Champion

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26. June

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Desde Bank Tower, en el centro de Los Ángeles, se divisan perfectamente los nubarrones de humo y las llamas que brotan de las torres de despegue situadas en la costa. Las explosiones son terribles: destellan cegadoras en el horizonte y retumban haciendo temblar las ventanas. El personal médico se arremolina a mi alrededor, asustado y confuso, mientras los equipos del laboratorio preparan a Tess y a Eden para la evacuación.

Recibo una llamada. Es Pascao.

—¡Estoy con Day! —grita—. Nos vemos fuera.

Se me doblan las rodillas de alivio.

Está vivo. Lo ha conseguido. Me vuelvo hacia la habitación de Tess; la están colocando en una silla de ruedas. Levanto el pulgar y su rostro se ilumina a pesar de su débil estado. La sombra que envolvía nuestro edificio empieza a moverse: el dirigible de las Colonias se está desplazando para unirse a la batalla. Docenas de cazas despegan de su cubierta como un enjambre de avispas furiosas y se colocan en formación, uniéndose a otros aviones que salen de las naves dañadas. Los cazas de la República vuelan a su encuentro.

Daos prisa, antárticos. Por favor.

Bajo corriendo las escaleras hasta llegar al vestíbulo. El caos se extiende por todas partes. Varios soldados de la República pasan a toda velocidad por delante de mí, mientras otros se reúnen en la puerta para evitar que pase la gente.

—¡No entren en el hospital! —grita uno—. ¡Lleven a los heridos al otro lado de la calle! ¡Estamos evacuando!

Las pantallas del vestíbulo muestran escenas de lucha entre tropas de las Colonias y soldados de la República, y me sorprende ver también a civiles con armas improvisadas. Hay incendios en las calles. Por la parte inferior de las pantallas corre una y otra vez la misma frase en grandes letras mayúsculas: TODOS LOS SOLDADOS DE LA REPÚBLICA DEBEN PASAR AL ATAQUE. TODOS LOS SOLDADOS DE LA REPÚBLICA DEBEN PASAR AL ATAQUE. Me estremezco al ver las escenas, aunque esto es exactamente lo que habíamos planeado.

En cuanto salimos al exterior, el ruido de la batalla me ensordece. Decenas de nuestros cazas rugen en el cielo, mientras otros sobrevuelan Bank Tower para defender el rascacielos más alto de Los Ángeles si las Colonias intentan atacarlo, como sin duda harán. Lo mismo ocurre en otros edificios emblemáticos.

—Vamos, Day —murmuro, escudriñando las calles cercanas en busca de su pelo brillante y de los ojos grises de Pascao.

Un temblor sacude la tierra y otra bola de fuego explota detrás de unos edificios. Pasan silbando dos cazas de las Colonias, seguidos de cerca por un avión de la República. El estruendo es tan fuerte que tengo que taparme los oídos.

—¿June? —apenas oigo la voz de Pascao por el intercomunicador—. Casi hemos llegado. ¿Dónde estás?

—¡Delante de Bank Tower!

—Tenéis que evacuar el edificio —responde en el acto—. Los hackers han captado una transmisión: las Colonias piensan atacar el edificio en menos de una hora…

En ese preciso instante, un caza de las Colonias pasa sobre el edificio y deja caer algo en la azotea. Se produce una explosión ensordecedora, y los soldados que me rodean empiezan a apartar a la gente para evitar los fragmentos de cristal que caen de los últimos pisos. Salto hacia atrás y me refugio en vestíbulo. En la calle, una tormenta de escombros aplasta coches y troncha farolas.

—¿June? —la voz de Pascao transmite auténtica alarma—. June, ¿estás bien?

—¡Sí! —respondo—. ¡Os espero en la entrada del hospital! ¡Hasta ahora!

Corto la llamada y tres minutos más tarde diviso al fin a Day y a Pascao, que avanzan dando tumbos hacia Bank Tower. Van a contracorriente, esquivando a la marea de civiles que huyen y a los soldados que corren para sumarse a la defensa de la ciudad. Me abalanzo hacia Day, que va apoyado en el hombro de Pascao.

—¿Estáis heridos? —pregunto.

—Yo estoy bien; este, no tanto —Pascao señala a Day—. Aunque creo que es más cansancio que otra cosa.

Paso el otro brazo de Day sobre mis hombros y ayudo a Pascao a acarrearlo hasta un edificio que hay algo más allá, desde el que se divisa el caos de Bank Tower y la plaza llena de escombros. En el vestíbulo ya hay hileras de soldados heridos y médicos que corren de uno a otro, sobrepasados.

—Hemos empezado la evacuación del hospital —explico mientras tumbamos a Day en el suelo.

Él hace una mueca de dolor, aunque no le encuentro ninguna herida visible.

—No te preocupes —le tranquilizo cuando me mira angustiado—. Eden y Tess ya están saliendo.

—Tú también deberías irte —replica—. La batalla acaba de empezar.

—Si te pido que no te preocupes, ¿me harás caso?

Me dedica una sonrisa irónica.

—¿June, van a ayudarnos los antárticos? —pregunta—. ¿Le has contado a Anden lo de la vacuna?

—Tranquilo, Day —me levanto y apoyo una mano en el hombro de Pascao—. Cuida de él; yo voy a regresar al edificio para ayudar con la evacuación. Les diré que traigan aquí a su hermano.

Pascao asiente rápidamente. Le dedico una última mirada a Day antes de salir corriendo a la calle.

Un río de pacientes salen del Bank Tower escoltados por soldados de la República. Algunos van con muletas o en silla de ruedas; otros están en camillas que empujan los enfermeros. Los soldados gritan órdenes, con las armas en la mano y expresión tensa. Paso a toda prisa entre ellos, llego a la puerta y empiezo a subir escalones de dos en dos hasta llegar a la cuarta planta. La puerta está abierta, y una enfermera guía a la gente hasta el ascensor. Me acerco a ella y la agarro del brazo. Ella se vuelve, sobresaltada, y al reconocerme inclina la cabeza en señal de respeto.

—Candidata a Prínceps —dice—. ¿Qué está…?

—Eden Bataar Wing —la interrumpo—. ¿Está preparado para salir?

—¿El hermano de Day? —responde—. Sí… Sí, está en su habitación. Necesitaba una silla de ruedas, pero ya…

—¿Y Tess? ¿La chica que estaba en cuarentena?

—Ya está bajando…

Sin esperar a que la enfermera termine de hablar, salgo disparada hasta el laboratorio. Al fondo del pasillo veo a un par de enfermeros que llevan a Eden. Parece inconsciente; tiene la cabeza apoyada en una almohada que le han puesto en la silla de ruedas, y su frente está empapada en sudor.

Indico a los enfermeros adónde deben llevarlo y los conduzco a toda prisa hacia el ascensor.

—Day está en el edificio de enfrente; llevadlo con él.

Otra explosión sacude el edificio y muchos caemos de rodillas. Del techo cae una nube de polvo que me irrita los ojos. Me desabotono la guerrera y cubro con ella a Eden para protegerlo.

—Nada de ascensor —jadeo señalando las escaleras—. ¿Podemos bajarlo?

Una enfermera lo levanta con cuidado y lo sostiene entre sus brazos. Corremos por las escaleras entre el polvo, los gritos ahogados, los disparos y las explosiones que retumban en el exterior.

Salimos a toda prisa: ya es de noche, pero todo está iluminado por el fragor de la batalla. Anden todavía no me ha llamado. Me detengo en la entrada y recorro con los ojos las azoteas de los edificios contiguos, apenas consciente de la tromba de evacuados que corre a nuestro alrededor. Un soldado me reconoce, se acerca a la carrera y se cuadra rápidamente antes de hablar.

—¡Candidata! —grita—. Acuda al refugio adyacente lo más rápido que pueda: vamos a mandarle un coche para llevarla hasta el Elector.

Niego con la cabeza.

—No, me quedo aquí.

De pronto, me llama la atención un breve resplandor en la cornisa de enfrente. Todos nos quedamos helados al oír cómo una bala se hunde en el marco de la puerta, a nuestra espalda.

Hay francotiradores de las Colonias en las azoteas.

Los soldados de la República apuntan y abren fuego; el guardia que estaba hablando conmigo me pone una mano en el hombro.

—¡Muévanse! —grita, gesticulando con violencia.

La enfermera que lleva a Eden avanza un par de pasos hacia delante, con los ojos desorbitados y fijos en los tejados.

—Todavía no —le ordeno deteniéndola con una mano—. Espere aquí un momento.

No han pasado ni dos segundos cuando se oye otro disparo y una bala alcanza a uno de los evacuados. La sangre salpica a la gente de alrededor, que echa a correr despavorida. Los chillidos rasgan el aire. Mi corazón se desmanda mientras examino los tejados. Uno de los soldados de la República alcanza al fin a un francotirador, y un hombre con el uniforme de las Colonias cae desde lo alto de un edificio cercano. Aparto la vista antes de que el cuerpo choque contra el suelo, pero no puedo evitar una náusea.

¿Cómo vamos a poner a salvo a Eden?

—Quédate aquí —ordeno a la enfermera que lo lleva en brazos.

Me acerco a cuatro soldados que hay cerca.

—Cubridme: voy a avanzar hasta allí —les digo.

Le pido a uno de ellos que me entregue su pistola y él obedece sin titubear.

Avanzo entre la multitud, intentando imitar la agilidad con la que se mueven Day y Pascao por la jungla urbana, y corro hasta ocultarme entre las sombras de un callejón que se abre en la acera opuesta. Soy menuda, voy vestida de oscuro y estoy sola: puedo pillarlos por sorpresa. Rememoro todas las lecciones de tiro que he recibido. Si pudiera deshacerme de los francotiradores, los evacuados tendrían muchas más posibilidades de escapar.

Un caza de las Colonias ruge sobre nuestras cabezas, y al pasar sobre Bank Tower deja caer algo que causa una terrible explosión. Lo persigue un avión de la República que no deja de disparar; en cierto momento, le alcanza en un motor y el caza enemigo se inclina hacia un lado dejando una estela de humo negro. Desaparece tras los edificios, y unos segundos más tarde se oye un estallido ensordecedor: ha debido de chocar a un par de manzanas de distancia. Me giro hacia el rascacielos en llamas. No tenemos mucho tiempo: el bloque se va a derrumbar.

Aprieto los dientes y trepo a toda prisa por el costado del edificio. Si fuera tan buena corredora como Day y Pascao…

Por fin llego a la cornisa de la última planta. Desde aquí tengo una visión privilegiada de la batalla. Las tropas de las Colonias atacan Bank Tower por cielo y tierra: en las calles adyacentes, cientos de soldados de la República se enfrentan a los enemigos. Los pacientes, los médicos y los funcionarios que trabajaban en los pisos superiores avanzan como pueden hasta el refugio improvisado. Muchos están cubiertos de sangre y polvo de yeso.

Me asomo y echo un vistazo a la azotea. No hay francotiradores a la vista. Subo a pulso, con cuidado de mantenerme siempre entre las sombras. Aprieto la pistola con tanta fuerza que apenas siento los dedos. Exploro los tejados de la zona que da al refugio y acabo por localizar a varios soldados de las Colonias agazapados en edificios vecinos. Avanzo con sigilo hacia ellos.

Apunto al primero y lo dejo rápidamente fuera de combate; es como si sintiera a mi hermano Metias a mi lado, como si él guiara mi pistola y se asegurara de que no disparo a ningún punto vital. El soldado cae con un grito ahogado al que nadie presta atención entre el caos. Corro hasta él, le quito el arma y la tiro a la calle antes de darle un puñetazo que lo deja inconsciente. Me dirijo al siguiente. Aprieto una mano contra el auricular y enciendo mi micrófono.

—Dile a la enfermera que siga esperando —susurro rápidamente al guardia del edificio Bank Tower—. Le haré una señal cuando esté…

Antes de que pueda terminar la frase, una explosión me derriba. Cuando abro los ojos veo que la calle está cubierta de polvo. ¿Bombas de humo? Diviso entre la niebla a los evacuados que corren como locos hacia el refugio, rompiendo la barrera de soldados e ignorando sus advertencias. Los francotiradores de las Colonias llevan puestas unas gafas que deben de permitirles ver a pesar de la neblina. Disparan a la multitud, que se dispersa en todas direcciones.

Vuelvo la mirada hacia la entrada del rascacielos, histérica. ¿Dónde está Eden? Me acerco corriendo a mi siguiente objetivo y lo dejo inconsciente usando el mismo método que con el anterior. Uno menos. Estoy a punto de ocuparme del tercero cuando mascullo una maldición: me he quedado sin balas. Me dispongo a bajar a la calle cuando distingo un destello en otro tejado cercano. Me quedo petrificada.

No muy lejos de mí, en un edificio más alto, se agazapa la comandante Jameson. Un escalofrío me recorre cuando veo que empuña una pistola. No.

No. Está acabando con los soldados de la República, uno a uno.

De pronto, en su rostro se dibuja una mueca rapaz que me hiela la sangre. Se ha fijado en un nuevo objetivo que le interesa más aún. Mis ojos siguen la dirección de su pistola.

Un chico con el pelo rubio y brillante avanza a contracorriente hacia el edificio Bank Tower.

Es Day.

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