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Kashwak » 14

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Los cuatro se sentaron juntos y apoyados contra la puerta de doble hoja por la que habían entrado en el pabellón, confiando en que las planchas de acero los protegieran. Jordan estaba agazapado detrás del edificio, al pie del ventanuco roto por el que había salido.

—¿Qué haremos si la explosión no agujerea el pabellón? —inquirió Tom.

—Ya se nos ocurrirá algo —repuso Clay.

—¿Y si la bomba de Ray no explota? —preguntó Dan.

—Pues retroceder veinte metros, despejar el balón y volver a empezar —espetó Denise—. Vamos, Clay. No esperes a la sintonía. Adelante.

Clay abrió el teléfono, se quedó mirando la pantalla oscura y de repente reparó en que debería haber verificado si también aquel móvil tenía líneas de cobertura antes de enviar a Jordan a su misión. No se le había ocurrido. A ninguno de ellos se le había ocurrido. Qué estupidez. Casi tanto como olvidar que había guardado el papel con el número de teléfono en el compartimiento para el reloj. Pulsó la tecla de encendido. El teléfono emitió un pitido. Por un instante no sucedió nada, pero por fin aparecieron tres líneas. Marcó el número y dejó el pulgar suspendido sobre la tecla de llamada.

—¿Estás preparado, Jordan?

—¡Sí!

—¿Y vosotros? —preguntó Clay a los demás.

—Hazlo antes de que me dé un infarto —suplicó Tom.

De repente, una imagen de claridad horripilante surcó la mente de Clay. Johnny-Gee tendido justo debajo del lugar donde se había detenido el autobús cargado de explosivos. Tendido de espaldas con los ojos abiertos y las manos entrelazadas sobre la pechera de su camiseta de los Red Sox, escuchando la música mientras su cerebro se reconstruía de un modo extraño.

Desterró la imagen con firmeza.

—Tony, Tony, ven, deprisa… —recitó sin motivo alguno antes de pulsar el botón de llamada para contactar con el móvil escondido en el maletero del autobús.

Tuvo el tiempo justo para contar «A la de UNA, a la de DOS» antes de que el mundo que rodeaba el Pabellón Kashwakamak volara por los aires. El rugido de la explosión engulló por completo el

Adagio de Tomaso Albinoni. Todos los ventanucos que daban al rebaño se hicieron añicos. Una intensa luz color púrpura entraba por los orificios, y al poco todo el extremo sur del pabellón se desplomó en una lluvia de tablones, vidrios y heno. Las puertas contra las que estaban apoyados dieron la impresión de combarse hacia atrás. Denise se protegió el vientre abultado con ambos brazos. Fuera se elevó un terrible aullido de dolor colectivo. Por un instante, aquel sonido atravesó la mente de Clay como una motosierra. Al poco, el sonido se extinguió, pero no en su mente. Era el sonido de muchas personas asándose en el infierno.

Algo aterrizó sobre el tejado, un objeto lo bastante pesado para que el edificio entero se estremeciera. Clay levantó a Denise de un tirón. La joven se lo quedó mirando con expresión enloquecida, como si ya no supiera quién era.

—¡Vamos! —la instó Clay.

Había gritado, pero apenas si oía su propia voz y tenía la impresión de que estaba envuelta en algodón.

—¡Salgamos de aquí!

Tom también se había levantado. Dan se incorporó a medias, cayó, lo intentó de nuevo y esta vez lo consiguió. Asió la mano de Tom, quien a su vez asió la de Denise. De aquella guisa se abrieron paso hasta la abertura situada en el otro extremo del pabellón, donde encontraron a Jordan de pie junto a un montón de heno en llamas, contemplando lo que había provocado una sola llamada telefónica.

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