Bondage

Bondage


Capítulo 5

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Capítulo 5

El teléfono interrumpe el recorrido de mi lengua por el ombligo de Keyra varias horas más tarde. Maldigo al descubrir en la pantalla que se trata de mi hermana. ¿Es que tiene que ser siempre tan oportuna? Descuelgo sin muchas ganas antes de darle un beso en los labios a Keyra.

—Eres una pesada, ¿lo sabías? —le digo a mi hermana saliendo de mi habitación.

—Yo también te quiero. Te necesito con desesperación, Nat.

—¿Qué ocurre? —pregunto con un suspiro.

—Kimberley se ha puesto enferma, y yo he quedado esta noche. ¿Puedes quedarte con los niños? Por favor…

—Nena, es que no estoy solo.

—Mucho mejor, si está Marc la noche se pasará más rápida mientras me esperas. Sabes que no te lo pediría, pero ya no me da tiempo de posponer la cita.

—No es Marc, Livy. Es una mujer.

—¿Una mujer? ¿Tienes una cita? ¡Dios, perdóname, Nat! No quería aguarte la fiesta… ¿Quién es? ¿La conozco?

—Sí, es Keyra Martin.

—¿La Keyra que te estaba investigando? ¿Esa Keyra?

—La misma.

—¡¿Pero te has vuelto loco?! ¿Y si algo sale mal? ¿Y si la relación no funciona? ¡Esa mujer tiene el poder de ponerte de patitas en la calle!

—Cálmate, nena. No lo hará.

—¿Y cómo puedes estar tan seguro?

—Porque lo estoy. Fin de la conversación. Hablaré con ella y pospondré mi cita. Estaré allí en una hora más o menos.

Vuelvo a la habitación derrotado. Estábamos a punto de echar un buen polvo, y en vez de eso tengo que vigilar que mis sobrinos no se levanten de la cama. Keyra me mira con una ceja arqueada, y me siento junto a ella con un suspiro.

—¿Qué ocurre? —pregunta.

—Ha surgido un problema, nena. Tengo que ir a quedarme con mis sobrinos. Mi hermana tiene una cita, y me ha rogado que le haga ese favor.

La miro a los ojos un segundo, y veo en ellos una vulnerabilidad inmensa. Las lágrimas brillan luchando por derramarse, y yo me siento un jodido capullo.

—¿Te importa que traslademos la fiesta a su casa? —digo sin pensar.

—No creo que a tu hermana le haga demasiada gracia verme aparecer por allí después de haber estado investigándote.

—Mi hermana sabe que debe permanecer con la boca callada en lo que a mi vida personal se refiere. No dirá nada.

—Pero eso no quita que me desprecie.

—Nena… no puede despreciarte porque no te conoce. Mi hermana no es de esa clase de personas. Puede que te haga una advertencia al modo de los O’Connor, pero nada más.

—Está bien… te acompañaré.

Joder… estoy nervioso. No sé por qué demonios se me ha ocurrido arrastrar a Keyra a esta estupidez, pero aquí estamos, aparcados en la puerta de mi hermana sin atreverme a salir del puto coche.

—¿Vamos a quedarnos aquí mucho rato? —pregunta ella— Porque como sigamos así tu hermana va a llegar tarde a su cita.

—Esto… Keyra… mi hermana no sabe el tipo de relaciones sexuales que me gustan.

—¿En serio? ¡Y yo que pensaba contarle con pelos y señales los detalles de nuestra sórdida relación!

—¿Sórdida? ¿Te parece sórdida?

—Es a ti a quien se lo parece visto lo visto, no a mí. Y descuida, no tengo por costumbre airear mis intimidades sexuales, mucho menos con una desconocida. Tus prácticas absurdas están a salvo.

—Lo siento, ¿de acuerdo? Nunca he venido con una mujer a ver a mi hermana, y…

—¿Quieres que me vaya? —pregunta con una seriedad que no le conocía.

—No, no quiero.

—Entonces sal del coche.

Veo cómo Keyra sale del vehículo y se apoya en el capó, esperándome. Tiene razón: soy un auténtico gilipollas, que es lo que piensa aunque no lo haya dicho.

La casa de mi hermana está en absoluto silencio, señal de que los pequeños están en la cama. He de reconocer que Livy está espectacular. El sencillo vestido negro de gasa se pega a sus caderas y los zapatos de tacón estilizan sus piernas. Madre de dos niños, y sigue teniendo el mismo cuerpo espectacular que cuando era adolescente. Livy se acerca y me besa en la mejilla antes de darse la vuelta hacia Keyra. Bien… vamos allá.

—Hola, Keyra. Me alegro de volver a verte —suelta antes de acercarse a darle un beso.

—Lo mismo digo. Estás espectacular.

—Gracias, tú también —contesta con una sonrisa—. Keyra… Sé que llevas poco tiempo saliendo con mi hermano, y no creo que se te haya pasado siquiera por la cabeza, pero si le haces daño, por ínfimo que sea, te juro que te perseguiré por los confines del planeta hasta dar contigo y hacerte morder el polvo.

—Livy… —le advierto, sin éxito.

—¿Y si es él quien me lo hace a mí? —pregunta Keyra.

—Entonces te acompañaré a emborracharte hasta que le olvides. Debo irme, mi cita me espera. Que os divirtáis.

Cuando se marcha, invito a Keyra a entrar en la casa. Mi hermana ha conseguido que me sienta mortalmente avergonzado, y eso es algo a lo que no estoy acostumbrado.

—Disculpa a mi hermana, es demasiado protectora.

—No ha sido para tanto. Es lo mismo que yo hice con mi cuñado.

—¿Tienes más hermanos?

—No. Mi padre murió cuando Diana tenía tres años, y mi madre no volvió a casarse. Me habría gustado tener más hermanas, y hermanos, por supuesto, pero no pudo ser.

—¿Tienes hambre? Voy a pedir unas pizzas.

—Estoy famélica. ¿Dónde están los niños?

—Los niños estarán durmiendo. Voy a echarles un vistazo mientras llega la comida y cenamos, ¿de acuerdo? Sírvete vino mientras tanto.

Subo los escalones de dos en dos y me cercioro de que cada uno de mis diablillos está acostado en su respectiva cama, bien arropado y dormido. Cuando bajo las escaleras escucho a Keyra hablar con el de las pizzas. Me acerco para encargarme de pagarle, y ella se aleja por el pasillo hasta el salón con la comida en las manos. El movimiento de su culo vuelve a excitarme, como siempre. Mi hermana tardará bastante en llegar, así que tengo tiempo de pasármelo bien con Keyra, a fin de cuentas.

No tengo cuerda, ni esposas, ni nada que pueda ayudarme a mantenerla inmóvil, pero ¡qué demonios! La necesito, necesito enterrarme en ella y follármela hasta que suplique clemencia.

Mi mirada se cruza con la suya a través del salón. Sabe lo que estoy pensando, porque se lame los labios lentamente sin apartar su mirada ardiente de mi cuerpo.

—¡Joder, Keyra!

Casi sin darme cuenta estoy avanzando hacia ella a través de las puertas del salón… dispuesto a seducirla.

—¿Qué crees que estás haciendo? —susurra levantándose del sofá y alejándose de mí.

—Creo que voy a posponer la cena un poco más… Me muero por follarte.

—¿Estás loco? ¿En casa de tu hermana y con los niños dormidos en la planta de arriba? Ni lo sueñes.

—Los niños no van a despertarse… nunca lo hacen. Y mi hermana tardará bastante en llegar. No tienes excusa.

—No tienes nada con lo que atarme, Nat.

—¿Y quién lo necesita?

La aprisiono contra la esquina de la chimenea antes de que pueda decir una sola palabra más. Arraso su boca con avaricia, sediento de sus besos, sediento de ella, que no tarda en recompensarme con un gemido quedo y sus manos enredadas en mi pelo.

—¡Joder, nena, cómo me pones! —susurro antes de darle la vuelta y apoyar sus manos en el frío mármol de la chimenea.

Levanto su vestido hasta dejar al descubierto su tanga de encaje rojo. ¿Se ha propuesto hacerme perder la cabeza? Casi instintivamente estoy arrodillado entre sus piernas, lamiendo el dulce néctar que corre por los labios de su sexo caliente, haciéndola gemir y morderse el antebrazo para no soltar algún chillido.

—Nada de orgasmos hasta que yo lo diga —sentencio.

—¡No, por favor Nat! ¡No voy a poder!

—Claro que podrás.

Succiono sus labios y su clítoris durante más de diez minutos, parando cuando siento su sexo convulsionarse a punto de alcanzar el clímax. Ella solloza, ruega desesperada por correrse, pero no voy a dejarla llegar si no estoy enterrado dentro de ella.

Me desabrocho el botón de los vaqueros con una sola mano mientras acaricio suavemente su sexo hinchado con la otra, y me introduzco lentamente en su interior. Tengo que cerrar los ojos en un intento de serenarme. No sé qué coño tiene esta mujer, que con solo rozarla llego a la locura.

Mis envestidas son lentas, cadenciosas, recorriendo su sexo por completo, alternándolas con movimientos circulares que la hacen estremecer. Ella suplica, suplica que le permita llegar al orgasmo, pero aún es demasiado pronto, aún no quiero que esta maravillosa tortura llegue a su fin.

Aumento el ritmo de mis embestidas un poco más. El sudor perla mi frente… y la espalda de ella. Jamás me había fijado en ese pequeño tatuaje en la base de su columna… un pequeño ave fénix resurgiendo de las cenizas. De repente esa pequeña obra de arte me parece más excitante que todo su cuerpo desnudo, y digo la palabra que ella está deseando oír.

—Ahora.

Su sexo se convulsiona alrededor de mi miembro, que tras un par de embestidas más me hace llegar al éxtasis con ella. En la niebla de mi propio orgasmo la escucho jadear, y sonrío satisfecho antes de apartarme y, tras darle un beso en la espalda, volver a abrocharme los pantalones.

—Estás completamente loco —susurra—. Espero que los niños no nos hayan escuchado.

—Tranquila, nena. Los niños siguen dormidos. Vamos a cenar.

Cenamos en silencio y nos acomodamos frente a la chimenea a disfrutar de una copa de vino mientras mi hermana regresa.

—No me había fijado en el tatuaje que tienes en la espalda —comento—. Me gusta.

—Tiene un significado especial para mí.

—¿Y puedo saber cuál?

—Cuando tenía diecisiete años, me diagnosticaron leucemia. Yo quería salir, conocer a algún chico y enamorarme, divertirme, pero en vez de eso tenía que estar en el hospital la mayor parte del tiempo. Fueron los tres peores años de mi vida. Cuando el médico me informó de que estaba curada, lo primero que hice fue hacerme ese tatuaje.

—Renaciste como él —susurro.

—Así es.

La llegada de mi hermana me salva de tener que decir algo más, pues de repente me he quedado sin palabras. La vuelta a casa la hacemos en silencio, roto solo por los acordes de la música que suena en la radio. Cuando paro frente a su casa ella me mira con una sonrisa en los labios.

—Me lo he pasado de maravilla, gracias —susurra antes de besarme.

—Pídeme que me quede, nena.

—Ni hablar. Estoy cansada, mañana volvemos al trabajo, y no estoy dispuesta a pasarme toda la noche en vela.

—¿Y si te prometo que solo quiero dormir?

—Sé que no eres capaz de cumplir esa promesa, Nat, así que mejor nos vemos mañana.

La acompaño hasta la puerta de su casa, donde la beso con la intención de hacerla cambiar de idea, pero ella me aparta suavemente con una sonrisa.

—Deja de provocarme, ¿quieres? Como sigas así vas a salirte con la tuya.

—¿Acaso crees que voy a irme sin más? Abre esa puerta y vamos a dormir.

—¡Solo dormir, Nathan O’Connor!

—Lo prometo.

Mucho rato después estoy despierto en su enorme cama, con ella acurrucada a mi lado, mirando por la ventana. ¿Qué me pasa? Si no fuera porque me parece algo ridículo, pensaría que esta mujer me importa más de lo que quiero admitir. Me vuelvo de espaldas a ella dispuesto a dormirme. Mañana hablaré con Marc, seguro que él lo ve todo mucho más claro.

El sueño llega con la convicción de que estoy negando lo evidente: Keyra se está metiendo en mis venas… y eso me asusta como el demonio.

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