Catherine

Catherine


CAPÍTULO 18

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Chelsea

 

SOla en The Underground, no fui capaz de relajarme. Seguí mirando hacia la ventana recordando a la chica cuyo rostro había visto allí, solo que ahora cuando me imaginaba su cara tenía la misma mirada de pánico que había visto en la estatua de Jackie. Aunque sabía que era una locura, había revisado el seguro de la ventana para confirmar que todavía estaba cerrada. Por supuesto que sí. Pero eso no me hacía sentir menos nerviosa.

Todavía tenía demasiado trabajo dejado por mi madre, pero sacarlo adelante ha comenzado a ser muy duro. Al principio leer cada inscripción había sido como degustar una pequeña pieza deliciosa de ella. Sin embargo, cuanto más leía, más me asustaba llegar al final y que eso fuera todo. Haber desvelado todo lo que había dejado.

Cuando llegué a la parte sobre la muerte de mi abuelo, tuve que dejar el libro y tomar un descanso por tanta tristeza. Incluso la lectura de las partes más felices me dieron la sensación vertiginosa de olvidar quién fui, de perder mi propia vida y quedar atrapada en esta otra.

Todo esto me puso confusa. Mientras estaba leyendo, sentí simpatía por Hence. Su Hence, ese joven vulnerable, romántico. Y me resultó más difícil odiar al Hence que conocía mayor, más irritable, necesitado de un afeitado.

Más extraño me pareció, mientras leía, estarla apoyando a ella y a Hence para que se reunieran por fin, estúpidamente esperando que Catherine encontrara una manera de conseguir todo lo que quería, Harvard y Hence, al mismo tiempo. Era inquietante atraparme a mí misma en contra de mi propio padre. De mi propia existencia.

No podía dejar de preguntarme: si está viva ¿preferiría que se reuniera con Hence que con mi propio padre? Y si la encontrara, ¿la ayudaría a que esto sucediera? No estaba segura de las respuestas y eso me hacía sentir incómoda. Desleal. Confundida. Luego estaban los poemas, cada uno un rompecabezas esperándome para descubrir sus secretos. Como éste:

 

Riptide

 

El choque de las olas es como una invitación me despierta de mi siesta, llamándome al drama

de los fuertes vientos y espumoso oleaje.

Así, tiro abajo el traje y sumerjo los pies en el agua helada.

Una vez que está a la altura de mis caderas, sé que no voy a volver. Me zambullo

y deslizo a través del agua marina gris.

Enamorada del horizonte inalcanzable, pierdo la noción de mí misma… muy lejos fuera de la vista del salvavidas, cuando una corriente se levanta de nuevo desde la orilla y me revuelca hacia abajo y me arroja como un trozo de madera a la deriva cada vez más lejos de todo lo que conozco.

Golpeo y pisoteo en el agua, sin querer nada más que arena seca bajo mis pies,

nada más que la tibia playa conocida.

Demasiado tarde. Para mis amigos en sus mantas que protegen sus ojos entrecerrándolos al mar no soy más que una mota…

desapareciéndose, desapareciéndose, desaparecida.

 

Teniendo en cuenta el título, tenía que ser sobre Hence y su banda. Por supuesto, mi madre habría estado encantada de que su novio se convirtiera en un rock star. ¿Quién no lo estaría? Pero todo ese asunto sobre ser arrojado lejos de la costa y arrastrado como un trozo de madera a la deriva sonaba triste o tal vez aterrorizado. Por otra parte, ¿qué sabía sobre poesía? Los genes literarios de mi madre me habían ignorado por completo. Últimamente, en mis cursos de Arte del Lenguaje yo había sido profundamente decepcionante, según papá. Tal vez el poema estaba diseñado para lograr felicidad y no lo había captado. Volví a leerlo una y otra vez, esperando la luz del amanecer.

Por último, los sonidos de la descarga en la calle de abajo irrumpieron mi lectura. Había un show esa noche, lo que significaba que Cooper debía estar de vuelta. Metí el diario en su escondite y maldije el cuchitril del viejo ascensor todo el camino.

Efectivamente, encontré a Cooper dando instrucciones al encargado del equipo. Siguió en su asunto, ayudando a cargar una batería al escenario mientras yo miraba, esperando el momento adecuado.

Pero el suspense me estaba matando. Me recargaba en un pie y luego en el otro.

Por último, la batería ya estaba en su lugar, mira hacia arriba y se encontró conmigo.

—Oh —fue todo lo que dijo.

—¿Tienes mi nota? —le pregunté—. ¿Sobre lo que dije anoche? Estaba enojada con Hence por sacar conclusiones.

Pero en lugar de responder, Cooper examinó la habitación, buscando la siguiente tarea como si no estuviera allí, justo en frente de él y prácticamente suplicando su perdón.

—Por favor, no sigas enojado —le dije—. Eres el único amigo verdadero que tengo ahora. Nadie más sabe dónde estoy y lo que estoy pasando. Además, no puedo evitar lo que sale de mi boca cuando me enfado. Es mi trágico defecto.

Los labios de Cooper se movieron en lo que podría haber sido una sonrisa.

—Es trágico, estoy de acuerdo.

—No tiene por qué serlo —dije. Pero la sonrisa desapareció.

—¿Sabes lo que realmente sería trágico? Si pierdo mi trabajo. Pasé un verdadero riesgo la última noche. Está bastante claro que Hence no me quiere cerca de ti.

—¡Pero eso es ridículo! Está loco y paranoico. Él es... —sentí que empezaría a escupir.

Sabiendo que podría desviarme y decir algo equivocado de nuevo, me mordí el labio con tanta fuerza que de hecho me hice sangre.

Inspiré y empecé de nuevo.

—Dijiste que tú y él son amigos, ¿no? Tal vez si tratas de explicarle...

—¿Explicar qué? La verdad es que a Hence no le gustaría que te mostrara las fotos de tu madre. No le gustaría... —no puede o no quiere terminar. Guardó las manos en las bolsas y miró a la distancia, sus ojos azul verdosos llenos con algún tipo de angustia.

—¿No le gustaría que? —pregunté.

—Que nosotros seamos amigos —susurró.

—Ah —dije. Fue entonces cuando mi labio inferior comenzó a temblar, porque a pesar de que no le había dado demasiada importancia, era cierto: Coop y yo nos habíamos hecho amigos. Y ahora, de repente, ya no lo éramos y estaba de nuevo completamente sola.

—No estoy aquí para hacer amigos. —Me di la vuelta para que no me viera parpadeando para contener las lágrimas y, pisando fuerte, me dirigí a la oficina de Hence. Quisiera o no, tenía que hablar con él. Tenía que encontrar a mi madre para salir de este lugar donde nadie me gustaba y no volver nunca más.

Cuando Hence dejó de mirar los papeles de su escritorio se quedó con la boca abierta al verme en su puerta, pero le hablé antes de que pudiera empezar a gritar.

—Cálmate —le dije. No estaba de humor para aguantar más mierda de él— . Te prometo que me iré antes de la apertura del club. No voy a meterte en problemas con NYPD o el FBI, o quien quiera que se ocupe de los menores de edad que beben.

Hence me miró de forma extraña, como si estuviera buscando algo mordaz que decir, pero no pudo encontrarlo.

—Fui a ver a Jackie esta mañana —dije—. La amiga de mi madre.

Para mi completa sorpresa su expresión se suavizó. Sin decir una palabra me hizo señas para que me sentara en una silla al otro lado de su escritorio, así que lo hice. Era una oficina bonita y como cualquier otra tenía algunos archivadores y un escritorio de metal gris, pero las paredes estaban cubiertas con portadas de revistas de bandas que habían tocado en The Underground.

—¿Has averiguado algo útil?

Hice un recorrido en mi mente de todo lo que Jackie me había dicho, sin saber por dónde empezar. Había sido todo interesante ¿pero algo útil?

Entonces me acordé.

—Podría haber estado en el edificio —le dije—. Este edificio. De hecho, estoy segura de que estuvo, a pesar de que la parte delantera estaba abandonada. Podría haber subido por la escalera de incendios y por la ventana.

Hence hizo un tipi con sus dedos. Sus ojos brillaron desagradablemente.

—¿Averiguaste algo que yo no sepa aún? —Sus palabras escocían como si me hubiera abofeteado.

—Podrías decirme cosas —le dije—, pero no lo haces. Solo te sientas ahí con una sonrisa satisfecha.

Tan pronto como dije las palabras, me arrepentí. Pensé que iba a estallar de nuevo, pero para mi sorpresa eso no sucedió. En su lugar, abrió su escritorio y sacó algo. Parecía una tarjeta postal.

—¿Cuánto sabes de tu madre y de mí? —preguntó con voz neutra, como si estuviera esforzándose por no revelar ninguna emoción.

—Todo —dije—. Bueno, no todo.

Luché por decirlo de una manera no embarazosa.

—Sé que estuvieron juntos. —Diciendo las palabras, me sentí aliviada. Ahora él sabía que yo lo sabía, y tal vez podríamos hablar de verdad—. Sé que ella nos dejó para estar contigo.

Sus ojos se estrecharon para enfocarme mejor. Me entregó la postal. Por un lado, era una brillante imagen de algún club nocturno, con una pequeña bandera del Reino Unido en relieve en una esquina. Justo cuando estaba dándole la vuelta, un banda comenzó a tocar en la habitación de al lado, el bajo y la batería pesada tronando a través de las paredes. Hence saltó de su asiento.

—Regresaré enseguida —dijo sobre su hombro—, no vayas a ninguna parte con eso.

Me alegré de estar sin vigilancia y leí la postal.

 

Catherine,

 

¿No crees que sea hora de dejar de jugar? El éxito de Riptide, la farsa de mi matrimonio… Nada de lo que he hecho tiene sentido. Quise hacerte daño, pero he superado todo eso. Ven a The Underground. Solo lo compré para que tuvieras un hogar al que volver. Tan pronto como pueda salir de Inglaterra me encontraré contigo. La ventana está abierta.

Todo mi amor, siempre.

Hence.

 

El matasellos estaba borroso, con una fecha que no podía entender. La carta había sido dirigida a nuestra vieja casa en Danvers. Así que este fue el detonante por el que mi madre huyó de casa. Le di vueltas y vueltas en mis manos, sin saber muy bien cómo me sentía con esta nueva información.

—Cooper lo tiene todo bajo control —dijo Hence mientras volvía a entrar en la habitación—. Tenemos algo de tiempo.

Le devolví la postal.

—Pero ¿cómo tienes esto si se lo enviaste a ella? ¿hiciste... dos? —Estaba tratando de averiguar si él había llegado a casa y la encontró y si habían tenido tiempo de estar juntos antes de desaparecer. Pero ¿qué pasaba con la excusa de que supuestamente estaba en Inglaterra en el momento de su desaparición? Quise preguntar, pero la expresión de su cara de terrible tristeza me hizo caer en el silencio.

—Encontré la postal aquí en su dormitorio, tirada en la alfombra. Había dejado la ventana abierta. La planta baja estaba abandonada, no había otra forma de entrar o salir. No había señales de que la entrada hubiera sido forzada o de cualquier tipo de pelea. Ella se fue de la misma manera que vino, por su propia voluntad.

—¿Por qué se iba a ir antes de que llegaras? —¿Podría estar mintiendo? De alguna manera no lo creí—. Si ella nos dejó para estar contigo ¿por qué no iba a esperar hasta que llegaras?

Hence frunció el ceño.

—¿No se supone que habías investigado?

—Jackie dijo algo de unos asuntos que tenía que atender.

—Lo sé —soltó Hence.

Su tono de voz me puso nerviosa. Pero una nueva idea se me ocurrió.

—¿La policía sabe lo de esa postal? ¿Saben que mi madre estuvo aquí antes de que desapareciera?

—No cambia nada —dijo Hence—. No hubiera ayudado a encontrarla.

—No puedes saberlo a ciencia cierta —le dije—. Retuviste evidencias que podría haber encontrado a los culpables. Eso es un delito...

Las palabras salieron de mi boca antes de que pudiera pensar en lo que estaba diciendo. Acababa de tener un pequeño momento cómodo con Hence, había decidido que tal vez podría confiar en él y él parecía haber decidido lo mismo de mí. Pero la mirada que cruzó su rostro me asustó.

—No es asunto de nadie —dijo—. Ni de la policía. Ni siquiera tuyo.

—¿Entonces por qué me la enseñaste?

Pensé que mi pregunta era bastante inocente, pero pareció enfurecerle. Se puso en pie frunciéndome el ceño. Por un momento me pregunté quién me oiría si gritaba. Nadie, no con el ruido que está realizando la banda en la otra habitación.

—Así que puedes ir a casa y decirle a ese cerebrito de padre que tienes que su matrimonio era una mentira. Catherine nunca amaría a alguien como él. Pasó todo su matrimonio buscando una oportunidad de volver a mí.

Esto me puso tan enojada que me olvidé de tenerle miedo. Farfullé, incapaz de hablar.

—Solo estaba tratando de hacerme daño, como yo estaba tratando de hacérselo a ella. Todo lo que hice, comprar el club, casarme con mi lastimosa excusa de... nunca amé a esa perra, ni siquiera me gustaba. No podía oír su voz sin querer darle una bofetada. No es que alguna vez la golpeara, pero tuve la tentación. Estuve cerca, más de una vez. Podría tener...

Se dio la vuelta y, sin previo aviso, golpeó la pared con el puño y el yeso se desmoronó bajo su mano.

 

Tal vez debería saltar sobre mis pies y correr fuera de la habitación, pero todo lo que hice fue mirarlo.

—Y esto es lo que haré con el cráneo del hijo de puta que mató a Catherine, cuando me entere de quién es.

—Está viva —me oí decir—. El hecho de que ella no te esperara aquí no significa que está muerta.

Se dio la vuelta y me miró como si hubiera olvidado que yo estaba en la habitación. ¿Qué estaba haciendo? ¿Realmente quería ponerle más furioso de lo que ya estaba? Dio un paso hacia mí con el brazo todavía levantado.

—¿En serio vas a golpear a una chica? —Fue lo único que se me ocurrió para frenarlo. Para mi sorpresa, funcionó. Se echó a reír. No era una risa agradable, pero al menos no estaba atravesando mi cabeza con la mano.

—Tienes algo del coraje de tu madre —dijo a regañadientes. Viniendo de él, se trataba de un cumplido. Por un extraño momento, me hizo casi feliz.

Pero luego frunció el ceño, y su tono se volvió más venenoso.

—Aun así, si hubiera justicia en este universo, nunca hubieras nacido. —¿Qué se supone que tenía que decir a eso?—. Será mejor que te vayas de aquí.

Te voy a dar media hora para empacar. —Miró su reloj—. Empieza ahora.

Se volvió de espaldas, así que salí de la habitación.

Es una buena cosa que Cooper no estuviera a la vista, estaba demasiado molesta para explicar lo que había sucedido. Marqué el botón del ascensor una y otra vez, como si eso me llevara arriba más rápido. No había manera de que quisiera pasar ni un minuto más en el mismo edificio con ese loco de Hence.

Pero, ¿a dónde iría? No estaba dispuesta a renunciar a mi búsqueda y arrastrarme a casa en Massachusetts. No podía enfrentarme a mi padre, sabiendo lo que sabía acerca de su matrimonio con mi madre. Tendría que explicar dónde había estado y lo que había aprendido y ¿cómo podría hacerlo sin romperle el corazón? mientras metía la ropa y el diario de mi madre en mi mochila, traté de pensar quién, en todo New York, estaría dispuesto a darme una cama para pasar la noche. Así fue como terminé en

la escalera de entrada de Jackie Gray.

 

 

 

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