Carthage

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Segunda parte Exilio » 11. El rescate

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Chantelle Ríos era una becaria posdoctoral en Psicología Clínica de poco más de treinta años. Llevaba el pelo, de color negro lustroso, en trenzas, y su ropa, cuando abandonaba el Departamento de Psicología, era de colores vivos; en la sede de Mujeres Sin Fronteras, aunque estaba en posesión de un título superior de la Universidad de Florida en Gainesville, y para hacer sonreír a Sabbath McSwain, adoptaba el estilo sexy e insinuante de una cantante hispana de rap.

Al igual que Haley McSwain, Chantelle Ríos tenía relaciones con otra persona (que Sabbath nunca llegaría a conocer). Pero, al igual que Haley, Chantelle parecía querer convertir a Sabbath McSwain en su causa personal.

—¿No tienes familia, chica? ¿Nadie? ¿Es posible una cosa así?

Sí. Era posible.

—¿Todos tus parientes están… muertos? ¿Sabes, pequeñaja? Eso es difícil que se lo crea nadie.

Sabbath se quedó quieta, en silencio. No se le ocurría cómo hablar, cómo defenderse.

Porque para entonces le parecía que

aquel otro sitio se había esfumado.

Sus recuerdos estaban tan desaparecidos como si la hubieran limpiado con una brutal manguera, de modo que lo único que sobrevivía eran fragmentos de escenas «familiares»: una habitación que en otro tiempo había sido

la suya, una imagen de una calle residencial —de la que no estaba segura de que se llamara

Cumberland Avenue— vista desde una ventana de aquella habitación. Si cerraba los ojos apretándolos mucho, veía una casa, una casa grande, irregular, con muchas escaleras (demasiadas escaleras para no ser un sueño o un dibujo de M. C. Escher) y atribulados monigotes que las subían y bajaban muy deprisa, olvidados de los demás: el pie de uno compartía un escalón con el pie de otro que estaba cabeza abajo. (Si la casa se invertía quedaba claro de manera ingeniosa que se trataba del mismo dibujo; tanto boca arriba como boca abajo, la representación de la casa con muchas escaleras era un solo dibujo.)

No tenía ni idea de lo que aquello significaba. Por qué demonios la obsesionaba.

Por qué, de forma instintiva, escondía la cara avergonzada.

—¿Sabes lo que te digo, Sabbath? Me gustaría llevarte a nuestro laboratorio. Estamos trabajando con voluntarios, pero te podríamos pagar unos pocos dólares a la hora. Es un experimento sobre «amnesia inducida», de lo más interesante.

Sabbath movió la cabeza sin hablar,

no.

Porque no servía de nada hablar. Tratar de explicar.

Algo parecido a tartamudear en un idioma extranjero del que solo se saben unas pocas palabras pero no cómo relacionarlas.

Existen cuentos de hadas en los que una hermana es la buena y la guapa; en los que una hermana ha recibido todas las bendiciones. Y la otra hermana está maldita.

Yo soy esa hermana. La hermana sin salvación posible. Todavía sigo viva; un error que no se ha corregido aún.

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