Candy

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Siete

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SIETE

—Desperdicias tu vida, Joe —dijo papá con severidad—. Lo sabes, ¿verdad? Estás desperdiciando tu vida. Si sigues así…

—¿Si sigo cómo?

—Ya sabes lo que quiero decir… Toda esta música pop y todo… Tú y tus Skaties…

—Katies.

—¿Qué?

—Es Katies… no Skaties.

—No me importa lo que sea. Tienes exámenes este año. Tendrías que estar estudiando…

Estoy estudiando…

—¿A qué hora?

—Todo el tiempo.

—No estabas estudiando hoy, ¿o sí? Ni siquiera estabas en la escuela.

—Sí, pero…

—Mentiste a las maestras, abusaste de mi confianza…

Eran las ocho treinta de la noche. Llevaba media hora en el estudio de papá. No había sido mi intención volver tan tarde del zoológico, pero había perdido la noción del tiempo… Y luego los trenes se habían demorado y no pude llamar a papá para avisarle porque se suponía que no estaba en un tren. De modo que cuando volví y me llamó a su estudio inmediatamente adiviné que Gina le había contado la verdad —o lo que ella pensaba que era la verdad—, y supe que iba a asistir a una charla solemne. Y cuando papá se pone serio, se pone realmente serio.

—Ya sé que ha sido duro en estos últimos años —me decía—, pero eso no es excusa para desperdiciar tu tiempo en cosas sin importancia…

—No lo estoy haciendo —le dije.

—¿Ah, no? Pensé que sí. ¿Cómo vas a obtener las calificaciones que necesitas si te la pasas todo el tiempo jugando a ser una estrella pop?

—No estoy jugando a nada. Sólo lo disfruto… Es una diversión sana. Y aún así, sólo es una tarde por semana…

—Y los fines de semana.

—No todos los fines de semana.

—Y días fuera, en Londres, cuando deberías estar en la escuela.

—Ya te expliqué eso —suspiré—. Fue sólo una vez. No volverá a pasar…

—No, no volverá a pasar —me dijo fríamente.

—No tienes que…

—¿Qué?

—Nada.

Bajé avergonzado la cabeza y miré al piso con remordimiento. No esperaba que papá se lo tragara, pero al menos me permitía un respiro del furioso resplandor de su mirada.

—¿Por qué tienes que hacerlo? —me dijo.

—¿Qué?

—¿Por qué siempre tienes que hacer las cosas tan difíciles?

Alcé la cabeza y lo miré.

—¿Difíciles?

—Ya sabes lo que quiero decir.

—Mira —le dije—. Lo siento… ¿Está bien? Ya sé que fue una tontería, y ya que no debí hacerlo… pero eso no significa nada, papá… de verdad. No significa que esté desperdiciando mi vida…

—Significa que estás castigado, loe.

—No puedes…

—Puedo, y lo haré.

—No, pero escucha…

—No, escucha —se inclinó sobre su escritorio y me dirigió esa mirada—. Saldré el fin de semana próximo. Me iré durante seis o siete días. Hasta que regrese, estás castigado, ¿entendiste? Desde hoy no puedes salir el fin de semana, o después de las seis de la tarde, sin mi permiso expreso.

—Pero papá…

Alzó la mano.

—No he terminado… ¿Me estás escuchando?

—Sólo quería…

—¿Me estás escuchando?

—Sí —suspiré.

—Bien… Cuando esté fuera serán vacaciones de mitad de semestre, pero aplican las mismas reglas, y espero que las sigas sin la ayuda de Gina. Ella ya tiene suficiente como para tener que cuidarte todo el tiempo. Necesito saber que puedo confiar en ti, Joe. Te estoy dando la responsabilidad de disciplinarte solo, y si no te lo tomas en serio a la única persona que decepcionarás es a ti mismo.

Lo miré con deseos de odiarlo, pero sabiendo que no podía hacerlo. Era mi papá. Sintiera lo que sintiera por él, no podía odiarlo. Sin embargo, podía odiar su estúpido razonamiento o que me tratara como un niño mientras esperaba que me comportara como un adulto. «¿Por qué no te decides, papá? —quería decirle—. O me tratas como a un niño o me tratas como a un adulto, pero no puedes seguir tratándome como algo intermedio».

—¿Escuchaste lo que dije? —me preguntó.

—Sí, lo escuché.

—¿Hay algún problema?

Titubeé por un momento pensando en el concierto del viernes. Me debatía entre callármelo —pensando en arreglármelas cuando llegara el momento— y ser honesto. Era tentador quedarme callado al respecto, pero sería difícil llegar a Londres el viernes por la noche sin que papá se enterara. Si era honesto, sin embargo, si le explicaba lo importante que era el concierto y le suplicaba que me dejara ir, y él decía que no, entonces estaría avisado, estaría en guardia, y me sería casi imposible escapar sin que se enterara.

Lo miré intentando decidir cómo jugármela. Ahora se veía más tranquilo. Aún seguía serio a morir, pero la furia se había desvanecido y creí detectar en su rostro una pizca de compasión.

O eso esperaba.

—¿Y qué hay del viernes? —pregunté en voz baja.

—¿Viernes?

—Ya sabes… la tocada… con el grupo. Los Katies. Tocamos en Londres… Te conté, ¿recuerdas?

—¿Cómo olvidarlo?

—Si al menos me dejaras ir a eso…

—No lo creo.

—Es sólo una noche…

Se encogió de hombros.

—Pero es realmente importante, papá —dije—. Si no voy yo, no podrán tocar. Los decepcionaré a todos. Ya contratamos todo el equipo y todo lo demás, y mucha gente vendrá a vernos. Ya vendimos entradas…

—Debiste haber pensado en eso antes, ¿no crees?

—Vamos, papá… No estás siendo justo.

—Bien, ahora ya sabes cómo se siente.

—Pero siempre me hablas de asumir las responsabilidades. ¿Y qué hay de mi responsabilidad con los demás? El resto del grupo, los promotores, las personas que han pagado…

—Eso es distinto.

—¿Por qué?

—Porque no son familia. Son sólo…

—¿Qué? ¿Son sólo qué?

Sacudió la cabeza.

—No empieces a torcer mis palabras, Joe. Ya sabes lo que quiero decir.

—Sí… —dije asintiendo como si supiera lo que quería decir, aunque en realidad no estaba convencido. De hecho, no sabía lo que papá quería decir, pero podía ver que algo lo estaba poniendo nervioso, y eso era todo lo que yo necesitaba saber.

Seguía asintiendo, aparentando algún reproche —lo cual no era fácil—, pero extrañamente pareció funcionar. El rostro de papá comenzaba a verse nervioso y su boca perdió algo de confianza.

Seguí mirándolo fijamente.

Después de uno o dos segundos, se aclaró la garganta y me dijo:

—La gente es diferente, es todo lo que quiero decir.

No respondí.

—No quiero decir diferente así —dijo tratando de salir del apuro—. Sólo quiero decir que algunas personas importan más que otras… —suspiró al darse cuenta de que sólo estaba empeorando las cosas. De pronto comprendí lo que yo estaba haciendo. Él tenía razón: ahora estaba torciendo sus palabras. Le estaba haciendo creer que su punto de vista me ofendía. Lo estaba forzando a defenderse cuando no tenía nada qué defender. Básicamente, lo estaba manipulando. Manipulaba sus miedos y sus prejuicios. Yo sabía que estaba mal y podía sentir la culpa agitarse en mi interior…

Sin embargo, hice mi mejor esfuerzo por ignorar aquel sentimiento.

Sentado en silencio…

Padeciendo mi falsa indignación…

—Está bien —dijo al fin papá—. Como sea, ¿dónde es ese concierto?

«¡Sí!», pense.

—Hammersmith —dije en voz baja.

—¿A qué hora termina?

—No muy tarde… Probablemente esté de vuelta a las once.

Asintió despacio.

—Está bien… lo pensaré.

—Gracias, papá.

—Aún no he dicho que puedas ir… Sólo dije que lo pensaré. De modo que no vayas a pensar que me has ganado una, porque no lo has hecho. ¿Entendiste?

—Claro.

—Y cualquiera que sea mi decisión —continuó—, será definitiva. Será mi respuesta final. No quiero más discusiones, ¿está bien?

—Sí.

—Es en serio, Joe. Quiero tu palabra de que aceptarás mi decisión. De lo contrario ni siquiera lo consideraré.

—Está bien —dije—. Lo prometo.

Me lanzó una mirada suspicaz.

—Palabra de scout —le dije intentando hallar algo de sinceridad—. Lo juro.

—No es broma.

—Lo , papá. Es en serio. Lo digo de verdad. Lo prometo…

Otra mirada, esta vez un poco más cálida. Luego inhaló profundamente, estiró la espalda y dejó escapar un largo y profundo suspiro.

—Está bien —dijo—. Vete, entonces. Come algo, y creo que luego debes irte temprano a la cama.

—Está bien —le dije levantándome, aliviado de que todo por fin hubiera terminado.

—Y, Joe… —añadió papá.

Lo miré. De pronto parecía muy viejo. Cansado y gris, su larga cara ceniza y arrugada, su cuerpo enmarcado en la oscura formalidad de un traje antiguo…

Parecía que nunca hubiera sido joven. Que nunca hubiera sido nada más que viejo.

—¿Sí, papá? —dije.

Por un momento sus ojos se posaron con tristeza en los míos y pensé que iba a decir algo, algo que probablemente nos avergonzaría a ambos… Pero después de uno o dos segundos parpadeó, se sacudió la tristeza y dijo:

—Nada… no es nada. Vamos, fuera. Te veré más tarde.

—Sí… de acuerdo. Siento mucho todo esto.

Asintió en silencio mirando la mesa fijamente.

Me quedé parado un momento sin saber bien qué hacer. Parte de mí quería decir algo más, dejar a papá entrar en mi mente, mostrarle la verdad de mis sentimientos. Pero otra parte de mí —la parte cobarde— sólo quería escapar de ahí. Y esa fue mi parte más fuerte.

Así que, con la cabeza llena de emociones encontradas, di las buenas noches, me volví y me escabullí fuera.

Es curioso lo fácil que es llegar a creerte tus propias mentiras. Durante todo el tiempo que estuve en el estudio de papá, durante el tiempo en que me sermoneó acerca de la responsabilidad y la disciplina y sobre cómo desperdiciaba mi vida, todo ese tiempo yo me estaba disculpando por haberme ido de pinta y haber pasado el día en Londres… todo el tiempo. Y nunca se me ocurrió siquiera pensar que estaba mintiendo descaradamente. Por lo que a mí tocaba, había ido a Londres a solucionar un problema con la tocada, aquello no significaba nada. estaba arrepentido. No volvería a suceder.

De veras lo creí.

Era la única manera de vivir la mentira.

Pero una vez que salí del estudio de papá, la verdad de pronto me dio de lleno en la cara. La verdad real: Candy, el zoológico, el Mundo Lunar… y caí en la cuenta de que me acababan de sermonear y castigar por algo que de hecho no había sucedido. Había que admitir que había hecho algo peor y me había salido con la mía, pero aún así…

«¿Aún así qué? —dijo la voz dentro de mi cabeza—. En verdad tuviste mucha suerte. Lo sabes, ¿verdad? Tuviste suerte. Pudo haber sido mucho peor…».

Cuando subí, encontré a Gina esperándome en mi habitación.

—¿Cómo te fue? —me preguntó ansiosamente.

Estaba sentada en el piso, hojeando las páginas de una revista de música, y parecía que llevaba ahí un buen rato. Un desordenado círculo de libros y CD y tazas vacías de café se había formado en el suelo a su alrededor.

—Espero que recojas todo eso —le dije señalando con la cabeza el desorden del piso.

Me dirigió una mueca amistosa, luego volvió al tema.

—Vamos… ¿qué te dijo papá?

—Bastante.

Sacudió la cabeza.

—Lo siento, Joe… Tuve que decirle. Estaba realmente preocupado por ti. Si no le hubiera dicho, habría llamado a la policía…

—Está bien —le dije sentándome sobre la cama—. No es tu culpa.

—Se habría enterado de cualquier forma…

—Sí, lo sé… No te preocupes por eso. No debí haberte involucrado —la miré—. ¿Qué dijo cuando le contaste que habías llamado a la escuela por mí? ¿Se enojó contigo?

—No mucho. Creo que estaba demasiado enojado contigo como para molestarse conmigo —alzó la vista—. ¿Estás castigado?

—Sip.

—¿Por cuánto tiempo?

—Hasta que regrese de adonde sea que vaya a ir la próxima semana. Por cierto, ¿adónde va? ¿A la cabaña?

—No, es algo de trabajo, en Edimburgo: la convención anual de la asociación —sonrió—. Ginecólogos por todas partes… —la sonrisa se desvaneció—. Va con mamá, se van toda la semana.

Asentí distraídamente pensando en la cabaña… Woodland Cottage. Hacía tiempo que no pensaba en ella. Es un pequeño lugar para vacacionar que papá compró hace años, un rústico búngalo de madera escondido en un pequeño pueblo en la costa de Suffolk. Cuando mamá todavía andaba por aquí solíamos ir con bastante frecuencia. Es de verdad un lindo lugar: justo en medio de la nada, callado y tranquilo, rodeado de bosques y campos, cerca de un apacible y pequeño estuario…

—¿Joe? —dijo Gina.

—Perdona, ¿qué?

—¿Lo arreglaste?

—Si arreglé qué cosa.

—A lo que fuiste a Londres… eso que era tan importante para el concierto. ¿Recuerdas?

—¡Ah, claro!… Sí, sin problema. Ya esta todo… hmm…

—¿Solucionado?

—Sí —sonreí—. Todo está listo.

—¿Aún vas a ir?

—Sí, ¿por qué no?

—Creí que habías dicho que estabas castigado.

—Estoy en libertad bajo palabra por ese día.

—Genial. Realmente estoy ansiosa por ir.

La miré sin habla por un momento. Había olvidado que Gina iría.

—¿Qué? —dijo frunciendo el ceño ante mi mirada confundida, para luego darse cuenta de lo que significaba—. ¡Oh, vamos Joe!… tú me invitaste. «Trae a Mike», dijiste…

—Sí, sí, ya sé…

—¿No quieres que vayamos?

—Claro que sí… sólo que lo olvidé por un momento, nada más —me incliné hacia delante y le alboroté el cabello—. Lo siento.

—Sí, ya veo.

—No te enfurruñes.

—No me enfurruño.

Le sonreí.

Me devolvió la sonrisa.

Y estábamos bien de nuevo. Seguimos hablando por un rato, realmente sin decir nada, sólo por pasar el tiempo. Al final Gina se levantó, me dio un beso de buenas noches y me dejó solo con mis pensamientos.

Y eso era mucha compañía: papá, mentiras, Candy, mentiras, Gina, mentiras… tantas mentiras que era difícil seguirle el paso a la verdad.

Comencé a recoger el tiradero que Gina había dejado en el piso.

«Una cosa a la vez —me repetía—. Toma una cosa a la vez. No tiene caso preocuparse por el viernes hasta que no estés seguro de que papá te dejará ir. Si no te deja ir, entonces no Importa lo que pase cuando Candy aparezca y Gina y Mike estén ahí… No importará cómo intentes explicar las cosas, porque no estarás ahí y tampoco estarán Gina y Mike, de modo que no habrá nada que explicar».

¿Cierto?

El problema, sin embargo, era que, en el fondo de mi corazón, yo sabía que estaría ahí. No era sólo un deseo: era un hecho, tan inevitable como que la noche sigue al día. Sin importar lo que papá dijera, sin importar lo que decidiera, sin importar las promesas que hubiera hecho: yo estaría ahí.

Sin importar nada.

Estaría ahí, Candy estaría ahí, Gina y Mike estarían ahí…

Sucedería.

De modo que sí podía preocuparme por ello.

Y lo hice.

Entonces, después de un rato, dejé de preocuparme, y en lugar de ello comencé a pensar. Pensé en Candy y en Gina y en Mike y en la tocada y en mí…

Finalmente, cuando entré en la cama, el pensamiento se convirtió en algo más. Estaba solo en la oscuridad con Candy.

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