Bondage

Bondage


Capítulo 6

Página 8 de 15

Capítulo 6

La mañana llega antes de lo esperado, y también mis calentamientos de cabeza. No quiero que Keyra se meta bajo mi piel, no quiero que ninguna mujer tenga el poder suficiente para herirme de nuevo.

Tenía dieciocho años. Sarah era la chica más bonita de mi clase de anatomía: rubia, de ojos castaños, con un cuerpo escultural y una sonrisa angelical. Nada en su aspecto me advirtió de la clase de bruja que podía llegar a ser. Me utilizó, salió conmigo solo para darle celos a su ex novio, y cuando él le pidió que retomaran su relación me dejó sin darme una explicación.

En ese momento juré que jamás volvería a permitirle a ninguna mujer que se acercase lo suficiente para hacerme daño, pero Keyra está cruzando mis defensas más deprisa de lo que imaginaba.

La causante de mi preocupación está mirándome desde su posición, sentada en uno de los sillones de su salón.

—Buenos días. ¿Estás bien? —pregunta.

—Tranquila, es solo un dolor de cabeza, se me pasara —miento—. Debo irme a casa a cambiarme, nos vemos en el trabajo.

Salgo por la puerta y la dejo así, sin tan siquiera darle un beso. No pretendo hacerle daño, pero es mejor que marque las distancias ahora que aún estoy a tiempo.

En cuanto llego al hospital recibo una llamada de Marc.

—Ey, tío… ¿vamos a salir esta noche?

Me quedo pensando por un instante… ¿Qué pasará si llevo a Keyra al Inferno? ¿Qué ocurrirá cuando vea que el BDSM no es solo un cuento de hadas?

—Sí, pero llevaré a Keyra.

—¿Keyra? ¿Quién es Keyra?

—¿Recuerdas las mujer con la que chocaste a las puertas del club?

—Dime que no es tu sumisa. Dime que no te has acostado con ella.

—Muy bien… no te lo diré. Nos vemos a las diez, Marc. No llegues tarde.

Cuelgo el teléfono y respiro sin presiones por primera vez en toda la mañana. Quizás, solo quizás, llevar a Keyra al club será un paso más para alejarla de mí un poco. No necesito más que eso… solo quiero no terminar enamorado de otra mujer.

Cinco horas después salgo del quirófano frustrado, cansado y replanteándome las ideas sobre Keyra y el club. Ver morir a mi paciente en la mesa de operaciones, con una preciosa mujer esperándole en la sala de espera, me hace replantearme si realmente quiero seguir con mi vida como hasta ahora. ¡Me estoy haciendo viejo! En cuanto entro en el despacho le mando un mensaje a Keyra.

Te necesito. En diez minutos en mi despacho.

Me tumbo en el sofá y cierro los ojos un minuto. Ella solo tarda en llegar seis. Abre la puerta y en su rostro puedo ver la preocupación, así que me levanto y la abrazo con fuerza mientras me pierdo en el aroma florar de su pelo.

—¿Qué ocurre, Nat? ¿Estás bien?

—No, no estoy bien. Mi paciente ha muerto en la mesa de operaciones.

Cuando conocí a Keyra esta información le habría servido para inculparme y conseguir que me expulsaran del hospital, pero ahora solo me abraza con fuerza mientras susurra en mi oído que lo siente. Permanecemos largo rato así, fundidos el uno en el otro, y siento que algo falta en mi vida, algo que ella puede aportarme.

—No soy tu amo, Keyra. Nunca lo he sido.

—¿Qué quieres decir con eso? —pregunta asustada.

—Creí ser el amo del juego, pero te aseguro que no ha sido así. ¿Cómo has conseguido doblegarme, pequeña bruja? ¿Cómo has logrado que sienta esto por ti?

—¿Y qué es lo que sientes?

—Te aseguro que no lo sé. Me abruma lo que siento, Keyra. Me asusta, porque nunca he sentido nada igual, y tengo que ponerle remedio.

Ella se aparta, con los ojos anegados en lágrimas, negando con la cabeza.

—¿Vas a dejarme, Nathan? ¿Es eso?

—¿Qué? ¡No! ¿Cómo se te ocurre esa gilipollez? Ven aquí, tonta.

La abrazo con fuerza y ella deja escapar un sollozo. Pronto mi camisa queda empapada por sus lágrimas.

—¡Joder, nena! ¿Tan mal me expreso que has pensado que estaba dejándote?

—¿Qué quieres que piense si me dices que estás asustado y quieres ponerle remedio, Nathan?

—Intentaba decirte que no quiero que seas solo mi sumisa, nena. Quiero que seas mi chica.

—¿Supone alguna diferencia? —pregunta mirándome fijamente.

—La verdad es que no, porque desde que estamos juntos solo he mantenido relaciones contigo. Siento algo por ti, nena, y sé que tú también lo sientes. Quiero que exploremos esos sentimientos para saber a dónde nos llevarán, eso es todo.

—Pues entonces prefiero quedarme como estamos, Nat.

—¿Cómo? —mi cara de alucine debe ser un poema.

—No quiero enamorarme de ti, no quiero entregarte mi corazón para que un día tú decidas que esto no nos lleva a ninguna parte y me dejes destrozada.

—Pero…

—Sigamos como hasta ahora, ¿de acuerdo? Sigamos como estamos hasta que ambos estemos completamente seguros de que tenemos que dar un paso más en nuestra relación. Será mejor para los dos.

Keyra se marcha, y yo me quedo con cara de gilipollas. ¿Le digo que la quiero y ella me rechaza? Salgo a correr tras ella dispuesto a tener la última palabra.

Mi sangre alcanza el punto de ebullición cuando agarro a Keyra del brazo a dos pasillos de mi consulta y me encierro con ella en el cuarto de la limpieza.

—¡Suéltame, Nathan! ¿Te has vuelto loco?

—¿Te digo que te quiero y huyes despavorida? ¿En serio?

—¿Que me quieres? ¡No me has dicho que me quieres, cerdo arrogante! ¿Crees que tengo que deducir de la sarta de estupideces que has dicho antes que me quieres?

—¿Estupideces? ¿Te parecen estupideces? ¡Te he dicho lo que siento!

—Te aseguro que lo que has dicho en esa maldita consulta no era, ni por asomo, que me quieres, así que si quieres que esto llegue a algo más de lo que es, más vale que te lo trabajes mejor.

—Te quiero, Keyra. Te quiero y tengo miedo de que esto no funcione. ¿Satisfecha?

—Mucho mejor, señor O’Connor. Pero no es suficiente.

—¿Qué demonios quieres de mí?

—Quiero que me lo demuestres. Quiero sentir que me quieres en cada caricia, en cada beso que me des. Cuando eso ocurra… seré tuya por completo.

—¿Y no lo eres ya? —digo con una sonrisa acercándome a sus labios.

—Ni por asomo.

Uno mis labios a los suyos y dejo escapar la tensión que llevaba dentro. No es lo que esperaba, pero al menos sé que siente algo por mí, ¿no? De lo contrario no necesitaría sentir que la quiero.

—Esta noche vamos a ir al club, nena. Quiero ver de qué eres capaz estando allí.

—De acuerdo.

—He quedado con Marc allí a las diez.

—Sabes que no nos soportamos —protesta.

—Eso es porque no os conocéis. Además, el capullo te dejó sin coche, es justo que no le soportes. Pero es mi amigo, y es importante para mí que intentéis llevaros bien.

—Está bien, pero lo hago solo por ti.

Keyra se aparta suavemente de mi cuerpo, me besa justo encima del corazón y sale del armario cerrando la puerta con suavidad.

La puerta del club está a rebosar de gente. Hoy hay una exhibición de Shibari de manos de un gran maestro, y eso ha atraído a más gente de lo que suele ser habitual un jueves por la noche.

Keyra está espectacular con el vestido de licra negro que ha elegido para esta noche, y sus tacones de aguja me hacen desear follarla de mil maneras diferentes… sin deshacerme de ellos. Cuando nos acercamos al club, ella se agarra fuerte a mi mano y pega su cuerpo al mío. Sonrío al percibir su temblor, está nerviosa, y quizás un poco asustada.

Desde que he decidido que no voy a permitir que una mala experiencia del pasado me quite lo que pueda tener con ella, me siento mucho mejor. Me encuentro más relajado en su presencia, y más posesivo también. No puedo evitar sentirme el hombre más afortunado del planeta cuando algún amo la mira de reojo, pero si alguno de ellos se atreviese a tocarla, rodarían cabezas, de eso estoy seguro.

Michael abre la cadena del pase VIP y me saluda con una palmada en la espalda.

—Nathan, bienvenido, tío.

—¿Qué tal está la cosa esta noche, Mike?

—Tranquila, aunque haya mucha gente. La mayoría viene a disfrutar de la exhibición, y las salas están como cualquier jueves.

—Espera que termine el Shibari y hablamos. Déjame presentarte a Keyra. Mi chica.

—Encantado de conocerte, Keyra. Has sabido elegir bien, Nat es un buen amo.

—No me cabe la menor duda —contesta ella con una sonrisa.

—¿Ha llegado Marc? —pregunto.

—¿Estás de coña? Dime una sola vez que ese gilipollas llegue a tiempo.

—Tienes razón. Le esperaremos dentro, entonces. Hasta luego.

—Divertíos.

Cuando nos acomodamos en la barra, Cristal se acerca a darme un beso en los labios, como de costumbre, pero vuelvo la cara lo justo para que sus labios rocen mi mejilla. Ella sonríe y mira de reojo a Keyra, que sonríe satisfecha.

—Así que tú eres la nueva chica de Nat… Enhorabuena. Soy Cristal, camarera y amiga de este elemento.

—Encantada de conocerte. Soy Keyra.

—¿Y bien? ¿Qué te sirvo?

—Un Cosmopolitan, por favor —contesta ella.

—¿A ti lo de siempre, Nat?

Asiento con la cabeza y cojo la mano de Keyra para depositar un beso en su palma.

—¿Más tranquila?

—No estaba nerviosa —contesta avergonzada.

—Claro que no, solo temblabas de frío —bromeo.

—Vale, sí, estoy un poco nerviosa. No puedes negar que mi única incursión en este club fue un poco… desagradable.

—Nena, la situación no es la misma, ni por asomo. Aquel día eras una mujer sola en un lugar que podía resultar peligroso para ella. Hoy eres mía.

—Aquí tenéis —Cristal ha vuelto con nuestras copas—. Que os divirtáis.

Cuando se marcha, Keyra eleva su copa en un brindis silencioso antes de dar un sorbo a su bebida.

—¿Has estado con ella? —pregunta de pronto.

—¿Con quién?

—Con la camarera.

—¿Qué? ¡No! Marc ha estado con ella. Varias veces, de hecho. Son dos gilipollas que prefieren no estar juntos a decirle al otro lo que siente.

—Que tu amigo es gilipollas no te lo discuto. Ella le conoce, sabe la clase de persona que es… y no quiere sufrir.

—Así que además de inspectora de asuntos internos eres psicóloga…

—Nada de eso. Simplemente estoy suponiendo.

Marc entra en ese momento por la puerta seguido de una rubia despampanante que camina detrás de él con la cabeza gacha.

—Ey tío… siento llegar tarde —dice saludándome.

—A ver si lo adivino… ¿Has tenido un accidente? —pregunta Keyra con una sonrisa traviesa.

—Nena, para —la reprendo sonriendo también.

—Muy graciosa, pero fue culpa tuya. Os presento a Mary. Ellos son mi amigo Nathan y Keyra, su sumisa.

Escuchar a Marc referirse a Keyra de esa manera me pone de mal humor. Realmente lo es, pero ¿por qué me molesta?

—Voy a las salas —dice Marc sacándome de mi ensimismamiento—. ¿Venís?

—Más tarde —contesto—. Quiero ver la exhibición.

—¿Qué son las salas? —pregunta Keyra cuando Marc se ha marchado.

—Son las habitaciones donde se juega. Las hay públicas, en donde los juegos se comparten en grupo… o privadas, que serán las que usemos nosotros.

—¡Gracias a Dios! No soportaría que me vieran.

—Aún no te has dado cuenta, ¿verdad?

—¿De qué?

—Crees que yo soy quien tiene el poder, que yo mando y tú obedeces, ¿no es cierto?

—¿Acaso no es así?

—Tú tienes todo el poder, mi dulce sumisa. Eres tú quien decide hasta dónde podemos llegar. Crees que soy tu amo, pero la realidad es que soy esclavo de tus deseos.

—Vamos, te perderás la exhibición.

Observo a Keyra andar delante de mí, pero no he pasado por alto lo turbada que le han dejado mis palabras. Jason Cross es el experto en Shibari más famoso de la ciudad. Sus creaciones con cuerdas son pura fantasía, y hoy va a realizar un árbol Shibari, una compleja creación que muy pocos saben hacer.

Disfruto de la exhibición con Keyra aprisionada entre mis piernas. El roce de su cuerpo en mi entrepierna me está volviendo loco, y las luces están centradas en el escenario, por lo que el resto de la sala está oscura. Paso distraídamente la mano por debajo de su vestido hasta alcanzar el encaje de sus braguitas.

—¡Nathan, no! —susurra intentando quitar la mano.

—Está oscuro, nadie se dará cuenta.

Paso el dedo varias veces por su abertura, y el encaje comienza a mojarse poco a poco. Keyra echa la cabeza hacia atrás y se deja hacer, no sin mirar continuamente a uno y otro lado para ver si nos descubren.

—Relájate… nadie nos está mirando.

Introduzco la mano dentro de sus braguitas y aprisiono su sexo, antes de comenzar los movimientos circulares alrededor de su clítoris, que se hincha por momentos. Ella intenta ocultar sus gemidos, pero es inevitable que salgan de sus labios. Continúo con mi movimiento distraído, mientras simulo prestar atención a la exhibición. Ella se retuerce entre mis piernas, se tensa, y con un gemido ahogado llega al orgasmo. Saco entonces la mano de su confinamiento y pido a Cristal que nos rellene las copas como si nada.

Keyra vacía su Cosmopolitan de un trago antes de sentarse en el banco que hay a mi lado con las piernas cruzadas.

—Eres un capullo —susurra.

—Pero te gusto, ¿verdad Keyra? Te gusto demasiado como para dejarme aquí y marcharte.

Ella suspira, dándome la razón, y se concentra de nuevo en el escenario. Es cierto que le gusto, ¿pero algún día sentirá por mí algo más que deseo?

 

El bonsái Shibari que adorna el escenario deja a Keyra sin respiración. La sumisa está enredada en sus raíces, y las cuerdas marrones y verdes se entremezclan sobre ella hasta alcanzar la copa del árbol.

Keyra aplaude apasionada, con una sonrisa en los labios, y no puedo evitar sentirme afortunado por tenerla.

—¡Ha sido magnífico, Nat! No me extraña que te guste el Shibari.

—Cierto, me gusta, pero no me veo capaz de practicarlo.

—¿Por qué no?

—En primer lugar hace falta mucho tiempo, mucho entrenamiento para llegar a dominar ese arte, y en segundo lugar necesito poder desatarte deprisa. Con una estructura simple tardaría más de cinco minutos en desatarte, y no disponemos de ese tiempo cuando estamos a punto de estallar, ¿verdad, nena?

—Pero no tiene por qué ser para aplicarlo al sexo. Te gusta, y si quieres aprenderlo deberías hacerlo.

—Volvemos al primer punto. Se necesitan muchas horas de práctica y dedicación para aprender, y yo no dispongo de ellas. ¿Estás preparada para entrar a una sala?

—Supongo que sí.

Noto cómo tiembla cuando esas palabras salen de sus labios. Sigue nerviosa, y tengo que averiguar por qué.

—¿Qué ocurre?

—Me pone nerviosa estar aquí, eso es todo.

—No debes tener miedo, estás conmigo.

—Sé que estoy contigo y que no corro ningún peligro, pero este club me da escalofríos. 

Me levanto del banco y la cojo de la mano para llevarla a una de las salas. Ella me sigue sin rechistar, aunque se muerde el labio nerviosa. La sala tiene las paredes pintadas de rojo. Una cama redonda con sábanas de satén negras ocupa el centro de la estancia, y en cada una de las esquinas hay diferentes objetos de tortura: una cruz de San Andrés, un potro, un diván y un columpio. Las paredes están repletas de objetos para el uso y disfrute de los socios: látigos, floggers, varas, esposas, mordazas, trajes de látex, velas…

Keyra avanza por la habitación pasando suavemente la mano por algunos de los objetos. Se para delante de uno de ellos y lo coge para observarlo con curiosidad.

—¿Qué es esto? Parece una mascarilla de oxígeno.

—Es un succionador de vagina —respondo visiblemente divertido.

—¿Y qué sentido tiene?

—Aumentar el tamaño de los labios y hacerlos más sensibles.

Ella continúa con su paseo, y coge en las manos un dispositivo de castidad masculino. Tiemblo solo de pensar en su función.

—Creo que voy a querer uno de estos… para ponértelo a ti —bromea—. Así estaré segura de que me eres fiel.

—En primer lugar no necesito ningún aparato para ser fiel, nunca lo he necesitado. Y en segundo lugar, su función no es esa, sino infringir dolor al sumiso.

—¿Dolor?

—Una vez se ha colocado el dispositivo, el amo excita al sumiso para provocarle una erección. Ya puedes imaginarte el resto.

—¡Dios mío, qué dolor!

—Hay personas a quienes les gusta el dolor, a quienes les excita.

Keyra descubre ahora otro juguete masculino, una soga de testículos.

—¿Y esto?

Me acerco a ella y le quito el aparato de las manos.

—Esta parte se sujeta sobre los testículos, y se deja caer la pesa para que tire de ellos.

—¡Joder, Nathan! Me dan escalofríos solo de pensarlo.

—Créeme, ninguno de los objetos que has cogido hasta ahora van a formar parte de nuestros juegos.

—¿Y esto? —pregunta sosteniendo una cola de pelo blanco.

—Es un plug anal.

—Vale, puedo imaginarme cómo se utiliza.

Tras una carcajada la cojo de la mano y la acerco a la cruz de San Andrés.

—Esto sí que lo usaremos a menudo, nena. Es una cruz de San Andrés. Te ataré a ella de pies y manos para poder jugar.

Keyra toma la postura frente a la cruz, y aprisiono sus extremidades con las abrazaderas antes de situarme frente a ella con los brazos cruzados.

—Deliciosa, pero estarías mejor desnuda.

—Calla, estoy habituándome a ella. No es demasiado incómoda, quizás terminen por dolerme un poco los brazos, pero nada más. ¿Me desatas?

—Creo que voy a dejarte ahí un poco más.

Me acerco a un suspiro de ella, y pego mi pecho al suyo mientras subo una mano por su pierna.

—Podría dejarte ahí el tiempo suficiente para provocarte otro orgasmo, ¿qué te parece?

—Que deberías desnudarme ya.

Me río antes de deshacerme de las ataduras, y Keyra se acerca al columpio.

—¿Y esto? Parece interesante.

—Lo es… muy interesante. ¿Quieres probarlo?

Ella asiente, y bajo el columpio para sujetar las abrazaderas a su cuerpo. Una vez terminada la tarea, acciono el mecanismo para elevar a Keyra en el aire, justo donde la quiero. Está suspendida con las piernas completamente abiertas, completamente a mi merced. Pensaba mostrarle lo que nos esperaba en la habitación y marcharnos a casa, pero mi polla se hincha por momentos al ver sus labios escaparse por el fino encaje del tanga.

—Se puede utilizar para muchas posturas —digo con un carraspeo—, pero esta es la que más me gusta. Puedo tocarte —paso un dedo por su abertura—, lamerte —ahora mi lengua imita al dedo— o follarte todo lo que quiera.

Restriego mi polla contra su sexo, que ya está empapado, una y otra vez. Cierro los ojos en un intento de controlarme, de recuperar la cordura suficiente para bajarla del columpio, pero su gemido me hace perder la batalla. Me agarro a las cadenas del columpio y la miro a los ojos.

—Me había propuesto enseñarte todo esto, hacer que te sintieras cómoda en el club y marcharnos a casa a hacer el amor.

—¿Y ahora?

—Ahora necesito follarte, nena. Necesito follarte tal y como estás ahora. ¿Por qué cojones tienes que estar tan deseable ahí subida?

Me acerco lo suficiente para unir mis labios a los suyos, pero ella deja escapar en un susurro la única palabra capaz de eliminar toda mi determinación.

—Fóllame.

Me pongo de rodillas frente a su sexo, y lo chupo a través del encaje de su tanga. ¡Joder, qué poco va a durarle ese tanga! Sus jugos se filtran a través de la tela y llegan hasta mis papilas gustativas, consiguiendo hacerme estremecer. Es dulce… tan, tan dulce…

Sus gemidos llenan la habitación mientras me doy un festín con su sexo, pero no es suficiente, ni por asomo. Con un tirón me deshago del encaje y entierro la boca de nuevo en su sexo. Sus labios hinchados me dan la bienvenida, y me deleito en su dulce sabor mientras ataco su clítoris con avaricia.

Ella se retuerce recorrida por los espasmos de su orgasmo, y uno mi boca a la suya en un intento de serenarme.

—Te compraré un ciento, te lo prometo —digo refiriéndome al tanga.

Ella suelta una carcajada, que queda interrumpida cuando sus ojos se fijan en la cremallera de mis pantalones, que dejan al descubierto mi pene hinchado, deseando enterrarse en su humedad.

Se relame los labios mientras me acerco a ella, y cierra los ojos con un suspiro cuando centímetro a centímetro me introduzco en su sexo. Ahora sí, ayudándome de las cadenas, comienzo a embestirla con fuerza, hincándome en ella hasta el fondo, sintiendo cómo me succiona, como me engulle hasta la empuñadura.

Mis gemidos compiten con los de ella, mis caderas no pueden cesar su vaivén desenfrenado, y cuando su sexo se convulsiona sobre mi polla me arranca el orgasmo que tanto estaba deseando.

Salimos de la sala cogidos de la mano, y me acerco a la barra para pedir otra copa, ya que nuestras bebidas han quedado olvidadas junto al columpio. Me siento en el taburete con Keyra de nuevo entre mis muslos, y me deleito saboreando su boca una y otra vez.

Cristal se acerca y se apoya en la barra con una sonrisa.

—¿Todo bien, parejita?

—Perfecto —contesta Keyra con una sonrisa—. Sírveme una botella de agua, por favor. Estoy sedienta.

—Es el efecto que suele provocar estar en una de las salas.

Mi amiga se aleja y vuelve un par de minutos después con una botella de agua para Keyra y una bebida energética para mí, que me bebo de un trago.

—¿Marc? —pregunto.

—Aún sigue encerrado en una de las salas. Estará poniendo a prueba a su nueva adquisición.

—Cris… deberías habar con él —digo cogiendo su mano.

—¿Para qué? No servirá de nada.

Dicho esto, se aleja cabizbaja y con la sombra de las lágrimas asomando a sus preciosos ojos verdes.

—¿Qué les ocurrió? —pregunta mi curiosa chica.

—Íbamos todos al mismo instituto. Ella era la única chica de la clase, y nos hicimos inseparables. Venía a todas partes con nosotros, y creí que era porque estaba enamorada de mí. Siempre había tenido más confianza conmigo, se mostraba más cariñosa que con Marc… y yo era un gilipollas.

—Típico de un adolescente —contesta con una sonrisa.

—Un día quedé con ella a solas, para decirle que lo nuestro no podía ser, que yo solo la veía como una amiga. Se rió en mi cara. Rió durante lo que me parecieron horas, sujetándose el estómago porque no podía parar. Entonces me confesó que estaba enamorada de Marc, pero que sabía que jamás podría tener nada con él.

—Pobre chica.

—La intenté ayudar muchas veces, pero Marc siempre ha sido un gilipollas en cuanto a mujeres se refiere. Cristal ha tenido que soportar verle desfilar con infinidad de rubias oxigenadas sin nada de cerebro desde los dieciséis. Hace unos meses, Cristal dio una fiesta en su casa para celebrar que se había mudado. Bebieron de más, ella se lanzó… y terminaron en la cama. Pero al día siguiente, cuando se despertó, Marc se había largado y no volvió a tocar el tema. Ya ha hecho lo mismo varias veces, y ella siempre termina claudicando. Si le pregunto por su relación con Cris me suelta evasivas, y a ella la trata como si no hubiese pasado absolutamente nada.

—Me reitero. Tu amigo es gilipollas.

—Lo sé, pero es mi abogado, uno de los mejores del país, y tengo que soportarlo —bromeo.

El aludido se acerca por el pasillo con la rubia detrás de él, la despacha con un susurro y se acerca a nosotros.

—Podías invitarla a una copa, macho. Eres un borde —le reprendo.

—Es mi sumisa, no mi novia. Puedo ser todo lo borde que quiera. ¿Se ha puesto ya mi seguro en contacto con el tuyo? —le pregunta a Keyra.

—No que yo sepa. Aún no me han dicho nada. ¿Por qué?

—Curiosidad, simplemente. Quisiera saber cuánto me va a costar el arreglo.

Keyra suspira y se aparta de mí un segundo.

—Voy al baño.

Cuando se ha marchado, me encaro a Marc.

—¿Se puede saber de qué vas? —le espeto.

—¿Qué? Intentaba ser amable.

—¿Amable? ¿Crees que es amable recordarle a mi novia que la has dejado sin coche?

—Espera, ¿qué? ¿Tu novia? ¿Y eso desde cuándo?

—No sabía que tenía que darte el parte de mi vida sentimental a diario.

—¡Lo siento! ¡Creí que era solo una sumisa con la que jugabas!

—Aunque así fuera, te has pasado. Espero oír una puta disculpa en cuanto ella salga del baño, Marc, o te juro que…

—¿Otra vez la ha cagado este capullo? —pregunta Cristal— Muy típico de él.

—¿Por qué no te vas a servir copas y nos dejas en paz? —dice Marc entre dientes.

—Te recuerdo que soy accionista. Si quisiera podría pasarme toda la noche sentada bebiendo vodka y disfrutando de los cotilleos.

—Te encantan los cotilleos, ¿verdad, preciosa? Nada como una noticia fresca para ir contándola a los cuatro vientos.

—Yo no tengo que ser educada como Keyra, Marc. ¡Vete a la mierda!

La noche llegó a su fin. No pienso estar en medio de una batalla campal entre estos dos, así que espero a Keyra en la puerta del baño y nos marchamos sin despedirnos.

—¿Qué ocurre? ¿Estás bien? —pregunta preocupada.

—Yo sí, nena, pero Marc y Cristal han empezado a discutir, y no tengo ganas de estar en medio.

—Me cae bien Cris. Es una mujer increíble. ¿Desde cuándo trabaja en el Inferno?

—No trabaja aquí, es la mayor accionista del local. Su padre era el dueño, y cuando murió pasó a ser de ella. Pero el negocio se hundía, y necesitaba dinero para levantarlo a flote, así que vendió parte de las acciones para ello.

—¡Vaya! Cualquiera lo hubiese dicho.

—Antes era un club vulgar, donde podía entrar cualquiera y más de un sumiso salió mal parado. Ella lo reformó, puso normas, seguridad… y unas cuotas lo suficientemente altas como para que no entrase cualquiera. Ha hecho un gran trabajo.

Llegamos a mi apartamento veinte minutos después. Keyra lanza los zapatos de tacón al aire y se sienta con las piernas cruzadas en el sofá.

—Necesitas muebles, Nathan. Y una televisión, cortinas… ¡Tu casa está desnuda!

—No tengo tiempo, nena. En mi próximo descanso iremos a comprarlos, ¿qué te parece?

—Por mí estupendo. Veré si puedo compaginar mis descansos con los tuyos para no tener que mentir más a mi jefe. No sirvo para hacerlo.

—Ya te lo dije, eres pésima mintiendo.

Alargo mi mano hacia ella, que la acepta sin rechistar. Cruzamos el salón hasta mi dormitorio, donde la desnudo lentamente. Ella se acurruca entre las sábanas de satén, y me reúno con ella en cuanto me deshago de mi ropa.

La abrazo por la espalda y beso el hueco de su cuello con suavidad, arrancándole un gemido.

—Puedes decirme que no, Keyra. Que seas mi sumisa en la cama no implica que tengas que estar disponible para mí cada vez que yo quiera acostarme contigo.

—Lo sé —Se vuelve hacia mí—. Si no te he dicho nunca que no, es porque yo también quería acostarme contigo. En cambio, hoy estoy demasiado cansada para hacerlo. ¿Lo dejamos para mañana?

Une su boca a la mía en un beso sensual, que hace que mi sangre arda al momento. Me separo de ella, que abre los ojos con una sonrisa y se tumba en la cama de nuevo.

—Te aseguro que con besos como ese no me demuestras que quieras dormir —suspiro.

Ella se ríe y se apoya en mi pecho, mirándome a la cara. Permanece callada, pero sé que algo se está cociendo en esa cabecita suya.

—¿Qué te pasa? —pregunto.

—Me da pena Cristal. Lo está pasando mal con Marc, y no se merece que la trate así.

—En eso estamos de acuerdo, ¿pero qué podemos hacer?

—He pensado que podías celebrar tu mudanza cuando tengas la casa amueblada. Una reunión íntima, nada más. Quizás se lancen y vuelvan a repetir. Quizás podamos conseguir que hablen, y hacer que estén juntos o que Cristal abra los ojos de una vez por todas.

—No es mala idea… Lo haremos. Pero ahora vamos a dormir. ¿No decías que estabas cansada?

—Se me ha quitado el sueño. ¿Sabes lo que me apetece? Un chocolate con galletas.

—¿En serio? ¿A estas horas?

—Sé que soy rara, pero si no me lo tomo no podré dormir.

—Vamos a prepararte ese chocolate.

Me levanto de la cama y preparo dos chocolates en la cocina. No tengo galletas, pero creo que unas nubes servirán. Al volverme me la encuentro sentada en el suelo, con las piernas cruzadas y vestida con mi camisa.

—No tengo galletas, pero sí nubes.

—Gracias —coge la taza entre las manos y sopla para enfriarlo un poco.

—Sube al sillón. Vas a coger frío.

—Te hace falta una alfombra —dice—. Este suelo es demasiado frío.

—El suelo no es para sentarse, nena. Es para caminar.

—No dirás lo mismo cuando tengas una mullida alfombra de angora para revolcarnos por ella.

En ese momento se me pasa por la mente la imagen de Keyra, desnuda, sobre una alfombra frente a la chimenea. La idea es muy atrayente, debo reconocerlo.

—Alfombras. ¿Qué más necesito?

—Algún mueble para el salón. Supongo que tendrás discos y películas para colocar en alguna parte.

—Y el DVD, y la consola, el equipo de música… Sí, definitivamente me hace falta un mueble para el salón.

—Una mesa para comer. No puedes esperar que tus invitados coman en la mesita de café o en la isla de la cocina.

—¿Alguna cosa más?

—Ya te iré informando conforme las piense. Ahora mismo no se me ocurre mucho más.

—Muy bien, diseñadora de pacotilla, cuando tengamos un día libre iremos a comprar todo lo que se te antoje, pero ahora deberíamos dormir. Es tarde y mañana los dos nos arrepentiremos de trasnochar.

—Venga, vamos a la cama.

Meto ambas tazas en el lavavajillas y me vuelvo hacia Keyra, pero ella ya ha desaparecido por la puerta de mi dormitorio. Cuando me meto entre las sábanas, Keyra se abraza a mí, suspira, y en menos de un minuto está profundamente dormida.

Yo tardo en hacerlo un poco más, perdido en la certeza de que me está gustando hacer planes a largo plazo con ella. Perdido en la certeza de que, aunque lo niegue, ella ya es mi dueña. 

Ir a la siguiente página

Report Page