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Segunda parte: La memoria del dolor

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Free Jazz

La vida es un estado de guerra.

SÉNECA

Amortiguado por el agua de la bañera, el timbre del teléfono tardó algún tiempo en llegar al cerebro de Alice. La joven interrumpió la apnea dando un respingo. Se envolvió con una toalla mientras cogía el móvil.

—Schäfer —dijo, después de descolgar.

—¿Alice? Soy yo.

—¡Seymour! ¡Por fin!

—¿Estás bien?

—Más o menos, pero necesito que me des información para avanzar. ¿Has encontrado algo?

—He recibido la huella. Buen trabajo. Creo que el resultado es aprovechable. He puesto inmediatamente a Savignon con ello y está comparándola con las del FAED. Tendremos los resultados dentro de media hora.

—Ok. ¿Tienes algo más? ¿Qué hay de las cámaras de vigilancia del aparcamiento?

—Me he acercado a Franklin-Roosevelt y me han pasado las cintas, pero no se ve gran cosa. Tu coche entra en el aparcamiento a las 20.12 y sale a las 0.17.

—¿Se me ve en las imágenes?

—No, la verdad es que no se te distingue…

«¡Mierda!».

—¿Estaba sola en el momento de salir? ¿Era yo quien conducía?

—No está claro. La cámara grabó tu matrícula, pero el interior del coche está sumido en la penumbra.

—¡Hostia, no puede ser! ¿Has intentado mejorar las imágenes?

—Sí, pero no se ve nada. Tienen un equipo pésimo. Y prefiero decírtelo ya: no he conseguido nada de los aeropuertos. Sin flagrante delito o comisión rogatoria, es imposible acceder a sus bases de datos o sus imágenes. Sería mucho más sencillo si informáramos a Taillandier…

—Eso sí que no. ¿Has hablado con mis amigas?

—Sí, con las tres. Habías empinado el codo a base de bien, Alice. Estaban preocupadas por ti. Malika y Karine te propusieron acompañarte, pero tú no atendías a razones…

—Dime que tienes algo más, Seymour…

—Sí, te he guardado lo mejor para el final. ¿Estás sola?

—Sí. ¿Por qué?

—Es sobre tu compañero, Gabriel Keyne… Castelli ha indagado sobre él y no existe en ninguna parte el menor rastro de un pianista de jazz que se llame así.

—No dije que fuera Ray Charles o Michel Legrand. Si tiene un público minoritario, es normal que…

—Alice, tú conoces a Castelli. Es el mejor documentalista de la Brigada Criminal. Si hubiera algo, lo habría encontrado, lo sabes perfectamente. No hay nada de él. ¡Nada de nada! Existen decenas de Gabriel Keyne, pero ningún músico con ese nombre, ni en internet, ni en los círculos de los músicos de jazz aficionados. Y agárrate, porque eso no es lo más interesante…

Seymour dejó la frase en suspenso, como para potenciar sus efectos.

«¡Suéltalo ya, joder!».

—Me dijiste que asegura haber actuado anoche en el Brown Sugar Club de Dublín, ¿verdad? —preguntó.

—Eso es lo que me ha dicho él.

—Pues es falso. Castelli ha llamado al propietario del local: anoche hubo sesión de salsa, mambo y chachachá en el Sugar Club. Los únicos que subieron al escenario son los miembros de una gran orquesta de música cubana, que llegaron por la mañana de La Habana.

Alice, estupefacta, no aceptó de buen grado la información. Se sorprendió buscando mentalmente explicaciones para defender a Gabriel: quizá actuaba con un nombre artístico, quizá pertenecía a un grupo, quizá…

—No sé quién es ese tipo —prosiguió Seymour—. Voy a seguir indagando, pero, mientras descubrimos cuál es su verdadera identidad, desconfía de él.

Alice colgó y se quedó inmóvil unos segundos. No, sus hipótesis no se sostenían. Se había dejado enredar como una principiante. No había desconfiado lo suficiente y Keyne le había mentido desde el principio.

«Pero ¿por qué razón?».

Se vistió a toda pastilla y guardó sus cosas en el bolso. Sentía cómo el miedo se adueñaba de ella. Con el corazón palpitante, bajó la escalera empuñando el arma.

—¿Keyne? —gritó, ya en el salón.

Pegada a la pared, avanzó con sigilo hasta la cocina apretando la culata con la mano. Nada, el loft estaba vacío.

Bien visible sobre la mesa, junto a la botella de vino, encontró una nota escrita en el reverso de un sobre:

Alice:

He encontrado el coche, pero el depósito estaba casi vacío.

Me voy a poner gasolina.

La espero en el shisha bar que está en la acera de enfrente.

P.D.: Espero que le gusten los pastelillos orientales.

GABRIEL

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