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Kashwak » 1

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Una hora después de dejar el área de descanso donde Ray se había quitado la vida con el arma de Clay, pasaron ante un rótulo que decía:

EXPO DE LOS CONDADOS DEL NORTE

DEL 5 AL 15 DE OCTUBRE

¡BIENVENIDOS!

VISITEN EL PABELLÓN DE KASHWAKAMAK

Y NO OLVIDEN EL INCOMPARABLE

«CONFÍN NORTE»

MÁQUINAS DE JUEGO (TAMBIÉN PÓQUER TEXAS HOLD’EM)

«BINGO INDIO»

¡¡NO SE LO PIERDAN!!

—¡Dios mío! —exclamó Clay—. La Expo. El pabellón de Kashwakamak. Joder. El mejor sitio del mundo para un rebaño.

—¿Qué es una expo? —inquirió Denise.

—Una especie de feria rural —explicó Clay—, solo que mayor que las demás y mucho más salvaje, porque se celebra en la TR, en el culo del mundo. Además está lo del «Confín Norte». Todo el mundo en Maine ha oído hablar del Confín Norte de la Expo de los Condados del Norte. En cierta forma es tan célebre como el Motel Twilight.

Tom quería saber qué era el Confín Norte, pero antes de que Clay tuviera ocasión de explicárselo, Denise lo interrumpió.

—Ahí hay dos más. Jesús, María y José, ya sé que son telefónicos, pero aun así me da náuseas.

Había un hombre y una mujer tendidos en la polvorienta cuneta. Habían muerto o bien abrazados o bien enzarzados en una encarnizada lucha, y los abrazos no parecían formar parte del estilo de vida de los telefónicos. Habían visto una media docena de cadáveres más durante el trayecto hacia el norte, a buen seguro bajas del rebaño que había salido a su encuentro. También habían visto a varios vagando sin rumbo hacia el sur, a veces solos, a veces en parejas. Una de las parejas, a todas luces sin saber adonde ir, incluso había intentado parar el autobús para que los llevara.

—Sería genial que todos desertaran o cayeran fulminados antes de lo que nos tienen preparado para mañana —comentó Tom.

—Yo no contaría con ello —replicó Dan—. Por cada baja o desertor hemos visto a veinte o treinta que siguen el programa. Y sabe Dios cuántos nos esperan en Kashwak.

—Yo tampoco contaría con eso —señaló Jordan con cierta sequedad desde su asiento junto a Tom—. Un gusano en el programa no es moco de pavo. Puede empezar como una simple molestia y de repente, catapún, todo se va a la porra. Juego a ese juego… ¿el Star-Mag? Bueno, jugaba…, y un aguafiestas de California se cabreó tanto porque siempre perdía que metió un gusano en el sistema y se cargó todos los servidores en cuestión de una semana. Casi medio millón de jugadores se quedaron sin Star-Mag por culpa de aquel imbécil.

—No tenemos una semana, Jordan —le recordó Denise.

—Ya lo sé —repuso el chico con voz sombría—. Y sé que lo más probable es que no desaparezcan todos de la noche a la mañana…, pero es posible. Y por mi parte, no perderé la esperanza. No quiero acabar como Ray. Ray… perdió la esperanza —concluyó mientras una lágrima solitaria le rodaba por la mejilla.

—No acabarás como Ray —aseguró Tom al tiempo que lo abrazaba—. Crecerás y de mayor serás como Bill Gates.

—No quiero ser como Bill Gates —replicó Jordan, huraño—. Apuesto algo a que Bill Gates tenía móvil. De hecho, apuesto algo a que tenía una docena. —De repente se irguió en el asiento—. Me encantaría saber cómo es posible que sigan funcionando tantos repetidores si no hay electricidad.

—La FEMA[4] —masculló Dan.

Tom y Jordan se volvieron para mirarlo, Tom con una tenue sonrisa en los labios. Incluso Clay miró a Dan por el retrovisor.

—Creéis que estoy de broma —prosiguió Dan—. Ojalá… Leí un artículo sobre el tema un día en la consulta del médico, mientras esperaba para que me hicieran esa prueba repugnante en la que el médico se pone un guante y se va de exploración…

—Por favor —lo atajó Denise—. Las cosas ya están lo bastante chungas…, así que ahórrate los detalles. ¿Qué decía el artículo?

—Que después del 11 de septiembre la FEMA solicitó y obtuvo cierta cantidad de dinero del Congreso…, no recuerdo cuánto, pero varios millones, para equipar los repetidores de telefonía móvil de todo el país con generadores de emergencia y así garantizar que las comunicaciones de la nación no se fueran a la mierda en caso de atentados terroristas coordinados. —Dan se detuvo un instante antes de proseguir—: Y parece que funcionó.

—La FEMA —musitó Tom—. No sé si echarme a reír o a llorar.

—Te sugeriría que escribieras al diputado de tu distrito, pero lo más probable es que esté loco —comentó Denise.

—Ya estaba loco antes de El Pulso —replicó Tom con aire ausente mientras se restregaba la nuca y miraba por la ventanilla—. La FEMA. La verdad es que tiene cierto sentido. La puta FEMA…

—Pues a mí me encantaría saber por qué tienen tanto empeño en hacerse con nosotros y llevarnos a ese lugar —observó Dan.

—Y en asegurarse de que los demás no sigamos el ejemplo de Ray —añadió Denise—, no lo olvides… De todos modos, yo no lo haría —aseguró tras una pausa—. El suicidio es pecado. Pueden hacerme lo que quieran, pero tengo intención de irme derecha al cielo con mi bebé. Creo en ello.

—Lo que más escalofríos me da es lo del latín —dijo Dan—. Jordan, ¿es posible que los telefónicos cogieran cosas antiguas…, cosas de antes de El Pulso, y las incorporaran a la nueva programación si encajaban en…, no sé…, en sus objetivos a largo plazo?

—Supongo que sí —asintió Jordan—. No lo sé seguro porque no sabemos qué tipo de órdenes codificaron en El Pulso. En cualquier caso, no es una programación informática normal, sino que se autogenera; es orgánica, como el aprendizaje… De hecho, creo que es aprendizaje. «Cuadra con la definición», como diría el director. Solo que todos aprenden juntos, porque…

—Por la telepatía —atajó Tom.

—Exacto —convino Jordan con expresión preocupada.

—¿Y por qué te da escalofríos lo del latín? —preguntó Clay a Dan mientras lo miraba por el retrovisor.

—Tom comentó que el latín es el lenguaje de la justicia, y supongo que es verdad, pero todo esto me parece más una venganza. —Se inclinó hacia delante; tras los cristales de las gafas, sus ojos parecían cansados e inquietos—. Porque, con latín o sin él, no son capaces de pensar, de eso estoy convencido. Al menos de momento. No dependen del raciocinio, sino de una especie de mente colmenar nacida de la furia más pura.

—Protesto, señoría, especulación freudiana —intervino Tom en tono más bien risueño.

—Quizá sea Freud o quizá sea Lorenz —replicó Dan—, pero en cualquier caso te pido que me concedas el beneficio de la duda. ¿Sería de extrañar que un ente cargado de semejante ira confundiera la justicia con la venganza?

—¿Tiene importancia? —replicó Tom.

—Puede que para nosotros sí —señaló Dan—. Como persona que una vez impartió un curso sobre «vigilantismo» en Estados Unidos, estoy en condiciones de afirmar que la venganza acaba ocasionando más daño.

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