo que tu compañero de trabajo es Marc, y que tendrías que permitir que Chesco se dedicara al suyo.

—Es que le estaba preguntando de dónde salen las tres w de las páginas web. ¿Lo han puesto por casualidad, como podrían haber puesto tres zetas o cuatro equis, o...?

—Pues pregúntamelo a mí, porque te recuerdo que aquí el profesor soy yo, y no Chesco. ¿Qué quieres saber?

El Tolondro es así: muy estirado, cerimonioso y formalista. Las cosas sólo se pueden hacer de una manera, que es como él dice, y, si se hacen de cualquier otra manera, están mal hechas. Ante el silencio de Ernesto, repite, con una chispa de impaciencia:

—Bueno, ¿qué quieres saber?

Y Ernesto debe repetir la pregunta. Suspira y suelta:

—¿De dónde salen las tres w de las páginas web? ¿Lo han puesto por casualidad, como podrían haber puesto tres zetas o cuatro equis, o qué?

El Tolondro reacciona entonces como si Ernesto le hubiera hecho la pregunta espontáneamente por primera vez y nada de todo lo anterior hubiera sucedido. Parece que le alegra mucho que le hayan hecho esta pregunta que le permite un poco de lucimiento personal.

—Las tres w vienen de las palabras inglesas World Wide Web, que significa «la telaraña tan grande que abarca todo el mundo». Y lo que yo estaba diciendo es que estas tres w representan una inmensa red de ordenadores de todo tipo, con todo tipo de programas, muchos incompatibles unos con otros. Si decimos que Java es un lenguaje multiplataforma nos referimos a que sirve para cualquier tipo de programas y así supera cualquier problema de incompatibilidad. ¿Entendido? —

El profesor se ha fijado en la cara de Eva y

se echa a reír—. ¿Entendido, Eva?

¿Ahora ya sabemos lo que quiere decir Java?

¿Qué pasa?

Estoy hablando en japonés, ¿eh? Para ti, Java aún es una isla de Indonesia, ¿verdad?

Eva vuelve a la tierra y parpadea, atónita, «¿Qué?», mientras toda la clase estalla en una carcajada. La chica traga saliva y se pone colorada. No ha entendido nada, ni ganas. ¿Qué le importa, a ella, nada de todo aquello, Java, Indonesia, incompatibilidad, multiplataforma, clases, aulas, profesores, instituto, casa, mundo, que corcho le importa, que corcho le va a importar a ella nada de nada?

Las blancanieves perdidas en el bosque, abrumadas por amenazas invisibles, no se pueden concentrar en esta clase de tonterías.

El mundo es muy duro, Eva.

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