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Casino » Primera parte: Apostar sobre la línea » 2

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«Un día de éstos voy a ser el jefe de toda la organización.»

Tony Spilotro El Renacuajo se crió en un chalé de madera de dos plantas en un barrio italiano a unas cuantas manzanas de la casa de El Zurdo. Tony y sus cinco hermanos —Vincent, Victor, Patrick, Johnny y Michael— dormían en una habitación en tres literas.

El padre de Tony, Patsy, era el dueño del restaurante Patsy's en la esquina de las avenidas Grand y Ogden. Era un establecimiento pequeño, famoso por sus albóndigas caseras que atraían a clientes de toda la ciudad, incluso tipos del mundo del hampa como Tonny Accardo, Paul Ricca El Camarero, Sam Giancana, Gussie Alex y Jackie Cerone. El aparcamiento de Patsy se utilizaba a menudo para reuniones de la banda. Según cuenta el propio Frank Cullotta, que pasó a formar parta de la organización de Spilotro:

Tony y yo nos conocimos cuando éramos críos. Nos caíamos fatal. Los dos andábamos con nuestras cajas de limpiabotas; yo me dedicaba a limpiar zapatos en un lado de la Grand Avenue y Tony limpiaba zapatos al otro lado de la calle. Tuvimos una gran pelea. Me dijo que tenía que mantenerme en mi lado de la calle. Yo le dije que él tenía que quedarse en el suyo. Empezarnos a empujones. No sacamos nada en claro y él se fue a su lado y yo al mío.

Como Tony Spilotro, Frank Cullotta había nacido en el South Side de Chicago. Cullotta era un ladrón. Que él recordara, era lo único a que se había dedicado. Empezó mangando en los grandes almacenes y entrando en los pisos cuando tenía doce años, el año en que mataron a su padre mientras conducía un coche cuando huía de un atraco a mano armada; las circunstancias de la muerte de su padre constituían un mérito en el barrio.

Tony y yo éramos bajitos, él algo más bajito que yo, por eso no me asustaba nada. Pero Tony siempre tenía un montón de chavales alrededor. Normalmente le seguían unos quince muchachos. A mí me seguían seis.

Un día estaba hablando a su hermano sobre mí y su padre oyó mi apellido. Dijo a Tony que se enterara de si yo era hijo de Joe Cullotta.

Su padre era un delincuente que funcionaba por su cuenta; mucho tiempo atrás unos espagueti mafiosos lo habían estado extorsionando. Acudió a mi padre y éste le solucionó la papeleta. De modo que cuando salió que yo era hijo de Joe Cullotta, el padre de Tony decidió que se habían acabado las rencillas.

Al día siguiente, Tony se me acercó y dijo:

—Quiero hablar contigo.

Le respondí que yo no estaba huyendo y él añadió:

—Mi padre y el tuyo eran amigos, y nosotros vamos a ser amigos de ahora en adelante.

Mi padre era chófer de una banda de maleantes. Era considerado el mejor conductor de la ciudad; no había nadie que pudiera ganarlo. Por las historias que he oído, podía ir marcha atrás tan de prisa como la mayoría de la gente puede ir hacia delante. De todos modos, mi padre murió al volante en una persecución. No le dispararon ni nada. La policía le perseguía en coche y él murió de repente.

Por el momento nos convertimos en amigos. Tony y yo corríamos por las calles. Yo pasaba tanto tiempo en su casa como en la mía. Aunque su madre, Antoinette, era una bruja, yo iba a su casa de todos modos. Ella me lanzaba miradas aviesas. Llegaba a su casa y me gruñía: «¡Siéntate allí!» y no me ofrecía ni agua para beber. Tony era el chico más violento que he conocido. Era tan resistente que su hermano Victor solía ofrecer cinco dólares a tipos para ver si podían pegarle. Normalmente, Victor cogía a un tomador de apuestas y el tipo intentaba pegar una patada en el culo de Tony pero si se veía que Tony iba a perder, todos nosotros saltábamos sobre el chaval y le rompíamos la cabeza.

Tony y yo robábamos juntos. Circulábamos con coches robados. No tragábamos la escuela. Acabamos en una academia de comercio atestada de chavales negros.

Cerca había un barrio judío con montones de almacenes, y cada día Tony, yo y un grupo de muchachos íbamos a robar en ellos y después subíamos a un tranvía o teníamos un coche robado aparcado cerca. Nos llevábamos el material al barrio y lo vendíamos.

Nos peleábamos casi a diario con los chavales negros, y una vez, cuando yo no estaba allí, le asaltaron. Pero Tony tenía un cuchillo e hirió a uno de los chicos negros. Todo el mundo supo que había sido Tony, pero el chico no presentó cargos.

Una semana después yo me metí en una pelea y me cayeron seis meses en una escuela reformatorio. Mi madre me visitaba siempre que podía. Constantemente.

Cuando salí, Tony andaba con un rubio que se llamaba Joe Hansen y yo empecé a salir con Paulie Schiro y Bob El Loco, haciendo atracos. Un día Tony vio cómo nos perseguía un coche de policía tras haber disparado contra tres tipos en un bar. Vino a verme. No habíamos matado a nadie, sólo los herimos, pero Tony decía que teníamos que desmontar las pistolas y arrojarlas al río Des Plaines.

—Tíos, eso no podéis hacerlo; os van a liquidar. Mejor atracar bancos.

Y empieza a contarnos cómo él atraca mensajeros de bancos. Tenía a un tipo fuera del banco y a otro dentro. El de dentro se metía en la cola y controlaba a los que sacaban fajos de billetes y volvían a sus negocios para pagar a los clientes o lo que fuera. En una bolsa, normalmente había entre trescientos y mil doscientos.

El que permanecía fuera del banco debía vigilar a todos los que salían y recordar qué dirección habían tomado. Entonces los seguíamos y nos aprendíamos la ruta, pues sabíamos que iban a repetirla muchas veces. La siguiente, los estábamos esperando. Somos diecisiete chavales de dieciocho años que sacábamos dos mil quinientos dólares al mes por cabeza. El negocio funcionaba a la perfección; tanto que decidimos comprarnos coches nuevos. Recuerdo el día que aparqué el flamante Cadillac delante del bar Mark Seven, donde todos pasábamos muchas horas.

Tony sale del local. Observa el coche y dice:

—Apuesto lo que quieras a que sé de quién es el carro.

Nadie abre la boca. Me pregunta si es mío.

—Pues claro —respondo.

—Oye —me dice—, ese coche no es para ti. Se van a mosquear con nosotros.

Sabía que se refería a los de la organización. Le mostré los billetes que llevaba encima:

—Fíjate, Tony —dije—. ¿O sea que andamos robando y no podemos disfrutarlo comprando lo que nos dé la puta gana?

—Sí, pero ellos no lo entienden —respondió—. Quieren que sigamos conduciendo Fords y Chevrolets.

Para mí aquello no tenía lógica. Yo opinaba que si te dedicas a robar y corres un riesgo, al menos disfrútalo, pero el objetivo de Tony no era seguir robando como todos nosotros. Quería dedicarse al timo.

Pasan un par de años y Tony empieza a juntarse con un tal Vinnie Inserro, el Santo, un elemento más bajito que él mismo. Mediría un metro sesenta, pero fue quien presentó a Tony tipos como Turk (Jimmy Torello), Chuckie (Charles Nicoletti), Phil el de Milwaukee (Philip Alderisio), El Patatas (William Daddano), Sammy Pigs, Joe El payaso (Joseph Lombardo) y Joe El Palomas (Joseph Aiuppa), quien más tarde pasó a ser el capo máximo de la organización.

Aquella gente fue subiendo en el escalafón y Tony no se separaba de ellos. Hacía lo que le decían.

—Brahma —me dijo un día; me llamaba así por mi aspecto de res brava—, Brahma, un día de éstos seré el jefe de toda la organización.

A mí aquello nunca me quitó el sueño. Lo que más me interesaba era el dinero. Divertirme. En cambio Tony esperaba ir a por todas y la ocasión llegó enseguida. Conocíamos a dos atracadores de cuidado llamados Billy McCarthy y Jimmy Miraglia. Yo había colaborado en algún trabajillo con ellos. Frecuentaban un local de la organización de Mannheim Road, donde se ponían a gusto y montaban broncas con Philly y Ronnie Scalvo.

Pues bien, una noche aparece por allí Billy McCarthy a tomarse unas copas y le da por montársela a los Scalvo, y una semana después va Jimmy Miraglia y organiza un escándalo mucho mayor con los Scalvo, delante de la mujer.

La siguiente vez que me encuentro con McCarthy y Miraglia me dicen que van a matar a los Scalvo. Les digo que están chalados. En cuanto la banda se entere de que se han cargado a los Scalvo sin su consentimiento, son hombres muertos.

Al día siguiente, cuando iba para casa, a las siete y media de la mañana, oigo por la radio un boletín informativo en el que dicen que en Elmwood Park han sido abatidos a tiros dos hombres y una mujer, obra al parecer de una banda, a primera hora de la mañana. Y dan sus nombres.

Vi que aquello sería un desastre. En primer lugar, McCarthy y Miraglia no tenían el visto bueno para la acción. En segundo lugar, jamás hay que matar a nadie en Elmwood Park. De momento, dos a dos. Me empecé a inquietar, pues todo el mundo sabía que yo había trabajado con los dos elementos.

Aquel mismo día me llama Spilotro y me dice que quiere verme. Nos citamos en la bolera. Él iba a su rollo. Comprendí que le habían asignado una misión. Era la prueba que tenía que pasar, y a mí no me interesaba que me metiera en ello.

Cogí un par de armas por si acaso. Dos revólveres del treinta y ocho con cañones cortos. Tenía miedo y sabía que aquello se podía complicar. Apareció Tony y me dijo que la cosa no iba conmigo pero que tenía que llamar a casa de McCarthy y montarle una cita para aquella noche. Lo que le diría luego era que tenía una buena perspectiva.

No me apetecía hacer aquella llamada porque sabía que McCarthy estaba en un aprieto, pero Tony me aseguró que no había problemas. Quería informarse sobre el tema de los Scalvo. Nada más. Tan sólo quería hablar con McCarthy media hora.

No le dije lo que McCarthy y Miraglia estaban dispuestos a hacer, y al comprobar que no tenía intención de hablar con Miraglia pensé que tal vez los de la banda todavía no tenían claro quién lo había hecho.

Llamé y se puso al teléfono la mujer de Billy. Me dijo: «¿Qué hay, Frankie?», y me pasó a Billy. Le monté una cita en el Chicken House, en Melrose Park, un barrio también de la organización. Le dije que le quería enseñar algo interesante.

Dijo que de acuerdo y durante todo el tiempo que estuve hablando por teléfono Tony estuvo a mi lado. Se me ocurrió que tal vez lo hacía para comprobar si le daba alguna pista a McCarthy.

Tony no me dejó ni a sol ni a sombra. Hacia las ocho y media cogimos mi coche para ir al Chicken House, pero de camino paramos en otro restaurante. No entramos; Tony me hizo aparcar detrás y allí vi a un tío que nos esperaba dentro de un Ford azul marino.

El que nos esperaba en el coche era Vinnie Inserro. El Santo en persona. Nos acercamos al coche y Tony salió. Hablaron un minuto, Tony volvió a mi coche y me dijo que esperara en el coche de El Santo.

Luego Tony se metió en mi coche y se largó. Me quedé a la espera con El Santo unos cuarenta minutos. Durante todo el tiempo tuve el arma a punto. Evidentemente se trataba de un coche de trabajo, y El Santo y yo no nos dirigimos la palabra en todo el rato.

Cuarenta minutos después llegó Tony. Se acercó a nosotros y le dijo a Inserro que le llevara al Chicken House a recoger el coche de Billy McCarthy. Le dijo también que todo había salido bien. En cuanto se marcharon, cogí mi coche y me fui para casa.

Al día siguiente sonó el teléfono de casa. Era la mujer de Billy. Me preguntó si había visto a Billy la noche anterior. Le dije que no y le pregunté por qué. Dijo que era raro que Billy pasara la noche fuera de casa sin llamarla, pero que aquella noche había utilizado el coche del padre de ella y que nunca complicaría a su padre en nada.

Le dije que haría unas investigaciones para localizarlo. Aquello me preocupó de verdad. Tuve claro que yo sería el próximo. No volví a salir desarmado. Tres noches después de que desapareciera Billy, me encontré con Jimmy Miraglia en el restaurante Colony House. Iba con su mujer.

Lo cogí aparte para hablar con él. Le pregunté si en los tres últimos días había visto a Billy. Me contestó que no y le dije que yo en su lugar abandonaría la ciudad a todo correr. Se rió y dijo: «¿Por qué? ¿Si no tengo nada que esconder ni nada de qué huir?»

Dos días después, Jimmy Miraglia desapareció. Al cabo de once días aparecieron los dos cadáveres en el portaequipajes del coche de Jimmy.

Pasó una semana y me llamó Tony. Estaba alarmado. Quería hablar.

Me contó que había agarrado a Billy McCarthy en el Chicken House la noche que yo estaba esperando en el coche con El Santo. Había aparcado mi coche delante del restaurante para que cuando apareciera Billy creyera que yo estaba dentro. Y se encontró con Tony.

Billy le preguntó dónde estaba yo, y Tony le dijo que él también me estaba esperando, que había visto mi coche aparcado fuera. De modo que estuvieron dándole al pico un rato y cuando se cansaron de esperarme, salieron.

En cuanto cruzaron el umbral de la puerta, Billy vio a Chuckie Nicoletti y al Phil Alderisio, el de Milwaukee. Tony agarró a Billy y entre todos lo metieron en el coche. En aquel preciso instante él se enteró de qué iba la movida. Chuckie y Phil eran muy conocidos. Tenían quince o veinte años más que Tony. Cuando esta gente te agarra, estás perdido.

Sabían que Billy llevaba pistola y se la quitaron en el acto. Luego lo tumbaron en el suelo del coche y se largaron.

Fue cuando Tony volvió con el coche y yo lo recuperé. Él se metió en el de El Santo y salieron a toda pastilla y yo hice lo mismo con el mío.

Tony dijo que El Santo lo dejó en un taller donde habían metido a Billy por la fuerza. Seguidamente Vinnie Inserro se deshizo del coche de Billy.

Tony me explicó que no quisieron matar a Billy enseguida porque no sabían quién estaba con él cuando mataron a los Scalvo. Por lo visto, tuvieron que torturarlo bastante tiempo para sacarle con quién estaba. Lo tuvieron que apalear. Pegarle patadas. Incluso le pincharon los cojones con un punzón para hielo, pero Billy no cantó. Tony dijo que en su vida se había encontrado con un tipo tan duro como Billy McCarthy.

Finalmente, se ve que arrastró a Billy a un torno de banco, le fijó la cabeza al tornillo y fue atornillándolo.

Dijo que mientras Phil y Chuckie lo observaban, él atornilló hasta que la cabeza de Billy se fue aplastando y se le salieron los ojos. Tony dijo que fue entonces cuando Billy pronunció el nombre de Jimmy Miraglia.

Tony parecía estar muy orgulloso de la proeza de aquella noche. Se diría que era la primera vez que mataba a alguien. Como pasar la prueba de fuego. Al menos eso me pareció a mí entonces. Como si se le reconociera por primera vez la participación en una acción de la banda. Recuerdo que Chuckie Nicoletti le impresionó vivamente.

—Tío, ese sí que no tiene entrañas —dijo Tony hablando de Chuckie—. Cuando a Billy le saltaron los ojos, él estaba comiendo pasta.

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