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No acaban aquí los problemas de Eva Fabregat, claro que no. Sería demasiado fácil. Continuará discutiendo con sus padres y tendrá dificultades de comunicación, con ellos y con sus amigos y amigas, y en el insti le costará concentrarse en las explicaciones abstrusas de los profes, las materias no acabarán de interesarle y a final de curso tendrá un montón de suspensos y deberá repetir curso, y el mundo continuará siendo difícil, inhóspito y hostil.

Pero, a pesar de todo ello, si prescindimos del futuro, en el presente ahora puede disfrutar de un par de finales felices con abrazos y besos con toque sentimental y una música de fondo de ésas que te ponen un nudo en la garganta.

Los primeros abrazos son con sus pares, claro. La hija perdida y recuperada, sonrisas y lágrimas, que sólo faltan los gritos desgarradores de «¡Hija mía!», y «¡Papá!», y «¡Mamá!» para que la comedia se convierta en drama.

Preguntas de por qué, cómo se te ocurrió, cómo fuiste capaz, que de momento son acogedoras y, más tarde, serán una recriminación y nuevo motivo de más broncas, y que ahora será mejor que se queden sin respuesta. ¿Por qué? ¿Por qué? Eva quizá necesitará un montón de años para poder contestar esas preguntes, si es que puede llegar a hacerlo alguna vez.

Y el lunes, a la hora de regresar a la vida real, cuando el mundo de verdad arranca otra vez, Eva toma una decisión sublime por la mañana, cuando se mira al espejo y a los ojos. Y piensa que ¿por qué no?, ¿por qué no si, después de todo, hoy empieza una nueva vida con la que no contaba? ¿Por qué no dejar a un lado este jersey negre, grueso y ancho y ponerse esta camiseta más escotada y ajustada? Ya empieza a hacer calor, brilla el sol, la calle va llena de sonrisas y ya sabes que, hoy, las chicas no aspiran a ser guapas sino a estar sexys. ¿Qué se debe de sentir...?

Quizá estas sonrisas que la rodean sean debidas a la manera como Eva se ha vestido hoy. Está atractiva. Quizá también tenga que ver con las nubes que han desaparecido de su frente y con la decisión con que camina hacia el insti.

Por dentro, va horrorizada, claro está. Tiene miedo de lo que le puedan decir los compañeros del instituto, y de las preguntas que puedan hacerle y de la manera como la mirarán, y de la manera como la recibirán los profes en cada clase, y de las materias que le explicarán y no conseguirá entender. Horrorizada por toda la vida que le queda por delante.

Pero no, no digas miedo, que no se puede decir. No se puede tener miedo, por más motivos que te parezca que lo justifiquen, porque eso te hace cobarde a los ojos de los demás y tienes que pasar por valiente. No te permiten tener miedo aunque el mundo que te espera te parezca una mierda absurda e incomprensible, y tus padres vayan a la suya y a ti no te dejen ir a la tuya, y los profes no te enseñen a vivir, que es lo que alguien debería enseñarte, y los compañeros vayan a por ti con las uñas afiladas. Ya hace tiempo que te has acostumbrado a llevar esta inquietud pegada al cuerpo, y ahora la reconoces, y la aceptas y sólo deseas que el ahogo no te ponga la zancadilla. Al contrario, como sabes que lo llevas dentro, ahora caminas con más decisión, y sacas pecho, y levantas la barbilla, y desafías al mundo, decidida a ahuyentar a escobazos al primer obstáculo que aparezca en tu camino. Que los valientes son aquellos que saben continuar viviendo aun siendo conscientes de los peligros que corren.

Así es como entra en el centro de estudios, y encaja tantas miradas, y tantas sonrisas, y tantas muecas desdeñosas como haga falta, con la firmeza con que el boxeador más duro del mundo recibe las primeras coces, sin parpadear.

Lo primero que ve, en el vestíbulo, cerca de la escalera, como si tuviera luz propia, es a Ernesto. Un visto y no visto porque, en cuanto se cruzan sus miradas, él aparta la vista, y da media vuelta, y desaparece por el pasillo allá.

Bueno, Eva supone que ésta es la muestra de lo que le espera a continuación. Si Ernesto le da la espalda, ¿qué puede esperar de los demás? ¿De Elisenda y las Tiburonas, por ejemplo?

Sube al piso de arriba y, cuando se acerca al aula, las ve venir de cara. Míralas, ahí las tienes.

Cargadas de furia en los ojos y en las bocas. Al menos, hoy no traen puestas las risitas socarronas, como si se hubieran levantado con mal pie. No son capaces de demostrar cuánto la desprecian sino cuánto la odian. Mientras avanza, a Eva se le altera la respiración, como si esperase una agresión inminente. Por primera vez en la historia del insti, las Tiburonas atacarán. Y ella se ve con ánimo de tirarle de las greñas a Elisenda, pero no podrá con todas. Demasiadas para ella sola.

Entonces, antes de que se encuentren en el estrecho pasillo, antes de que se produzca el altercado, Ernesto llega por detrás.

—¡Eva!

¿Ernesto? ¿La llama él?

—¡Eh, Eva, que estoy aquí!

Se vuelve Eva y ve llegar a Ernesto, con aquella sonrisa de doscientos watios, aquel derroche de simpatía, francamente guapo (ahora que Eva se fija en ello), y recuerda que le dijo «... Vas vestida muy sexy y, en cuanto entres en el instituto, me acerco y te pego un buen morreo! ¡Tú hazme caso! No quiero ligar. Sólo quiero acabar con el dominio de Elisenda y las Tiburonas. Te juro que, si lo hacemos, dejarás de ser la Chica Sin...» Y ahora mismo la agarra por los hombros y le planta un beso en la boca.

Un besazo en toda la boca, beso con lengua y babas y ganas, allí en medio, delante de todos, mientras Eva toma conciencia de que no es una declaración de amor sino una estrategia. Por eso, antes Ernesto ha rehusado la bienvenida: para organizar este encuentro apasionado delante de las Tiburonas. Para fingir que están enrollados, que Ernesto pasa de Elisenda y elige, en cambio, a la mucho más atractiva Eva Fabregat.

A Eva se le han cerrado los ojos y saborea el veso con deleite. Aunque sólo sea una estrategia, le está gustando, le ha gustado. Y, cuando Ernesto se distancia, y vuelve a verle la sonrisa deslumbrante, y se nota Eva muy ruborizada y le parece que parpadea demasiado, él la abraza y le acerca la boca a la oreja, de manera que le hace cosquillas con las palabras cuando dice:

—Perdona. Habíamos quedado en esto, ¿no? Con esta ropa que te has puesto, tan guapa como estás, y con este beso, te juro que acabas de ganar mil puntos sobre las Tiburonas. Y ellas, durante este fin de semana, hay que decir que se han devaluado. Ya sabe todo el mundo que son fáciles y baratas y, por tanto, no interesan. Así es este mundo en que nos ha tocado vivir. Ya no eres la Chica Sin. Eres la Chica Diez.

Eva le interrumpe casi sin querer. Cuando retira la cara para poder mirarlo a los ojos, y retira la cara pero no quiere retirar el cuerpo, que se mantiene en contacto con el cuerpo de él, y de repente se le van los labios. Como si los de él tuvieran un imán irresistible. Pam, y ya vuelve a estar pegada, recordando el gusto de la lengua de él, y se le disparan los brazos hacia la nuca del chico, y ésta sería la segunda foto fija, en mitad del pasillo del instituto, bajo la mirada benevolente del Mediacaca y de Adelaida y de los otros profes y alumnos, foto de final feliz.

Ya sabemos que no será completamente feliz, que volverán las broncas con sus padres, y los suspensos, y las contrariedades que nunca podrá acabar de entender, pero, de momento, Eva decide disfrutar de este beso sofocante y, mientras se empiezan a escuchar silbidos de admiración a su alrededor, e incluso aplausos, se dice que, bueno, que tiene que relajarse de momento, que lo que tenga que llegar ya llegará, y que mañana será otro día.

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