Blue

Blue


10

Página 12 de 23

10

Blue y Ginny aterrizaron en el aeropuerto JFK a las seis y cuarto de la mañana del lunes y cogieron un taxi para ir al centro. Pasadas las siete, llegaron al apartamento de ella. Mientras él se daba una ducha, Ginny le preparó el desayuno, y el chico salió a tiempo para llegar al colegio. Había dormido durante todo el vuelo. Esa mañana tenía un parcial que Ginny le había ayudado a preparar. Al día siguiente tenía la entrevista y la audición en LaGuardia Arts. Les esperaba una semana intensa. Ella tenía que acercarse por la oficina de SOS/HR para hablar de su siguiente misión. Y esa misma mañana, a las nueve, telefoneó a la parroquia de St. Francis para preguntar por el padre Teddy. Se disculpó por desconocer el apellido. Dijo que hacía unos años se había mudado a otro lugar, pero había vuelto al barrio y quería volver a verlo. Explicó que había sido una gran ayuda para ella, pues le había dado muy buenos consejos. El joven sacerdote con el que habló era un hombre muy amable y enseguida supo a quién se refería. Convino con ella en que era un cura excelente y una gran persona.

—Aunque lamento decirle que lo trasladaron a Chicago el año pasado. Pero cualquiera de nosotros estaría encantado de hablar con usted, si lo desea —se ofreció generosamente.

—Muchísimas gracias —respondió Ginny. Sentía ciertos remordimientos por mentir a un cura, pero era por una buena causa—. Me acercaré a verlos uno de estos días. ¿Sabe cómo podría ponerme en contacto con él? Me gustaría saludarlo, nada más, y contarle cómo fue todo desde la última vez que lo vi.

—Por supuesto —contestó el cura al otro lado del teléfono con toda amabilidad—. Está en la parroquia de St. Anne de Chicago. Seguro que se alegra mucho de tener noticias suyas. Aquí todos aún lo echamos de menos.

—Muchísimas gracias —reiteró Ginny. Y colgó.

Quería verlo con sus propios ojos. Podría ir y volver en avión a Chicago en un día. Quería formarse una idea de primera mano del hombre que había abusado de Blue. Ella creía al chico, pero quería ver lo pérfido que era el padre Teddy.

Tras aquella conversación telefónica, salió de casa para dirigirse a la oficina de SOS/HR. El resto de la mañana lo pasó con Ellen Warberg, hablando de su siguiente viaje. Todo apuntaba a que sería a la India esa vez, aunque todavía no había nada decidido. Ginny debía viajar a primeros de junio. Por lo tanto, disponía de un par de semanas antes de que tomasen la decisión final sobre su destino. Si bien tiempo atrás se habían planteado mandarla a Siria, en ese momento resultaba demasiado peligroso. Y Ellen le dijo que en esa ocasión quizá estuviese solo dos meses fuera, un período de tiempo más corto de lo habitual; la idea era que los cooperantes que se enviaban a las regiones más peligrosas rotasen con mayor frecuencia y que las misiones fuesen, por ende, más cortas. A ella esa nueva política de la organización le iba bien a causa de Blue. Además, dado que todavía no habían decidido cuál sería su siguiente destino, no tendría que leer informes preliminares. Así pues, salió de la oficina con las manos vacías, sin tareas para casa, lo que le permitía pasar más tiempo libre con Blue.

Esa noche no hablaron de nada de eso, sino de la prueba que esperaba al chico al día siguiente. Pensaba tocar una pieza de Chopin, y ese día había podido ensayar un rato en el piano del colegio. Además, tenía otras ideas para la audición, en caso de que los examinadores le pidiesen que interpretase piezas más actuales. Estaba entusiasmado y asustado a partes iguales. Recibió un mensaje de texto de Lizzie en el móvil de Ginny; le decía que lo echaba de menos y que esperaba que hubiese llegado bien a casa. Él se alegró de tener noticias suyas y le mandó una canción para que se la descargara de iTunes.

Ginny recibió un correo electrónico de Kevin en el que le facilitaba el nombre de un abogado, pero le pedía que lo telefonease para poder hablarle de él. Lo llamó en cuanto se fue a su dormitorio esa noche. No quería que Blue oyese la conversación. No quería que nada lo distrajese de su entrevista del día siguiente.

—Es el tío que necesitas —le dijo Kevin cuando lo llamó—. Es un exjesuita especializado en derecho canónico. Estuvo cuatro años trabajando en la oficina jurídica del Vaticano. Y estos casos son su especialidad. Hoy he hablado con dos abogados y me han dicho que es el mejor. Y vive en Nueva York. —Se llamaba Andrew O’Connor. Kevin había conseguido el número de teléfono de su despacho, su dirección de correo electrónico y su número de móvil—. Ya me contarás qué tal va. ¿Has llamado ya a la Unidad de Abuso de Menores?

—Hablaré con Blue mañana después de la audición en el instituto de estudios artísticos y musicales. Esta semana estamos a tope.

—Mantenme al corriente —dijo Kevin.

Parecía que tenía bastante jaleo en el trabajo, y al cabo de un minuto se despidieron. Ginny contaba ya con todo lo que necesitaban (a quién dirigirse de la policía y un abogado), y esperaba poder viajar a Chicago el jueves para ver personalmente al padre Teddy. Gracias a Kevin, todas las piezas iban encajando.

A la mañana siguiente, durante el desayuno, Blue estaba nervioso. Ginny lo acompañó en metro hasta LaGuardia Arts, situado en pleno centro del complejo urbanístico del Lincoln Center. Cuando entraron en el edificio, Blue parecía inquieto. El sitio impresionaba: los pasillos estaban llenos de hordas de jóvenes que hablaban y sonreían camino de sus respectivas aulas. Solo estar allí ya resultaba emocionante. Por todo el centro de enseñanza había tablones de anuncios con avisos de audiciones y pruebas para eventos especiales.

Blue y Ginny se acercaron al mostrador de información y explicaron que habían ido a una entrevista y una prueba. La recepcionista los miró extrañada en un primer momento, ya que no había nada de eso previsto en esa época del año. Pero entonces llamó a la secretaría y, después de hablar con la persona correspondiente, los miró con una cálida sonrisa.

—Los avisaremos dentro de unos minutitos —les dijo.

Se sentaron a esperar. Blue parecía a punto de salir corriendo del edificio. Giçnny procuró distraerlo. Al final la mujer lo llamó por su nombre y los dirigió a la secretaría del centro, donde una joven charló con Blue y le dio una serie de explicaciones acerca del instituto. Le contó que ella misma había estudiado allí y que había sido la experiencia más increíble de su vida. En ese momento trabajaba por las noches en una orquesta, y en la secretaría tres días a la semana.

La joven le preguntó qué lo había llevado a amar la música y él le contó que había aprendido a tocar el piano y a leer partituras por sus propios medios. Se quedó impresionada. A Ginny le pareció que la entrevista había ido bien. Luego se lo llevaron a él solo para que hiciese la audición. Ella lo esperó en el vestíbulo. Le habían dicho que la prueba duraría entre dos y tres horas, por lo que se había llevado un libro para la espera. No quería marcharse, por si él la necesitaba. Y cuando finalmente volvió con ella, se lo veía agotado y aturdido.

—¿Qué tal ha ido? —le preguntó, tratando de aparentar tranquilidad y de infundirle ánimos. Pero también ella había estado nerviosa y preocupada por él, y cruzando los dedos para que todo fuera bien. La audición suponía una presión inmensa a la que Blue no estaba acostumbrado.

—Pues no lo sé. Les he tocado la de Chopin y luego me han pedido que tocase otras piezas que han escogido ellos. Había una que no había tocado en mi vida, de Rachmaninoff. Luego, Debussy. Y después he tocado una canción de la Motown. No creo que me cojan. —La miró con cara de desamparo—. Seguro de que todos lo que vienen a estudiar aquí tocan mejor que yo. En la sala había cuatro profesores y no paraban de tomar notas —dijo, aún con aire inquieto.

—Bueno, tú lo has hecho lo mejor que has podido. No puedes hacer más.

Del edificio del instituto salieron al sol radiante de mayo. Le habían dicho que le notificarían el resultado en junio, que necesitaban tiempo para sopesar la decisión, evaluar si encajaría en el centro y si sus aptitudes eran lo bastante sólidas para considerar su candidatura, teniendo en cuenta que nunca había estudiado música de manera oficial. También le dijeron que se habían presentado nueve mil solicitudes para cubrir seiscientas sesenta y cuatro plazas. Blue estaba convencido de que no entraría en la vida, pero Ginny trató de mantenerse optimista. Pararon un taxi, y ella le compró un bocadillo antes de dejarlo en el colegio. Esa tarde tenía examen de mates. Eran días de mucha presión para él. Pero terminaría las clases al cabo de seis semanas. Aunque a Ginny le daba mucha rabia tener que marcharse de Nueva York antes de que se graduase, no podía hacer nada al respecto, salvo que por alguna razón se pospusiera su viaje. Sin embargo, no parecía que fuese a retrasarse. Si había problemas en una zona, siempre la mandaban a otra y listo.

Cuando Blue volvió a casa esa tarde, estaba con los ánimos por los suelos en relación con la audición. Y tenía tal aspecto de cansado que Ginny prefirió no hablarle de su intención de acudir a la Unidad de Abuso de Menores y dejarlo para otro día.

Por fin sacó el tema el miércoles, después de cenar. Le contó todo lo que había averiguado a través de Kevin y le anunció que al día siguiente viajaría a Chicago para ver al padre Teddy en persona.

—¿Vas a contarle algo de mí? —Blue la miraba aterrado—. Me dijo que tendría que meterme en la cárcel si me iba de la lengua.

—Blue, ese hombre no puede meterte en la cárcel —respondió ella con serenidad—. Tú no hiciste nada malo. El que irá a la cárcel si seguimos adelante es él. Pero la decisión depende exclusivamente de ti. Podemos hacer algo o no decir nada, si crees que no vas a poder con ello. Tú decides, Blue. Yo te apoyaré decidas lo que decidas. —Trató de mantener una actitud neutral para que no se sintiera presionado.

—¿Por qué lo haces? —Blue la miraba de hito en hito.

—Porque te creo. Y él es un hombre muy muy malo. Y porque pienso que denunciarlo a la policía y llevarlo a juicio es lo que hay que hacer. A un individuo de esa calaña hay que pararle los pies. Solo quiero verlo. No te mencionaré para nada.

Él pareció quedarse más tranquilo. Confiaba en Ginny plenamente.

—A lo mejor ya no sigue haciéndolo —aventuró Blue. Ginny se daba cuenta de que tenía miedo. Y no le faltaban motivos, después de cómo lo había amenazado el cura con lo que pasaría si se le ocurría contarle a alguien lo que había hecho—. ¿Tú qué crees que debería hacer? —Le impresionaba que lo creyese. No como su tía, que, encandilada con el sacerdote, no había querido hacerle caso.

—Pues creo que deberías hacer lo que tú quieras. No hace falta que lo decidas ahora mismo. Tómate un tiempo para pensarlo.

Él asintió sin decir nada más y se puso a ver la tele hasta la hora de acostarse. Le pidió el móvil a Ginny y pasó un rato intercambiando mensajes con Lizzie, pero se le notaba preocupado y con la cabeza en otra parte. Ginny sabía que cavilaba sobre el padre Teddy, que estaba dándoles vueltas a todas las opciones.

A la mañana siguiente, el chico no habló del tema. Estaba contento y animado cuando salió de casa para ir al colegio. Ginny salió al poco hacia el aeropuerto, donde cogió un vuelo con destino a Chicago a las diez y media. Una hora después de tomar tierra, estaba en la iglesia de St. Anne. Entró en la rectoría y pidió ver al padre Teddy. La secretaria le indicó que estaba dando la extremaunción en el hospital y que regresaría en media hora. Ginny decidió esperarlo y se sentó allí mismo, sin dejar de pensar en él y en lo que le había hecho a Blue. Solo de pensarlo se le revolvía el estómago. Mientras aguardaba, entró un sacerdote alto y guapo. Debía de rondar los cuarenta años e irradiaba simpatía y bondad; era de esas personas a las que querrías contar tus penas y tener como amigos íntimos. Bromeó unos instantes con la secretaria y a continuación echó una ojeada a sus mensajes. La mujer le hizo una seña, y él se volvió y sonrió a Ginny.

—¿Ha venido a verme? —preguntó con afabilidad—. Disculpe que la haya hecho esperar. La madre de uno de nuestros feligreses está en el hospital. Tiene noventa y seis años, y la semana pasada se rompió la cadera. Quería recibir la extremaunción. Pero tengo claro que vivirá más que yo. —Era uno de los hombres más atractivos que había conocido, y todo en él inspiraba confianza.

—¿Es usted el padre Teddy? —preguntó ella con cara de asombro.

Se le había olvidado pedirle una descripción física a Blue y, por alguna razón, había dado por hecho que sería un carcamal de aspecto repulsivo. En cambio, delante tenía a un hombre vital, lleno de energía, encantador, apuesto, lo cual resultaba más insidioso aún. Todo en él era tan cordial y atrayente que entendió perfectamente que un niño confiase en él. Era como un hermoso y feliz osito Teddy, como su propio nombre.

—Sí, soy yo —confirmó él—. ¿Pasamos a mi despacho?

Se trataba de una sala soleada, agradable, con vistas al jardín de la iglesia. Tenía unas acuarelas y un crucifijo pequeño en la pared. Él llevaba alzacuellos y un sencillo traje negro. Nada, ni en su persona ni en su entorno, infundía miedo o resultaba siniestro. Pero Ginny no dudó de la palabra de Blue en ningún momento; estaba segura de que le había contado la verdad, por muy carismático que fuese el padre Teddy. Era un irlandés fornido que, una vez que ella tomó asiento, explicó que se había criado en Boston.

—¿La ha enviado alguien a mí? —preguntó amablemente.

—Sí —respondió Ginny, observándolo con atención. Quería averiguar todo lo que pudiera de él—. Un amigo de Nueva York. De hecho, telefoneé a St. Francis y allí me dijeron que estaba usted aquí. Y como tenía que venir un par de días por motivos de trabajo, se me ocurrió pasarme a verle.

—Qué suerte la mía —dijo él con una sonrisa. Ginny comprendió de pronto por qué le gustaba tanto a Charlene, la tía de Blue. Personificaba la inocencia y la compasión de forma impecable—. ¿En qué puedo ayudarla? Perdone, no me he quedado con su nombre.

—Virginia Phillips —contestó, dándole el de soltera.

—¿Está casada, Virginia?

—Sí.

—Un hombre afortunado, su marido. —Volvió a sonreír.

Entonces ella le contó que creía que su marido mantenía una relación extramatrimonial y que no sabía qué hacer. No quería dejarlo, pero estaba segura de que estaba enamorado de otra. El padre Teddy le dijo que rezara, que fuese paciente y le mostrara su afecto, y que seguro que con el tiempo las aguas volverían a su cauce. Según él, casi todos los matrimonios pasaban alguna mala racha de vez en cuando. Sin embargo, si ella se mantenía firme, al final lo superarían. Y durante todo el tiempo que estuvo hablando, Ginny se fijó en que el sacerdote tenía una mirada fría, enojada, y la sonrisa más amable que hubiese visto en su vida. Si pensaba en Blue, le entraban ganas de abalanzarse sobre él por encima de la mesa de despacho y estrujarle el cuello. En ese punto, él le entregó una tarjeta y le dijo que lo llamara siempre que quisiera, que estaría encantado de hablar con ella.

—Muchas gracias —respondió agradecida—. No sabía qué hacer.

—Usted resista —le respondió él afectuosamente—. Lamento no poder dedicarle más tiempo. Tengo una reunión dentro de cinco minutos.

Era evidente que estaba ansioso por irse. Y, una vez fuera del despacho, Ginny se dirigió a la iglesia para encender unas velas por el alma de Mark y de Chris. Se arrodilló en uno de los bancos del fondo. Entonces vio que el padre Teddy entraba justo en el momento en que un chico aparecía por detrás del altar. Estuvieron hablando un ratito. El cura apoyó la mano en el hombro del niño, que sonreía y lo miraba con adoración. A continuación, antes de que Ginny pudiese reaccionar, Teddy condujo al niño por una puerta, se inclinó para susurrarle algo al oído y la cerró a su espalda. Ginny se estremeció al pensar en lo que tal vez ocurriría a continuación. Pero no podía hacer nada. Como pastor, tenía carta blanca en su parroquia, igual que la había tenido antes.

Le entraron ganas de salir disparada tras ellos, de ponerse a gritar y alejar al niño de él. Pero era consciente de que no habría podido hacerlo. El pequeño aparentaba unos doce años. Sentada allí, mirando aquella puerta cerrada, lo único en lo que pensaba era en que tenían que poner fin a lo que estaba haciendo el padre Teddy, a lo que había hecho a Blue y seguramente a más niños como él. Era el hombre más seductor con el que se había cruzado en la vida y resultaba que se aprovechaba de los niños. Salió de la iglesia con mal cuerpo. A unas manzanas de allí, paró un taxi para volver al aeropuerto. Tenía claro cuál sería el siguiente paso: Blue y ella debían acudir a la policía. Había que meter entre rejas al padre Teddy Graham. Solo la justicia podría detenerlo.

Ir a la siguiente página

Report Page