Bondage

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Capítulo 8

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8

Reconozco que estoy nervioso por primera vez en mucho tiempo. He quedado con Keyra para comprar los muebles de mi casa, y me siento extraño… muy extraño. Cuando terminemos con las compras vamos a cenar con Cristal y Marc… para no levantar sospechas en cuanto a nuestro plan de juntarlos de una vez o separarlos para siempre.

Mi chica por fin dispone de su horterada rosa chicle, así que vendrá a casa y luego nos iremos con mi coche, por supuesto, a IKEA, en Beard Street. Cinco minutos antes de la hora suena el timbre de la puerta. Keyra está buena con traje de chaqueta, con vestidos… pero en vaqueros está para comérsela. La aprieto contra mi cuerpo cogiéndola del culo y le doy un beso como se merece: dulce, suave y seductor.

—No sabía que los vaqueros te sentaran tan bien. Estás preciosa —susurro—. ¿Nos da tiempo para uno rápido?

—Ni lo sueñes. Tu casa está desnuda y tenemos que amueblarla, así que mueve el culo. Tenemos que dejarlo todo listo para poder salir a cenar con Cris y Marc.

—Hubiese sido mejor idea quedar con ellos aquí para que nos ayudasen a montar muebles. No entiendo tu manía por comprar en IKEA cuando en una tienda de decoración los montan y no tenemos que hacer nada.

—¿Y dónde está la diversión? Será divertido, ya verás. ¿Has tomado las medidas que te dije?

—Sí, tranquila.

—Bien, pues vamos allá.

No sé qué me divierte más, si ver a Keyra dar saltitos como una niña pequeña cuando encuentra algo que le gusta, o verla echar en el carro cosas que no sirven para nada, y que según ella son para decorar. La mañana se me pasa en un abrir y cerrar de ojos, y antes de darme cuenta es la hora de comer. Comemos en el restaurante del centro comercial antes de marcharnos a casa. El servicio de reparto a domicilio nos informa que nos lo llevarán al día siguiente, así que soy afortunado por dos razones. Primero porque mañana reclutaré a Marc y Cris para montarlos, y segundo porque tengo toda la tarde para saborear a mi chica a placer.

En cuanto llegamos al apartamento, tiro las llaves sobre la encimera de la cocina y la atraigo hacia mi cuerpo. Ella se ríe, pero se deja hacer encantada. Por extraño que parezca hoy no quiero juegos, solo la quiero a ella.

Después de pasar toda la mañana de aquí para allá, lleno la enorme bañera de agua caliente y espuma, me desnudo y me meto en ella. El calor relaja mis músculos, y con una sonrisa perezosa la llamo. Ella se asoma al quicio de la puerta y levanta una ceja, interrogante.

—¿Te preparas un baño de espuma y no me invitas? —bromea.

—¿Y para qué te crees que te he llamado? Ven aquí.

Ella obedece en el acto. Se desnuda por completo ante mi hambrienta mirada y se sienta entre mis muslos, de tal forma que su delicioso trasero roza peligrosamente mi erección.

—¿Ya estás así? —pregunta sorprendida.

—Tú tienes la culpa. No puedes desnudarte de esa forma delante de mí sin que haya consecuencias, nena.

Tras un suspiro, apoya la espalda en mi pecho y cierra los ojos, relajada. Yo me entretengo en besar su cuello, su hombro, su oreja…

—Nathan…

—¿Mmm?

—Eres perverso.

—¿Yo? ¿Por qué?

—Granuja… sabes bien por qué.

—Nunca lo hemos hecho en la bañera… ¿O sí?

—Creo que no.

—Pues es hora de estrenarla.

Entierro mi mano bajo el agua hasta encontrar el nido de rizos sedosos que se esconde entre sus piernas. Recorro su abertura hasta abrir sus labios lo suficiente como para encontrarme con su clítoris hinchado. Lo acaricio con suavidad, con movimientos circulares, y ella se arquea con un suspiro quedo.

Lánguida entre mis brazos… es así como la quiero. Lánguida y totalmente entregada al placer de mis caricias. Su mano sostiene mi mano invasora, y siento sus uñas clavarse en mi carne cuando el movimiento la acerca un punto más a la locura. Pero la quiero sobre mi polla cuando se corra, así que le doy la vuelta y la hago sentarse a horcajadas sobre mis piernas.

Su boca recorre la mía cuando mi miembro se adentra muy lentamente en su cuerpo. Inspira profundamente cuando estoy por completo en su interior, y comienza a moverse despacio, tan despacio que duele. Sus movimientos de cadera succionan mi polla una y otra vez, pero tan despacio que apenas llego a vislumbrar un ápice de placer. Sus pechos se bambolean frente a mi cara, y no puedo evitar atraparlos con mis labios y tirar de ellos con fuerza.

No puedo más… necesito estallar de una vez por todas. Aprieto sus caderas con mis manos en un intento de conseguir que aligere el ritmo, que se mueva con más ímpetu, y mi dulce Keyra no me decepciona. Los giros de su cadera van a volverme loco, consiguen hacerme salir casi por completo de ella para succionarme por entero un segundo después. Tengo la vista nublada… mi cuerpo tiembla recorrido por un escalofrío… y me corro cuando oigo mi nombre salir de sus labios al alcanzar el orgasmo.

Tres horas después esperamos a nuestros amigos en el restaurante. Después de la intensa sesión de sexo acuático dormimos lo suficiente para estar despejados, porque de lo contrario no aguantaríamos ni el primer asalto del combate que estoy seguro que vamos a presenciar.

Keyra está impresionante, como siempre. Se ha decantado por un vestido floreado y vaporoso de tirantes y unas sandalias de tacón. Se ponga lo que se ponga está preciosa. Cinco minutos después de sentarnos aparece Cristal, que está muy guapa también. Ella se ha decantado por un vestido de lycra negro y unos tacones de aguja. Ambas mujeres se saludan con una sonrisa y Cristal me da mi acostumbrado beso en los labios, cosa que me pilla desprevenido, pero al mirar a mi chica veo que sonríe como si no hubiera pasado nada.

—Cris me explicó que era una costumbre vuestra desde el instituto, así que… —aclara.

Sonrío antes de besarla a ella como es debido, y pido el vino, puesto que Marc llega tarde, para no perder la costumbre. Lo hace un cuarto de hora después, y trae del brazo a su encantadora muñeca de plástico.

La cara de Cris es un poema. Se bebe la copa de vino de un trago y lo mira echando fuego por los ojos.

—¿No puedes llegar a tiempo ni una puta vez? —le pregunta.

—Lo siento, Mary ha tenido un incidente y nos hemos retrasado.

—Si hubieses venido solo, eso no habría ocurrido —espeta Cris, claramente molesta. 

—Nadie me dijo que no pudiese traer acompañante, ¿no es así?

—Chicos, por favor —interviene Keyra—. Tengamos la fiesta en paz.

Pedimos la cena y Keyra lleva todo el peso de la conversación. Reconozco que está haciendo un esfuerzo enorme, porque de todos es sabido que no traga a Marc, pero Cristal le cae bien y quiere echarle una mano.

En los postres, Cristal vuelve a abrir la boca por segunda vez… por desgracia.

—¿Y cuál ha sido ese incidente que os ha retrasado, Mary? ¿Te has roto una uña?

—¡No, qué va! Es que mi perrita Molly tiene el vientre suelto y he tenido que llevarla al veterinario de urgencias.

—¡Por amor de… —suspira Cristal.

—Cris… —la advierto.

—¿Sabéis qué? ¡Me marcho! Esto es absurdo. Muchísimas gracias por invitarme a cenar, chicos, pero es que no soporto a la Barbie oxigenada esta.

Dicho esto, se levanta de la mesa y, tras tirarle su copa de vino por encima a Marc, sale por la puerta del restaurante.

Keyra y yo salimos detrás de ella y la alcanzamos antes de que pida un taxi.

—¡Cris! ¿Se puede saber qué te pasa? —pregunto cuando la alcanzo.

—¡Estoy harta, Nat! ¡Estoy harta de quererle y de ser transparente para él! Lo he intentado todo… ¡Hasta me he acostado con él cada vez que ha querido! Y mírale… sigue como siempre, de rubia en rubia y sin saber que existo.

—Ven aquí.

La abrazo contra mi pecho y el dique se rompe. Cristal llora hasta que no le quedan lágrimas arropada por Keyra, que no se ha separado de su lado ni un instante. Una vez la tormenta amaina, se separa de mí y vuelve a mirar a la carretera.

—Debería coger un taxi —dice.

—¿Estás loca? Vamos, te llevamos a casa —contesto echándole el brazo por los hombros.

—No quiero fastidiaros la noche, de verdad.

—No seas tonta —interviene Keyra—, te llevamos a casa.

Recorremos el camino en silencio, Cris apoyada en el regazo de Keyra, que se ha sentado detrás para estar con ella, y yo pensando en que cuando me eche de nuevo a la cara a Marc me va a tener que dar unas cuantas explicaciones… Y esta vez no le voy a permitir sus evasivas.

Como cada vez que discuten, a Marc parece que se lo ha tragado la tierra. No contesta a mis mensajes, tiene el teléfono apagado, y ya ha cruzado el límite de mi paciencia.

Como hoy tengo turno de noche, a primera hora de la mañana me presento en el despacho de mi querido abogado dispuesto a encararle de una vez por todas. Su secretaria me dice que está reunido… ¡Y una mierda, reunido! Irrumpo en su despacho abriendo las puertas de par en par para encontrarlo follando con Mary sobre el escritorio.

—¡¿Pero qué coño… —exclama subiéndose los pantalones a toda prisa.

—Mary, cielo. Vístete y déjanos solos —digo sentándome en uno de los sillones.

—¿No puedes esperar, Nat? —pregunta él ofuscado— ¿Qué coño pasa?

—Las preguntas las haré yo… cuando ella se marche.

La pobre chica se viste a toda prisa y escapa por la puerta como alma que lleva el diablo. Mi hasta ahora amigo cierra la puerta y se vuelve hacia mí con los brazos cruzados.

—Te has pasado, colega —espeta.

—¿Yo? ¿En serio? ¿Y qué me dices de ti, imbécil?

Me levanto de mi asiento y me acerco a él, amenazante. Le saco unos buenos diez centímetros, así que puedo permitirme el lujo de hacerlo.

—Te acuestas con Cristal cada vez que se te antoja, y no solo la ignoras, sino que no te cortas en restregarle tus conquistas por las narices. ¿Es que eres gilipollas?

—¡Solo han sido polvos, no tiene importancia!

—¿Que no tiene importancia? ¿En serio? ¡Es nuestra amiga desde el instituto! ¿Acaso has visto que yo me haya acostado con ella?

—Pues no, pero…

—¡No, joder, no! ¡Porque la quiero y no la cagaría de esa manera! ¡Si no sientes nada por ella, ¿por qué cojones tuviste que meterte entre sus piernas?!

—¡Yo la quiero, maldita sea! ¡La quiero tanto que duele!

—¡¿Y por qué cojones te comportas como un auténtico capullo?!

—¡Porque no quiero perderla! ¿De acuerdo? No quiero tener una relación con ella y perderla cuando se acabe.

—Tú eres tonto, en serio. ¿Y qué crees que estás consiguiendo comportándote así? ¿Que seáis súper amigos? Ya la estás perdiendo, Marc. La estás perdiendo y no voy a ser yo quien te ayude a recuperarla.

—¡Pero Nathan!

—Si quieres tener a Cristal en tu vida más vale que vayas en serio, tío, porque no te voy a consentir que vuelvas a hacerle daño.

Dicho esto, salgo por la puerta sin esperar una respuesta. Conduzco hasta casa de Cris, quiero saber si se encuentra mejor después de lo de anoche. Como tengo llave de su casa, entro sin llamar… para encontrarme a mi novia y a mi mejor amiga llorando a moco tendido enterradas entre kilos de helado.

—Eh… no era esto lo que esperaba encontrarme.

—Ven aquí, Nat —dice Cris haciendo hueco entre las dos—. Haznos un poco de compañía.

Me acerco a ellas y, tras besarlas, me acomodo entre ellas en el sofá, quitándole a mi chica el helado de las manos.

—Sois unas egoístas. Podíais haberme llamado.

—Era una charla de chicas, cariño —dice Keyra—. Están prohibidos los hombres.

Escucharla pronunciar el apelativo cariñoso me arranca una sonrisa.

—¿Y esa charla ha terminado ya? —pregunto.

—¡Oh, hace horas! —dice Cris— Estábamos viendo una película de las mías.

—¡Joder, nena! ¿Tú también lloras con sus películas moñas?

—Lo siento por ti, pero… quizás incluso más que ella.

—Se acabó —digo levantándome—. Moved esos dos bonitos traseros que os invito a comer.

—Lo siento, Nat, pero yo no puedo ir —dice Cris—. Tengo que arreglar unos asuntos del club.

—¿Y no pueden esperar? —pregunta mi chica— ¡Anda, vente!

—Imposible. Pero gracias por la invitación. Vamos, marchaos ya. En serio, Nat, estoy bien.

—¿Segura?

—Muy segura. No te preocupes.

Cuando salimos de casa de Cristal, mi móvil empieza a sonar. El tono inconfundible de mi hermana… que siempre es de lo más oportuna.

—Hola peque. ¿Qué tal va todo?

—¿Dónde estás?

—Pues Keyra y yo íbamos a salir a comer. ¿Por qué?

—Venid a comer a casa. Quiero que conozcáis a alguien.

—¿Al hombre que se escabulle a hurtadillas en la mañana?

—Sí, pesado. A ese mismo.

—Está bien. En una hora estamos allí.

Cuando cuelgo el teléfono, Keyra me mira con una ceja arqueada.

—¿Una hora? Tu hermana vive a quince minutos de aquí.

—He pensado que quizás quieras cambiarte. Tienes una mancha de chocolate en el escote.

—¡Nathan! ¿Por qué no me lo has dicho?

—Acabo de decírtelo.

—No me la veo —dice examinando su vestido a conciencia.

—Después te enseño dónde está. Vámonos o llegaremos tarde.

Cuando llegamos al piso de mi chica, ella se deshace del vestido en cuanto cruza el umbral.

—¡Nathan, no tengo ninguna mancha!

—¿Cómo que no? Está justo… aquí.

Me acerco a ella y paso la lengua por sus pechos, sobre el encaje de su sujetador. Ella se ríe y me aparta antes de salir a correr hacia el baño.

—Eres un depravado. Tengo que ducharme. Si quieres un polvo… acompáñame.

No me lo tiene que decir dos veces. Mi ropa queda esparcida por el salón mientras la sigo al cuarto de baño. Ella ya está metida bajo el chorro de agua, enjuagándose el jabón del pelo. Cuando quiere es muy rápida…

Me coloco detrás de ella y cierro la mampara antes de atacar su cuello. Me recreo en él, y mis manos acarician sus pechos, atrapando los pezones entre mis dedos. Ella echa la cabeza hacia atrás y sujeta mi culo con sus manos, atrapando mi erección entre sus glúteos. ¡Joder! Si sigue con ese movimiento va a conseguir que me corra.

Me sorprende dándose la vuelva y arrodillándose frente a mí. La muy descarada me arranca un gemido cuando se lame los labios mirando mi erección, y siento que voy a morir e ir al cielo cuando se introduce mi miembro entero en su boca. Agarrándolo de la base, se ayuda para succionarlo una y otra vez, cada vez más deprisa. Siento su lengua deslizarse por toda la superficie de mi polla, y sus dientes acariciar suavemente la punta. Sigue chupando, mordiendo, succionándome hasta que con un gemido me aparto de ella y vierto mi simiente en la pared enlosada.

—¡Joder, nena! —Susurro antes de levantarla del suelo y comérmela a besos.

—Parece que le ha gustado, señor O’Connor…

—Oh, sí… Sin duda, señorita Martin. Pero le aseguro que me hubiese gustado mucho más si me hubieses dejado correrme dentro de ti…

—¿Y quién ha dicho que no vaya a dejarle? ¿O tiene tan poco aguante que no le va a dar tiempo recuperarse?

—Serás…

La aprisiono contra la pared y sujeto sus muñecas con una de mis manos.

—A ver si tienes ganas de bromear ahora, gatita.

Entierro mi mano entre sus pliegues y la torturo con caricias lentas en su clítoris y embestidas de mis dedos. Ella grita, se retuerce intentando soltarse, pero no va a conseguirlo. Sustituyo mi mano por el chorro de agua de la ducha, que impacta directamente sobre su clítoris hinchado, y el orgasmo la recorre como un rayo, dejándola laxa, y con una sonrisa de oreja a oreja.

Ya estoy de nuevo duro y excitado, así que la cojo en brazos y me empalo en ella hasta el fondo. Mis embestidas son duras, y sus movimientos no se quedan atrás. Es un polvo salvaje, sexy, que nos lleva a la locura en un abrir y cerrar de ojos.

Mientras recupero la cordura, Keyra me besa dulcemente la mejilla y me dice las dos únicas palabras que me faltaban.

—Te quiero.

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