Carnaval

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*** SOSPECHAS *** » TREINTA

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TREINTA

 

 

 

 

 

Estamos silenciosos, impacientes; cada uno metido en sí mismo. Renuncio a saber nada más, porque cada pregunta me trae una dolorosa respuesta.

Siento celos, muchos celos; y mucha rabia también al pensar que Izaskun se ha cobrado el favor que este señor le ha pedido, rogándole que se convierta en su aliado. ¡Vaya cara dura! Yo no sería capaz de algo así. Si hay algo que me mortifique, es tener que oírme (¡en mi propia casa!) que Raúl la ama a ella, y que yo sólo soy un pasatiempo. Al menos Azucena lo lleva mejor.

Oigo una llave en la cerradura; es raro que Raúl esté de vuelta tan pronto, ¡y tan raro… porque no es él sino Azucena, que ha regresado dos semanas antes de lo previsto! «Justo a tiempo», pienso mientras deja las maletas y viene derecha a saludarnos. Puedo verla perfectamente porque estoy de cara al corredor y a la puerta de entrada. Un sitio estratégico éste donde estoy sentada: puedo ver el balcón, la tele, y el pasillo que recorrí con Raúl hace seis meses. El mismo por dónde le veré marchar cualquier día de estos.

Azucena me mira, mira a nuestro invitado, y exclama:

—¡Joder, es clavado a Raúl! ¿Quién es?

—Su padre —contesto yo sin inmutarme—. Está esperando a Raúl como puedes ver.

—¡Ah! Supongo que podemos dejarle solo; tenemos que hablar —sus pupilas se clavan en las mías mientras su mano derecha señala la cocina—. ¡Vamos!

—¿Qué pasa, por qué has vuelto antes de hora?

—Hubieras preferido que me quedara en Sevilla, ¿no?

—No —le digo—. Solamente estoy sorprendida.

—¿Cómo lo habéis pasado juntos… y solos?

—¿Te molesta que hayamos pasado juntos tanto tiempo?

Hay algo en el tono de su voz que no me gusta.

—Bastante —me contesta, y su semblante se ensombrece—. He vuelto porque lo echo de menos, porque no quiero estar lejos de él. Puedes tomártelo como quieras.

—¿Te has… te has… enamorado de él? ¿Tú también?

—Pues claro, ¿qué esperabas? No iba a ser la excepción. ¿Por qué pones esa cara? —me pregunta, viendo mi cara de estupefacción y mala leche. Si la cara es el espejo del alma, la mía no andaba muy fina, y con motivo; la miro durante un largo minuto y la advierto:

—Has llegado en muy mal momento. Nuestro invitado me ha dicho, sin tapujos ni contemplaciones de ninguna clase, que Raúl nos usa como pasatiempo; no le importamos nada. Él ama a Izaskun. No sé tú, pero yo me siento como una cornuda. Aunque, ¿de qué me sorprendo, acaso no lo vi claro desde el día que se presentó aquí? Como una ilusa le he creído a pies juntillas, ¡cómo si no supiera que él sólo nos decía lo que queríamos oír! Ella me lo avisó: me dijo que si Raúl quería seguir viviendo con nosotras no le quedaba más remedio que endulzarnos los oídos; no recuerdo si utilizó esas palabras, pero más o menos quiso decir eso.

La miro directamente a los ojos para ver qué impacto le causan mis palabras. Ella permanece callada; tan sólo un momento, antes de decir:

—O sea que prefieres creer a alguien a quien, perdona que te lo recuerde, Raúl no ha visto en su puta vida. ¿Qué sabe él de Raúl? ¿Cómo demonios pretende saber más que nosotras? —está muy cabreada.

—Él no sabía nada —le aclaro mientras intento calmarla—; todo se lo ha dicho ella. Recordarás que ella es la única en su pueblo que sabe que Raúl está aquí con nosotras. Este señor, a quien tenemos sentado en el sofá, debió de ir a buscar a Raúl al pueblo, a casa de su abuela. La buena señora no debe de saber todavía dónde carajos vive su nieto, y le envió a ver a su «novia»… Porque no olvides que ella era su «novia».

»Izaskun quiere recuperar a Raúl; intención que yo ya sospechaba, pero que ella negó astutamente mostrándose indiferente. Nosotras bajamos la guardia, confiamos en ella; YO confié en sus palabras; parecía muy sincera, y razón no le faltaba al decir que Raúl no le servía a ella para nada. Todo: puras mentiras. ¡Ah!, y no sabes la última: la mosquita muerta está atacando por dos bandos: uno es hacer de este señor un incondicional aliado a favor de su causa, y el otro, liarse con Juanjo para darle celos. Y lo peor del caso es que realmente lo está consiguiendo. Raúl está «muy mosca» desde que supo que ella y Juanjo habían salido a cenar juntos. Pero, ¿son celos por amor, o es sólo su orgullo lo que ella ha pisoteado? Te diré algo: por más que Inés y Raúl se critiquen mutuamente, algo sí tienen en común: ninguno consiente que los demás pongan los ojos en aquello que consideran suyo por derecho (casi) divino.

—¿Lo dices en serio? ¡Vaya con la rubita —silba—, y a mí que me caía simpática!

Su rostro es un crisol de sentimientos contradictorios; no sabe si ponerse a reír, a llorar o a gritar. Yo la entiendo; entiendo lo que pasa por su mente. Yo pienso (casi) lo mismo que ella.

 

 

Más o menos a las siete llega Raúl. He tenido que invitar a este señor a comer porque cortesía y buenos modales nunca me han faltado. Claro está que Raúl le echará a patadas nada más conocerle.

Raúl se acerca a nosotras. Como es de suponer, su asombro no es menor que el nuestro; él también se queda mirando a nuestro invitado cual si fuera una alucinación. Después enarca una ceja, y pregunta:

—¿Tu padre?

Me mira como si realmente pensara que puede ser mi padre. Pero no; mi padre es más viejo, no es tan alto ni apuesto, y es pelirrojo como yo. Le contesto sin querer parecer grosera, aunque el cuerpo me pide a gritos serlo.

—El tuyo.

Miro a Gorka (creo que ése es su nombre, ¡y menudo nombre!); se le ve azorado al pobre. Raúl se pone lívido (le pasa a menudo cuando se descompone o recibe un sobresalto muy fuerte) y me grita, nos grita a las dos:

—¡Fuera!... Quiero decir —cambia el tono porque cae en que no es a nosotras a quien quiere echar— que os vayáis, por favor.

Azucena se va a su dormitorio, y yo me voy en dirección contraria… pero antes quiero hablar con Raúl. Le arrincono y le cuchicheo al oído:

—Sé que te mueres de ganas de echarle de aquí a patadas, pero antes escúchale. Después, si no te conviene o no te interesa lo que dice, te doy permiso para que le eches. Si no lo haces por él, hazlo por ti, porque, en el fondo, te mueres por escucharle y por encontrar respuestas…

—No le saco a puntapiés porque no estoy en mi casa, pero ganas no me faltan.

—Lo sé, y te entiendo. Por cierto, esta vez ni Inés ni Juanjo han tenido nada que ver. Esta dirección se la ha dado Izaskun a tu padre. Ella quiere recuperarte, y no le basta con usar a vuestra hija, sino que también ha buscado un aliado en tu padre. Y él está de su parte. Te lo digo para que lo sepas de antemano.

—¡Es el colmo! —se cabrea—. No le basta con provocarme, ahora va y organiza el ¿emotivo? reencuentro entre el hijo y el padre largo tiempo desaparecido. ¡Está irreconocible, antes no era así!

—Yo no creo que haya sido tan programado —replico  tranquilamente—, más bien opino que se ha limitado a aprovecharse de la oportunidad para inspirar lástima en tu padre.

—No sé yo quién de los dos es más digno de pena. ¡Anda, déjanos solos!

 

 

—¿A qué coño has venido aquí? ¿Qué leches andas buscando y quién te ha enviado? —gritó más que habló Raúl, mirando con resentimiento al hombre que, sin más ni más, se presentaba como «su padre».

—A conocerte. Todo lo que puedas decirme ya me lo he dicho yo un millar de veces. Te ando buscando a ti, y ya te he encontrado. Y nadie me ha enviado; he venido por mi cuenta. Estuve en Etxe Handia; tu abuela, tan simpática  como de costumbre, me recibió peor que mal. Pero ya no le tengo miedo y se lo dije; al final me envió a hablar con Izaskun, que había sido novia tuya y sabía dónde estabas. Quería hacerte mil preguntas, y ahora sólo me viene una a la cabeza: ¿por qué has cambiado a una rubia por una pelirroja?

—Es una pregunta un tanto estúpida, ¿no te parece?

—No mucho más que tu comportamiento. ¿Qué tiene Irene que no tenga Izaskun?

—El pelo rojo y muchísimas pecas. En lo demás es clavadita a Izaskun, puedes estar seguro.

—¿Y sólo por eso la has dejado? No entiendo cómo has podido cambiar a una mujer tan sensacional por esas chicas.

—¿Estás encoñado con ella? Si quieres tirártela, hazlo. Izaskun ya no es asunto mío; y hablando de cambios… ¿por quién cambiaste tú a mi madre?

—Por India Smith, la madre de Izaskun y el verdugo de tus pesadillas. ¡No me irás a decir que nunca has sentido cómo todo su odio llegaba directamente hacia ti! Follamos juntos un mes después de la muerte de tu madre. Fue una liberación para ambos; en especial para ella, que encontró en tal acto la más exquisita venganza. Según India, tu madre le robó lo que más amaba y era suyo; y finalmente le devolvió el golpe. Ojo por ojo… Pero ahora hablemos en serio: yo no cambié a tu madre por nadie; más bien me tocó cambiar a alguien por tu madre. Y la verdad, triste verdad, salí perdiendo mucho con el cambio. No sé qué historia conmovedora o patética te habrá contado tu abuela, pero Itziar no era ninguna santa. Lamento manchar la imagen tan inmaculada que siempre habrás tenido de ella.

—Yo no tengo imágenes de nadie, ¡qué más quisiera!

—Me alegro por ti, entonces. Has crecido mucho mejor con tu abuela de lo que hubieras podido hacerlo al lado de tu madre. No era mala mujer, pero sus falsas actitudes de servilismo me daban ganas de vomitar. Tu madre parecía pedirme a gritos que la maltratara, y lo hice cuantas veces me dio la gana. Y no me arrepiento. De no haber sido por ella…

Ahí Gorka frenó; no consideraba oportuno seguir.

—De no haber sido por ella, ¿qué? —exigió Raúl. Si algo le daba rabia era que no acabaran las frases.

—Nada, nada —se disculpó—; no me hagas caso. Ya no soy un muchacho, y a veces desvarío, ¿qué más quieres saber? Ah, por cierto, ya le hice el amor a Izaskun —mintió deliberadamente para provocarle—. Fue mucho más grato que con su madre, y ni punto de comparación con la tuya. Es una mujer maravillosa; jamás había disfrutado tanto el sexo con nadie —se ufanó con fanfarronería—. Y con esto, además —apostilló—, acabé de vengarme lindamente de Fernando, quien (estoy convencido) todavía no sabe que me tiré a su esposa y a su hija. Le vencí por KO.

Gorka se divertía de lo lindo viendo la cara de Raúl: enrojecida y encendida de los celos que le abrasaban por dentro.

—¿Qué pasa, Raúl? ¿No me habías dicho que podía tirármela, que podía montarla como a una yegua salvaje porque «ya no es asunto tuyo»?

Conque no le importaba Izaskun, ¿eh?

—¿Cómo has podido hacerle eso? ¡Está embarazada! —aulló el joven, furioso e indignado. Realmente daba por buenas las palabras de él, pese a no haberle visto nunca antes.

—Ya lo sé —se rió en su cara—. Tu abuela me lo dijo; apenas sí podía creerlo. Uno ya no sabe qué creer de todo lo que dice tu abuela. ¡Fíjate tú que lo primero que me dijo fue que no eras hijo mío! Le crucé la cara de una bofetada; podía soportarlo todo de ella menos lo que me dijo. Después de todo, si me casé con tu madre fue porque estaba embarazada, y como me acosté con ella (¡una sola vez!) no podía escurrir el bulto. Así que si a pesar del calvario que pasé con ella, tengo que oírme que no eres hijo mío me dan ganas de matar a alguien. No pareces tú muy maduro para ser padre. Gracias a Dios que ella sí tiene la cabeza sobre los hombros.

—¿Bromeas? —Se burló Raúl, a punto de echarse a reír—. Izaskun está de atar. ¿Cuándo advertiste que era tan sensata, antes o después de copular? —ahora sí reía sin disimulo. Esa charla era bastante grotesca; estaban hablando como si se conocieran de toda la vida. Un padre y un hijo como los demás. Ahí estaba el lado cómico de la situación.

—Antes, antes —respondió Gorka también entre risas—; después descubrí sus otras virtudes, y no tiene pocas. ¿Y tú? ¿Tú cuándo advertiste que está loca de atar, antes o después de que se fijara en ti?

—Eso no te importa —respondió Raúl, ya sin asomo de gracia, y casi enfadado—. Mi vida con Izaskun no es asunto tuyo, y si has venido de parte de la vieja para recriminarme la clase de vida que llevo, desapareces ya. A fin de cuentas soy producto de tu educación, la que me diste con todo tu afecto y compañía, ¿o ya no recuerdas los buenos ratos pasados conmigo cuando era niño? —ironizó en un tono que era a medias una burla, a medias un reproche.

Gorka encajó bien el golpe, consciente de merecerlo. Izaskun ya se lo advirtió: no podía ir en plan paterfamilias porque nadie le tomaría en serio, y Raúl menos que nadie. Cambió de táctica.

—Tu amiguita me ha dicho que buscas trabajo, que te has hartado de hacer de puto, ¿es verdad?

—¿Y qué si lo es? —ladró Raúl, como siempre a la defensiva. ¡Qué poco le gustaba que se preocuparan por él! No estaba acostumbrado, y a menudo buscaba segundas intenciones en todo.

—Yo puedo ofrecerte uno… si lo quieres, por supuesto.

—No quiero nada de ti.

—Perfecto, entonces. —No se rebajaría a suplicarle; si alguien tenía que tragarse el orgullo era Raúl—. Sigue buscando. Y suerte. Si cambias de opinión y te avienes a ser razonable, llama aquí —le pasó una tarjeta con el membrete de la multinacional para la cual trabajaba—; pregunta por el señor Aranguren; ya no soy el muerto de hambre que conoció tu abuela. Ahora tengo un puesto relevante en la empresa y puedo ayudarte. Y no lo hago porque lleves mi apellido, que eso no cuenta nada para ti, sino por Izaskun. Porque soy el padrino de Ainhoa… o lo voy a ser —ahí mintió Gorka, pero confiaba en poder arreglarlo más adelante con la joven—; Izaskun me lo propuso cuando nos vimos.

—¡Imposible! Izaskun no nombraría a un extraño como padrino para su hija. ¡Jamás! El padrino será su padre, con toda seguridad. Además, ni tú ni yo pintamos nada ahí; Izaskun me ha dicho que no quiere que reconozca a la niña. Pero lo voy a hacer de todos modos, y si la madre hace el tonto me llevaré a Ainhoa conmigo. Por eso necesito el curro, para formar una familia.

—¿Vas a apartar a Izaskun de su bebé? —No le creía capaz, y en cualquier caso Izaskun no lo iba a consentir—. ¡No puedes hacerle eso! ¿Y con quién se supone que vas a formar esa familia?, ¿con la pelirroja?, ¿con la morena? Deja de hacer el gilipollas, Raúl. Quieres a la niña y quieres a la madre, y más vale que vuelvas con ellas antes de que otro ocupe tu lugar como hombre y como padre. ¡Y espabila, que hay cola! Cualquier hombre se encargaría de criar a diez hijos sólo por acostarse con ella todas las noches. ¿A qué estás esperando?

—Izaskun ya no es la que era —se lamentó—; ahora tiene ideas muy raras, mi primo se las ha metido en la cabeza desaprensivamente. Ya no es la chica dulce e inocente que me seguía a todas partes como un perrito faldero. Ha perdido la moral, y parece dispuesta a mostrar su desnudez en todas partes. ¡Y ésa no es madre para mi hija!

—¡Mira quién habló! —Se mofó Gorka—. Tampoco eres tú la imagen de papá feliz y amoroso que ella podría esperar. ¿O vas a decirme que lo que haces tú con esas chicas es mejor que lo que ella pueda llegar a hacer con su cuerpo? ¿Desde cuándo la prostitución es más decente que la pornografía si a eso vamos? Y, francamente, dudo mucho que Izaskun quiera hacer carrera en Playboy. No es de esas.

—¡Qué ingenuo! —le devolvió la mofa—. Yo también creía eso hasta hace unos días. Pero ella anda presumiendo que ha cambiado mucho. ¡Pues vaya un cambio! Ya podía haberse quedado como estaba.

—¿Te ha dicho ella que va a posar desnuda?

—Casi —replicó Raúl—. Mi primo le ha propuesto ser modelo. Él es fotógrafo, y va de culo por ella. No hay que ser muy listo para ver lo que anda buscando.

—Izaskun no necesita desnudarse para tener lo que desee. Y tiene otros valores, por lo que he podido ver; ninguna «conejita» del Playboy o Penthouse decide tener un hijo a los veinte años, ¡no seas tonto! Tal vez haga anuncios en la tele o algo por el estilo. Y aunque ya sé que te importa un rábano mi opinión, te diré que es muy positivo para ella. Es joven, es guapa, y veo muy bien que tenga otros horizontes más allá de tu cara y tu polla.

—¿Por qué te pones de su lado, qué ha hecho para convencerte y hacer de ti su aliado incondicional?

—Mirarme con esos ojos que le llegan al alma a cualquiera. Realmente —se interesó en serio—, ¿tú la quieres?

—No es asunto tuyo, y si ella te ha mandado a preguntármelo es porque de veras le falta un tornillo.

—Mira que llegas a ser desagradable, mocoso. Ella no me mandó a nada, pero igual voy a decirle que haga lo que le plazca y se olvide de ti porque no te la mereces.

—Pues me harás un grandísimo favor si la convences, porque yo ya la he olvidado; y por mí, que haga lo que quiera con mi primo, me importa un pito. Pero adviértele también que si la veo desnuda en algún lado, me llevaré a Ainhoa para siempre y no la volverá a ver —amenazó Raúl furioso e inconsciente del alcance de sus palabras.

—No tienes remedio —Gorka miró al muchacho con desprecio—; no sé por qué me he molestado en venir a hablar contigo. Todo lo ves bajo un prisma equivocado, estás demasiado pagado de ti mismo y te niegas a aceptar el amor de la única persona que desinteresadamente te lo ha brindado desde el principio.

—¿Consejero sentimental? —Raúl enarcó las cejas, divertido—. ¿A eso te dedicas?

—No, Raúl. Ya puedes dejar de lado el cinismo. Sólo venía a conocer a quien por desgracia y por equivocación todavía lleva mi apellido, pero no mereces tal esfuerzo; y me niego a sentirme responsable de tus actitudes de niño malcriado que disfruta en su papel de pobre víctima, culpando a los demás de una forma de ser y pensar genuinamente suyas. Ni siquiera voy a culpar a Graciela, y mira que ganas no me faltan. Pero bastante desgracia ha tenido con hacerte de madre todos estos años.

—Pues si no tienes nada más que reclamarme, ¡¡¡fuera!!!

Raúl avanzó a grandes zancadas hasta la puerta de salida y la abrió de par en par. Por lo que a él se refería, la visita había terminado. Ésa y todas las siguientes.

—Tranquilo, Raúl, tranquilo, ya me voy. No tienes por qué gritarme de ese modo; no eres más que un mocoso malcriado.

Gorka se marchó decepcionado; no estaba enfadado con Raúl, solamente muy desilusionado. Por increíble que pudiera parecer, había esperado encontrar a alguien más razonable, maduro y dispuesto a dialogar. El presumido de Raúl no escuchaba más razones que las suyas, ni aceptaba más verdades que las que le convenían. Nunca entendería qué fue lo que vio la joven en él. Izaskun merecía mejor partido que ese estúpido.

Decidió volver al pueblo.

Tenía importantes asuntos pendientes: con la joven y con Graciela; pero sobre todo con esta última. Esta vez no pensaba quedarse cruzado de brazos; Itziar estaba a muchos metros bajo tierra, y ya iba siendo hora de recuperar el tiempo perdido. Ya no había nada que separara a Gorka de la mujer a la que amaba. ¡Y al cuerno con Raúl y la madre que lo parió!

Llegó al pueblo dos días después; primero habló con Izaskun y le recomendó que se olvidara de Raúl, animándola a empezar una nueva vida. También la advirtió, ¡qué remedio!, de sus amenazas.

Más adelante, con más calma y todo lo que le quedaba por vivir, enfrentaría a su suegra.

«Suegra»… Aquella palabra tan vulgar no estimulaba ninguna pasión ni despertaba morbo alguno, pensó él.

¿Qué hubiera pensado Raúl, por ejemplo, si él se hubiese atrevido a confesarle que amaba a Graciela, que se moría por tenerla en sus brazos, por hacerle el amor? Si Raúl era incapaz de comprometerse, con toda una vida por delante, mucho menos habría de entender su compromiso. Ya podía imaginárselo diciéndole que ellos ya estaban muy viejos para pensar en el sexo; que para el amor había fecha de caducidad… Y que él, con cincuenta años, y su abuela, con sesenta, harían el ridículo amándose. Raúl era de los que pensaban que su tiempo de gloria ya había pasado, y que a lo único que podían aspirar era a envejecer en soledad, si antes una pulmonía no les llevaba a la tumba.

Él no pensaba tener en consideración a Raúl, sólo faltaría eso: tener que pedirle permiso a ese mocoso engreído. Pero ¿y Graciela? Lo mismo ella no creía que valiera la pena que él intentara conquistarla. Todo eso sin contar que ella no manifestó ninguna reacción frente a su declaración; aunque debía reconocer que después se había mostrado más dispuesta a dialogar con él. No era mucho, pero ya era más que suficiente para empezar.

El camino sería largo, y el fantasma de Itziar aletearía siempre entre ellos, recriminándoles su relación, en particular a ella. Gorka confiaba en la entereza de Graciela, que no permitiría que su hija continuara interponiéndose desde el más allá.

Él lucharía por esa última oportunidad, por ese último asalto al corazón aún sensible de ella. No sabía cómo comenzar el cortejo, y ya no era un chaval. El tiempo actuaba como una bomba de relojería, así que más le valía ir al grano, ¡y que Dios le cogiera confesado!

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