Blue

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Ambas sabían que así era, que sus padres se habían querido durante toda su vida juntos.

—¿Cuándo vienes? —le preguntó Becky.

—No lo sé. Deja que lo mire cuando llegue a casa. Supongo que mañana. ¿Ya sabéis cuándo queréis celebrar el funeral? —se interesó Ginny.

Frente al dolor compartido, las dos hermanas habían dejado a un lado al instante sus recientes fricciones. Eso era más importante y las acercaba. A pesar de la riña que habían tenido hacía poco tiempo, tanto Becky como Ginny enterraron el hacha de guerra. Al menos de momento, se había instaurado una tregua.

—Dentro de unos días, supongo. Todavía no he llamado a la funeraria. Se lo acaban de llevar.

Había sido desgarrador ver cómo se lo llevaban en una camilla, envuelto en una manta que le tapaba la cara. Menos mal que los niños no estaban en casa. Aún no se lo había contado, quería comunicárselo antes a Ginny, aunque había telefoneado a Alan inmediatamente a su oficina y en esos momentos estaba volviendo a casa para estar con ella. Llevaban meses esperándolo, pero no por eso dejaba de ser triste. Tras perder a sus dos padres, Ginny se sintió mayor. Ya solo le quedaba su hermana y la familia de ella. Y Blue. Ya no tenía ni padres ni familia propia.

—Te daré los datos de nuestro vuelo en cuanto reserve los billetes —dijo Ginny con dulzura—. Te mandaré un mensaje de texto —prometió.

Tan pronto como llegaron a casa, Ginny entró en internet y reservó dos asientos, para ella y para Blue, en el primer vuelo de la mañana siguiente.

A continuación telefoneó a Andrew O’Connor para decirle que no podría acudir a la reunión en la archidiócesis porque su padre acababa de fallecer, en Los Ángeles, y no volvería a tiempo.

—Lo siento mucho. Cambiaré la cita, no te preocupes. ¿Cuándo crees que estarás de vuelta por aquí? —Se le notaba empático y con espíritu práctico. Además, percibió perfectamente el pesar de Ginny.

—Pues dentro de cuatro o cinco días quizá, una semana como mucho —respondió ella.

Después de las disposiciones necesarias y del funeral, Becky y ella tendrían que encargarse de las cosas de su padre, si bien el hombre no había dejado mucho. Ya habían vendido su casa cuando se mudó a la de Becky.

—¿Ha sido muy repentino? —Andrew se interesaba de buena fe, con piedad y, al oír su forma de hablar, Ginny de pronto se lo imaginó en el papel de sacerdote. Era amable, se preocupaba por los demás y sabía escuchar.

—No, llevaba mucho tiempo enfermo. Ha ido apagándose poco a poco. Fui a verlo antes de irme a Siria, tenía la sensación de que sería la última vez. Es mejor así, aunque a nosotros se nos haga raro. Padecía Alzheimer y ya no tenía calidad de vida.

—No te preocupes por la reunión. Tenemos tiempo. Creo que solo quieren sondearnos y ver si vamos en serio.

—Muy en serio —puntualizó ella con tono firme, y él se rio. Estaba triste por haber perdido a su padre, pero eso no le impedía concentrarse en el caso de Blue.

—Yo también —aseguró él—. Es el abuso máximo de confianza, el de la peor clase. Espero que Blue se recupere plenamente, pero es posible que no lo haga. Aquello tendrá un impacto en él para toda la vida. Y por eso se merece una compensación como es debido. —Y Andrew tenía la intención de conseguirla para él.

—Yo creo que puede recuperarse —dijo Ginny pensativa. Estaba decidida a que así fuera, con ayuda de todas las otras cosas buenas que estaban pasando en su vida—. Es lo que deseo. No pienso permitir que ese malnacido le arrebate su vida, su futuro. Blue tiene todo el derecho del mundo a dar carpetazo a este asunto. Y yo pretendo hacer todo lo que esté en mi mano para ayudarlo a conseguirlo.

La fuerza con que lo dijo cogió a Andrew por sorpresa. En ocasiones Ginny era una mujer de hierro.

—Todos tenemos nuestros demonios —respondió él sin alzar la voz—. Solo que unos son peores que otros.

Al oírle decir eso, Ginny sospechó que él también tenía los suyos. A fin de cuentas, por alguna razón debía de haber dejado el sacerdocio.

—Blue es demasiado joven para llevar esa carga sobre los hombros el resto de su vida. No hay derecho. —Estaba deseando hacer todo lo que fuera posible para ayudar a Blue a recuperarse del todo de lo que había pasado.

—Por eso precisamente es por lo que son tan importantes estos casos. Porque no es justo. —Andrew coincidía con ella—. Puede que lo que estás haciendo por Blue sirva para demostrarle cuánto te importa. Es conmovedor que creas tanto en él. Es un regalo para cualquiera. —La propia tía de Blue no lo había creído. Pero el chico sabía que Ginny sí. Eso le había llegado al alma al exjesuita y era un rasgo de ella que lo impresionaba.

—Quiero que salga indemne de todo esto.

Andrew pensó que era un deseo precioso, pero no muy realista. Él había visto a demasiados clientes, adultos, incapaces de llevar una vida normal después de haber sufrido abusos siendo niños. En ocasiones no bastaba el amor para curarlos. Y el dinero que obtenían de esas indemnizaciones era un consuelo, pero no les devolvía la inocencia, la confianza y el equilibrio que habían perdido. Varios de esos clientes que habían sufrido abusos de pequeños no habían logrado tener relaciones normales en la edad adulta. No podía sino cruzar los dedos por que Blue no fuese uno de ellos, con independencia de lo comprometida que estuviera Ginny.

—Haremos todo lo que podamos —le prometió Andrew, emocionado ante su fortaleza y su dedicación al chico—. Te informaré sobre la cita. Te escribiré por correo electrónico cuando llegues a Los Ángeles.

—Muchas gracias.

Ginny colgó y se quedó pensando un momento en el abogado. Era cierto que era un hombre afable, pero también se advertía en él cierta distancia, como si protegiese sus propias heridas. Ginny se preguntó si esa mezcla curiosa obedecería a que había sido sacerdote. Seguía intrigada por los motivos que lo habían llevado a abandonar la Iglesia y fantaseó con la hipótesis de que tal vez se hubiese enamorado de una monja. Siempre le había despertado curiosidad la gente que dejaba la Iglesia.

Ginny envió a Becky un mensaje de texto para informarla de la hora de llegada del vuelo. Luego fue a ayudar a Blue a hacer la maleta.

—Cuando lleguemos a Los Ángeles, habrá que comprarte un traje. Ahora no tenemos tiempo.

El chico no disponía de ropa formal para asistir al funeral de su padre. Salir a por un traje para él sería una buena excusa para no tener que pasarse el día metidos en la funeraria.

Esa noche cenaron en silencio, y Blue se acostó temprano. Ginny se quedó despierta pensando en su padre, a solas. Su fallecimiento perturbaba por completo su regreso a casa, pero al menos la había pillado en Estados Unidos. Saber que su padre ya no estaba en este mundo le producía un sentimiento extraño, doloroso. Más que nunca, dio gracias por tener a Blue, que llenaba los vacíos de su vida, a los que acababa de sumarse uno más.

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