Bondage

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Dos años después…

El despertador me despierta como cada mañana, pero esta vez no tengo que ir a trabajar. Me levanto con cuidado de no despertar a mi mujer, que duerme tranquila acurrucada a mi lado.

Me muero de sueño, pero tenemos que salir pronto si no queremos perder el avión. La celebración de nuestra boda fue una locura, y nuestra luna de miel empezará en unas horas. Nuestro destino: Bora–Bora. Vamos a dedicar las próximas dos semanas a cuidarnos tomando el sol, descansando… y haciendo el amor.

Preparo el desayuno y lo llevo al dormitorio. En cuanto entro por la puerta me doy cuenta de que Keyra está estirándose con una sonrisa de oreja a oreja. Dejo la bandeja en la mesita de noche y me tumbo sobre ella, que me recibe con los brazos abiertos.

—Buenos días, esposa —susurro un segundo antes de besarla.

—Buenos días, esposo.

Acaricio su pierna desnuda por debajo de la sábana, y acerco mis dedos a su sexo, que me recibe humedeciéndose.

—Nat, vamos a llegar tarde.

—Uno rapidito, nena… voy a pasar muchas horas sin tocarte.

Ella suelta una carcajada y se tumba con los brazos en cruz, dejándome actuar a mi antojo. Me deshago de la sábana que cubre su desnudez, y entierro la cabeza entre sus muslos, saboreando su sexo caliente una y otra vez.

Sus manos se enredan en mi pelo, mis dedos la envisten mientras mi lengua saquea su clítoris hinchado, y mi esposa se convulsiona recorrida por su orgasmo. Me bajo los bóxers lo justo para poder entrar en ella. Mmm… yo ya estoy en el paraíso. Comienzo mis embestidas lentas, suaves, y saboreo su pecho, que ahora está marcado por una pequeña cicatriz en la parte superior.

—¡Dios, Nat! ¡Sí… sigue así!

Mis embestidas se vuelven frenéticas, sus uñas se clavan en mi espalda. El sudor perla nuestros cuerpos, nuestras bocas se buscan con desesperación. El orgasmo se acerca, nos tensa, nos hace convulsionar… y un segundo después llega la calma.

Cuando he recuperado el aliento me siento en la cama y acerco la bandeja con el desayuno.

—Me temo que ya se habrá quedado frío —me disculpo.

—No importa, me gustan los desayunos fríos después de un buen polvo.

Me río ante su audacia, y desayunamos en silencio. Diez minutos después estamos bajo la ducha, alargando nuestros juegos un poco más.

Me encanta enjabonarla. Me encanta pasar la esponja por su piel tersa y suave, pero sobretodo me encanta hacerle el amor sintiéndola resbalar por mi cuerpo. Cuando nos estamos secando, me deshago de su toalla y la beso en la boca antes de bajar por su cuello y besar su cicatriz en forma de media luna. Este pequeño ritual lo adquirí cuando la operaron, para demostrarle que no me importa en absoluto.

Estoy enamorado de Keyra, de toda ella, no solo de su cuerpo. Estoy enamorado de su risa, de su determinación, de su picardía. Estoy enamorado de tantos detalles diferentes que uno solo sería incapaz de hacerme cambiar de idea.

Ya ha pasado el tiempo en el que Keyra me apartaba cuando me acercaba a ella, ya ha quedado olvidado el temor a que su pecho maltratado me repugne. Hace ya mucho tiempo que hemos superado los miedos, las inseguridades, las desconfianzas. Ahora Keyra O’Connor es total y completamente mía.

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