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Casino » Tercera parte: La retirada » 24

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De forma que él esperó en el aeropuerto y me hizo llegar un mensaje preguntando si tomaba el vuelo o no. En el fondo, yo sabía que no tenía la menor posibilidad. Vino a mi encuentro tres cuartos de hora antes de la prueba. Dijo que el entrenador le había comentado que estaba en plena forma. Yo respondí para mis adentros: «Que le den por culo a tu entrenador, por bocazas».

Estaba jugando con ella. Estaba echando un farol. Tal vez ella conseguiría un milagro. La verdad es que en deporte no hay milagros. Es uno contra uno.

Recuerdo el tiempo que hizo. Dos segundos y medio menos de la marca que había conseguido seis meses antes, cuando se clasificó. Bajó la cabeza. Bajé la cabeza. Luego corrí hacia el teléfono y dejé un mensaje para mi sobrino, que esperaba en el aeropuerto.

—Mark Mendelson, vuelve a casa —dije.

El Zurdo

también volvió a casa. La casa de Laguna Niguel, que le había costado 365.000 dólares tenía una fuente de aguas termales en la entrada, un mirador y una consola de madera exótica en el dormitorio. Pero cuando Rosenthal decidió empapelar, descubrió que era imposible pues las paredes no eran rectas, defecto que hizo también imposible la instalación de puertas con apertura electrónica, ventanas y contraventanas nuevas. Él mismo comentó por aquellos días:

La casa se tambalea, se derrumba y se hunde. Hay una inmensa grieta en el muro del fondo, incluso el encargado de los cristales ha tenido problemas porque el edificio no es sólido. Me he puesto en contacto con el contratista para comprobar si reúne los requisitos legales.

El Zurdo

los llevó ante el tribunal.

Dijo que no le quedaba más remedio, pues los constructores «ya ni siquiera respondían a mis llamadas telefónicas».

De no haber estado Mike Kinz en el elevado asiento de su tractor, jamás habría reparado en el pedazo de tierra yermo. Kinz había arrendado un campo de maíz de un par de hectáreas en Enos, Indiana, a unos setenta y cinco kilómetros al sureste de Chicago; el maíz tenía una altura de unos diez centímetros y en unos quince días habría crecido lo suficiente como para cubrir el campo y disimular las huellas sobre el suelo que daban la impresión de que se había arrastrado algo desde la carretera hasta aquel espacio yermo, es decir, en un recorrido de unos treinta metros.

Kinz sospechó que algún cazador furtivo habría enterrado los restos del cadáver de un ciervo en el campo tras descuartizarlo y llevarse sus partes comestibles. Otras veces había sucedido. Así pues, llamó a Dave Hudson, biólogo y conservador de la fauna y guarda de caza.

Hudson estuvo media hora escarbando en la mullida y arenosa tierra hasta topar con material firme. Observó el agujero de metro y medio y en él vio un pedazo de piel blanca.

«Aparté un poco la arena —explicó Hudson—, y vi que había ropa interior.»

En una fosa de un par de metros habían arrojado dos cadáveres, uno encima del otro. No llevaban más que calzoncillos. Tenían el rostro tan desfigurado que el laboratorio del FBI no pudo examinar las huellas dactilares, cuatro días más tarde, pudieron identificarse los cadáveres como el de Anthony Spilotro, de cuarenta y ocho años, y el de su hermano Michael, de cuarenta y uno.

Anne, la esposa de Michael había denunciado la desaparición de éstos nueve días antes, y corrían rumores de que los Spilotro, quienes tenían que presentarse a juicio en unas semanas, habían desaparecido por decisión propia. Spilotro había conseguido permiso del tribunal para pasar ocho días en Chicago en visita familiar y para que su hermano dentista le arreglara la boca.

A Spilotro le esperaban unos días de gran actividad. Iban a juzgarle por el desvío de dinero del Stardust. Tendría que presentarse de nuevo a la sala por el caso del agujero en la pared; la primera vista había acabado en juicio nulo por desacuerdo del jurado a causa de un intento de soborno a uno de los miembros. Le preparaban asimismo otro juicio por violación de los derechos civiles de un testigo del gobierno al que se sospechaba que había asesinado. Su hermano Michael estaba a la espera de un juicio en Chicago pues una investigación encubierta sobre extorsiones demostró los vínculos entre el hampa y los clubs de alterne de los barrios situados al oeste de Chicago.

La consideración de Tony Spilotro en el seno de la mafia de Chicago había disminuido mucho en los últimos años. Como afirma Frank Cullotta: «Tony había llenado un montón de negativos». Y las escuchas a Spilotro acusando a algunos de sus socios, en concreto a Joe Ferriola —que se reproducían en la sala—, servían de poca ayuda. La noche del 14 de junio, cuando Michael y Tony salieron de la casa de aquél, en uno de los barrios periféricos de Chicago, Michael dijo a su esposa Anne: «Si no hemos vuelto a las nueve, es que las cosas se han complicado mucho».

La fosa se encontraba a unos seis kilómetros de una casa de campo propiedad de Joseph J. Aiuppa, ex capo de la mafia de Chicago, quien se encontraba a la sazón en la cárcel cumpliendo condena por desvío de dinero en los casinos de Las Vegas.

Edward D. Hegarty, agente del FBI de Chicago encargado del caso, afirmó:

No estaba previsto que se encontraran los cadáveres, pero quien los asesinó no tuvo en cuenta que el granjero podía esparcir herbicida por el campo.

Los hermanos murieron a causa de «unas contundentes heridas que se les infligieron en el cuello y la cabeza», según el doctor John Pless, jefe de medicina forense de la Universidad de Indiana, quien llevó a cabo las autopsias. Los dos habían sido golpeados duramente, pero no se observaron fracturas ni huesos rotos. Se supuso que los golpes se los habían propinado a pocos metros de la fosa. Cerca de allí se encontraron sus ropas. La fosa había sido excavada a una profundidad que impidiera el afloramiento de los cadáveres al arar los campos durante la siguiente primavera.

Tal como afirmó el ex agente del FBI Bill Roemer antiguo perseguidor de Spilotro:

Los asesinos tenían que actuar movidos por un terrible rencor. Normalmente, se encuentran un agujero, dos o máximo tres limpios en la nuca, procedentes por lo general de un veintidós. Es algo rápido y el individuo no sufre. A ésos los apalearon hasta matarlos. Los torturaron.

Hoy en día, los del sombrero de fieltro que levantaron la ciudad se han esfumado. Los jugadores sin alias ni maletas repletas de dinero en efectivo se resisten a aparecer por el nuevo Las Vegas por temor a que un universitario de veinticinco años del ramo de hostelería que trabaja en la sección de crédito de los casinos los entregue al fisco.

Las Vegas se ha convertido en un parque temático para adultos, como un lugar al que los padres pueden ir acompañados de sus hijos y pasárselo bien también ellos. Mientras los críos juegan a piratas de cartón piedra en el casino de la Isla del Tesoro o bien a torneos con los caballeros en el Excalibur, mamá y papá van metiendo el dinero de la hipoteca y de la futura matrícula universitaria de la prole en las ranuras de las máquinas.

El aire acogedor de la habitación 147 del hotel Flamingo, que utilizó Bugsy Siegel e incluso la primera de El Zurdo,

la 900 del Stardust, han sido sustituidas por la 5.008 del MGM Grand o las series del 3 000 al 4.000 de los hoteles que dan al Strip, en forma de pirámides, castillos y naves espaciales. Un volcán hace su erupción cada treinta minutos en el Mirage. Justo al lado, en el Strip, aparece un barco pirata en un lago artificial seis veces al día y derrota a la Armaba británica.

Hace tan sólo veinte años, los croupiers

sabían tu nombre. La copa que tomabas, a lo que jugabas, cómo jugabas. Te ibas directo a las mesas y te registraban automáticamente. Un botones conocido te llevaba el equipaje arriba, deshacía las maletas y dejaba en tu habitación las botellas de tu marca preferida y unos recipientes con fruta fresca y cubitos de hielo. La habitación te esperaba en lugar de ser tú quien tuviera que esperarla.

Hoy en día, registrarte en un hotel de Las Vegas es casi como recoger la tarjeta de embarque de un avión. Incluso se aplica la lista de espera a las suites reservadas a los jugadores destacados mientras los ordenadores comprueban el crédito de sus American Express para confirmar que la persona sea realidad la que dice ser.

El fondo de pensiones del Sindicato de Camioneros ha sido sustituido por los bonos basura como fuente básica de financiación del casino; ahora bien, por altos que sean los intereses de los bonos basura, nunca llegarán a las cantidades marcadas por la mafia. Los ejecutivos de casino que solicitan un préstamo ya no tienen que citarse con sus agentes financieros en oscuras habitaciones de hotel en Kansas City a las tres de la madrugada y que alguien les diga que les va a arrancar los ojos.

Tony y Geri están muertos y El Zurdo

se marchó. Éste actualmente vive en una casa junto a un campo de golf en una zona residencial cercada en Boca Raton. Juega un poco, vigila sus inversiones y ayuda a su sobrino en la gestión de una sala de fiestas. A veces se sienta en un pequeño recinto elevado de dicha sala y apunta su bolígrafo linterna hacia el camarero que él considera que no recoge las mesas con suficiente rapidez. Durante años albergó la esperanza de volver a Las Vegas, pero en 1987 pasó a la lista negra y se le prohibió volverá ponerlos pies en un casino; unos años de lucha contra tal decisión no sirvieron para nada.

Ya lo dijo Frank Cullotta:

Todo tenía que ir como una seda. Cada cosa estaba en su lugar. Teníamos el Paraíso en la Tierra pero lo mandamos todo al infierno.

Sería la última vez que se entregaría algo tan valioso a los hijos de la calle.

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