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La academia Gaiten » 8

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En la recepción del Sweet Valley Inn vendían unos mapas que les proporcionarían información más detallada que el mapa general de carreteras. Se hallaban en una vitrina con el cristal hecho añicos. Clay cogió uno de Massachusetts y uno de New Hampshire, introduciendo la mano con cuidado en el mueble para no cortarse. De repente vio a un joven tendido detrás del mostrador de recepción. Sus ojos abiertos miraban sin ver; por un instante, Clay creyó que alguien le había embutido una especie de corsé de un color extraño en la boca, pero entonces vio las puntas verdosas que atravesaban las mejillas del cadáver y constató que eran idénticas a los fragmentos de vidrio que salpicaban los estantes de la vitrina. El cadáver llevaba una placa de identificación en la que se leía

ME LLAMO HANK. CONSÚLTEME LAS TARIFAS SEMANALES ESPECIALES. Por un momento, Clay recordó al señor Ricardi.

Tom y Alice lo esperaban en el umbral de la recepción. Eran las nueve menos cuarto, noche cerrada.

—¿Qué tal? —preguntó Alice.

—Creo que esto nos servirá —repuso Clay.

Le alargó los mapas y sostuvo en alto la Coleman para que ella y Tom pudieran estudiarlos, compararlos con el mapa de carreteras y trazar la ruta de aquella noche. Clay estaba intentando tomarse el destino de Johnny y Sharon con fatalismo, y ser consciente en todo momento de la verdad descarnada acerca de su actual situación familiar. Lo que hubiera sucedido en Kent Pond no tenía remedio. O su mujer y su hijo estaban bien o no lo estaban. O Clay los encontraría o no. El éxito de aquel planteamiento semimágico era desigual.

En un momento bajo se recordó a sí mismo que tenía suerte de seguir vivo, lo cual sin duda era cierto. El contrapunto de su buena fortuna era el hecho de que se encontrara en Boston, a más de doscientos kilómetros al sur de Kent Pond aun por la vía más rápida (que no era ni mucho menos la que habían elegido para volver), en el momento de El Pulso. Pero aun así se había topado con buenas personas, de eso no cabía la menor duda, personas a las que podía considerar amigos. Muchos otros, como el tipo del barril de cerveza, la fanática religiosa o el señor Roscoe Handt, no eran tan afortunados.

Si consiguió reunirse contigo, Sharon, si Johnny consiguió llegar hasta ti, más te vale estar cuidando de él. Más te vale.

Pero ¿y si Johnny tenía el móvil? ¿Y si se había llevado el móvil rojo a la escuela? ¿Acaso en los últimos tiempos no lo llevaba más a menudo porque muchos de sus compañeros también lo hacían?

Joder.

—¿Estás bien, Clay? —se interesó Tom.

—Sí, ¿por qué?

—No sé, te veo un poco… sombrío.

—Hay un tipo muerto detrás del mostrador. Nada agradable.

—Mirad —señaló Alice mientras deslizaba un dedo sobre el mapa.

Vieron una ruta que cruzaba serpenteante la frontera del estado y por lo visto convergía con la Carretera 38 de New Hampshire al este de Pelham.

—Parece una buena opción —comentó la chica—. Si seguimos la carretera hacia el oeste unos doce o trece kilómetros… —Señaló la 110, donde tanto los vehículos como el asfalto emitían un fulgor tenue a causa de la llovizna—, deberíamos cruzarnos con ella. ¿Qué os parece?

—Me parece bien —repuso Tom.

Alice se volvió hacia Clay con expresión nerviosa. La zapatilla había desaparecido, con toda probabilidad en las profundidades de su mochila, pero Clay intuía que se moría de ganas de apretarla. Suponía que era bueno que no fumara, porque a esas alturas sin duda ya habría llegado a los cuatro paquetes diarios.

—Si tienen la frontera vigilada… —empezó Alice.

—Nos preocuparemos por eso si llega el momento —atajó Clay.

Aunque a decir verdad no estaba preocupado. De un modo u otro llegaría hasta Maine. Si para ello tenía que atravesar bosques y maleza como un inmigrante ilegal que cruzara la frontera canadiense para ir a recolectar manzanas en octubre, lo haría. Si Tom y Alice decidían quedarse atrás, qué se le iba a hacer. Clay lo lamentaría…, pero seguiría adelante porque tenía que averiguar lo que había sucedido.

La serpenteante línea roja que Alice había encontrado en los mapas del Sweet Valley Inn tenía nombre, Dostie Stream Road, y estaba casi despejada. Había seis kilómetros hasta la frontera del estado, durante los cuales no vieron más que cinco o seis coches abandonados y tan solo un accidente. También pasaron ante dos casas en las que se veía luz y de las que llegaba el zumbido de generadores. Consideraron la posibilidad de parar en ellas, pero la descartaron casi de inmediato.

—Lo más probable es que si vamos acabemos liándonos a tiros con algún tipo que pretende defender su hogar —señaló Clay—. Suponiendo que haya alguien. Más bien creo que los generadores están programados para ponerse en marcha si falla el suministro eléctrico y que funcionarán hasta que se les termine el combustible.

—Aun cuando sean personas normales y nos dejen entrar, lo cual no sería demasiado normal que digamos, ¿qué vamos a hacer? ¿Pedir que nos dejen llamar por teléfono? —añadió Tom.

Valoraron la opción de parar en alguna parte y liberar un vehículo (fue Tom quien empleó la palabra «liberar»), pero al final decidieron no hacerlo. Si la frontera del estado estaba vigilada por policías o civiles armados, llegar hasta ella en un Chevrolet Tahoe no parecía una idea demasiado sensata.

Así pues, continuaron a pie, y por supuesto en la frontera no había nada salvo una valla publicitaria (pequeña, como estaba mandado en una carretera secundaria de un solo carril que discurría por una zona rural) en la que se leía:

ACABA DE LLEGAR A NEW HAMPSHIRE y

BIENVENUE! No se oía más sonido que el de las gotas de lluvia al caer de los árboles a ambos lados de la carretera así como el ocasional suspiro de la brisa o el crujido de las pisadas de algún animal. Pararon un instante para leer la valla y luego siguieron adelante, dejando atrás Massachusetts.

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