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Kashwak » 16

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—No hay nadie dentro de esa puta sudadera, y a juzgar por el tamaño del agujero, el tipo se ha sometido a una operación a corazón abierto sin anestesia —comentó Denise—, así que cuando os canséis de mirar…

—Hay otro aparcamiento pequeño en el extremo sur del camino central —anunció Tom—. Hay buenos coches allí, el tipo de coches que llevan los jefes. Puede que tengamos suerte.

Y así fue, pero no con un buen coche. Encontraron una pequeña furgoneta de EXPERTOS EN DEPURACIÓN DE AGUAS TYCO aparcada detrás de un puñado de buenos coches y bloqueándoles la salida. El tipo de Tyco había tenido la amabilidad de dejar las llaves puestas en el arranque, probablemente por esa razón, y Clay los alejó del incendio, de la matanza y de los alaridos, conduciendo despacio por la vía de acceso hasta el cruce donde se alzaba la valla publicitaria que mostraba a una familia feliz que ya no existía (si es que había existido alguna vez). Clay detuvo la furgoneta y la puso en punto muerto.

—Tendrá que conducir uno de vosotros —anunció.

—¿Por qué, Clay? —inquirió Jordan, pero por su tono de voz Clay comprendió que el chiquillo ya lo sabía.

—Porque aquí es donde me apeo —repuso.

—¡No!

—Sí, voy a buscar a mi hijo.

—Lo más probable es que esté muerto ahí atrás. No pretendo ser cruel, solo realista —señaló Tom.

—Ya lo sé, Tom, pero también sé que cabe la posibilidad de que siga vivo, y tú también lo sabes. Jordan ha dicho que caminaban en todas direcciones, como si estuvieran perdidos.

—Clay…, cariño —terció Denise—, aun cuando siga vivo, podría estar deambulando por el bosque con solo media cabeza. No me hace ninguna gracia decirte esto, pero sabes que es cierto.

Clay asintió.

—Y también sé que podría haberse ido antes de la explosión, mientras estábamos encerrados, y haberse dirigido a Gurleyville. Un par de ellos llegaron hasta allí; los vi. Y vi a otros por el camino, y vosotros también.

—Imposible discutir con el artista, ¿verdad? —musitó Tom con tristeza.

—Sí —reconoció Clay—, pero me gustaría que tú y Jordan salierais conmigo un momento.

—¿Por qué no? —accedió Tom con un suspiro.

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