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La academia Gaiten » 1

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El día siguiente amaneció lluvioso, y el alba encontró a Clay, Alice y Tom acampados en el granero adyacente a unas caballerizas en North Reading. Los tres se asomaron a la puerta cuando los primeros grupos de chiflados empezaron a aparecer, desfilando como un rebaño hacia el sudoeste por la Carretera 62 en dirección a Wilmington. Todos ellos llevaban la ropa descompuesta y empapada, y algunos iban descalzos. A mediodía ya no quedaba ninguno, y hacia las cuatro, cuando el sol se abrió por fin paso entre las nubes con rayos largos y radiales, empezaron a desfilar en sentido contrario. Muchos de ellos comían mientras caminaban, y algunos ayudaban a quienes tenían dificultades. Ese día, Clay, Tom y Alice no presenciaron ningún asesinato.

Alrededor de media docena de chiflados acarreaban unos objetos voluminosos que a Clay le resultaban familiares; Alice había encontrado uno en el armario de la habitación de invitados de Tom, y los tres se lo habían quedado mirando, temerosos de encenderlo.

—Clay, ¿por qué algunos de ellos llevan equipos de música? —preguntó Alice.

—No lo sé —repuso él.

—Esto no me gusta —se quejó Tom—. No me gusta ese comportamiento de rebaño, no me gusta que se ayuden los unos a los otros, y aún me gusta menos verlos cargados con esos trastos.

—Solo algunos… —empezó Clay.

—Fíjate en ésa —lo interrumpió Tom al tiempo que señalaba a una mujer de mediana edad que caminaba dando tumbos por la Carretera 62 con una minicadena del tamaño de un almohadón entre los brazos. Lo sujetaba contra el pecho como si de un bebé dormido se tratara. El cable había escapado del compartimiento correspondiente y se arrastraba junto a ella—. Y ninguno de ellos lleva lámparas ni tostadoras. ¿Y si están programados para encontrar radios que funcionaban con pilas y encenderlas para retransmitir ese tono, pulso, mensaje subliminal o lo que sea? ¿Y si ahora quieren emprenderla contra los que se libraron la primera vez?

Ellos. El sempiterno, popularísimo y paranoico «ellos». Alice había sacado la zapatilla de bebé de alguna parte y la apretaba en el puño, pero cuando habló se mostró bastante serena.

—No lo creo —dijo.

—¿Por qué no? —replicó Tom.

Alice meneó la cabeza.

—No lo sé, pero no me cuadra.

—¿Intuición femenina? —quiso saber Tom con una sonrisa desprovista de sarcasmo.

—Puede —reconoció ella—, pero hay algo que me parece obvio.

—¿Qué, Alice? —terció Clay, creyendo que sabía lo que la chica diría, y estaba en lo cierto.

—Se están volviendo más inteligentes. Individualmente no, sino porque piensan de forma colectiva. Lo más probable es que os parezca una locura, pero creo que es más lógico que pensar que se están dedicando a coleccionar minicadenas de pilas para enviarnos a todos al país de la demencia.

—Una especie de telepatía de grupo —masculló Tom.

Lo meditó unos instantes mientras Alice lo observaba. Habiendo llegado a la conclusión de que la chica estaba en lo cierto, Clay se asomó a la puerta del establo para contemplar el final del día, pensando que debían parar en alguna parte para hacerse con un mapa de carreteras.

Por fin, Tom asintió.

—¿Por qué no? —reconoció—. A fin de cuentas, probablemente lo del rebaño va de eso, de telepatía.

—¿De verdad lo crees o solo lo dices para que me…?

—Lo creo de verdad —la atajó Tom antes de tocarle la mano, que ahora apretaba la zapatilla con ademanes frenéticos—. Lo creo de verdad. Deja de apretar eso un rato, ¿quieres?

Alice le dedicó una sonrisa fugaz y distraída. Clay pensó de nuevo que era hermosa, muy hermosa, y también que estaba a punto de desmoronarse.

—Ese heno parece muy mullido, y estoy agotada. Creo que voy a echar una siesta bien larga.

—Adelante, no te cortes —la animó Clay.

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