Blue

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—Si te llama, dile que estoy buscándolo y que venga a casa.

—Vale. —Lizzie colgó, sin olerse nada, y Ginny miró a Andrew.

—Gracias por hacer esto conmigo.

—No te preocupes. Tampoco es que te haya ayudado mucho.

—Es agradable tener compañía —dijo ella con cara de agotamiento. Lo único que deseaba era encontrar a Blue y llevarlo a casa—. Supongo que podemos irnos ya.

Recorrieron lentamente los pasillos de la estación de metro, subieron las escaleras y Andrew paró un taxi. En el trayecto a casa, Ginny se apoyó en él. Era un consuelo tenerlo a su lado. Cuando llegaron a su portal, ella sugirió dar un paseo por el río, para ver si se había tumbado a dormir en algún banco. Estaban en octubre y las noches eran frías, a pesar de las agradables temperaturas diurnas. Mientras paseaban a la vera del río, mirando sus aguas oscuras, le vino a la mente la primera vez que vio a Blue. Se sentaron en un banco y Andrew la atrajo hacia sí. Veía perfectamente la tristeza y la sensación de derrota en sus ojos.

—El pobre niño siente que todo es culpa suya —dijo Ginny con pena—. Toda la sarta de gilipolleces de los tabloides de ayer, la bronca con mi hermana, que me llamase «bicho raro» y dijese que la avergonzaba. —Sonriendo, levantó la cara hacia Andrew—. Supongo que estos cuatro años he sido una especie de bicho raro, yendo por esos mundos para que me mataran. Me siento culpable por haber dejado que Mark condujese aquella noche y por no haberme dado cuenta de que había bebido demasiado. La vida de mi hermana viene a ser del tamaño de una taza de té y no lo entiende. A ella jamás le ha pasado nada parecido.

—Blue y tú tenéis mucho en común —dijo él con ternura—. Tú te sientes culpable por lo que les pasó a tu marido y a tu hijo. Blue aún tiene la voz del padre Teddy en la cabeza diciéndole que él le hizo caer en la tentación, que todo fue culpa suya. Ahora se ha dado cuenta de que no es así, pero le costará mucho tiempo apartar esa voz de su cabeza. Lo mejor que has hecho por él es demostrarle, no solo con palabras, sino también con hechos, que se merece todo lo que has hecho por él, que estás a su lado y que no tiene la culpa de nada. Cuando te conocí me dijiste que querías que Blue tuviese una vida «alucinante»; no solo que fuese feliz. Bueno, pues ahora la tiene, gracias a ti. Y algún día, también gracias a ti, esa voz acusadora que tiene dentro de la cabeza desaparecerá, porque tu voz diciéndole que es un chaval estupendo, a pesar de todo, será más fuerte que la del padre Teddy.

Lo que le dijo Andrew la conmovió profundamente. Ella levantó la mirada hacia él como queriendo entender.

—¿Cómo sabes tú todo eso?

Él vaciló unos segundos antes de responder, con la vista en algún punto fijo a lo lejos:

—A mí me pasó lo mismo cuando era un niño. Tenía once años. El padre John… era un hombre enorme, gordo, divertido y alegre. Tenía una colección increíble de tebeos y me prometió que me dejaría leerlos. También quería enseñarme unos cromos de béisbol. Total, que fui a su casa. Y me hizo más o menos lo mismo que el padre Teddy a todos esos niños. Luego me dijo que era culpa mía por haberlo tentado y que el demonio me mataría en el acto si se lo contaba a alguien. Tardé meses, pero al final se lo conté a mis padres.

»No me creyeron. En la parroquia todo el mundo quería mucho al padre John y digamos que yo siempre había sido un niño travieso. Nunca volvimos a sacar el tema. Yo sabía que ese hombre era una mala persona y me sentía culpable por lo que me hizo. Por eso decidí que algún día me ordenaría sacerdote, pero para ser un sacerdote bueno de verdad y así compensar al Señor por lo que yo creía que había hecho al “tentarlo”. Nada más terminar el instituto, ingresé en el seminario. Y me convertí en un cura muy muy muy bueno, tal como le había prometido a Dios.

»Aunque me sentía fatal. No tenía la vocación que pensaba que tenía. Quería salir con mujeres y formar una familia. —Sonrió a Ginny al decirlo—. Pero de nuevo me invadió el sentimiento de culpa, esta vez por abandonar el sacerdocio. Entonces comenzaron a salir a la luz estos incidentes. La gente empezaba a hablar de curas como el padre John y el padre Teddy. Al padre John nunca le hicieron nada, debió de abusar de cientos de niños a lo largo de los años y acabó sus días en paz. Pero cuando la gente empezó a hablar de ello abiertamente, solo deseaba colgar los hábitos y ejercer de abogado para defender a esos niños a los que antes nadie daba crédito, como me pasó a mí. Sabía que, si trataba de hacerlo desde dentro de la Iglesia, me presionarían para que defendiera a los agresores o los encubriera, incluso.

»Por eso acabé marchándome y dejé de sentirme culpable. A veces echo de menos el sacerdocio, había cosas que me gustaban. Pero soy mucho más feliz ayudando a chicos como Blue a mandar a la cárcel a curas perversos. Y ni siquiera tengo que ser cura para hacerlo. Lo curioso —añadió— es que creo que todavía me quedaba un resto de culpabilidad que venía de mi niñez. Y cuando vi cómo tú creías en Blue, cómo seguías a su lado y cómo lo defendías, creo que dentro de mí algo sanó también. Ginny, eres una mujer muy sanadora y das mucho amor a los demás. Quizá eso baste para deshacer el daño causado a personas como Blue y como yo, o por lo menos para poner en marcha el proceso. Para mí es un poco tarde, pero espero que ocurra.

»Y no tienes que sentirte culpable de nada. Tu marido hizo lo que hizo esa noche. Tú no podrías haberlo impedido. No lo sabías. Y Blue no habría podido impedirle nada al padre Teddy, del mismo modo que tampoco yo habría podido impedir lo que hizo el padre John. Lo que hicieron ellos es responsabilidad suya, no nuestra. Lo que tenemos que hacer nosotros es lo que has estado diciéndole tú a Blue. Es nuestra obligación hacia nosotros mismos permitir que se cierre la herida y seguir adelante. Hasta mi vida va a ser mejor de ahora en adelante gracias a ti. Todos tenemos algo por lo que flagelarnos, pero no merece la pena que dediquemos nuestras energías a eso.

Dicho esto, los dos se quedaron en silencio un buen rato, sentados en el banco. Entonces él la atrajo hacia sí y ella lo miró a los ojos y sonrió.

—Siento mucho lo que te pasó —le dijo.

—Y yo, pero ahora estoy bien. Y Blue también lo estará. Nosotros dos estamos entre los afortunados. Es lo que me has enseñado. He aprendido mucho viéndote a ti con Blue.

Ella asintió, pensando en Blue con la esperanza de que regresase pronto a casa. Entonces volvió a mirar a Andrew y él se inclinó, la rodeó con los brazos y la besó. Llevaba deseando besarla desde el día en que se conocieron. Recordaba lo guapa que era cuando la veía por televisión, y en ese momento lo era aún más. Jamás hubiera imaginado que un día la conocería y se enamoraría de ella. Ella lo besó a su vez y se quedaron juntos en el banco largo rato, junto al East River. Luego se levantaron y empezaron a andar despacio en dirección al apartamento de ella. De pronto a ella se le ocurrió una idea y se dio la vuelta.

—Espera un momento —le dijo en voz baja.

Se acercó a la caseta en la que había visto a Blue por primera vez, que no estaba lejos de allí. La miró unos instantes y se fijó en que tenía el candado quitado. Le llegó el sonido de alguien moviéndose en el interior. Andrew se acercó hasta allí y ella abrió lentamente la puerta y vio a Blue sentado dentro, con su maletita de ruedas a un lado y gesto reconcentrado ante el portátil. Levantó la cara con sorpresa y soltó lo primero que se le pasó por la cabeza.

—¿No sabes llamar?

—Ya no vives aquí —replicó ella sonriéndole—. Anda, venga, vámonos a casa.

Blue vaciló unos segundos. Los miró a los dos y, a continuación, salió de la caseta y recogió su maleta. No preguntó qué hacía Andrew allí, pero se dio perfecta cuenta de que ambos se alegraban mucho de verlo. Mientras caminaban en dirección al apartamento, Ginny rodeó a Blue por la cintura con un brazo y, cuando pasaban por delante de la barandilla del río, se detuvo y lo condujo hasta ella.

—Ven, quiero enseñarte una cosa —le dijo con dulzura—. Mira, aquí estaba yo la noche que te vi. ¿Sabes lo que hacía? Estaba a punto de tirarme al agua porque mi vida no valía nada y no quería vivir ni un minuto más. Solo quería morirme en este río, la víspera del aniversario de la muerte de Mark y de Chris, para no tener que pasar por ello otra vez. Entonces, con el rabillo de ojo, te vi escabullirte hasta el interior de la caseta y al poco rato nos íbamos a cenar al McDonald’s. El resto ya lo conoces.

»Blue, no tienes por qué sentirte culpable. No tienes la culpa de nada. Esa noche me salvaste la vida. Llevo cuatro años cumpliendo con mi deber en cada campamento de refugiados en el que he podido estar. Y tú me has salvado la vida. Si no hubieses estado aquí esa noche, ahora mismo estaría muerta. —Entonces miró a Andrew—. Y mira la cantidad de vidas que has cambiado tú a mejor y la cantidad de niños a los que has salvado con tu trabajo. Yo creo que somos tres personas con suerte que ya tienen una vida alucinante. —Entonces sonrió de oreja a oreja a Blue—. Y como vuelvas a escaparte, te voy a dar una patada en el culo, ¿queda claro?

Blue sonrió al oírla. Sabía que no sería capaz.

—¿De verdad pensabas quitarte la vida esa noche? —le preguntó él muy serio otra vez.

Y ella asintió con la cabeza igual de seria. Andrew sintió deseos de abrazarla al ver su respuesta, pero se contuvo porque no quería hacerlo delante de Blue. Al menos no de momento.

Los tres siguieron andando tranquilamente en dirección al apartamento de Ginny.

—¿Qué te parece si lo hacemos oficial? —preguntó ella volviéndose hacia el chico.

—¿Que hagamos oficial el qué? —dijo Blue sin entender.

—¿Te gustaría que te adoptase?

Blue se quedó clavado en el sitio, mirándola sin pestañear.

—¿Va en serio?

—Pues claro. ¿Te lo habría dicho si no fuese en serio?

—Sí, me gustaría muchísimo —respondió él. Volvió a iluminársele la cara. Miró a Ginny y luego a Andrew, a quien preguntó—: ¿Puede adoptarme?

—No es automático, pero sí, claro que puede, si es lo que queréis los dos.

—Yo quiero —dijo Ginny sin vacilar.

—Y yo también —añadió Blue.

Andrew los acompañó hasta el apartamento y luego se marchó. Antes, mientras Blue se iba a su cuarto a guardar todas sus cosas, se quedó unos segundos para despedirse de Ginny.

—Gracias por estar a mi lado esta noche… y por todo lo que me has dicho —dijo Ginny agradecida.

—Lo he dicho de corazón, hasta la última palabra. Eres una mujer muy especial. Espero que podamos pasar tiempo juntos antes de tu próximo viaje. —Al decirlo, se le empañaron los ojos—. No soporto imaginarte en esos lugares, en peligro todo el tiempo.

Ella asintió. También estaba empezando a preocuparse por eso, pero era un tema para otra conversación. Esa noche ya se habían contado muchas cosas. Andrew se inclinó para darle un beso en la frente y se marchó. Blue fue a la cocina a cenar algo. Estaba muerto de hambre. Ginny entró y le sonrió.

—Bienvenido a casa, Blue —le dijo sin elevar la voz, y él se volvió para sonreírle con un gesto de niño grande y feliz, una felicidad que era fiel reflejo de la de ella.

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