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Capítulo 4. Finales de octubre de 1974. El juicio político

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CAPÍTULO 4
Finales de octubre de 1974
El juicio político

El secuestro de Juan y Jorge Born obedecía a una sola razón: dinero. Los Montoneros ya no pretendían vengar la historia, como había ocurrido con Pedro Eugenio Aramburu. Pero ¿qué organización revolucionaria podía reconocer un móvil venal?

Así los Montoneros revistieron a la Operación Mellizas de un sentido ético y heroico. “La historia de Bunge y Born —elaboraron en su Comunicado Nº 2, tres meses después del primero— es la historia de la explotación de nuestro pueblo, de maniobras monopólicas, de un poder económico al servicio de la dependencia, del desabastecimiento y el acaparamiento denunciado por el general [Juan Domingo] Perón el 12 de junio”.

Llamaron a los hermanos “dos exponentes del imperialismo y la oligarquía en la Argentina”. Argumentaron que los habían puesto “bajo la justicia popular”. ¿El objetivo? Que devolvieran “parte de lo que han saqueado al país durante tantos años y luego de que este gobierno (en referencia al de Isabel Perón) pasara por alto las maniobras de acaparamiento, evasión de impuestos y explotación a los trabajadores de sus fábricas, que están llevando adelante en la actualidad”.

El veredicto del juicio político estaba escrito de antemano: los condenarían a pagar un rescate suculento, que resolvería de una vez los problemas financieros de los Montoneros. Pero los Born lo ignoraban. Sus captores querían que atravesaran todo el juicio bajo la sombra de Aramburu, con miedo a que al final los sentenciaran a muerte.

En el plano alegórico, también se meterían con las empresas: exigirían una serie de concesiones en las paritarias y mejoras en las condiciones de empleo. Los obreros de Bunge y Born obtendrían ventajas que —suponían— los harían simpatizar con la causa guerrillera.

Antes de difundir la sentencia se dispuso una puesta en escena que transformó a los integrantes de la jerarquía montonera en los jueces de la única multinacional de origen argentino: el símbolo de que la revolución era posible. Con la Operación Mellizas, los Montoneros demostraron a sus militantes que, aún en la clandestinidad, eran capaces de grandes proezas. Los herederos del grupo económico más poderoso del país se encontraban en sus manos, fuera del alcance de las fuerzas de seguridad y de las patotas parapoliciales de la Triple A. Y sometidos a su veredicto.

La organización guerrillera había fijado en sus estatutos severos procedimientos formales para el caso. Se debía constituir un tribunal y someter a los hermanos a una serie de interrogatorios, de los cuales Horacio Petrus Campiglia y Rodolfo Walsh, del Servicio de Informaciones, esperaban obtener datos adicionales sobre el grupo que pudieran servir para cobrar el rescate.

La base de la acusación que enfrentarían los hermanos fue publicada en el órgano de propaganda Evita Montonera:

“Todos oímos hablar de Bunge y Born, pero ¿cuántos tenemos siquiera una idea de lo que es Bunge y Born?

Bunge y Born es el intermediario oculto pero obligado en la compra y venta de casi el todo el grano —trigo, maíz; todos los cereales— que se produce en el país, y se queda con la tajada correspondiente. En el primer gobierno peronista era el Estado el que canalizaba los granos a través del Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI). Esta conquista fue destruida por la revolución gorila de 1955, favoreciendo nuevamente a la empresa monopólica.

Bunge y Born también es dueña de los mayores algodonales, de las principales hilanderías y las grandes fábricas de ropa. Bunge y Born domina la industria textil: el algodón en el campo y la camiseta en el mostrador tienen el precio que Bunge y Born decide. Controla el proceso de industrialización de su propio algodón y también el de los pequeños y medianos agricultores y puede de este modo imponerles los precios que más le convienen.

Pequeñas y medianas empresas de conservas de tomates, arvejas, porotos, frutas, etcétera, recibían sus latas de envases de La Centenera. El día que estas empresas no pudieron hacer frente a sus pagos, Bunge y Born las compró y creó la Compañía Envasadora Argentina [CEA]. Ahora monopoliza todo lo que es lata, fabrica cuanto tarro y tarrito, cuanto tambor y aerosol compramos en la ferretería, en la perfumería o en las estaciones de servicio.

Bunge y Born maneja también la industria alimenticia: el aceite y los fideos, la margarina y el arroz, la harina y los dulces, los artículos de limpieza, las galletitas, son todos suyos (…).

Esto no es todo: Bunge y Born tiene la mayor fábrica de pinturas del país y una gran industria química, y empresas de seguros, y empresas que venden casas, campos y ganado, y empresas forestales, y empresas financieras que son empresas de usura con nombre fino.

Como si todo esto fuera poco, Bunge y Born tiene tierras, pero no una tierra más o menos grande. No. La tierra de Bunge y Born abarca 900.000 hectáreas distribuidas en todo el país. Imaginen: todas juntas serían como un rectángulo largo como de Buenos Aires a Rosario y ancho como de Plaza de Mayo a Tigre.

Todo esto solo en Argentina.

Parece muchísimo, pero es solo una parte de lo que tiene Bunge y Born, porque Bunge y Born es grande en todas partes.

Calculen:

La Bunge y Born de Brasil es dos veces más grande que la de nuestro país.

Cabe ahora una pregunta:

¿De dónde salió tanta riqueza?

La respuesta es simple: Bunge y Born nació, se desarrolló y sigue creciendo a costa de la explotación de los trabajadores (…) Veinte mil personas trabajan como obreros o empleados de las empresas Bunge y Born en Argentina. La empresa gana en un año lo que todos estos trabajadores ganarían en ciento cuarenta años.

Además de robar al obrero, Bunge y Born arruina a los competidores. Los aplasta manejando precios o creando desabastecimiento.

Por último, como toda multinacional, Bunge y Born es un cáncer que corroe las bases mismas de la Nación. Porque Bunge y Born coimea a los funcionarios públicos para que hagan la vista gorda cuando eluden impuestos, cuando contrabandea, cuando burla las leyes laborales.

Bunge y Born no vacila en comprar ministros, y han estado en arreglos con cuanto presidente antipueblo hemos padecido.

Por todo esto, por ladrona y asesina de obreros, por ladrona y asesina del comercio y de la industria, por ladrona y asesina del país mismo, Montoneros decidió que Bunge y Born debía ser sometida a la Justicia popular y resolvió detener a los hermanos Jorge y Juan Born.”

 

Cuando le comunicaron, al cabo de las dos semanas de adaptación, que durante la siguiente etapa de su cautiverio tendría la oportunidad de presentar la defensa de la empresa ante los Montoneros, Jorge Born comentó con incredulidad:

¿Un juicio? Pero si ustedes son jueces y parte… ¿Qué es eso?

Le costaba comprender que en la cárcel del pueblo las reglas no se parecían a las que él, su familia y sus socios, como parte del poder, imponían y acataban en el mundo capitalista. Acaso las palabras sonaban iguales —juicio, fallo, condena— pero el sentido se disolvía en algo del todo distinto.

Jorge y Juan debieron responder, por separado, a los cargos que les formularon. La acusación principal: haber sido un factor de desestabilización durante los gobiernos de Perón.

Juan cooperó muy poco; en seguida dejaron de consultarlo.

A Jorge lo interrogaron en días salteados, hasta completar quince jornadas que le resultaban interminables. Las audiencias del juicio político revestían cierta ceremonia: en el escaso espacio disponible se colocaban dos sillas para los fiscales guerrilleros; Born respondía sentado en la cama, con el cuerpo erguido.

Si bien todos los que abrían su puerta llevaban capuchas, aprendió a distinguir a quienes lo indagarían por los aires de importancia que se daban. La prepotencia de sus modos y el trato reverencial de los guardias hacia ellos le hicieron pensar que se trataba de jefes de la organización.

Años más tarde, Rodolfo Galimberti contaría que él se había encargado en persona de hacer que Mario Firmenich ingresara a la cárcel de los hermanos. Roberto Perdía alegó, sin embargo, que los integrantes de la Conducción Nacional (CN) no habían llevado adelante los interrogatorios, ya que por razones de seguridad estaban más en Córdoba que en Buenos Aires.

Tras su ruptura con Perón, los Montoneros habían sufrido su primera gran escisión: la JP Lealtad, un grupo muy numeroso de militantes que no aceptaban el verticalismo de los dirigentes ni su afán de disputarle la conducción al presidente. El cisma no marcó una diferencia en las ideas centrales (los leales solo sabían a qué oponerse) pero dañó la seguridad de todos, cada día más amenazada por la actividad creciente de la Triple A. La CN se alejó de la ciudad de Buenos Aires y los cuadros más importantes se alojaron en casas operativas en Córdoba, que supervisaba Horacio Mendizábal, integrante de la CN y responsable de esa zona.

CAUSA JUDICIAL Nº 26.094

Jorge Born durante los interrogatorios del juicio político de los Montoneros a Bunge y Born.

No obstante, algunas veces debieron verificar en persona cómo marchaba la operación más ambiciosa de la historia de la organización. Born siempre creyó que al menos un miembro de la cúpula fungió de fiscal. Años más tarde Rodolfo Galimberti apoyaría su sospecha: en los interrogatorios —declaró— habían participado Roberto Perdía, Raúl Yäger y Juan Julio Roqué.

Durante el juicio político, Jorge Born repitió la actitud que había tenido frente al estudio: la del alumno aplicado que se esforzaba por obtener buenas notas que satisficieran al padre. Pidió que le facilitaran un cuaderno y una lapicera para escribir: quería tomar notas.

En ocasiones la cúpula de Montoneros le hizo llegar preguntas para que las despejase por escrito. Con una letra cursiva pequeña y prolija, el secuestrado respondió consultas sobre el funcionamiento de sus empresas: los salarios, las condiciones de trabajo, el papel de los sindicatos y las comisiones internas, la rentabilidad.

En esos intercambios empleó algunos conceptos que había aprendido en la Escuela de Negocios de Wharton, de Filadelfia, en una universidad privada ivy league (las más antiguas y prestigiosas del país) donde lo había enviado su padre. Born obtuvo su diploma de Bachelor of Science in Economics en menos de cuatro años y con un promedio de distinguido: se destacó —como pretendía— gracias a la formación que había recibido en el Colegio Nacional de Buenos Aires, mucho más exigente que las high schools estadounidenses.

Luego el padre lo mandó a Europa para que conociera las oficinas de la empresa en Londres y en Amberes. El heredero debía profundizar su visión y familiarizarse con las innovaciones que el grupo había importado para sus fábricas.

Si a los Montoneros les preocupaba tanto la situación de los obreros —pensó Born—, él debía hablarles de la planta porteña de Grandes Fábricas Argentinas (Grafa), la más importante del país en la manufactura de sábanas y frazadas.

¿Sabían que en Grafa tenemos una nursery, que fue la primera de la Argentina? Eva Perón la quiso conocer. Me acuerdo del día de su visita —se jactó.

La hilandería, que se había originado en la compra de Textil Sudamericana, funcionaba en un predio enorme de Villa Pueyrredón, un barrio que había crecido alrededor, precisamente, de esa planta. Como allí trabajaban muchas obreras textiles jóvenes, Born II puso a funcionar —al estilo de las fábricas europeas— una guardería para el cuidado de sus hijos. Eva Perón se interesó por la novedad y la firma la invitó a recorrer las instalaciones. Cuando llegó, la recibió la plana mayor.

Born II había llevado a su hijo. Y ahora Born III, cautivo de un grupo de guerrilleros que exaltaban la memoria de esa mujer, apelaba a aquel recuerdo.

En vano: los Montoneros no se dejaron impresionar. Sin siquiera abrir un paréntesis breve para la anécdota, le reprocharon que Molinos Río de la Plata privaba a sus empleados de derechos elementales. No por mala performance: mientras él yacía en Piojo 2, la empresa concentraba la venta del 21 por ciento de la harina que se consumía en el país, el 23 por ciento del aceite, el 20 por ciento del arroz, el 19 por ciento de la yerba mate y el 15 por ciento de los alimentos balanceados.7

 

Molinos Río de la Plata funcionaba, desde 1902, en el Dique III de Puerto Madero, una zona que aún no había sido urbanizada pese a su cercanía al centro, que años más tarde se convertiría en el gran negocio inmobiliario de un barrio lujoso. A comienzos de siglo, Bunge y Born montó un molino harinero y ganó una licitación que le permitió desarrollar un complejo de elevadores —por entonces una obra de ingeniería de vanguardia— para manipular el trigo que llegaba por la red ferroviaria hasta el puerto, que funcionó allí durante treinta años, y desde donde la empresa creció hasta dominar el mercado de las harinas.

En 1919, el Partido Socialista impulsó en la Cámara de Diputados una Comisión Investigadora sobre Trust, con la intención de denunciar las prácticas monopólicas de Bunge y Born. En las primeras audiencias el diputado Nicolás Repetto alertó que el censo mostraba una reducción drástica del número de molinos en el país, y del personal que ocupaban, y señaló un responsable: Molinos Río de la Plata y la integración que le permitía su ubicación privilegiada.

“La construcción de este molino —dijo Repetto— permite elaborar anualmente una cantidad mayor que la consumida en toda la República. El trust harinero se ha visto en la obligación de comprar los principales molinos del país, para evitar la competencia; y cuando no los ha podido comprar, por ejemplo, en el caso de Córdoba con el Molino Minetti, entonces el trust ha construido un molino tan grande o mayor”.

Juan B. Justo presidió la comisión ante la cual testificaron varios empresarios harineros, corredores de la Bolsa de Cereales y compradores de harina. Marcos Stanich, un ex empleado de Molinos, denunció que la compañía se había quedado con los molinos de sus competidores a través de la práctica desleal del dumping. Dijo que elegían la zona a conquistar y que allí compraban el trigo a un precio superior y luego vendían la harina por debajo del precio del mercado, hasta arruinar al dueño del molino local.

La comisión produjo un informe sin más consecuencias que la publicidad de esas prácticas. Molinos Río de la Plata continuó su expansión hasta convertirse en la empresa líder en alimentos: sumó la producción de aceite, de arroz, de yerba mate y de alimentos balanceados, y más adelante en el tiempo de harina leudante, gelatina y mezcla para bizcochuelos.

Al igual que los socialistas a comienzos de siglo, los Montoneros acusaron a Bunge y Born de haber abusado de su posición dominante, con una diferencia de importancia: la denuncia ahora tramitaba por afuera de las instituciones republicanas, a las cuales los jóvenes revolucionarios no le encontraban valor alguno.

No podían verlo de otro modo. Habían crecido durante décadas de gobiernos civiles débiles y golpes militares. Si bien ellos mismos habían sido protagonistas de las tensiones y la violencia que consumió a la última presidencia de Perón, Montoneros culpaba a Bunge y Born de haber acopiado alimentos en 1974 para desestabilizar el tercer gobierno justicialista.

Además, el monstruo se había expandido sin sumar comodidades para sus trabajadores: faltaba un comedor, por caso. Molinos Río de la Plata tendría que instalarlo si pretendía la liberación de los empresarios.

Jorge Born tomó nota en su cuaderno.

 

La acusación básica de los guerrilleros —que los directivos de Bunge y Born habían apoyado el golpe de 1955— se sustentaba en la historia. Perón había tomado medidas que afectaron, y mucho, los intereses de las grandes compañías cerealeras.

Cuando Perón asumió su primera presidencia, el mundo salía de la Segunda Guerra Mundial: el contexto resultaba más que favorable para las exportaciones argentinas; en particular para los granos, cuyas ventas se concentraban en pocas manos.

Cuatro compañías exportadoras —Bunge y Born, Luis Dreyfus y Cía, La Plata Cereal Co. y Louis Ridder Ltda.— acaparaban el 90 por ciento de la producción. Esas grandes compañías cerealeras se habían impuesto como intermediarias de los productores pequeños y medianos. Bunge y Born, además se destacaba entre ellas porque operaba en Puerto Madero con tecnología y acopiadoras sin par y poseía la Compañía Industrial de Bolsas, con la que se autoabastecía de los envoltorios de yute que se utilizaban en el transporte de los cereales.

En febrero de 1946 Perón puso en marcha el Instituto Argentino de Promoción del Intercambio (IAPI), que centralizó los movimientos del comercio exterior. En algunos sectores de la producción el IAPI funcionó como un intermediario; en el comercio de trigo, en cambio, actuó como único comprador para los productores y único exportador de la cosecha argentina al mundo.

El radicalismo, el principal partido de la oposición, denunció que la intermediación del IAPI ofrecía negocios fabulosos a los funcionarios corruptos que intervenían en la compra de maquinaria del exterior y en la liquidación de divisas. Los dirigentes peronistas alegaron que la Unión Cívica Radical defendía los intereses del sector agrario concentrado, que pagaba a los productores pequeños y medianos un precio menor al que obtenía en el exterior.

Afiche del IAPI, único comprador y exportador de granos durante el gobierno de Perón.

La puesta en marcha del IAPI y luego la nacionalización de los puertos que impulsó Perón redujo drásticamente la participación de Bunge y Born en el comercio exterior.

Durante la década entera del gobierno justicialista el valor total de las exportaciones del grupo resultó inferior a la facturación de tan solo un año, 1929.8

A pesar de la caída en sus operaciones desde la Argentina, el grupo mantuvo el liderazgo en el comercio de granos, ya que a nivel internacional había consolidado su posición en los Estados Unidos y contaba con presencia en cinco continentes.

En 1955, tras la expulsión de Perón del poder, el IAPI dejó de existir: los militares de la llamada Revolución Libertadora revirtieron las medidas en un parpadeo.

En La Maison celebraron.

 

Curiosamente, otras políticas del peronismo beneficiaron los intereses de Bunge y Born. Un tema que no se discutió en el juicio político.

Con el impulso de Alfredo Hirsch el grupo había incursionado con mucho éxito en sectores de la producción industrial con pocos competidores grandes dentro de la Argentina. La diversificación cubrió actividades diversas: alimentos (Molinos Río de la Plata), envases de hojalata (Centenera), pinturas (Alba), textiles (Grafa); ácido sulfúrico, cloro líquido y fertilizantes (Compañía Química), entre otras.

Al aumentar el poder adquisitivo de las clases populares —por ejemplo, con el aguinaldo, que representaba un salario más al año— el justicialismo había hecho crecer el mercado interno, que Bunge y Born atendía. Aunque sus balances mejoraran, los principales gerentes del grupo, de pensamiento económico liberal, desconfiaban del populismo de Perón.

Ante la adversidad del IAPI, Born II y Hirsch cambiaron la dirección y el criterio de sus inversiones fuera de la Argentina. Hasta entonces solo se habían movido hacia otros países para comprar molinos cuando les colocaban barreras a la importación que les impedían ingresar en esos mercados. Con Perón al poder, el grupo inició un proceso de instalación en Brasil que en pocos años volvería a la compañía binacional.

Con la Sociedad Algodonera del Norte Brasileño (Sanbra), la S.A. Molinos Río Grande (Samrig) y Molinos Santista, Bunge y Born ganó protagonismo en rubros estratégicos en el país con mayor población de América del Sur. El grupo entró con fuerza en la elaboración y venta de alimentos para animales; también desarrolló las técnicas para cultivar una oleaginosa poco conocida entonces, la soja, que se sumaría a la producción de trigo y de algodón.

Y fue durante otro gobierno justicialista, el de Isabel Perón, décadas más tarde, cuando Bunge y Born decidió llevar la cabecera de la compañía de Buenos Aires a San Pablo, el corazón industrial de Brasil. El secuestro de los herederos decidió la mudanza definitiva.

 

Los Montoneros le insistían a Jorge Born con preguntas sobre las relaciones de los gerentes con el poder político: querían demostrar que el crecimiento del grupo le debía tanto a las relaciones corruptas con los gobiernos sucesivos como a sus prácticas comerciales desleales.

Él trató de convencerlos de que Bunge y Born se manejaba con autonomía del poder de turno. Por una decisión que se había respetado desde los inicios —explicó— ninguna de sus empresas se presentaba a licitaciones públicas ni firmaba contratos como proveedores de gobiernos a nivel nacional, provincial o municipal. Debían saber que era una compañía internacional con negocios en Europa y los Estados Unidos que cuidaba mucho su imagen, les machacó.

Los Montoneros ignoraron esos argumentos.

Se propusieron demostrar que Bunge y Born se había beneficiado de las regulaciones (o de su ausencia) allí donde sus empresas monopolizaban o dominaban un rubro. Habían especulado también con las divisas: en un país con inflación, inestabilidad económica y fluctuación cambiaria, las operaciones de comercio exterior de gran volumen les permitían hacer diferencia enorme si liquidaban las exportaciones en el momento más conveniente (para ellos, y menos para las arcas nacionales), lo cual solo requería información privilegiada del Banco Central o del Ministerio de Economía.

¿Autonomía del poder de turno? Inverosímil, machacaban los interrogadores.

En distintas sesiones —algunas de las cuales grabó la División Audiovisual de Montoneros— Jorge debió responder sobre la relación del grupo con los gobiernos, las Fuerzas Armadas, los sindicatos y los medios de comunicación.

De su confesión surgía que por Mario Hirsch, volcado a las relaciones públicas de alto nivel, se mantenían vínculos aceitados con políticos y militares de todos los colores.

Los orígenes sociales los unían a José Alfredo Martínez de Hoz y Álvaro Alsogaray, dos ministros de José María Guido, el frontman del golpe que en 1962 había derrocado al radical intransigente Arturo Frondizi. Cuando al año siguiente —el peronismo siempre proscripto— resultó electo Arturo Illia, líder de la Unión Cívica Radical del Pueblo (UCRP), Born II se hizo el hábito de visitar la Casa Rosada. El presidente y el empresario solían conversar en el balcón con vista a la Plaza de Mayo.

CAUSA JUDICIAL Nº 26.094

El Servicio Audiovisual de los Montoneros grabó algunas jornadas del juicio político.

Se llevaban muy bien. Y mi padre lo aconsejaba. La relación con el gobierno radical era importante porque en ese tiempo gestionábamos la autorización para Grafa en Santiago del Estero —declaró Jorge en el juicio político.

Con los años, la producción de la empresa se había expandido de sábanas y frazadas a la confección de ropa de trabajo, toallas y manteles. Para la radicación de sus plantas nuevas se habían elegido provincias que ofrecieran regímenes de promoción industrial con ventajas impositivas: Santiago del Estero primero, y luego Tucumán.

El golpe que desplazó a Illia en 1966 no recibió —como otros— el solo aliento de empresarios y militares. También los medios de comunicación participaron, al insistir casi todos con un retrato del presidente radical que lo equiparaba con una tortuga. Y a pesar de la amistad con Illia, los directivos de Bunge y Born apoyaron la llegada de los militares que interrumpieron su mandato.

Antes de nombrar como ministro de Economía a Adalbert Krieger Vasena, el general golpista Juan Carlos Onganía consultó la opinión de Hirsch. La casa del vicepresidente de Bunge y Born, sobre la Avenida del Libertador al 2000, funcionaba como un polo de gestiones reservadas con las máximas autoridades del país. Si Hirsch padre había impulsado la diversificación de la compañía e iniciado las relaciones públicas, su hijo Mario había desarrollado las cualidades de un lobbysta sofisticado que sabía cómo tratar con el poder de turno en beneficio de los negocios.

Tanto que, en su relato, Jorge Born dejó traslucir su admiración:

—A Onganía lo apoyamos porque era la primera vez en muchos años que un gobierno se mostraba decidido a realizar una gestión correcta basada en la eficiencia, no en la política. Onganía le preguntó a Hirsch por Krieger Vasena y también sobre otros asuntos económicos. Con Krieger Vasena hubo una relación estrecha y continua mientras fue ministro.

¿De qué modo?

—[Egidio] Ianella [presidente del Banco Central] nos anticipaba el monto de los créditos de Bunge y Born para que se pudieran planificar las adquisiciones de cereales y algodón a los productores. También nos anticipaba la evolución de la política cambiaria: algo muy útil.

Contra tanta sinceridad, su narrativa de la corrupción política se encuadró en la hipocresía propia del empresariado argentino, que depositaba toda la culpa sobre los funcionarios sin cuestionar su propio papel. Pagar coimas parecía una imposición necesaria…

Born III dijo primero:

El problema con los políticos es uno solo: ¡todos vienen a pedirnos plata!

Y luego agregó, con una suerte de ingenuidad:

—Y a ninguno se la negamos, según el sistema de representación proporcional: más voz, más dinero.

Con el mismo tono —como si el empresario fuese una víctima de la corrupción y no su contraparte imprescindible— Born se quejó de los pagos ilegales que les demandaba Carlos Moyano Llerena, el ministro de Economía del general Roberto Levingston, quien sucedió a Onganía.

—Moyano Llerena nos apoyaba pero era muy coimero. Había que poner mucha plata en el Ministerio de Economía y en las secretarías de todas las áreas. En esa época implementamos un sistema de pagos por medio de abogados.

Hirsch se podía amoldar más allá de las barreras ideológicas si eso era necesario para encontrar puntos de acuerdo. Ocurrió con José Ber Gelbard, el ministro de Economía de Cámpora y del tercer gobierno de Perón, hombre cercano a los Montoneros. En 1973 Gelbard impulsó una Ley de Granos en un nuevo intento —en teoría— por debilitar el poder de las grandes cerealeras. Al mismo tiempo, le indicó a Bunge y Born el camino para burlar la ley.

Cuando salió la Ley de Granos, que prohibió realizar todas las operaciones (acopio y exportaciones) a una misma empresa, el mismo Gelbard nos aconsejó que creáramos empresas fantasmas para realizar el acopio.

—¿Y qué hicieron?

—Fundamos dos empresas: Granos Argentinos S.A. y E. Martínez para el acopio de granos. Esas empresas son fachadas de Bunge y Born que nos permiten realizar las operaciones igual que antes —reveló Born.

 

Los Montoneros ahondaron en la relación de la empresa con las comisiones internas y con los jefes de los sindicatos que agrupaban a los trabajadores de sus fábricas. Querían un testimonio que pusiera en evidencia la complicidad de la burocracia sindical con la patronal.

Hacia 1974, la proyección de la izquierda en los ámbitos gremiales había perdido fuerza. Una cuestión en sí y además un síntoma: se cerraba un ciclo.

Si a finales de la década de 1960 la Central General de Trabajadores (CGT) se había dividido, como reflejo del surgimiento de las posiciones más combativas de Raimundo Ongaro (quien condujo la fracción de la CGT de los Argentinos contra el sindicalismo que pactó con Onganía y la ortodoxia), durante el tercer gobierno de Perón, ya asesinados Augusto Vandor y José Ignacio Rucci, la CGT recuperó la unidad y los dirigentes más luchadores perdieron representación ante el poder de la burocracia sindical.

El peronismo había creado un modelo de gremios únicos por rama, con una democracia interna muy acotada y sin representación de las minorías. Eso desalentaba la competencia y favorecía las reelecciones indefinidas de los líderes. Solo en un puñado de fábricas los delegados más comprometidos conseguían lugares en las comisiones internas. Y generaban una alianza inconfesable: tanto para los empresarios como para la conducción gremial, esos delegados díscolos constituían un adversario en común.

Born lo explicó con sencillez: la pérdida de poder de los gremialistas desprestigiados ocasionaba problemas serios en las empresas del grupo. Música para los oídos de la CN. La multinacional mantenía una buena interlocución con los dirigentes nacionales de los sindicatos la Unión Obrera Metalúrgica (UOM, de Lorenzo Miguel), la Asociación Obrera Textil (AOT, de Casildo Herrera) o la Federación Aceitera (de Estanislao Rosales).

La conflictividad —admitió el secuestrado— resultaba mucho más alta en las plantas que escapaban al control de esos dirigentes:

Tenemos relaciones directas con ellos por medio de los gerentes y los directores. Pero a veces no controlan las comisiones internas, como pasó en Molinos. Allí tuvimos más problemas gremiales porque no contábamos con la comisión, y Rosales no podía hacer nada… Estaba tan desprestigiado que preferíamos conversar directamente con los delegados de la fábrica para terminar con las huelgas. Lo mismo se produjo en Alba y en Compañía Química: los delegados exigían cambios que nos vimos obligados a aceptar. A Herreras le aconsejamos que no visitase las dos Grafas porque lo iban a sacar a patadas.

Un golpe fuerte, pero apenas premonitorio de la losa que se echaría encima el sindicalista que corrió a Uruguay un día antes del golpe de Estado del 24 de marzo de 1976. Herreras había empezado a trabajar en la Grafa original a los diecisiete años. De la comisión interna había escalado a la conducción en la AOT. Con el aval de Miguel —continuador de Vandor en la UOM—, llegó a la conducción de la GGT en enero de 1975. Pero tres meses más tarde aterrizó en Montevideo: “¿Qué pasa en Buenos Aires, Herreras?”, le preguntó la prensa. “Ah, no sé… ¡Yo me borré!”.

Los Montoneros explotaron las confesiones de Born para cargar contra los jefes sindicales, quienes les habían ganado casi todas las batallas. La voz en off del video que produjo Quieto concluía:

 

“Para Bunge y Born, tener buenas relaciones no significa tomar juntos un café. Para Bunge y Born tener buenas relaciones con un sindicalista significa que el sindicalista, a cambio de unos cuantos pesos y ayudado por matones, traiciona a los obreros impidiendo que hagan huelga. Como ven, no exagerábamos en nada cuando decíamos que Bunge y Born como multinacional es todo un cáncer que corroe a la Nación y todo lo compra: funcionarios, ministros, presidentes, militares y sindicalistas.

Además de comprar funcionarios, ministros y presidentes, coimean diarios y revistas para manejarlos según su conveniencia mediante la compra de avisos.

Según dijo Jorge Born: ‘Bunge y Born no tiene una ideología definida. Su filosofía es pragmática: apoyamos a los que apoyan a las grandes empresas. En el caso de la publicidad, suministramos a todos los medios, a excepción naturalmente de los que son contrarios a la empresa privada’ ”.

 

Born III reconoció que dos militares retirados ocupaban puestos altos en la compañía. Los habían contratado como interlocutores del grupo ante las Fuerzas Armadas, tanto por cuestiones políticas (dada la preponderancia de los militares en el ejercicio del poder) como por asuntos de negocios. Bunge y Born estudiaba el desarrollo de un complejo de esquí en el Valle de Las Leñas —una zona desaprovechada en la provincia de Mendoza— para lo cual necesitaba adquirir 200.000 hectáreas cerca de la frontera con Chile.

Por razones geopolíticas y de seguridad (persistían los conflictos limítrofes con Chile) el Ejército y la Fuerza Aérea se resistían a que la zona del valle se transformara en un complejo turístico de invierno. Jorge Born atribuyó a las gestiones de dos retirados, Elías Ramírez y Héctor Helbling, que se vencieran las resistencias de las Fuerzas Armadas y se llegara a cerrar un acuerdo con Aerolíneas Argentinas para crear vuelos chárter que acercasen a los esquiadores a Las Leñas. El heredero se había entusiasmado con el proyecto, pero al padre nunca le convenció la idea de entrar en un negocio que exigía una fuerte inversión inicial —25 millones de dólares en cinco años— y que hubiera arrastrado a la compañía a un terreno desconocido, el turismo.

Cuando le enrostraron que la compañía poseía casi un millón de hectáreas, Born III se rió de la exageración, aunque no tanto como imaginaron los Montoneros cuando arrojaron la cifra para ver cómo reaccionaba. Bunge y Born había comprado algunas de las estancias más tradicionales del país y poseía grandes extensiones en las zonas productivas de las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, entre otras, más campos en Chaco y Formosa dedicados a la producción de algodón y la explotación forestal para un aserradero propio. A esas extensiones se sumaban las tierras de sus directivos, que Bunge y Born también administraban como un beneficio extra para sus jerárquicos. El padre de los secuestrados llegó a poseer 250.000 hectáreas.

Los Montoneros conocían, más o menos, lo que Born III les respondió hasta entonces. Pero se sorprendieron cuando les brindó lo que ellos consideraron el prontuario de algunos editores de los medios más poderosos:

—Alguna vez una media docena de empresas que no podían pagar sus deudas nos causó problemas mediante un cierto Sr. [César] Civita [de editorial Abril, que publicaba Siete Días entre otras revistas]. Lo fue a ver Mario, quien seguro le presentó argumentos convincentes porque terminó la campaña contra nosotros. También [Jacobo] Timerman, el director de La Opinión, anunció otra maniobra en contra: le dijo a Hirsch que lo hacía porque Bunge y Born le daba publicidad a todos los diarios menos al suyo. Mario les prometió publicidad, y nunca más tuvimos problemas con La Opinión... Antes nos había pasado algo parecido con Clarín, y Hirsch encontró la solución hablando con su propietario, el doctor [Roberto] Noble.

Muchas veces Born y sus captores se enfrascaban en debates estériles. El heredero intentaba que los Montoneros precisaran cómo sería el país si tomaban el poder; le parecía que sus teorías abstractas carecían de correspondencia práctica. Cada tanto salía del lugar de quien debía dar explicaciones para formular sus propias preguntas:

—Pero ¿qué es el pueblo para ustedes? ¿Saben lo que es gobernar un país? ¿Cómo harían las cosas, si no tienen la menor idea de gestionar nada?

 

Al cabo de semanas de intercambios, los Montoneros consideraron probados los siguientes cargos contra la empresa Bunge y Born:

Explotación a la clase trabajadora: la compañía se había expandido merced a la explotación de sus empleados.

Prácticas monopólicas: en numerosas oportunidades y con procedimientos diversos, la empresa había utilizado maniobras de estrangulamiento para liquidar a la empresa nacional mediana y pequeña.

Agresión a los intereses nacionales: Bunge y Born había utilizado sus ganancias obtenidas en el país para expandirse en el exterior; además había avalado el golpe reaccionario y pro-imperialista que derrocó a Perón en 1955.

 

En función de los delitos de la empresa, a los secuestrados Jorge y Juan Born les cabía una condena desglosada en varios ítems:

Prisión de un año (que luego, al garantizar el dinero del rescate, se conmutaría a nueve meses).

El pago de una suma de importancia por su liberación.

La entrega de mercadería por un valor de un millón de dólares en barrios populares, fábricas, escuelas y hospitales.

La solución inmediata a los conflictos sindicales en las fábricas, con la aceptación de las exigencias de los trabajadores.

La colocación de bustos del ex presidente Perón y de Eva Perón en todas las fábricas del holding, más autorización para que los trabajadores suspendieran sus actividades para sus inauguraciones como reparación simbólica por el apoyo que el grupo había brindado al golpe de 1955.

La exhibición en las pizarras de las fábricas, por el término de quince días, de una solicitada, cuyo texto los Montoneros entregarían una vez finalizadas las negociaciones.

 

Al cabo de tanta angustia y miedo, tanto sufrimiento extra por la falta de aire y de luz —que le cortaban a la noche, y le escatimaban durante el día sin motivo aparente— Born III respiró aliviado. El juicio político había sido una suerte de farsa, una operación de propaganda que de paso presionó la psiquis de él y de su hermano, el más afectado. No los esperaba el destino de Aramburu. Ya no le quedaban dudas: los Montoneros no buscaban la historia, buscaban sus billetes. Dinero. Nada más. El móvil número uno de los crímenes en el mundo entero.

Sin embargo, en la euforia de la proclama revolucionaria, a los Montoneros se les escapó un detalle.

El padre de sus sentenciados no estaba dispuesto a pagar 100 millones de dólares.

Ni siquiera para salvar la vida de sus hijos.

No se trataba de avaricia ni de falta de recursos.

Tenía esos fondos, como individuo, y también lo tenía la empresa. Pero carecía de la voluntad doblar la cerviz. Ceder a la extorsión implicaría contradecir su vida entera.

Born II se negaba a entregar sus principios.

Perderlos no le parecía menos grave que perder a sus hijos.

Notas:

7 Jorge Schvarzer, Bunge&Born: crecimiento y diversificación de un grupo económico, CISEA, Grupo Editor Latinoamericano, Buenos Aires, 1989, p. 47.

8 Raúl Green y Catherine Laurent, El poder de Bunge y Born, Legasa, Buenos Aires, 1988, p. 98.

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