Central Park

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Primera parte. Los encadenados » 4. Los encadenados

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—Si no hubiera presumido con su «escuela de la calle»…

Acuciado por la presión y desdeñando toda prudencia, Gabriel peló con los dientes los cables del arranque.

—¡Écheme una mano en vez de quejarse! Coja ese hilo…, ese, sí. Frótelo con suavidad contra el mío. Eso es…, así…

La maniobra produjo un chispazo y oyeron encenderse el motor. Cruzaron una breve mirada de complicidad para confirmar esa pequeña victoria.

—Deprisa —ordenó Alice, empujándolo hacia el interior del habitáculo—. Conduzco yo.

—De eso na…

—Es una orden —lo cortó ella—. ¡De todas formas, no tenemos elección! Yo manejaré el volante y usted meterá las marchas.

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