Champion

Champion


22. June

Página 26 de 38

JUNE

Me despierta un ruido atronador que resuena en todo el complejo de apartamentos: es la sirena que avisa de un ataque aéreo. Por un segundo es como si estuviera de nuevo en Denver, sentada junto a Day en aquella cafetería iluminada tenuemente, mientras el aguanieve cae a nuestro alrededor y él me cuenta que se está muriendo. Recuerdo el caos de las calles, el pánico, las sirenas incesantes y nuestra carrera agarrados de la mano en busca de refugio.

Poco a poco me espabilo y descubro que estoy en mi habitación. La alarma me inquieta, me pone los nervios de punta. Salto de la cama, me detengo un instante para calmar a Ollie, que no deja de gemir, y salgo corriendo a encender la pantalla. El aviso aparece sobre una pantalla de un rojo rabioso.

PÓNGANSE A CUBIERTO

Leo los titulares.

LOS DIRIGIBLES ENEMIGOS SE APROXIMAN A LOS ÁNGELES.

TODAS LAS TROPAS DEBEN PRESENTARSE EN SUS CUARTELES.

EL ELECTOR PRIMO VA A REALIZAR UN COMUNICADO DE EMERGENCIA.

Calculábamos que las Colonias tardarían tres días en atacar Los Ángeles, pero parece que se han adelantado y se preparan para romper el alto el fuego. Aprieto los puños: tendremos que poner en marcha nuestro plan antes de tiempo. Me tapo los oídos para amortiguar los alaridos de la alarma, salgo corriendo al balcón y escruto el horizonte. Todavía hay poca luz y las nubes me impiden ver bien, pero los puntos que se alinean sobre las montañas son inconfundibles. Me quedo sin aliento.

Dirigibles. ¿De las Colonias? ¿De África? No puedo distinguirlo a esta distancia, pero algo es seguro: no son de la República. A juzgar por su posición y la velocidad que llevan, estarán sobre Los Ángeles en menos de una hora. Enciendo mi micrófono y entro corriendo a vestirme. Si Anden va a hacer un anuncio, sin duda será la rendición, así que tengo que reunirme con Day y con los Patriotas tan rápido como pueda. La rendición falsa corre un peligro cierto de convertirse en una real.

—¿Dónde estáis? —grito en cuanto oigo la voz de Day en el auricular.

—En el hospital, con Eden —responde con voz tan tensa como la mía—. ¿Has visto los dirigibles?

Levanto la vista hacia el horizonte antes de atarme los cordones de las botas.

—Sí. Voy para allá. No tardo nada.

—Vigila el cielo. Ten cuidado —titubea un par de segundos—. Y date prisa. Tenemos un problema.

Se corta la comunicación y salgo corriendo del apartamento, con Ollie pegado a los talones.

Cuando llegamos al hospital central, en el edificio Bank Tower, las sirenas han dejado de sonar. Deben de haber cortado la electricidad, porque el paisaje de la ciudad resulta inquietantemente sombrío: solo hay luz en los edificios gubernamentales, como el Bank Tower. Al final del vestíbulo veo una pantalla que muestra un podio vacío: ahí aparecerá Anden de un momento a otro para dirigirse a la nación. Ollie jadea de ansiedad. Me agacho para acariciarlo y me lame las manos.

Llego a la habitación de Eden, en la que me esperan Day y tres soldados, justo cuando Anden aparece en pantalla. El hermano de Day parece exhausto y medio inconsciente. Todavía tiene una vía en el brazo, pero no veo ningún otro tubo ni cables. Al lado de la cama hay un médico que toma notas.

Day, Pascao y los soldados llevan puestos los trajes oscuros que proporciona la República para misiones de gran desgaste físico, y que yo he llevado tantas veces. Los dos primeros hablan con un científico; a juzgar por sus expresiones, no les está dando buenas noticias. Cuando voy a preguntarles qué sucede, las palabras mueren en mis labios: Anden está subiendo al podio. Todos se giran hacia la pantalla. Solo se oye el sonido de nuestra respiración y el murmullo ominoso y distante de los dirigibles.

Anden parece tranquilo, con una expresión grave que le hace aparentar muchos más años de los que tiene. Solo la ligera tensión de su mandíbula delata sus verdaderas emociones. Viste de blanco, con charreteras de plata en los hombros y el emblema dorado de la República prendido en la guerrera. A su espalda hay dos banderas: una es la de la República y la otra es blanca. Trago saliva. Sabía que esto iba a suceder —lo he planeado, sé que es una impostura—, pero aun así no puedo evitar una honda sensación de dolor y fracaso, como si realmente estuviéramos entregando nuestro país al enemigo.

—Soldados de la República —comienza Anden; como de costumbre, su voz es tan suave como enérgica, tan grave como clara. La cámara retrocede para mostrar las tropas que le rodean—. Me presento hoy ante vosotros con gran pesar para comunicaros algo que ya he transmitido al canciller de las Colonias.

Se detiene un instante como si necesitara reunir fuerzas; no puedo ni imaginarme lo que tiene que ser esto para él, aunque solo se trate de una farsa.

—Hoy, la República ha capitulado oficialmente ante las Colonias —dice al fin.

Silencio. Los soldados parecen helados, pendientes de cada una de sus palabras.

—Desde este momento, toda la actividad militar contra las Colonias cesará —continúa Anden—, y mañana nos reuniremos con sus líderes para firmar los términos de la rendición —hace una pausa para permitir que sus palabras se asienten entre la audiencia—. Seguiremos informando de la situación según esta avance.

La transmisión se corta, y no termina con Larga vida a la República. Se me pone el pelo de punta cuando en la pantalla aparece una bandera… no de la República, sino de las Colonias.

Han hecho un gran esfuerzo para que la rendición sea creíble. Ahora solo podemos confiar en que los antárticos cumplan su palabra y la ayuda esté en camino.

—Day, no nos queda mucho tiempo para colocar las bombas en las torres de despegue —murmura Pascao—. Tienes que ganar algo de tiempo. Las naves de las Colonias aterrizarán en nuestras torres dentro de pocas horas.

Day asiente. Pascao se vuelve hacia los soldados para impartir instrucciones y los ojos de Day se posan en mí. Distingo en ellos una tensión teñida de miedo que me revuelve el estómago.

—Hay problemas con la vacuna, ¿verdad? —pregunto—. ¿Qué tal está Eden?

Day suspira, se pasa una mano por el pelo y baja la vista hacia su hermano.

—Aguantando el tirón.

—¿Pero…?

—Pero no es el paciente cero. Su sangre no contiene todo lo que necesitan los científicos.

Contemplo al frágil niño en la camilla del hospital. ¿Eden no es el paciente cero?

—¿Cómo? ¿Qué necesitan?

—Es más fácil mostrártelo que intentar explicarlo. Vamos: hay que informar de esto a Anden. ¿Qué sentido tiene rendirse si no vamos a conseguir ayuda de la Antártida?

Day me guía por el pasillo hasta llegar a una puerta sin ningún letrero. Entramos en una habitación llena de ordenadores. El técnico que los controla se levanta en cuanto nos ve.

—Candidata Iparis… ¿Qué desea? —me pregunta.

—Quiero saber qué está pasando.

Se sienta ante un ordenador y tarda unos minutos en cargar la información en pantalla. Cuando termina, veo una comparativa entre lo que supongo que son dos células. Las examino con atención.

El científico me señala la imagen de la derecha: muestra varias partículas poligonales unidas a un núcleo más grande mediante docenas de tubitos.

—Esto —señala el núcleo grande— es la simulación de una célula infectada con el virus objeto de estudio. La célula presenta un tinte rojo, lo que indica que el virus ya la ha infectado. Sin una vacuna, entrará en lisis, esto es, se romperá… y morirá. Ahora bien, ¿ve estas partículas de alrededor? Es la simulación de la vacuna que necesitamos. Gracias a los conductos creados por el propio virus, se adhieren al exterior de la célula infectada y evitan que estalle.

Toca dos veces la pantalla para animar la imagen y las partículas se acercan a la célula haciendo que se reduzca de tamaño. Su color se aclara hasta que el rojo desaparece.

Miro el lado izquierdo de la pantalla, que muestra una célula similar rodeada de partículas. Estas carecen de tubos a los que unirse.

—Esto es lo que tenemos ahora —explica el técnico—. Las partículas de nuestra vacuna no encuentran enlaces con los que conectarse a los receptores de la célula. Sin eso, la vacuna es inútil.

Cruzo los brazos y miro de reojo a Day, que se encoge de hombros con impotencia.

—¿Y cómo se puede desarrollar lo que falta?

—Esa es la cuestión. Creemos que esta característica no formaba parte del virus original; en otras palabras, alguien ha alterado el virus para crear uno nuevo. Vemos huellas del marcador al etiquetar la célula —señala unos puntitos brillantes dispersos por su superficie—. Esto podría indicar que han sido las Colonias quienes han alterado el virus, ya que la República no guarda ningún registro de esta manipulación.

—Un segundo —interrumpe Day—. Esto es nuevo. ¿Está diciendo que las Colonias han fabricado esta nueva peste?

El científico nos dedica una mirada sombría y se vuelve hacia la pantalla.

—Posiblemente. Lo curioso es que lo que nos falta, esto es, la capacidad para que la vacuna acceda a las células, procede en origen de la República. Hemos podido rastrear un virus con una característica similar hasta la ciudad de Colorado. Ahora bien: los marcadores indican que el nuevo virus de la peste procede de Tribune, una ciudad fronteriza de las Colonias. En algún momento, en la ciudad de Tribune, el virus de Eden entró en contacto con un virus distinto… y ocurrió la mutación.

Y entonces me quedo lívida: todas las piezas encajan de repente. Tribune: la ciudad a la que llegamos Day y yo cuando huimos a las Colonias. Recuerdo la fiebre tan alta que tuve cuando Day me llevó a cuestas por el túnel de Lamar hasta el territorio de las Colonias. Pasé una noche en uno de sus hospitales y me inyectaron medicamentos, pero jamás había tenido en cuenta la posibilidad de que me utilizaran con un propósito diferente. ¿Habré formado parte de un experimento sin saberlo? ¿Portaré en mi torrente sanguíneo la pieza que les falta a los científicos?

—Soy yo —musito.

Day y el técnico me miran perplejos.

—¿A qué se refiere? —pregunta el técnico.

Day se queda callado: veo en su expresión que él también ha caído en la cuenta.

—Soy yo —repito; la respuesta es tan evidente que me cuesta respirar—. Yo estuve en la ciudad de Tribune hace ocho meses. Estaba enferma cuando nos detuvieron en Colorado. Si el virus del que estamos hablando se originó en la República y después regresó desde Tribune, es posible que la respuesta al rompecabezas sea yo.

Ir a la siguiente página

Report Page